Planteamos este articulo como un intento de arrojar luz sobre la discusión que ha asaltado a todas nuestras organizaciones, espacios de lucha y redes de comunicación de las que se sirve la izquierda radical y el movimiento libertario. El debate sobre la cooptación es recurrente pues responde a una realidad contemporánea e histórica, ahora bien, la forma desde la que lo afrontamos no siempre es la más acertada, ni para combatir estos procesos, ni para proponer alternativas.
Para conseguir esto necesitamos, en primer lugar, una definición de cooptación que nos permita ver a que nos referimos con la mayor exactitud posible. Una vez entendido esto, se trata de lograr diferenciar entre la pelea por la hegemonía y la cooptación, y para esto debemos entender que son las ideas y las estrategias las que se hegemonizan y no las organizaciones. Esto es clave para diferenciar entre la participación organizada y la voluntad de cooptación, y plantear como se combaten estos procesos. Por último, trataremos de mostrar la relación que existe entre estas prácticas de cooptación y las construcciones estratégicas que guían su acción.
Este no es un debate en el que nos posicionemos porque lo exige la actualidad de la polémica condicionada por los algoritmos de las redes sociales. Es un debate esencial porque de él depende la supervivencia y la utilidad, tanto de los espacios de lucha construidos por la clase trabajadora como de nuestras propias organizaciones.
¿Qué es la cooptación?
Normalmente usamos este término para señalar practicas poco democráticas y honestas que pretenden instrumentalizar espacios poniéndolos al servicio de agentes políticos concretos, instaurando el pensamiento único y desarmándolos como entornos de encuentro, de suma de fuerzas, de debates y consensos que otorgan una fuerza real a los combates que libra la clase de los desposeídos.
Lo hemos visto mil veces, organizaciones que desvían mucha fuerza militante, o se apoderan de espacios estratégicos dentro de los movimientos, para hacerse con espacios combativos. Muchas son las artimañas que hemos detectado en nuestra trayectoria militante; acumular militantes para sacar adelante votaciones, dificultar el fluir de las asambleas hasta derrotar a los adversarios u agentes inasimilables por cansancio, difundir rumores, funcionar como auténticos burócratas tomando las secciones destinadas a la comunicación, a la fijación de los consensos, y usurpar la representación…
Esto no puede confundirse jamás con que determinada organización o colectivo se vuelque en una lucha o en un espacio. Ojalá aquellos grupos que quieren ser Vanguardia actuasen siempre así, dejándose la piel en las luchas y empujando hombro con hombro con el resto de colectivos y obreras. No hablamos de esto, hablamos de la asimilación de luchas, y por el camino a tal fagocitación, de su desarticulación como un espacio de clase para convertirlo en un espacio privado.
Hegemonía no es cooptación
Este punto es clave para entender la discusión. Es quizás el más problemático y lo es en dos direcciones. En primera instancia, la creencia de algunos grupos, es que lograr la hegemonía es apoderarse de los espacios y ponerlos a su servicio, relegando al destierro a cualquier disidente, y convirtiéndolos en marionetas. En segundo lugar, y de forma reactiva, muchas compañeras del movimiento libertario, llegan a considerar que la asunción por los espacios de lucha de las ideas propuestas por organizaciones responde a una cooptación y manipulación de los mismos, convirtiendo en ilícito la defensa y la lucha de unas ideas, de una línea estratégica.
El proceso de lograr hegemonía es la capacidad de popularizar tus propuestas, de que los espacios de lucha, de que la clase trabajadora, los desposeídos, las hagan suyas. Esta tarea solo es posible si las organizaciones construyen planteamientos enraizados y mano a mano con los espacios de autoorganización de clase. Es un debate, una construcción dialógica de sentido común y de la estrategia, es democracia obrera en su sentido más radical.
No es solo que este objetivo y su práctica sea licito, es que es indisociable de la participación política. Sea esta individual o colectiva, organizada o espontanea. Cada una de nosotras, nos comprendamos como lo hagamos y nos organizamos como creamos, nos incluimos en un espacio de lucha amplio, llevamos nuestras propuestas y nuestras ideas. El resultado óptimo es lograr la construcción de un consenso que haga de ese espacio un agente más fuerte, más combativo y más organizado. Es una lucha, en el buen sentido, por la defensa de una idea y una línea estratégica. se hegemonizan las ideas, no las organizaciones.
Participar de forma organizada no es cooptar
Gran parte del movimiento libertario ha asumido como una verdad indiscutible que es la participación no organizada, es decir, como individualidad, la que confiere a los espacios un verdadero carácter democrático. Además, se ha popularizado entre los anarquistas, que exigir la participación como individuos es la mejor manera de prevenir y combatir los procesos de cooptación. Pues bien, ni la primera es cierta, ni la segunda funciona.
Los anarquistas siempre han defendido la legitimidad de construir y servirse de diferentes formas organizativas y la intervención en los movimientos de masas. Da igual que piensen en la corriente sindicalista o insurreccional, en el anarquismo educativo y cultural o en el especifismo, allí donde la practica libertaria trasciende la idea de que el anarquismo es tan solo una forma de vida, y entiende que, si bien todo es político, no todo es política, los anarquistas se organizan e intervienen.
Podemos fingir que hay una desconexión total entre nuestras asambleas, nuestros grupos de afinidad y nuestros ateneos y la intervención en espacios más amplios como coordinadoras, plataformas de lucha o demás formas que adopte la lucha social. La realidad es que intervenimos, y lo hacemos con líneas que hemos trabajado en nuestros espacios. Lo ético, lo justo para el resto y también lo más practico seria aceptarlo y asumirlo como coherente con los principios libertarios y en el mismo sentido, entender y favorecer que el resto de corrientes políticas pueda hacerlo.
Obcecarnos con que en los espacios se debe actuar como individualidades no solo no es más democrático y es una necedad, sino que además no sirve para combatir aquellos grupos convencidos de usurpar las luchas. No sirve porque mienten, porque generan asociaciones pantalla y porque si no pueden hacerse con un espacio trataran de sabotearlo.
Frente a esta estrategia de atomizar la política directa lo que debemos adoptar y exigir es la sinceridad y el compromiso. Es la forma de señalar prácticas nocivas y de poder criticar la actuación de grupos enteros. A su vez, no se trata de excluirlos de estos procesos, se trata de que puedan trabajar en ellos siempre que lo hagan con el objetivo de aportar y fortalecer los espacios, y si ganan discusiones, si consiguen sacar adelante propuestas, que sea porque se lo han currado, han convencido y han propuesto algo que es razonable para la mayoría. No podemos engañarnos, en parte del movimiento libertario, esta exclusión ha servido también para evitar el debate y el trabajo ideológico y estratégico.
¿Por qué algunas organizaciones siempre intentan apoderarse de todo?
Simplemente porque sus planteamientos estratégicos comprenden que es parte de la estrategia más acertada. No es que sean una gente malísima, autoritaria, obsesionada con el control y el poder. Piensa, y lo sabemos porque lo hacen público en sus propuestas y porque les vemos actuar, que la revolución para por ser de los suyos o dejar de ser.
Confundir el soviet con el partido, confundir los espacios de frente único con el partido, confundir el socialismo con el partido, confundir la clase obrera con el partido, confundir la revolución con el partido, confundir al partido con Dios, implica necesariamente pensar que la estrategia requiere la cooptación de los espacios para que sirvan a la línea producida por el partido. La línea no es discutible, la linea no es negociable, no hay posibilidad de crecimiento autónomo de las luchas, de transformación o de acuerdos, o del partido y por tanto revolucionario, o contra el partido y por tanto contrarevolucionario.
En el caso de reformismo la cosa es aún más cutre. Se contentan con que la instrumentalización desarme cualquier crítica que pueda surgir desde los espacios populares contra su gestión y su colaboración con el capital y sus élites.
Nuestra propuesta
No se trata aquí de generar una dicotomía entre el qué hacer y el cómo hacer. Esto supone reducir al anarquismo a una cuestión formal y estética. Se trata de entender que el qué y el cómo están supeditados a una estrategia. Desde nuestra perspectiva, desde nuestro planteamiento estratégico, se trata de fortalecer los movimientos de masas, los espacios de confluencia entre tendencias y corrientes y, en definitiva, de construir el poder popular que necesita la clase obrera para poder enfrentar y vencer las fuerzas del capital.
Desde luego esa acumulación de fuerza, y por fuerza entendemos capacidad estratégica, visión sistémica y auto organización de clase, es contradictoria con la instrumentalización y cooptación de los espacios. Pues estos quedan desarmados, desarticulados, desconectados de la posibilidad de crear, proponer y crecer por sí mismos, supeditados al férreo criterio de unos pocos no se construye la articulación real entre los revolucionarios y el total de la clase.
Tampoco se trata de limitar la participación del resto de corrientes políticas, de intentar salvaguardar una pretendida pureza que no existe. De quedarnos solas, y así poder definirnos como libertarias, inmaculadas y otra vez desconectadas.
Se trata de participar por la construcción y el desarrollo del poder popular. Crear espacios amplios, de confluencia, de acuerdos. Que sean integradores sin que pierdan su capacidad combativa. Han tratado de construir una caricatura en la que se sostiene dos verdades a medias, es decir, dos mentiras. Ni la histórica CNT revolucionaria cooptaba la lucha obrera, ni el movimiento libertario es un guiñapo inoperante y desconectado de la realidad. La CNT consiguió hegemonizar los valores revolucionarios, y con sus aciertos y fallos, amplió el poder popular hasta convertirlo en una amenaza real para los capitalistas. A su vez, el movimiento libertario contemporáneo es muy amplio y heterogéneo. Se le puede acusar de haberse centrado en cuestiones accesorias, de haber perdido capacidad de enfoque y de pegada y seguramente de muchas otras cosas. Pero la critica no tiene por intención la mejora de las condiciones de capacidad ofensiva para la clase trabajadora, solo pretende eliminar cualquier posible crítico.
Miguel Brea, militante de Liza.