Del sindicalismo revolucionario como tendencia unitaria del movimiento obrero.

Por Miguel G.
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La aparición del anarcosindicalismo en el estado español se remonta a 1902. En este año tuvo lugar una huelga general lanzada según los métodos del anarquismo revolucionario del siglo XIX. La huelga constituyó un fracaso y esto hizo que la militancia anarquista buscase otros referentes. Al mismo tiempo, el proletariado catalán comenzó a asumir que para que sus reivindicaciones tuviesen éxito tendría que organizarse a gran escala y agrupar a un número mayor de trabajadores. Por entonces predominaban las sociedades de oficios y como máximo estas se agrupaban en federaciones de ramo, sin articularse más allá.

La evolución de la militancia anarquista hacia el anarcosindicalismo, por tanto, se puede leer como un intento de adaptar el anarquismo a un nuevo contexto de la lucha de clases. Al conectar con el sindicalismo francés, importaron su paradigma de sindicalismo revolucionario. En Francia la CGT se orientó en ese sentido al conjuntar dos organismos preexistentes, los sindicatos y las bolsas de trabajo. En los segundos se agrupaba el proletariado para autoformarse. Esta formación no sólo era técnica sino también política. Por lo tanto, se convirtieron en un factor de radicalización de la clase trabajadora y el lugar de actuación de ciertos militantes anarquistas como Pelloutier, que fue escogido secretario general de la Federación Nacional de las Bolsas de Trabajo.

El sindicalismo revolucionario planteaba un proceso por el cual, una clase obrera unificada bajo una central sindical podría tomar todas las funciones que por entonces realizaba el estado. El sindicalismo ya no era una simple herramienta para conseguir mejores salarios y condiciones laborales, sino que podría servir para sustituir el mismo estado. Por eso la militancia anarquista lo vio como una estrategia válida.

En España, el nuevo sindicalismo francés se adoptó muy fácilmente ya que entroncaba con el anterior obrerismo de la sección española de la Primera Internacional. En España predominó el sector bakunista, y con ello entre la militancia se tenía una gran confianza en la acción revolucionaria de masas y en las organizaciones autónomas de la clase trabajadora: mutualidades, sociedades, cooperativas y sindicatos. En tanto que revolucionarios, entendían la necesidad de tener grandes organizaciones de solidaridad y federaciones articuladas por oficio y por territorio. Por último, las sociedades de resistencia tenían una doble función: primero como lucha contra el capital y luego como constructoras de la nueva sociedad.[1]

Además, como desde mediados del siglo XIX el movimiento obrero estaba fuertemente influenciado por el republicanismo federal, la organización federal y confederal que proponían los anarquistas fue tomada de forma natural. De hecho, el propio anarquismo podría entenderse como heredero de aquel federalismo. Aquella clase obrera tomaba con gran recelo cualquier impulso centralista, que tendiese a la hegemonía de alguna fuerza política o ideológica.

Durante los primeros años del siglo, los anarquistas ingresaron en las sociedades obreras de forma masiva. Y posteriormente, en 1907, con la fundación de Solidaridad Obrera y con la celebración del Congreso Internacional Anarquista de Ámsterdam, esta tendencia hacia la participación en los sindicatos fue casi absoluta. No es que la militancia anarquista fuese muy numerosa, pero sí fue lo bastante decisiva como para imponerse en el seno del movimiento obrero durante años. Fueron la clave para pasar del societarismo al sindicalismo. A nivel político, entendían que los sindicatos debían ser plurales y lugares en los que tuvieran cabida todos los trabajadores, independientemente de sus posicionamientos filosóficos, manteniendo el sindicato al margen de las disputas ideológicas y políticas:

En consecuencia, en lo que se refiere a los individuos, el Congreso afirma la completa libertad para que el sindicalista participe, fuera de la agrupación corporativa, en las formas de lucha que correspondan a su concepción filosófica o política, limitándose a pedirle, en reciprocidad, no introducir en el sindicato las opiniones que profesa fuera.

En cuanto a las organizaciones, el Congreso decide que para que el sindicalismo alcance su máximo efecto, la acción económica debe ejercerse directamente contra los patrones, no debiendo las organizaciones confederadas, como grupos sindicales, preocuparse por partidos y sectas que, fuera y al lado, pueden perseguir libremente la transformación social. [Fragmento final de la Carta de Amiens, 1906]

Lo cierto es que, al quedar anulada la vía política, se abrió el camino al predominio anarquista en los sindicatos. No se puede decir que cooptasen el movimiento obrero, dado que el anarquismo llevaba vinculado al movimiento obrero desde sus inicios y había sido una de las corrientes impulsoras y articuladoras del obrerismo español. Por lo tanto, gozaba de buena aceptación popular. Y no se puede decir que nadie se sintiese cooptado, puesto que el interés general era construir una organización sindical unitaria, y no un sindicato basado en una ideología o en determinadas posiciones políticas, como ocurrió décadas más tarde.

Debemos valorar también el propio contexto de lucha de clases que se vivió en la primera década del siglo XX. Las reivindicaciones obreras siempre chocaron con la imposibilidad y la cerrazón de los patronos a implementar mejoras sustanciales en las condiciones de trabajo y de vida. Por lo tanto, los métodos combativos del anarquismo estaban muy bien valorados y sus militantes fueron alcanzando puestos en las juntas y comités sindicales casi por aclamación popular. En este sentido los anarquistas defendían estas reivindicaciones materiales inmediatas, pero entendían que el sindicato para que no cayera en el reformismo tendría que tener una intencionalidad revolucionaria; en su caso la Anarquía.

A pesar de todo en aquella Solidaridad Obrera y CNT de los primeros tiempos, estuvo predominando una corriente “sindicalista pura” que se centraba en la consecución de mejoras inmediatas. Esta corriente convivía con las corrientes que conformaban los anarquistas, por un lado, y los anarcosindicalistas por el otro. Los primeros tuvieron influencia en los sindicatos, ya que siempre estuvieron militando en ellos. Sin embargo, los segundos tomarían poco a poco la dirección de la organización tras la huelga general de 1909, la llamada Semana Trágica o La Gloriosa, para los obreros. Esa huelga radicalizó a la clase obrera. Además, la represión estatal contra el movimiento obrero se centró en sus dirigentes, partidarios del sindicalismo puro, que eventualmente fueron sustituidos por militantes anarcosindicalistas.

Tras la Semana Trágica se imponía la necesidad de que la clase obrera catalana tuviese una organización que agrupase a la mayor cantidad posible de obreros. Para ello no se le podían exigir a los recién llegados que tuvieran unos posicionamientos ideológicos concretos. Eso sí, se les exigía que se centrasen en combatir el capital desde la organización y que ésta quedase al margen de las aventuras políticas. Lo que caracteriza al anarquismo de la época es su vocación unitaria, muy en línea con la táctica del sindicalismo revolucionario francés. Su obsesión siempre fue lograr una organización obrera que agrupase toda la clase trabajadora, mientras que otras corrientes recurrían al fraccionalismo para conseguir un núcleo de apoyo en el medio obrero.

Por este motivo tanto los republicanos – y en ese momento había mucha gente que se reivindicaba como tal – como los socialistas quedaron bloqueados en la CNT. Y el contexto de la lucha de clases hizo el resto. Se veía la lucha política como insuficiente para mejorar las condiciones materiales de la clase. Por lo tanto, fue la lucha económica la determinante y la que fue escogida por la clase obrera como apuesta propia del proletariado, tal como se dio a partir del Congreso de Sants de 1918.

Y no es que los socialistas fuesen mal vistos en Catalunya. Muchos de sus militantes tenían muy buena reputación. En Catalunya solían apoyar o impulsar las huelgas, a diferencia de los socialistas de otros lugares. Lo que les hacía perder terreno frente a los anarquistas era su excesivo legalismo. Su interés por seguir a pies juntillas los estatutos y reglamentos de la sociedad obrera contrastaba con el espontaneísmo de los sectores anarcocomunistas. En esto compartían sus formas de hacer con ciertos anarcocolectivistas, como Llunas, y era la crítica que se le hizo anteriormente a la FTRE de la década de 1880.

Al regirse por los mismos criterios burocráticos que los anteriores, tanto la UGT como los socialistas se quedaban alejados de una clase trabajadora que vivía bajo un régimen de violencia y coacciones constantes por parte de la clase capitalista. Por eso las huelgas impulsadas por anarquistas tenían más probabilidades de ganarse, dado su rechazo al legalismo.

Volvamos a incidir que el anarcosindicalismo de la década de 1910 defendió la unidad por encima de las diferentes tácticas que pudieran tener las sociedades obreras entre sí. Las había legalistas, y las había que promovían la acción directa como motor de los avances. Lo que importaba era tener una organización de masas que pudiese desafiar el capitalismo.

Y esto no quita para que no hubiese también casos de coacciones contra aquellos obreros y sociedades obreras que no querían la unidad. Era fruto también del contexto de la lucha de clases. Cuando hay huelga aquellos obreros que la proponen y se arriesgan amenazan a los esquiroles o posibles esquiroles. El poder obrero también se manifiesta disciplinando la propia clase. Y esto no hacía falta que lo impusieran los anarquistas a punta de pistola.

Al fin y al cabo, la guardia civil y el somatén solían disparar en la mayoría de manifestaciones, los capataces eran famosos por aplicar malos tratos a los obreros y obreras y los montajes para incriminar sindicalistas estaban a la orden del día. Las pistolas existían en todo aquel período que va de 1890 a 1940. Pero eran generales a todo el movimiento obrero y se daban sobre todo en el contexto de la lucha económica, antes que en la lucha política.

Los nuevos tiempos ¿Y ahora qué?

Desde la pacificación del movimiento obrero, ocurrida en Occidente en los años 1990s, el capitalismo pudo respirar como nunca antes lo había hecho. En aquellos años, con el mundo laboral en retroceso se perdió la centralidad el Trabajo. Por ello otros sujetos sociales tomaron relevancia como nunca antes. Podían ser también reflejos de la lucha de clases, cierto, pero sobre todo eran reflejo de la lucha contra la dominación.

El capitalismo se dedicó a la acumulación de capital, y logró beneficios récord gracias a basarse en la especulación con los bienes y servicios de primera necesidad. En este sentido apareció el tema de la vivienda a partir de la crisis del 2008. La vivienda entendida como unos bienes para invertir, claro está. En este contexto de continuos retrocesos la clase trabajadora poco menos que tiene que luchar por su propia supervivencia, ante la apisonadora neoliberal.

A las clases populares nos une nuestra condición de desposeídas. Eso se concreta, en nuestro día a día actual, en unas condiciones de vida que nos definen y determinan: trabajos degradantes, inestables e intermitentes, o la amenaza constante de perder un empleo estable como chantaje para asumir rebajas constantes de las condiciones laborales. Esta debilidad en el mundo del trabajo, o la exclusión directa de este, se combina en una pinza brutal con una serie de malestares, incertidumbres y violencias vinculadas a los problemas con la vivienda: que nos suban el alquiler, que nos destrocen la escalera del bloque de pisos para obligarnos a irnos, que nos corten la luz o el agua, sufrir la tortura de un desahucio o tener que vivir entre las humedades y el frío de ventanas que no cierran bien. Huelga decir que por ser grupos ya de por sí precarizados, las mujeres y la población migrante somos las que con más fuerza lo sufrimos.[2]

Dada esta situación apareció el movimiento de la vivienda, como intento de frenar este proceso. Debido a la lucha se aprobaron algunas leyes favorables a la gente, sin embargo, el avance del capitalismo más salvaje ha proseguido. El movimiento de la vivienda surgió muy atomizado, con las PAH no constituyendo más que una red o coordinación de agrupaciones autónomas. Con el tiempo surgieron otros sujetos como los sindicatos de barrio, los de inquilinas o los de vivienda. El panorama se complejizó.

Una de las intenciones del Primer Congreso de Vivienda de Catalunya, celebrado el 2019, era aunar todo este maremágnum de entidades y colectivos y convertirlo en un movimiento plural pero unificado. Para ello se respetarían las tácticas de cada cual siempre que fuese autónomo de los partidos parlamentarios. La inspiración era el Congreso Obrero de Sants de 1918, que había celebrado los 100 años poco tiempo antes.

La falta de herramientas comunes y de coordinación efectiva supone un problema, nos dificulta estar a la altura de la situación colectivamente y darle impulso a nuestra lucha. De acuerdo con las apuestas estratégicas que se han propuesto en el marco del congreso, necesitamos dotarnos de una serie de herramientas para hacerlas posibles y superar la situación actual.

Los colectivos que no forman parte de la PAH ni del Sindicat de Llogateres se coordinan informalmente, es decir, con el riesgo de acabar generando roles de poder no solo entre colectivos, sino también dentro de los mismos grupos. Estos roles nos alejan de la horizontalidad asamblearia, nos restan energía y dificultan la implicación. Es una imperiosa necesidad que nos organicemos de una manera más formal.[3]

Esta propuesta no acabó de cuajar, y el movimiento de la vivienda ha seguido generalmente atomizado. Hay corrientes que se plantean tener su propio movimiento de vivienda, vinculado a sus posiciones y estrategias políticas particulares. Ahora se plantea un segundo Congreso, que veremos qué efecto tendrá. Además, cabe indicar que el Congreso solamente se realizó en el territorio de Catalunya, mientras que el resto del estado apenas se ha movido en esta dirección de articularse de forma potente. ¿Dónde quedó lo aprendido de Sants[4]?

De todas formas, volviendo a lo dicho anteriormente, la principal contradicción del capitalismo es la que hay entre el Capital y el Trabajo: la producción. El capitalismo no puede existir sin la plusvalía que nos quita en cada salario. Sin esa plusvalía no es rentable el capitalismo. Estar luchando por que no nos echen del piso implica que el tema laboral está muy jodido y todo han sido retrocesos.

La vivienda se entiende como una mercancía que se compra y que se vende o que se alquila. Por lo tanto, en nuestro mundo poder acceder a la vivienda dependerá de un poder adquisitivo y eso implica, para la clase trabajadora, tener un salario digno. Por lo tanto, deberíamos considerar la lucha salarial como un frente prioritario, si es que queremos derrotar al capitalismo. La lucha laboral y la de la vivienda se pueden retroalimentar ya que son dos aspectos de la lucha de clases, tal como lo entendían las gentes de antes. Pero lo que es central, es poder mejorar nuestro nivel adquisitivo como clase para tener acceso a una vivienda digna. Y eso pasa por controlar el mercado de trabajo. Y esto deberá ser la principal función de los sindicatos laborales de nuestro tiempo.

Por último, ¿Qué decía el Congreso de Sants sobre los sindicatos únicos?

Las luchas que forzosamente hemos de sostener contra la burguesía, organizada en ramos e industrias, y en algunas partes en Sindicatos Únicos de toda la producción, son las cuestiones que fundamentalmente nos han obligado a adoptar el que nuestra organización sea a base de ramos e industrias similares, anexas y derivadas. Así, pues, es preciso convenir que el Congreso regional al tomar tan trascendental acuerdo no lo hizo por el simple prurito de cambiar las cosas, sino más bien por una necesidad del tiempo en que vivimos. El Sindicato Único significa, pues, el agrupamiento de todas las fuerzas, inteligencias y voluntades de los trabajadores, no ya de un oficio o de una profesión determinada, sino de todos los componentes de un ramo o industria, y sus
similares. Por el Sindicato Único se podrá luchar ventajosamente contra las patronales, ya que cuando una sección del mismo se vea obligado a recurrir a la huelga, podrá aquélla contar con el pronto y eficaz apoyo de todas las secciones hermanas.

Además creemos que esta forma de organización es futurista, puesto que por su simplicidad permitirá, llegado el caso, poder realizar estadísticas completas de la producción total y también realizar el reparto de esa misma producción. Se comprende, pues, que los Sindicatos Únicos son la más fiel expresión del orden constructivo, ofensivo y defensivo que los productores perseguimos.[5]


[1] Todo esto se puede leer con mayor profundidad en Antonio Bar, La CNT en los años rojos. Akal, 1981

[2] De la Primera Ponencia del Primer Congrés de l’Habitatge de Catalunya, 2019

[3] De la cuarta ponencia del Primer Congrés de l’Habitatge de Catalunya, 2019

[4] Es probable que sin pretenderlo el movimiento de la vivienda sí que haya seguido el Congreso de Sants en la cuestión de las estructuras populares y las escuelas populares. Digo que “sin pretenderlo” porque, en realidad sus impulsores en 2016-18 tenían otros referentes históricos bastante alejados del movimiento obrero catalán de 1918, tales como los Panteras Negras o Eduardo Freire.

[5] Ver Los Sindicatos Únicos, de las actas del Congreso de Sants, 1918:
https://alasbarricadas.org/noticias/node/53997

Miguel G. Gómez (@BlackSpartak)

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