En la segunda sesión del Grupo de Estudio de Pensamiento y Estrategia Anarquista de Madrid que venimos realizando mensualmente desde finales del año pasado, nos dedicamos a profundizar en las cuestiones acerca de las vías reformadoras abordadas en el texto sugerido de Errico Malatesta. Se plantearon algunas discusiones que trataban de dar respuesta a cómo es la intervención de las organizaciones anarquistas en la realidad social, evitando caer en dinámicas reformistas ni quedándonos en un gueto ideológico, destacando la práctica de nuestras herramientas como un medio para conseguir un fin revolucionario. Por otro lado, no solo nos preocupa bajo qué premisas políticas se dan estas intervenciones en los diversos movimientos de masa, sino desde qué ética actuamos sobre esas realidades sociales, ya que nos resulta vital que haya una coherencia entre nuestros fines y nuestros medios.
Como se ha ido apuntando, creemos que está habiendo cambios y renovaciones en el ciclo político anterior de la década pasada en el contexto español, y saber dónde estamos ubicadas las anarquistas para plantear unas sólidas bases de formación y estratégicas creemos que es la vía en la que debemos centrar nuestras acciones en la actualidad. Sin una formación política, ni un planteamiento de por qué tomamos determinadas decisiones, no se puede actuar de manera conveniente y coherente sobre la realidad social, requisito ineludible para un proceso revolucionario.
¿Cómo podemos intervenir en los movimientos de masas y con qué objetivos?
En primer lugar, y como ya se ha señalado anteriormente, la actuación anarquista debe mantener una coherencia entre principios, medios y fines, la cual debe extenderse al total de sus prácticas militantes; evitar prácticas sectarias, dogmáticas, represivas, puramente reformistas, opresivas, punitivas o autoritarias. Eso no se impide optando por no crear organizaciones anarquistas estables y visibles, sino dotándonos de unas prácticas internas adecuadas y dirigidas hacia el objetivo de libertad, justicia y autoorganización social al que aspiramos. Si no queremos una emancipación parcial o solo para algunas pocas personas, debemos construir nuevas relaciones sociales desde nuestras organizaciones y en la manera que intervenimos en esa realidad social. Esta tarea asegurará que la personalidad colectiva revolucionaria que se esté fraguando desde nuestras prácticas políticas, pueda tener una mejor posición y potencial para construir las bases de una sociedad que supere al capitalismo. Además, este horizonte debe ir a la par con unos objetivos de ofensiva y clara lucha abierta contra el capitalismo y las opresiones que se imbrican consolidando ese sistema.
Esta debería ser una responsabilidad compartida por todas las anarquistas: actuar coherentemente como movimiento organizado, no como individualidad o con unos intereses parciales. La unidad teórico-práctica se consolida a través de una herramienta de crítica y autocrítica asumida por todas las integrantes, compromiso que se extiende a la práctica cotidiana de los propios militantes. El hecho de ser anarquistas no nos convierte de facto en seres moralmente superiores; es la propia práctica militante en base a los principios que queremos alcanzar, la que va moldeando, mejorando y acercándonos a una ética cotidiana alejada de los valores del capitalismo y otras opresiones.
El objetivo político debería ser fortalecer y ampliar los procesos de lucha revolucionaria. Para ello, los principios éticos pretenden combatir las derivas destructivas y contrarias a este fin. No practicamos el entrismo ni nos escondemos y, aunque esto nos pueda cerrar algunos espacios o condicionar nuestra práctica militante, es la actitud que asegura nuestro proceder ético. Aquellos espacios de movimientos de masas o tendencia en que participemos estarán atravesados por no querer cooptarlos, sino participar de ellos en un porcentaje de representación igual a otros actores y sujetos políticos y sociales. La única manera de asentar una hegemonía ideológica, que no partidista, es estando presentes en igualdad de condiciones a otras corrientes políticas, presentando nuestras propuestas buscando esa hegemonía con honestidad, persiguiendo un avance hacia un proceso revolucionario, no a la victoria de un grupo reducido de “iluminados”.
¿Cómo combatimos las ideas reaccionarias en movimientos de base?
Una de las cuestiones que debemos tener en cuenta en el momento de plantear una intervención sobre la realidad social como anarquistas es que los contextos políticos y culturales de las clases oprimidas no son en absoluto el punto de partida deseado. No es ningún secreto que los colectivos sociales no son ajenos a ideas reaccionarias en su seno ni actitudes de opresión o discriminaciones. Sin embargo, antes de barrerlas debajo de la alfombra, entendemos que visibilizar y problematizarlas en movimientos de base es la única manera de combatir toda forma de opresión y explotación. Atacando y abordando las problemáticas transversales que atraviesan todas nuestras relaciones sociales, es la única manera para llevar a cabo la transformación individual y colectiva necesaria en aras a alcanzar una organización socialista anarquista.
En ningún momento se trata de permitir condescendientemente una actitud discriminatoria en nuestros espacios, sino de trabajarlas en la medida de lo posible sin punitivismo, con el aprendizaje como objetivo en la conformación de una práctica social cotidiana libre de esas actitudes. Debemos problematizar continuamente nuestras prácticas y relaciones sociales, para detectar y detener cualquier tipo de relación de dominación, abuso o maltrato, prestando especial atención al resto de discriminaciones, pero sin convertirnos en policías de la moral.
Nuestra responsabilidad es comprender que nuestros actos y comportamientos están determinados por dicha concepción mencionada, ni olvidar que la solución no pasa por ser simplemente educacional, sino que se trata de condiciones estructurales. Esto debe materializarse también de manera individual en nuestras organizaciones, debe ser demostrado con hechos, integrada en nuestra realidad cotidiana y enmarcada en un proceso de transformación total de la sociedad. Las intenciones o los meros cambios individuales no constituyen ninguna revolución; no obstante, al mismo tiempo consideramos la necesidad de cambios individuales, aunque no constituyan per se una transformación integral, para la cual se necesitarían otras vías.
En esto entendemos que reside una correcta intervención sobre los movimientos de masas, en comprender las cuestiones mencionadas y aplicando las herramientas correspondientes para forzar que esos espacios desarrollen un contexto y unas prácticas culturales que arrinconen las discriminaciones e ideas reaccionarias.
¿Qué tipo de organización de masas queremos construir?
Es frecuente que desde el anarquismo se tema a la organización de entidades sociales y políticas estables, puesto que son precisamente sus dinámicas y modelos organizativos particulares los que tienden a obstaculizar una democracia interna y consenso suficientes. Para responder a esta coyuntura, muchas ocasiones nos inclinamos a crear espacios autónomos temporales e informales, lo cual se muestra eficaz con objetivos tácticos parciales, pero se muestran necesitados de una organización capaz de intervenir en los movimientos de masas de manera sostenida en el tiempo.
Un ejemplo de prácticas con un fin táctico puede ser el tejer una organización independiente y/o fomentar la autogestión en distintos espacios como herramientas para fraguar fuerza social, desde la no injerencia de instituciones estatales. Dicha intervención debería ser también asamblearia y proyectando la lucha de clases desde nuestra perspectiva, pero con una intención siempre superadora de lo minoritario. En estos espacios, los objetivos son diversos: tanto tratar de convencer de nuestras posturas ideológicas y extraer potenciales militantes revolucionarios como el trabajo de base, desde núcleos pequeños anarquistas que tengan su propia formación, o una actuación sindical amplia.
Mientras que puede resultar complejo y difícil pensar en la macroestructura de movimientos de masa y la intervención en ellos, es el único horizonte posible si buscamos lograr una transformación radical de la sociedad para todos los individuos y la comunidad social en su conjunto. Sin embargo, se hace complejo determinar qué clase de organización debemos construir para la intervención en los movimientos de masas como anarquistas, debido a que la respuesta seguramente la encontremos en el propio camino, al aplicar la línea estratégica de la que nos dotemos y que estamos construyendo.
Por otro lado, también hubo otras cuestiones que se enunciaron y que por razones de tiempo se quedaron sin responder, pero que las planteamos porque posiblemente en un futuro también sería interesante de abordarlas: ¿Qué efectos tiene la intervención de las anarquistas en la sociedad? Ya existen organizaciones haciéndolo, ¿hay algo distinto que hacer? ¿Está funcionando realmente? ¿Aspiramos a crear una Federación o nos conformamos con la simple coordinación? ¿Nos dan miedo realmente las masas? No obstante, en otros artículos de nuestro medio de comunicación como La trampa de la horizontalidad, o Anarquismo y Vanguardia, se ha intentado profundizar en alguna de estas cuestiones.
¿De qué manera intervenimos las anarquistas acorde a nuestros principios sin convertirnos en un grupo sectario y combatiendo el neorreformismo?
La sociedad es un sujeto en constante cambio, por lo que no debemos esperar una transformación radical en términos de unos esquemas ideales; no obstante, esto no implica que debamos dejar en manos de la espontaneidad la organización de una nueva sociedad libre. Debemos ser humildemente conscientes de que es imposible crear la organización única y hegemónica de las oprimidas, ya que las diversidades sociales, culturales y geográficas son muy amplias.
Con todo esto, resulta importante aprender a defender «La Idea» sin pensar que eso supone autoritarismo. Se puede estar abiertas a la crítica y reformular análisis o estrategias, pero si creemos en la herramienta que nos proporcionan los principios del anarquismo, deberíamos defenderlos como los correctos éticamente para la situación dada, teniendo en cuenta nuestro objetivo revolucionario. Si creemos en algo, ¿por qué no habríamos de defender nuestras posiciones, no solamente frente a los opresores, sino en la propia lucha política frente a otras estrategias y vías de emancipación? Claro, que siendo ponderados y sin entrar en enfrentamientos fraticidas y deshonestos contrarios a nuestro código ético militante.
En un futuro en un proceso revolucionario, e incluso antes, tendremos que encontrarnos con otras tendencias, y llegar a acuerdos prácticos y tácticos, defendiendo aquello que consideramos que debiera estar presente con coherencia en la sociedad libre que queremos construir. Evidentemente, esto no evita que debamos criticar las estrategias de otras tendencias si consideramos que son contraproducentes o incluso contradictorias. Sin embargo, debemos asumir que muchos de los espacios clave para nuestra lucha estarán conformados por otras corrientes y tendencias. Por otro lado, respecto a nuestra responsabilidad contra la cooptación y las derivas neorreformistas, debemos estar organizadas en los espacios sociales y combatir esas derivas desde nuestros argumentos y prácticas, señalando sujetos que traten de utilizar espacios partidariamente con fines parlamentarios.
En esta línea, se hace necesaria la implementación de mecanismos de crítica y autocrítica; con la ayuda de estas herramientas se han combatido las propuestas individualistas y personalistas, los protagonismos y autoritarismos, así como los proyectos que solo aseguran el progreso y el bienestar de unos pocos. Se trata de un combate constante contra la cultura promovida por las dinámicas del capitalismo, por lo que intervenir en la sociedad también supone asumir actitudes contradictorias, aunque provocadas por el propio sistema sobre los sujetos que lo integran.
Pese a esto, el propósito acorde a una organización anarquista es también fortalecer el movimiento libertario, ampliarlo, hacerlo atractivo y favorecer su organización y coordinación. Tenemos que construir espacios de confluencia, apoyando y difundiendo las luchas de otros colectivos libertarios: Make anarchism great again!
Mientras que se ha expresado que el anarquismo debe erigirse como ideología hegemónica o de vanguardia, entendiendo esta como una mayor conciencia de clase y cuadros militantes que actúen sobre el conflicto de clases, en el debate mantenido, también se mostró otra postura, una que convenía en que no debía ser una ideología de vanguardia, pero sí hegemónica de retaguardia. Sin embargo, se puede observar una problemática respecto a esta posición: siempre será autodefensa y no ofensiva, no romperá el cerco capitalista, como ha sucedido en geografías como el sureste mexicano y el EZLN. Con todo esto, sí se ve necesaria una hegemonía revolucionaria, aunque no anarquista exclusivamente y sin tener que ser homogénea en cuanto a composición, comprendiendo que la vanguardia es una iniciativa de intervención sobre la realidad social.
¿Cómo podemos convertir las luchas sociales en mejoras concretas para una lucha de intención revolucionaria?
La cuestión del neorreformismo indica que, por experiencia histórica, no habría que renunciar a mejoras para nuestra clase oprimida, siempre y cuando no implique perder de vista la emancipación a largo plazo de la sociedad. La aproximación a la misma debería pasar a través de las luchas por esas mejoras, tensionando los conflictos en una clave revolucionaria y no simplemente reformista. Confiar en la mera esperanza de la eficacia de las reformas para una emancipación total, diluye el potencial de acción contra la dominación y niega el advenimiento revolucionario o lo obstaculiza.
Sin embargo, las conquistas parciales, que no concesiones, pueden favorecer el progreso hacia ese fin revolucionario en la práctica de una lucha de clases según la estrategia y espíritu con que se reclame o conquiste. Las clases privilegiadas siempre tratarán de ceder algunas reformas a cambio de no escalar una tensión difícilmente controlable para sus intereses de clase dominante. Se encargarán a través de distintos actores oficiales y extraoficiales, infiltraciones burocráticas y cooptaciones, campañas mediáticas y generación de divisiones y desalientos, detener o desviar las pretensiones de emancipación revolucionaria. Desde las organizaciones anarquistas no siempre se puede adoptar una postura maximalista, aunque sí deben estar presentes en las tácticas y herramientas que ponemos en juego un horizonte revolucionario que supere las tensiones reformistas. El señalamiento de esas posturas es una acción que nos corresponde como organización libertaria, cuestionando igualmente la línea del posibilismo libertario o el parlamentarismo revolucionario, ya que, aunque hayan podido ser defendidas en varios momentos históricos, no han aportado en absoluto a ese horizonte transformador, sino que han tendido a moderar y desactivarlo.
Aumentar la conciencia de la clase dominada en esas luchas por mejoramientos, conllevará una confrontación con la clase privilegiada y también contras las recetas neorreformistas, evidenciado cada vez más la brecha entre la vía reformadora y una pulsión por volver a creer en que es factible una revolución, o al menos encontrarse un paso más cerca de la misma. La práctica en luchas reformistas puede conllevar un entrenamiento de profundizar esa conciencia de clase y la acumulación de fuerza social, por lo que se estima una táctica que debe estar presente en una estrategia revolucionaria más amplia, y de esa estrategia nace el potencial revolucionario de nuestras organizaciones anarquistas.
Ángel y Sika, militantes de Liza.