El 13 de marzo La ferroviaria, CSO de Madrid, amanecía acordonado por las fuerzas represivas del estado que aseguraban así su desalojo a pesar de las decenas de militantes de diversas corrientes y organizaciones que se congregaban en sus puertas. En Sabadell y en Zaragoza se repetía la misma escena en los centros sociales L’Obrera y Loira. Una semana después la amenaza se cernía sobre La BanKarrota, donde la policía no desplegó un dispositivo suficiente para efectuar el desalojo. Este espacio autogestionado del popular barrio de Moratalaz sobrevivió escasos días más y lamentablemente fue desalojado, lo que ha puesto en peligro la continuidad de muchos de los proyectos que acogía.
Afortunadamente no todo son malas noticias, el día 10 de marzo amanecía con la presentación de La Rosa. Un espacio recuperado en pleno centro de Madrid, en el corazón de la capital. Una semana después realizaba su asamblea “constituyente” y alzaba la voz al grito de “10, 100, 1000 Centros Sociales”. Sabemos que realizar un artículo de reflexión política y estratégica en torno a la okupación y apertura de centros sociales autogestionados en medio de una ofensiva represiva es arriesgado, pero también consideramos que necesario. En este artículo nos proponemos realizar una serie de reflexiones sobre las potencialidades y limitaciones de la okupación de centros sociales y la estrategia autonomista que no surge de una crítica sobre las compañeras implicadas en todos estos proyectos, sino que parte de un proceso de autocrítica sobre nuestra trayectoria militante y nuestra implicación durante dos décadas en el movimiento autónomo y vecinal.
Una necesidad indudable de espacios
La potencia que reside en la apertura de un espacio de encuentro y autogestión es innegable. Las necesidades de todo aquel que se resiste a este sistema voraz requieren de lugares para la reunión y el debate, el almacenamiento y el taller, el ocio y la formación, la financiación y el apoyo mutuo… Es tan obvia la capacidad de estos proyectos para fomentar y sostener las luchas en entornos tan hostiles como las grandes ciudades, que la práctica de la apertura y entrega al común de espacios abandonados y relegados a la especulación se ha convertido en una práctica propia del sentido común de activistas, militantes y libertarias.
Su fuerza no solo radica en su capacidad de generar sinergias fruto del encuentro y su potencial como escuela política. También es una herramienta de denuncia y visibilización de procesos especulativos, de planes de movilidad social al servicio de las élites, del expolio y el latrocinio de lo público, de la más sangrante desigualdad. Los centros sociales okupados y autogestionados cumplen la función que antaño tuvo el sindicato, la asociación vecinal y el ateneo; a la vez que son herederos directos de las prácticas expropiatorias y de la socialización de los recursos. Como base de operaciones desde la que pelear, la más de las veces trinchera y bandera de nuestras causas, su defensa se hace incuestionable a la vez que una tarea que pasa a ser central en nuestra actividad política.
Los límites de la burbuja
Para las que llevamos años en el movimiento de okupación las problemáticas asociadas a esta práctica no son un secreto. A los riesgos legales y económicos fruto de la represión del estado tenemos que sumarle la ingente cantidad de trabajo que requiere la apertura, el sostén y cuidado de los espacios. Hablamos de muchas horas, muchas manos y muchas cabezas destinadas a turnos de mejora de las infraestructuras, limpieza y adecuación, apertura y desarrollo de actividad, vigilancia y defensa de los espacios… Tareas prácticas, pero no por ello menos políticas, solo que a veces terminan por sepultar a los colectivos en tareas de gestión. Esto dificulta implicarnos en otras actividades como son los procesos formativos, los espacios de reflexión y la proyección política que requieren de un análisis coyuntural además del trazado de una línea estratégica que pueda ser llevada luego a la práctica.
Muchas de estas problemáticas surgen de la dificultad de un crecimiento cuantitativo y cualitativo en el proyecto “espacial”. Sabemos por experiencia que esto se traduce en una diversidad de sujetos políticos que podríamos calificar como turistas, activistas, burócratas, usuarios… Es más, algunos de estos proyectos, los que tienen una heterogeneidad mayor entre sus filas, tienden a reproducir una división que en muchas ocasiones podría ser comparable a la consolidación de una auténtica “base de maniobras”. Dicho de otro modo: mientras la actividad rutinaria del centro nutre al proyecto de vida con actividades, espacios de ocio y fiesta, articulado en torno a una asamblea de gestión, etc. Se hace necesario que otro espacio, político de otro modo, con una asamblea política, se levante sobre la actividad cotidiana para alzar un discurso concreto. Nada de esto sería problemático si la conexión entre ambas asambleas fuese clara, accesible y explícita, cuestión que no siempre se da.
A la carga de trabajo que produce la apertura y el mantenimiento de un espacio y a las dificultades para integrar de forma efectiva los diferentes sujetos sin que se genere una brecha insuperable, debemos añadirle al menos tres problemas más:
1) La articulación con el entorno.
2) La fragilidad de nuestra posición.
3) La incapacidad manifiesta para la articulación de una federación efectiva con capacidad combativa.
La primera de las cuestiones hace referencia a las dificultades para articular estos procesos sociales y combativos con prácticas políticas y agentes sociales cada vez más heterogéneos o distintos de ese “nosotros autónomo”. Asociaciones de vecinos, vecinos y pequeños comerciantes, instituciones… No hay una respuesta sencilla a estos problemas que no pase por la consolidación de un proyecto político explícito, inexistente en muchos de nuestros espacios y poco transigente en otros. ¿Por qué tan pocos vecinos nos apoyan en los procesos represivos y de desalojo? ¿Cómo podemos generar alianzas con proyectos políticos de índole más institucional como el movimiento asociativo? Son algunas de las preguntas que muchas veces cuando tratamos de afrontar es tarde ya.
Esta cuestión está íntimamente relacionada con la segunda problemática que señalábamos, la fragilidad de nuestros proyectos. Bajo amenaza de desalojo, en espacios muy precarios en muchas ocasiones, sin conseguir una integración real en el entorno vecinal, sin un proyecto claro y unitario comprendido y apoyado por el total de los usuarios de los centros, las amenazas de desalojo y los procesos represivos que nos machacan a multas adquieren un grado aún mayor. Muchas veces se traducen en una dinámica de resistencia que nos empuja a cierto sectarismo y bunkerización que en realidad agrava los problemas previamente mencionados. Lo peor de todo es que la alternativa de la integración a través de la negociación y la cesión de los espacios desde las instituciones ha venido provocando un desarme político de los proyectos, que al ser integrados por perfiles más amplios y dispares han diluido la capacidad combativa de los proyectos originales. Todas sabemos lo fácil que es reventar nuestras burbujas para el capital y el estado, en muchos casos se trata de decidir entre escenificar una heroica resistencia abocada al fracaso, dar un golpe de efecto y comenzar casi de cero en otro espacio o disgregarse a lamerse las heridas hasta retomar fuerzas y volver a la lucha.
Para más inri, los procesos de ámbito local se encuentran con la trabazón de efectuar lazos reales de solidaridad, cooperación y alianza que superen su esfera de acción más cercana. Ni hablar de construir un proyecto con capacidad de articulación mayor. Quizás en este punto, alejados de los éxitos parciales, de las alegrías de encontrarnos cara a cara y de las maravillosas victorias concretas que nos llenan el corazón en la actividad política directa y real, en un lugar quizás más abstracto pero imprescindible, es donde se pincha la burbuja más importante: la estratégica. Incapaces de generar ese proyecto más amplio, la hipótesis de crecimiento de los espacios alternativos al sistema capitalista se evapora. El “queso gruyer” no tiene cada vez más agujeros porque el capitalismo es un sistema que por definición no puede compartir espacio con otras formas de organización social y mucho menos que pretendan disputar su hegemonía.
Las resacas son cada vez peores
No debemos pasar por alto el precio que pagamos asumiendo una táctica de resistencia como la enunciada en “un desalojo, otra okupación”. Debemos preguntarnos quién se desgasta más en esta guerra de posiciones. Desde nuestra experiencia más directa podemos sacar varias conclusiones: muchas compañeras se desmovilizan, otras huyen en busca de otras alternativas políticas normalmente ofrecidas por proyectos reformistas o estructuras más verticales, mientras que los que se quedan tienen que afrontar el dilema de recomenzar de cero o aprovecharse de la experiencia adquirida y admitir la dificultad de integración de nuevos participantes a su favor incidiendo en esa brecha política entre activistas y militantes.
Ahora podemos constatar qué ocurre cuando estas derrotas se solapan con un ciclo de reconfiguración del espectro político de la extrema izquierda en reacción a la restauración tras el desvió reformista: la emergencia de un proyecto autonomista con la particularidad que plantea la articulación bajo la forma de partido tradicional, de la que la estrategia autonomista era respuesta. Dramático giro de los acontecimientos que no supimos predecir, pero del que debemos extraer conclusiones sobre las que generar cambios, porque el “un desalojo, otra okupación” tras esto, es un acto irreflexivo o irresponsable.
Los límites de la práctica son los límites de la estrategia que las sustenta
Venimos defendiendo en diversas publicaciones y debates que la estrategia autonomista se ha convertido en el sentido común del movimiento libertario y de los movimientos sociales. (https://zonaestrategia.net/la-anticipacion-politica-ante-la-crisis-que-vendra-sobre-las-tareas-politicas-y-la-estrategia-del-movimiento-libertario/). Cuando hablamos de sentido común, decimos que una estrategia que nació en la Italia post 68 y que se extendió por los movimientos sociales altermundistas (como reacción a las limitaciones de las propuestas políticas más clásicas de partido o sindicato), se ha filtrado en nuestras prácticas políticas hasta hegemonizar toda nuestra actividad.
Los nacidos a partir de los 80 no se adhieren a la estrategia autonomista de una forma consciente, sino que asumen la propuesta en el sentido más radical del término “tradición”. La lógica subyacente que se articula implícitamente es: 1. el capitalismo no puede controlarlo todo, 2. existe la posibilidad de liberar espacios que sostengan lógicas disidentes y alternativas y 3. la acumulación de estos espacios puede constituirse como un sistema alternativo que supere el estado de cosas actual impuesto por el capitalismo.
Evidentemente el desarrollo teórico es mucho más amplio, diverso y profundo que el sentido común. Desde nuestra perspectiva esto no lo hace más acertado. Sea una deriva reformista o revolucionaria de la estrategia autonomista, se sustente en una romantización del pasado, una exotización de otros entornos culturales o en una idealización de procesos de lucha en otras latitudes. La autonomía como estrategia ha mostrado sus límites con claridad.
Una propuesta estratégica para el movimiento libertario sostenida por la constatación de que el autonomismo es el sentido común de los movimientos sociales
Bajo este título tan extenso lo que afirmamos son dos cuestiones. La primera es que el debate y la alternativa estratégica que sostenemos no va dirigida a los movimientos de masas o los movimientos sociales, sino al espectro libertario. Se la conoce por plataformismo o especifismo y propone la construcción de organizaciones específicamente anarquistas donde se consensúe una línea estratégica y una unidad de acción para intervenir en la realidad social con un programa revolucionario. No podemos concretar en este artículo todo este desarrollo teórico, os animamos a recurrir a textos como el Construir la utopía (https://lizaplataformaanarquista.wordpress.com/2023/07/27/construir-la-utopia-programa-estrategico-23-24/ ) o Cambiar la marea (https://lizaplataformaanarquista.wordpress.com/2024/01/31/cambiar-la-marea-un-programa-anarquista-para-el-poder-popular/ ) para profundizar más. Lo que queremos señalar es que a diferencia de otros proyectos políticos no estamos proponiendo que todos los activistas, afectados o militantes se unan a las filas de un proyecto unitario. Es una propuesta para anarquistas realizada por anarquistas que pretenden generar combatividad, organización y unidad superando las practicas movimentisas. Un proyecto estratégico, social y organizativo de carácter revolucionario.
Ahora bien, si esto es posible y sostenible como propuesta, es en parte porque un espacio más amplio que el libertario, el que podemos denominar como movimientos sociales, tiene un sentido común autonomista. ¿Qué quiere decir esto? Que se van a liberar esos espacios que tanto necesitamos para sostener nuestras luchas y que sirven como laboratorios y escuelas políticas. Esa práctica afortunadamente va a continuar y debemos apoyarla, otra cuestión es que debamos entenderla como la tarea de aquellos anarquistas que creen que la revolución es posible. Dicho de otro modo, si no se producen okupaciones tenemos que alentarlas, si se producen tenemos que apoyarlas y si se ven amenazadas tenemos que defenderlas, pero esto es una cuestión táctica y no estratégica. Para nosotras esta propuesta táctica está supeditada a un proyecto revolucionario mayor y debe implementarse porque lo que nos dicen nuestros análisis es que la liberación de espacios en estos momentos sociohistóricos aporta a la lucha social.
Pero, y aquí viene la clave, es una propuesta táctica porque sabemos que en otra fase social con más niveles de conflictividad y de lucha de clases la propuesta de liberación de espacios no tiene por qué ser la prioritaria. Quizás se trate de activar consejos obreros, organizar el enfrentamiento directo con las fuerzas represivas o consolidar espacios políticos amplios.
Por eso, para nosotras, la tarea de los anarquistas que crean que este sistema no puede ser reformado ni sustituido pacíficamente y que su derrocamiento pasa por la construcción de una fuerza social capaz de enfrentarlo; la apuesta estratégica no es la autonomía sino la construcción de organizaciones libertarias capaces de aportar a esta consolidación del poder popular. Y desde esta lógica, la liberación de espacios o de esferas autónomas se entiende como una táctica supeditada a un proyecto estratégico mayor.
Miguel Brea, militante de Liza.