Durante bastante tiempo el anarquismo ha adolecido, al menos en la península, de una falta de intelectualidad militante. Es decir, de militantes implicados en procesos de lucha que plasmasen su práctica colectiva en textos reflexivos y propositivos para ser objeto de debate y discusión. Práctica que creemos que tiene el potencial de retroalimentar la acción militante diaria; dejando memoria, análisis y abriendo una puerta a proyectar nuestras luchas más allá de sus límites.
En contraste con esta falta de discurso militante en nuestro entorno cultural es habitual encontrar publicaciones de autores consolidados, de prolija producción, que desarrollan su actividad política exclusivamente en el plano teórico, en el mejor de los casos como críticos o cronistas. Hablamos de “contraste” por partida doble, primero porque frente a las limitadas publicaciones de organizaciones y colectivos, las estanterías del anarquismo actual tienen muchos nombres propios y apellidos concretos que no responden ante nadie más que ante ellos mismos y sus editoriales. En segundo lugar, porque en la producción de dichos autores es frecuente encontrar reflexiones sobre la inseparabilidad de teoría y práctica en el anarquismo, con críticas infladas contra un supuesto afuera vanguardista que nos acecha en cada esquina sin dejarnos ser quien somos.
Sin pretender negar la importancia de sus aportaciones, en este artículo pretendemos reflexionar sobre estas cuestiones y señalar algunos puntos que pueden ser interesantes para el debate: ¿es el anarquismo un socialismo anticientífico, contrario al conocimiento o ahistórico? ¿De dónde puede proceder tanto rechazo a nivel práctico, teórico y analítico? ¿Qué consecuencias tiene esa falta de reflexión pública para nuestro movimiento? ¿Qué consecuencias tiene que la militancia no tome la palabra?
La Idea y la voz
Cuentan los historiadores como los revolucionarios anarquistas se reunían tras asfixiantes jornadas de trabajo en sus viviendas, cantinas o espacios comunes para leer las publicaciones de sindicatos y ateneos. El que sabía leer tomaba la palabra con una vela en la mano, el resto escuchaba atentamente y luego se discutía de forma acalorada. El movimiento libertario había incluido en su repertorio de practicas la difusión de la Idea y sus “apóstoles” recorrían el mundo de comunidad obrera en comunidad obrera con poco más de equipaje que las publicaciones libertarias y su pasión revolucionaria.
Florecían los ateneos libertarios. Allá donde se reunían dos compañeros de ideales ácratas nacía una publicación, una biblioteca. Muchos no sabían leer ni escribir, y aunque eso no era óbice para empaparse de las ideas anarquistas, puede que explique por qué la mayoría de las publicaciones responden a unos pocos autores. No obstante, sus palabras no se lanzaban sobre el papel sin antes tocar barro de trincheras, grasa de fábrica y sangre de sus compañeras. A esas voces las autorizaba su compromiso e implicación militante, que les precedía con orgullo.
Las organizaciones laborales y políticas que se conformaron en el socialismo libertario también asentaron sus reflexiones, debates y normativas en negro sobre blanco. Era imprescindible que la lucha y las lecciones que de ella se extraían no se limitasen a la experiencia de sus protagonistas, eran de toda una clase que pugnaba por cambiar el mundo.
En la actualidad el movimiento anarquista sigue siendo un productor prolífico de documentos y reflexiones. Los ateneos ya no tienen la tarea de alfabetizar y se dedican a acoger debates, presentaciones, ponencias, a guardar nuestra memoria y hacerla accesible a todo aquel que la requiera. Los fanzines y la música, el punk, el hardcore y el rap han tomado la tarea de difundir las ideas. Tenemos decenas de editoriales y no pocas librerías. Pero como adelantábamos en la introducción nos sorprende la poca producción militante y colectiva, y dado que en la actualidad no podemos achacárselas al analfabetismo, tendremos que buscar otras explicaciones más convincentes si queremos solventar este problema.
De la crítica al dogmatismo y al autoritarismo hasta un antiintelectualismo militante
Algunos de nuestros adversarios políticos han intentado caricaturizar el movimiento libertario tachándolo de ahistórico, anticientífico o utópico. Esto seguramente encuentre sus inicios en la escisión entre marxistas y antiautoritarios, acompañándonos hasta el día de hoy. Lo cierto es que ninguno de los clásicos, ni los movimientos obreros y revolucionarios de aquella época, negaba la importancia de una acción basada en el análisis. El descalificativo utópico no se refería tanto a un pensamiento desligado de la construcción de conocimiento sino a una supuesta falta de coherencia estratégica. Sea como fuere, la modernidad puso en el centro de todo proyecto social la importancia clave de la razón. Esa carrera la ganó el marxismo, creando un método científico sobre el que fundamentó su praxis.
Después de esto, ocurrieron al menos tres cosas que nos parecen clave y que creemos que han afectado a la práctica libertaria de la actualidad. La primera es la deriva dogmática en la que parte del marxismo cayó, justificando toda propuesta propia como el resultado de un análisis sin fisuras y por tanto indiscutible. El método científico se convirtió en un parapeto ante cualquier disidencia, lo que provocó un cuestionamiento que, llevado a la desesperación, abrió las puertas a la proliferación de discursos contra la posibilidad de generar conocimiento sobre el que fundamentar nuestra acción.
En segundo lugar, se ocultó y negó, a veces por los adversarios, otras por los enemigos y otras por nuestros propios compañeros, que una parte muy importante del anarquismo nunca renuncio a la implementación del análisis, incluso adoptando el materialismo histórico como principal metodología. Esto supuso un desplazamiento de la importancia de los fundamentos analíticos, y de la construcción de una propuesta estratégica, a un segundo o tercer plano. El anarquismo pasó a ser una propuesta táctica, una resistencia o un abanico de prácticas antiautoritarias. Muchos crecieron pensando que esto era así, que el anarquismo aborrecía el análisis y carecía de estrategias, actuando en consecuencia. Otros muchos siguen haciendo una defensa activa de esta negación de la razón, son todo corazón y muy poco responsables de las derrotas a las que nos abocan.
En tercer lugar, el anarquismo, desposeído de un método propio, crítico radical de todo pensamiento dogmático, encontró en los planteamientos postestructuralistas una serie de herramientas que combinaban muy bien con su deriva política. Lo peor de todo fue que una parte no desdeñable del movimiento libertario se quedó con la peor parte del postmodernismo. En vez de quedarnos con la necesidad de utilizar métodos multidisciplinares de análisis, en vez de poner en cuestión la posibilidad de hacer ciencia, sin generar nunca un conocimiento más profundo que el meramente intuitivo, en vez de ampliar las nociones y conceptos a enunciados más amplios e interesantes… En vez de todo eso, se implementó de forma burda un relativismo moral radical, un experiencialismo neoliberal sumado al cuento del fin de la historia y la imposibilidad de una revolución.
Un intelectualismo antiintelectualista
Siglo y medio después de la emergencia del anarquismo en el seno del movimiento obrero, el panorama es cuanto menos contradictorio. Una parte importantísima del anarquismo es anti estratégica, y no porque carezcan de un plan que guie sus pasos, sino porque este está oculto; es implícito, se aprende en los procesos de enculturación y al ser parte del sentido común no es discutido ni asumido racionalmente. Debatimos habitualmente sobre formas organizativas, sobre tácticas de intervención en las luchas sociales, sobre sujetos políticos. Generamos una ingente cantidad de publicaciones sobre cómo funciona el sistema y cómo se sostiene con mecanismos productivos o represivos. Habilitamos múltiples espacios para el debate y la formación, siendo todo esto a la vez producido principalmente desde lo individual y desligado de la práctica. Criticamos los textos teóricos por no ser supuestamente accesibles para la clase obrera y renegamos de cualquiera que produzca teoría por vanguardistas… De cualquiera que no sea ya una estrella del anarquismo.
El ecosistema cultural libertario vive un complicado equilibrio entre querer saber y querer opinar, a la vez que niega que se pueda saber y se deba opinar. Nuestra experiencia próxima, con la acogida de las publicaciones que vamos realizando, los espacios para el debate que activamos o en los que participamos; nos hace creer que realmente la balanza se inclina del lado del conocimiento y la razón. Que la reacción virulenta que se manifiesta en ocasiones es más el fruto de una airada reacción ante las críticas por falta de costumbre. No obstante, creemos que el movimiento libertario y el conjunto de la clase trabajadora se beneficiaría de que dejásemos a un lado, de una vez por todas, esta negativa infantil a debatir y a producir conocimiento y opinión informada. Por esto nunca criticaremos el esfuerzo de producción intelectual en el mundo libertario, por más que las ideas que se defiendan nos parezcan contraproducentes. Esas ideas las debatiremos con más ideas, pero serán siempre mejor recibidas que la negación de la reflexión.
Palos de ciego
Algunos preconizan que el anarquismo es tan solo acción, que es movimiento. Esta idea tan esencialista que pone todas sus esperanzas en una suerte de naturaleza humana universal resistente nos anima a hacer. Hacer por hacer, sin pensar; por intuición. Pero nos anima desde una publicación o un micrófono, paradójico, pero real. Hemos hablado alguna vez de lo enormemente irresponsable que es el argumentario de aquellos que nos dicen: ‘‘No se puede saber nada, no podemos extraer ninguna conclusión del pasado. Se trata de hacer y esperar a que surja la llama’’. La irresponsabilidad de estos agentes políticos, de estos autores, radica en que no se hacen cargo de la desmovilización que impone a nuestra clase y a nuestro movimiento cada derrota fruto del hacer sin pensar.
Hoy, más que nunca, podemos comprobar cómo se vacían nuestras filas cuando nos obcecamos en no sacar conclusiones de nuestras experiencias de lucha: en no producir teoría y estrategia. La gente busca respuestas porque las necesita. No hay nada más dogmático que tachar de mal anarquista a aquellos que proponen hacer análisis y condicionar nuestra practica a él. En vez de buscar excusas y tachar de traidores a compañeras que han buscado en otras corrientes propuestas y alternativas, deberíamos preguntarnos por qué nuestra corriente no les ofrece una opción. Una respuesta la encontraremos en la infinidad de proyectos que han muerto antes de nacer por críticas sin fundamento que tachan de autoritarios o bolcheviques a cualquier alternativa que se niegue a intentar atravesar el muro con la cabeza (una vez más).
Nuestros autores
El anarquismo tiene protagonistas y estrellas. No solo los “grandes hombres” (y alguna gran mujer) del pasado glorioso. Hoy nuestros ateneos y editoriales se inclinan ante ciertas voces con nombres y apellidos. La producción de estos pensadores es muy prolija. Algunos van a libro por año, un tour por todas las ferias del libro anarquista, por las librerías del rollo, por los ateneos y centros sociales. Esto sucede, y en nuestra opinión está bien, pero tiene algunos problemas serios.
El principal es la tendencia a negar que son agentes políticos. Es decir, que son sujetos que crean una propuesta y la difunden. En vez de eso existe un intento por venderse como cronistas. Puede que esto tenga mucho que ver con el pavor a ser señalado como un vanguardista, cuestión que parece que se soluciona con dedicar un párrafo de tu nuevo libro a negar la legitimidad de hacer política, de crear teoría, de proponer línea estratégica o de pretender generar concienciación. Es casi un ritual, una especie de traición; un peaje que, una vez cubierto, ya da patente de corso para opinar y proponer lo que a UNO le dé la gana.
Señalamos ese UNO, porque entre nuestros autores hay auténticos freeriders que canonizan sin tener que rendir cuentas a nadie. Una idea de la libertad un tanto peculiar en las filas ácratas. Hay gloriosas excepciones: sindicalistas y militantes que se parten el lomo en el día a día y que sacan tiempo para producir reflexión y propuestas asentadas sobre su experiencia. Que conste que ambas opciones siempre nos parecerán más respetables que negar que la teorización es una práctica esencial para la actividad política, pero no deja de ser sintomático del entorno que hemos creado.
Estos autores son solo posibles porque hay un sustrato ávido de conocimiento y de propuestas. Quizás lo más problemático es que esta limitación de nombres (que en nuestra opinión está íntimamente ligada a una falta de defensa de esta labor como imprescindible) es copada por aquellos que ya se hicieron un nombre y que vayan donde vayan son recibidos por un público atento, no siempre crítico y agudo en las preguntas finales; que compran sus libros y que por tanto merecen la pena ser publicados. Esto ha producido cierto endiosamiento de algunos Anarko-Star que machacan cualquier comentario crítico o pregunta que pueda hacer tambalear la propuesta que nos trae. Todas conocemos estas anécdotas, sufriendo algunas la ira que venía de esos altares.
Aquí, frente a las diversas consecuencias de este panorama, ofrecemos una propuesta: que la militancia alce la voz y se abra a debates honestos.
Quizás la peor de las consecuencias es que mientras unos hablan sin pensar porque se lo pueden permitir, otros se callan por miedo a ser machacados. De aquellos barros estos lodos: periódicos sin un posicionamiento político y estratégico claro, publicaciones militantes que pierden dinero mientras algunos ya producen casi en radiofórmula, negación del debate, pensamiento dogmático, frustración y cero estrategias… O lo que es peor, estrategia oculta tras la acción tradicional y el sentido común.
Pero todo esto puede y debe revertirse. El movimiento libertario es amplio, está repleto de militantes voluntariosas y comprometidas ávidas de conocimiento y acción. Además, seguimos siendo una de las propuestas ideológicas más atractivas para la juventud crítica. Tenemos el potencial para generar proyectos con capacidad combativa y con horizontes emancipatorios. Debemos abrirnos al debate dejando de lado posicionamientos identitarios y encapsulamientos en nuestros guetos. Esto ha de pasar por la producción de discurso, reflexión, pensamiento y estrategia por parte de la militancia. Pensar, analizar y proyectar también son acciones. Hacer anarquismo es hacer ideas. Pues lo menos anarquista que puede existir es hacer por tradición, sin libertar el pensamiento.