El encuentro formal e informal de la clase dominada a lo largo de su historia ha sido un hilo rojo que, más allá de romantizaciones obreras, nos deja un rastro y un camino que debemos conocer porque en él está el triunfo de nuestros objetivos revolucionarios. La Primera Internacional de Trabajadores se reunía a finales de septiembre de 1864 en Londres con la intención de construir un ágora de debate donde se examinasen los problemas comunes de la clase trabajadora, y trazar líneas de acción estratégicas para su emancipación. Les movía una profunda necesidad de organización y de solidaridad internacional, porque la dominación global capitalista requería de una ofensiva igualmente integral. El siglo XIX avanzaba y, a la par del crecimiento de una clase capitalista opresora, se pauperizaban las vidas de la clase trabajadora fabril, campesinos y otros sectores sociales explotados, incluidas mujeres y niños.
La Guerra Civil estadounidense estaba teniendo también un impacto en Europa en esos años, fundamentalmente en el Reino Unido, debido a la brecha en sus exportaciones y el comercio con la que fuese su colonia antiguamente. En la rancia sociedad victoriana inglesa habían comenzado a surgir voces entre los burgueses que trataban de aplicar la más baja moral anglicana y el higienismo liberal que entendía la enfermedad como un fenómeno social a paliar en las sucias ciudades inglesas. Estas corrientes estaban desarrollando estrategias sociales y políticas que les pudiera permitir continuar explotando a la clase trabajadora sin que los índices de mortandad y enfermedad fueran escandalosamente insostenibles; pero evidentemente no eran ningún resquicio siquiera para la mejora de la clase trabajadora, y por supuesto en absoluto para el objetivo de la emancipación total obrera.
El valor de esta Primera Internacional precisamente reside en que fue un símbolo de ese internacionalismo de la clase dominada por encima de las fronteras y las entidades nacionales vinculadas al capitalismo que se deseaba superar, construyendo un orden social basado en la igualdad, la libertad, la autogestión y la cooperación colectiva. Sin duda alguna, esta Primera Internacional obrera fue un elemento muy determinante en el estallido de la Comuna de París en 1871, y además estos sucesos le darían una fuerte propaganda internacional. Sabemos, además, que tanto las herramientas intelectuales de la clase obrera y la toma de conciencia, así como los debates y las formaciones teóricas, tenían su reflejo sobre la práctica de la acción política coordinada.
Las raíces de esta Internacional: la unidad obrera y la solidaridad frente a la explotación.
Reunidos en Saint Martin’s Hall en Londres en la última semana de septiembre de 1864, se creó un comité cuyo objetivo sería elaborar un programa y estatutos para la Asociación Internacional de Trabajadores. En la conferencia fundacional realizada en Londres se trazaron las principales líneas para el Primer Congreso de la AIT, que se celebraría dos años más tarde en la ciudad suiza de Ginebra. Ya a principios de esa década algunos sindicalistas ingleses de las Trade Unions, junto a franceses de los incipientes gremios y sociedades obreras, veían la necesidad de dotarse de una organización obrera internacional. A esta organización se sumarían anarquistas proudhonianos, socialistas blanquistas, o republicanos italianos, es decir, todas aquellas corrientes obreras y revolucionarias que según cada contexto estaban surgiendo en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX.
Nacida del convencimiento de una respuesta contundente a la explotación obrera como consecuencia de lo que se había denominado «Revolución Industrial», entendido como un proceso que ajustaba las relaciones de poder político y económico del capitalismo en ciernes. En la primera mitad del siglo XIX se habían podido ver las consecuencias de esa expansión capitalista industrial en Inglaterra, y paulatinamente se extendían por el continente. Tampoco debemos olvidar que este proceso estaba teniendo repercusiones sobre la población explotada europea, y que era una cadena más de opresiones que llevaban ensayándose durante siglos en territorios coloniales americanos y africanos y que se incrementarían mucho en ese siglo.
El fracaso de las revoluciones europeas de 1848, las primeras que tuvieron un componente protagonista de clases populares, conllevó una brutal represión hacia la prensa obrera y las incipientes organizaciones creadas. El movimiento cartista inglés había conseguido la aprobación en junio de 1847 de la limitación de la jornada laboral a mujeres y niños a diez horas diarias, mientras que en Francia se había aprobado la jornada de doce horas laborales. Estaba claro que tanto la represión sin contemplaciones como las estrategias capitalistas para dar migajas al proletariado eran escollos que había que sobrepasar con organizaciones que tuviesen objetivos revolucionarios y de carácter internacionalista.
Incluso para tiempos previos a la Primera Internacional algunos aristócratas del capital y filantrópicos burgueses habían comenzado a elogiar el sistema cooperativo que hasta entonces había sido estigmatizado de socialista y habían procurado atacar su germen. También los obreros comenzaban a comprender que el monopolio de explotación económica capitalista y las miserias de la clase dominada no acabarían con la adopción de un cooperativismo si este no estaba íntimamente ligado a un proyecto político emancipador que también transformara radicalmente las relaciones de poder.
Debates políticos, estructura y organización de una estrategia obrera triunfante.
En esta conferencia fundacional de la Primera Internacional ya participaron algunos destacados teóricos y revolucionarios como Karl Marx, Mijail Bakunin o Friedrich Engels; pero sin duda estuvo compuesta por trabajadores que representaban en sí mismo la necesidad de una teoría revolucionaria emancipadora. Más allá de disputas de personalidades que evidentemente hubo, y las tradiciones que otros señores de la revolución han continuado después sobre estos otros señores fundacionales, queremos centrarnos en los puntos básicos que fueron tensiones políticas en el seno de esta Primera Internacional y, sobre todo, las lecciones históricas que pueden quedarnos en la lucha contra el capitalismo actual.
Había diferencias programáticas evidentes entre varias tendencias, y no solamente aquellas representadas por Karl Marx y los partidarios del socialismo, o Mijail Bakunin y los partidarios del colectivismo anarquista; también había tendencias republicanas radicales y mutualistas. Las principales disputas se establecieron, sin embargo, en torno a la organización de esta Internacional y sus estrategias políticas en la realidad europea. Los marxistas proponían la conformación de partidos obreros fuertemente centralizados que lucharan por conquistas sociales y laborales como programa de mínimos, y la lucha por la revolución social como programa de máximos, a través de la conquista del poder del Estado. Los anarquistas, sin embargo, postulaban por una organización internacional obrera federativa y no centralizada, conformada por agrupaciones obreras unidas que atesoraran poder de decisión por medio del consenso y que mantuvieran la independencia obrera para asegurar el buen camino revolucionario. Distintos caminos de construcción de una unidad ideológica y estratégica, la cual también define de qué estructuras se dota la clase explotada para emanciparse y cuáles vías deben servir de inspiración de las futuras entidades revolucionarias.
Los estatutos que constituyeron formalmente la Primera Internacional aprobados en 1866 la definían como un centro de cooperación y comunicación entre los obreros de diferentes países, y que estaría regida por un Consejo General compuesto de obreros de aquellos países representados. Es decir, las representaciones obreras serían de carácter nacional, y por supuesto estamos hablando del siglo XIX, sin una representación de mujeres. De esta manera se constituía un órgano general que, sin embargo, establecería la cooperación entre obreros de diversos países. Una declaración coordinadora bastante limitada, unos mínimos que eran un reflejo de esas disputas teóricas y debates organizativos que se venían realizando.
La Primera Internacional estaría bastante vinculada con la Comuna de París de 1871. De hecho, fue uno de sus factores determinantes a ese decidido avance obrero en Francia. La primera experiencia de una revuelta plenamente obrera en Europa ni más ni menos que en una de sus capitales de mayor importancia, un ensayo de la práctica revolucionaria y un programa con los objetivos de la clase explotada, pero también la construcción de una institución como el Ayuntamiento comunero parisino que, a través de la democracia directa, tomaba el poder político. Su derrota fue el aislamiento y que no estallase un proceso revolucionario en todo el territorio francés extendido a Europa, por lo que otra lección aprendida de ello es que la autonomía obrera por sí sola no derrota al capitalismo, sino que necesita extender como la pólvora su acción revolucionaria.
Corta vida, pero de radical importancia: la Primera Internacional también en España.
El socialista Paul Lafargue fue elegido miembro del Consejo General de la Primera Internacional, y secretario corresponsal con España a partir del Congreso de Ginebra en 1866 y hasta el año 1868, pero no logró establecer ningún contacto epistolar regular con las incipientes sociedades obreras españolas. Hacia finales de 1868 el italiano anarquista Giuseppe Fanelli llegó a España enviado por la sección anarquista de la Internacional, fundándose un pequeño grupo de obreros españoles adscritos a esta Primera Internacional. Fanelli, además, presentó a Anselmo Lorenzo y otros obreros la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, una organización política anarquista con voluntad de acción en las masas obreras y carácter internacionalista.
Paul Lafargue llegó a España huyendo de la represión a la Comuna de París en mayo de 1871, y criticó la influencia del movimiento obrero español por las ideas que él afirmaba que eran proudhonianas. Sin embargo, entró en contacto en Madrid con algunos miembros internacionalistas como Pablo Iglesias Posse, quien fuera el fundador del PSOE (1879) y UGT (1888), y aunque su contacto fue más continuado, las ideas del sector anarquista habían calado más profundamente.
Tras cuatro congresos de esta Primera Internacional, y con la represión a la Comuna de París de por medio, se llega al quinto congreso en La Haya en 1872, donde estallarían todas diferencias de estrategia y línea política, pero también las personales que se habían venido fraguando en los años anteriores. Se negó la participación de algunos miembros de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, alegando que no era una organización obrera que representase a alguna sección nacional. En ese congreso actuó abiertamente el burocratismo interno con el que operaba el sector socialista de Karl Marx, y además se impuso una línea que aceptaba la constitución de un partido obrero y su participación en procesos electorales allá donde fuese posible.
Las Internacionales posteriores y las principales claves históricas.
Tras la fundación de la Internacional de St. Imier en Suiza en 1872 con los anarquistas expulsados de la Primera Internacional, esta quedó completamente condenada a su disolución en el VI Congreso celebrado en Philadelphia en los Estados Unidos en 1876. En 1889 se estableció una Segunda Internacional, en este caso de carácter plenamente socialdemócrata hasta 1916, y, en 1922, aparece la Asociación Internacional de Trabajadores que recogía el testigo de ese ala libertaria con sindicatos anarquistas. Por otro lado, la IFA (Internacional de Federaciones Anarquistas) es una federación de síntesis de diversas organizaciones anarquistas con carácter internacional desde su fundación en 1968. En la actualidad también, y desde el año 2018 existe la Confederación Internacional de Trabajadores, o CIT, que aglutina a organizaciones anarcosindicalistas mundialmente. Y también existe actualmente una coordinación internacional entre las organizaciones anarquistas especifistas de creación del poder popular, y vinculadas al medio comunicativo anarkismo.net
Esta experiencia internacionalista dejaba algunas claves que posteriormente se han venido desarrollando con los acontecimientos revolucionarios del siglo XX, y la actualización de las prácticas revolucionarias necesarias en nuestros tiempos. Ante todo, podríamos destacar la organización de la clase explotada y su acción unitaria. Es decir, las distintas organizaciones políticas de clase deben crear frentes entre ellas, y no experiencias interclasistas como frentes populares y otros espacios donde se cede terreno a estrategias reformistas. La lucha por la emancipación económica está atravesada por una emancipación política y social, y, por lo tanto, una economía del común debe respaldarla una sociedad organizada políticamente en torno a la justicia social y la libertad. La solidaridad internacional obrera es clave para extender brechas con potencial revolucionario y para reconocerse y tejer lazos entre las explotadas mundialmente. Igualmente, una organización política revolucionaria debe estar en trabazón con el movimiento sindical e instrumentos de lucha como la huelga, pero también preparar la autodefensa de los triunfos revolucionarios, una guerra total contra el capitalismo.
Ángel, militante de Liza