Revolución de Asturias de 1934. La mecha del octubre rojo de los mineros

Parte II. La estrategia de la alianza obrera y los comités revolucionarios.

25 min. de lectura

El crisol de una sociedad nueva reside en la solidaridad entre los oprimidos, esa quizá sea una de las más relevantes lecciones que nos marca la historia de los últimos dos siglos. Ningún programa político asegura el triunfo revolucionario sino es a través de la unión de todos los explotados del mundo, pero esa unión debe conllevar una estrategia clara, y unos objetivos que no sean desviados, cooptados, ni burocratizados. El arte de la guerra también es el arte de las alianzas.

El octubre rojo asturiano se fundamentaba sobre la estrategia de la alianza obrera, inspirados en la Comuna de París unos sesenta años atrás, y la huelga general revolucionaria como arma principal de la corriente de lucha anarcosindical. A pesar de su derrota se pueden sacar valiosas claves históricas, entre otras, que el arraigo fundamentalmente en Asturias de este conato revolucionario y que no se extendiera de manera triunfante a otros territorios la dejó expuesta a una represión feroz por parte de los militares españoles. Actualmente nos puede conducir a pensar mejores estrategias, alianzas y en cómo construir movimientos verdaderamente revolucionarios a través de frentes y organizaciones obreras que agiten de manera victoriosa en todos los territorios y que a todos los niveles golpeen de manera unísona al capitalismo.   

Si bien en el primer artículo se narraban los hechos revolucionarios acaecidos en Asturias aquellas semanas de octubre, así como la preparación material y logística previa necesaria; y la represión por parte del gobierno radical-cedista republicano y los militares. En este segundo artículo se analizarán políticamente la estrategia de la alianza obrera, la organización de los comités locales revolucionarios y las consecuencias políticas de las brutales represalias contra el movimiento obrero.

Clima político de lucha de clases: preparación revolucionaria y la alianza obrera.

Tras la proclamación de la Segunda República española los acontecimientos políticos y sociales toman otro ritmo, y los movimientos organizados adquieren perfiles y rumbos definidos hacia una inevitable lucha revolucionaria de clases. Tanto las bases anarcosindicales de CNT, como otras entidades marxistas toman sus posiciones basando sus análisis en la entrada en un ciclo político en el que la confrontación era un hecho que estaba por estallar y se daría de manera explícita. El bienio progresista de Manuel Azaña había generado leyes para aplacar el ímpetu revolucionario obrero y campesino, y cuando no consiguió controlar la situación política de esa manera, utilizó la fuerza represiva como en Casas Viejas, Arnedo o Castilblanco. Eso conllevó una consecuente derrota en las elecciones de noviembre de 1933 y el inicio del bienio radical-cedista de signo ideológico conservador. Las organizaciones sindicales o revolucionarias como CNT habían lanzado la revuelta de Zaragoza de diciembre de 1933 con nefastas consecuencias, y era evidente que se necesitaba buscar alianzas desde las bases y aferrarse a la solidaridad obrera como medio para construirse.

El gobierno de derechas trataba de contener igualmente sus crisis internas y tensiones, la CEDA de Gil Robles estaba tomando rumbos y discursos próximos al fascismo y en septiembre de 1934 este partido celebraba una concentración en Covadonga incrementando temores de un posible golpe de mano. Los primeros días de octubre se anunció la formación de un nuevo gobierno presidido por Alejandro Lerroux, republicano conservador de vieja estirpe, en sustitución del abogado Ricardo Samper, quien había sido presidente desde abril de ese año y a quien retiró su apoyo la CEDA. Esto precipitaría los acontecimientos, proclamándose al día siguiente la huelga general revolucionaria y la proclamación del estado de guerra por parte del nuevo gabinete de gobierno. Ese 5 de octubre comenzaba el movimiento insurreccional decretado por el Comité Revolucionario presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, que fracasó en gran parte del país; tan solo habiendo conatos importantes en Euskadi y, fundamentalmente, en Cataluña. Aunque donde triunfaría como una flor roja en octubre sería en el territorio asturiano.

En la primavera de 1934 se venía ensayando y conformando la denominada Alianza Obrera, una iniciativa surgida de Cataluña e iniciada desde la organización antiestalinista Bloque Obrero y Campesino (BOC), extendida al resto del país por la UGT y PSOE, dirigida desde enero de 1934 por Largo Caballero. Esta idea trataba de sumar apoyos frente al creciente fascismo español, un frente en la forma de alianza obrera que explorase la estrategia insurreccional para impulsar una revolución social. Sin embargo, esta construcción de una alianza desde las direcciones de partidos políticos es algo que motivó el rechazo de la CNT, viendo que integrarse en ella sin darle potencial desde la militancia de base no tendría un verdadero sentido revolucionario. La organización anarcosindical no se integró en esta propuesta a nivel de Cataluña, ni tampoco a nivel del resto del territorio español, no así como en Asturias, donde se daría la experiencia de la Unión de Hermanos Proletarios (UHP).

Una parte de la CNT afirmaba que se bastaba por sí sola para destrozar al fascismo, y aunque la fuerza anarquista en Cataluña era muy potente, no lo era tanto en otros territorios; y además, a parte de análisis ideológicos, también estaba pesando igualmente la desconfianza en organizaciones marxistas y las discrepancias en los debates internos propios de las distintas figuras políticas del cenetismo. En la CNT se quiere destacar la postura del vallisoletano Valeriano Orobón Fernández, quien hizo un llamamiento a la unidad entre socialistas y cenetistas para alcanzar el objetivo de una democracia obrera revolucionaria; postura que fue publicada en un artículo en «La Tierra», diario madrileño simpatizante de la Confederación. En ese texto incluía la siguiente exhortación: ‘Alianza obrera, ¡sí! Oportunismo de bandería, ¡no!’. Y es que aunque Orobón Fernández se inclinaba a la alianza obrera, aunque argumentaba que esta no podría ser de cualquier manera o a cualquier coste para los objetivos revolucionarios de la clase trabajadora. Esta postura de Valeriano Orobón provocará enriquecedoras pero intensas discusiones en el seno de la CNT porque proponían un esfuerzo por abandonar ciertos sectarismos, y reconocer la superación de una actuación insurreccionalista desconectada de un programa de mayor calado.

Estas discusiones solo tuvieron un efecto directo en Asturias, donde los sectores cenetistas buscaron activamente la aproximación hacia la alianza obrera. Quedó concretada el 31 de marzo de 1934 cuando la Federación Regional de la CNT de Asturias, León y Palencia firmó en la trastienda de una taberna gijonesa un pacto con la Federación Socialista Asturiana y la UGT, fuerza sindical hegemónica en algunas cuencas mineras asturianas. Se conformaba de esta manera la Unión de Hermanos Proletarios o UHP, que se mantuvo pese a la amenaza de expulsión de la dirección confederal de CNT.

También se vincularon algunas organizaciones de la izquierda comunista relacionada con el Bloque Obrero y Campesino de tendencia trotskista, por lo que se vetó al Partido Comunista de España que había solicitado su adhesión. Debido a su política declaradamente estalinista, no accedió a esta unión mientras no retirase todo referente antitrotskista en septiembre de 1934, tan solo dos semanas antes de la Revolución asturiana. También la CNT le exigía al PSOE abandonar sus ataques al sindicalismo anarquista, y poner fin a la campaña de acusaciones por el abstencionismo en las elecciones pasadas ante el chantaje que suponían las reformas republicanas, ya que acusaban incluso a la CNT de haberse dejado financiar por los radicales del conservador Lerroux. Igualmente se le expresaba a Largo Caballero que era necesario desplazar a los elementos más liberales y burgueses de la dirección del PSOE que claramente se opondrían al avance de la revolución proletaria. Se entendía que era fundamental la unidad de acción y evitar, o más bien postergar, enfrentamientos internos, los cuáles eran inevitables porque se estaba pactando prácticamente desde arriba de direcciones políticas con estrategias dispares, o incluso contrarrevolucionarias como las del PCE por estalinista, o el PSOE por reformista.

La alianza obrera se entendía que era la hoja de ruta que conducía a la revolución, y que su oponerse a ella era oponerse a ese potencial revolucionario. Sin embargo, el acuerdo de esta alianza obrera en Asturias no se hizo pública en el mismo momento; y a lo largo del verano se fueron debatiendo las posiciones de los diez puntos y el preámbulo que se había definido. Surgieron evidentes discrepancias en torno al modelo organizativo revolucionario que sustituiría al capitalismo, defendiendo por un lado la formación de una República Socialista, mientras que los cenetistas proponían una institución obrera de igualdad económica, política y social sobre las bases del federalismo.

La solución definitiva fue café para todos y, en realidad, para nadie. Se decidió que se cancelaría el acuerdo en el momento en que triunfase la revolución social, otorgando libertad a cada organización política de defender sus proyectos sociales y políticos. Se atendía claramente a una hoja de ruta sin un programa claro, sin una verdadera unidad obrera porque estaba siendo un pacto por arriba, que en Asturias particularmente quedaba menos opaco porque las bases militantes sí que tenían un alto grado de participación política y diversas tendencias ideológicas revolucionarias se entendían en el plano de la acción conjunta. Determinar que el pacto se llevaría a término hasta triunfar la revolución social era no analizar la realidad política científicamente ni con debida coherencia revolucionaria. Un proceso revolucionario no puede otorgarse por finalizado porque desde su estallido tiene un carácter permanente y en escalada hacia derrocar por completo al capitalismo, es decir, plantearle una guerra total y al mismo tiempo establecer como salvaguardia de esa guerra y revolución las entidades que aseguren la independencia obrera frente a burocratismos, su autogestión económica y sus estructuras de poder popular y social. Nada de esto estaba contemplado en esa alianza obrera que se había establecido en Asturias y el resto del territorio español.

La comuna asturiana, desarrollo y vida de los comités revolucionarios locales.

Esta comuna asturiana que pervivió durante dos semanas tenía como anhelo la Comuna de París de 1871, era la experiencia en la que se inspiraba aún en el siglo XX una parte importante del movimiento obrero español organizado que quería la emancipación total. El objetivo inicialmente de esa alianza obrera fue trabajar en común acuerdo para conseguir que triunfase la revolución social, vía que prontamente se comprobaba que no sería en absoluto posible según el avance de acontecimientos y el aislamiento del movimiento revolucionario asturiano.

A tenor del estallido revolucionario fueron surgiendo comités locales en cada municipio, eran el resultado directo planificado de la acción sindical y política unitaria vinculada a todos los acontecimientos del asalto insurreccional en Asturias. Se podría afirmar que eran la obra política consecuentemente construida desde abajo para defender la toma del control obrero de sus propios designios con independencia de clase. Estos comités locales constituidos en los pueblos asturianos en los que se venció a las fuerzas represoras debían autogestionar esa vida local enfocada a mantener, ampliar y sostener convenientemente el movimiento revolucionario. Principalmente fueron en los municipios de las cuencas mineras donde estos comités locales se organizaron según las directrices de las fuerzas revolucionarias. Es evidente que estos comités locales debían tener una coordinación superior, por lo que se creó el Comité Revolucionario Provincial, que tuvo al inicio su sede en Oviedo, hasta que esta ciudad fuese derrotada por las fuerzas militares españolas. Este Comité Revolucionario en la capital asturiana estaba presidido por el socialista Ramón González Peña e integrado por las organizaciones de la alianza obrera.

Sin embargo, la base del movimiento revolucionario serían los comités locales que, compuestos por diversos militantes sindicales y vecinos organizaban desde abajo conociendo de primera mano las necesidades del pueblo y tratando de coordinar los requerimientos revolucionarios. Evidentemente no son estas entidades obreras el cénit revolucionario completado, sino los medios necesarios para la revolución en ciernes, comités donde se organiza la vida en transformación y su extensión como única salvaguarda de su defensa. Un plan estratégico debe abarcar todos los niveles de la vida, siendo conocedores de que se trata de un tiempo revolucionario, es decir, donde el tiempo se dilata, avanza o vira en función de las propias necesidades de ese devenir revolucionario. Asegurar la administración de cada pueblo, que sus organizaciones de clase sean autónomas, la autogestión económica del trabajo en vías al comunismo libertario y, sobre todo, la defensa armada de la revolución social.

Todo este entramado se erigía sobre la base de los comités locales, que tenían a su vez distintos comités por funciones, por ejemplo, asegurarse el conveniente abastecimiento de comestibles para evitar su acaparamiento o escasez. Igualmente importantes resultaron los servicios de sanidad, es decir, sostener las necesidades sanitarias y la formación continuada de hospitalillos y atención a enfermos. La organización libre del trabajo iba enfocada a las necesidades revolucionarias, como el flujo energético y las comunicaciones, o los transportes. De hecho, hubo grupos de mineros encargados de gestionar camionetas o trenes con el desplazamiento de mercancías y de milicias revolucionarias; así como de asegurarse las líneas telefónicas y servicios de enlace de información.

Uno de los comités más importantes era el encargado de la guerra y el orden público; es decir, la defensa de la revolución mediante las armas frente a militares y guardias civiles con una organización de combate y la vigilancia de sectores reaccionarios y de sabotajes aplicando una justicia revolucionaria. Estas milicias obreras estuvieron compuestas por integrantes de las organizaciones obreras que trataban de evitar saqueos de comercios o cualquier otro acto que fuese contra los intereses revolucionarios. De hecho, dos años más tarde durante el periodo revolucionario de 1936, la propia CNT-FAI crearía su servicio secreto anarquista y de autodefensa revolucionaria. Sin embargo, la victoria revolucionaria no solamente se consigue a través del enfrentamiento militar, sino a través de la extensión del movimiento; no obstante, en Asturias en 1934 fallaron ambos elementos.

En localidades como Mieres, en el corazón de la cuenca minera del Caudal y denominada «primera fortaleza obrera», fue proclamada la República Socialista el mismo día que triunfó la huelga revolucionaria. Con una población de 40 mil habitantes, contaban con una fuerza de ocho mil mineros y mil metalúrgicos. La composición de su comité local fue de predominancia socialista y marxista, proveyendo a cada familia una libreta de consumo para el abastecimiento, y «vales» destinados a fines exclusivamente militares.

En Sama de Langreo la resistencia a los guardias civiles, reforzados por guardias de asalto enviados desde Oviedo, dio paso a una encarnizada batalla en retaguardia revolucionaria, por lo que las acciones del comité revolucionario local fueron limitadas; no se pudieron realizar expropiaciones a industriales, pero se les obligó a participar de las necesidades revolucionarias. En el municipio de Grado, comarca agrícola al oeste de Oviedo y de las cuencas mineras, se izó la bandera roja en el Ayuntamiento, si bien su comité local de mayoría marxista del PCE ni se abolió el dinero ni la propiedad privada.

En Gijón predominaba la CNT, pero la revolución social estuvo limitada por el rápido ataque gubernamental que sufrió y la falta de armas de los revolucionarios. Únicamente en el barrio obrero de El Llano el comité de abastecimiento pudo organizar de manera maltrecha la distribución y producción de comestibles en tahonas donde se fabricaba pan; podríamos afirmar que faltó conquistarlo verdaderamente.

Aunque fue en la localidad de La Felguera, donde dominaba fuertemente la CNT, que se proclamó el comunismo libertario tras la toma del pueblo y su factoría metalúrgica. Se abolió el dinero y la propiedad privada; mientras que sus obreros metalúrgicos blindaban camiones de combate utilizados por las milicias revolucionarias en los distintos frentes.

El Comité Revolucionario Provincial decidió requisar nueve millones de pesetas depositados en la sucursal del Banco de España en Oviedo, dinero que sería trasladado posteriormente para ayudar a evadidos y exiliados, y a sus familiares, para reabrir periódicos y locales, o para financiar las organizaciones de la alianza obrera. Se había creado una embrionaria institución obrera político-administrativa que en muchos casos no pudo extender ni siquiera localmente la obra revolucionaria, o resistir a la ofensiva militar gubernativa. Sin embargo, de la misma manera que sucedió en la Comuna de París en 1871, Oviedo quedó en ruinas en 1934 como consecuencia de la lucha revolucionaria. Por un lado, por el bombardeo de la aviación y los combates con las milicias obreras, y por otro lado, porque igual que se reflexionó en el París comunero desesperadamente, sino se podía hacer triunfar la revolución, que de sus ciudades burguesas no queden más que ruinas.

El terror legionario y las consecuencias políticas de las represalias contra el movimiento obrero.

La comuna asturiana fue vencida de manera oficial el 18 de octubre de 1934; y desde esa fecha se iniciaba una terrible venganza programada por el gobierno republicano, coordinado militar y judicialmente. Miles de obreros fueron detenidos en todo el país, no solamente en Asturias, sino en otras ciudades, y también fundamentalmente en el territorio de Cataluña. Un duro golpe al movimiento obrero organizado, con 1.200 muertos entre los revolucionarios, unos 2.000 heridos, cientos de huidos y unos 35 mil encarcelados que, solo saldrían de las cárceles tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. 

La represión in situ fue llevada a cabo por tropas coloniales principalmente, dándose numerosos saqueos, violaciones y ejecuciones sumarias; una violencia de clase contra obreros y obreras en Asturias. Al frente de esa represión destacaron rápidamente por su brutalidad, el oficial de la Guardia Civil, Lisardo Doval, y el teniente coronel Yagüe, que dirigía las fuerzas legionarias; y quienes extendieron el terror en los territorios recuperados a sangre y fuego a la comuna asturiana.

Sin duda, una de las principales consecuencias políticas que se pueden extraer de este movimiento comunal asturiano es que se había perdido la oportunidad de iniciativa revolucionaria. Si vemos todo en conjunto como un proceso, el ciclo que quedaba abierto no escribía en este punto su última página, pero es completamente cierto que en julio de 1936 la iniciativa de sublevación la tuvo la derecha militar e industrial con elementos fascistas y tradicionalistas. Dos años después se iniciaba allí donde se pudo un proceso revolucionario como consecuencia del golpe militar, el pueblo en armas defendió esa obra revolucionaria en Cataluña, Aragón y el Levante principalmente. Sin embargo, la iniciativa obrera fue cortada de cuajo con el descabezamiento de la fuerza minera asturiana. Su derrota fue militar y política; tan unidas la una a la otra cuando se ha de querer llevar a la victoria al movimiento obrero organizado. La falta de una estrategia clara, y de unos objetivos políticos concretos, solamente pudiendo establecerse en una alianza verdaderamente con organizaciones obreras y una vanguardia compartida con independencia de clase, fueron su fracaso.

Además, un movimiento revolucionario solamente puede avanzar, resistir y prosperar si logra romper límites temporales y espaciales; y si se extiende por otros territorios y se escala convenientemente a nivel mundial. Pero para lograr ese objetivo, hay que proponer unos ingredientes revolucionarios que solamente estarán a salvo de cooptaciones si las alianzas que se construyen son desde abajo; y no con pactos entre direcciones sindicales o partidarias. Quizá estas sean algunas de las lecciones históricas más importantes que podemos entrever del movimiento revolucionario asturiano de 1934 más allá del mito obrero. Las iniciativas de clase llevadas a cabo por quienes nos precedieron hay que ponerlas sobre el incisivo ojo de nuestra autocrítica; quizá la labor más compleja de equilibrar entre no caer en la denostación sectaria por norma, ni tampoco en la romantización grotesca de los hechos revoltosos. En la actualidad y con las distancias temporales evidentes, debemos continuar indagando las vías revolucionarias con vigencia en nuestro mundo y adaptarlas con tácticas convenientes a cada contexto. Esa será la mejor obra revolucionaria que podamos ir construyendo actualmente, y mirando con entusiasmo el pasado de quienes lucharon por esos mismos ideales de emancipación total del capitalismo.  

Angel, militante de Liza.

Comparte este artículo
Deja un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

forty + = forty five