Ha pasado ya algo más de una semana desde que el 29 de octubre distintos barrancos en la cuenca hidrográfica de València anegasen todo el cinturón de pueblos de l’Horta Sud, es decir, los municipios que quedan al sur de la ciudad de València en dirección a la Albufera. Por el momento, algo más de 220 muertes y decenas de desaparecidas principalmente en el territorio valenciano, si bien también hubo víctimas en Albacete y Málaga por los efectos de la DANA mediterránea. Un fenómeno natural que se puede prever, que los datos de la AEMET actualizados comunican diariamente y son los que se toman en consideración para tomar medidas y activar alertas de riesgo moderado, grave o extremo. Una masa de aire frío que encuentra el calor acumulado de las aguas del mar Mediterráneo provoca este fenómeno, cada vez más asiduo y con peores consecuencias debido al aumento sostenido de 1,5ºC de media de la temperatura del mar.
Este escenario climático debe siempre confrontar las tesis negacionistas, tanto de las altas esferas del poder como de las teorías outsider promovidas por la extrema derecha, augurando, sin embargo, una mayor intensidad de estas catástrofes en relación con la crisis ecológica y climática que vivimos. Estas se darán con más frecuencia, y veremos nuevas situaciones dramáticas que, al mismo tiempo, están muy vinculadas con decisiones políticas y sociales. Por ese motivo, también debe llamar la atención que, comprobado el crecimiento inmobiliario y especulación con la vivienda en las últimas décadas, saltándose por completo informes medioambientales, se ha edificado durante muchos años en zonas que tienen un altísimo riesgo de este tipo de situaciones de catástrofe por riadas. Ante todo, más allá de las denuncias sobre la crisis social y climática que queremos plasmar en este texto, nos solidarizamos con todas las víctimas y afectadas directamente por estas inundaciones históricas en València y otras regiones.
Bajo las aguas aflora la conciencia de clase
Se está viviendo con estos hechos posiblemente la mayor catástrofe peninsular de inundaciones de nuestra historia reciente junto con las riadas del Vallès en Barcelona de 1962, y las riadas de Andalucía y Murcia en 1973. En el presente y de manera directa, los acontecimientos de las últimas semanas se presentan acompañados de la extrema vulnerabilidad que sufrieron miles de trabajadores obligados a ir a sus puestos laborales pese a una situación de riesgo para sus vidas. A pesar de las advertencias de diluvio histórico desde hacía ya días previos, y en esa misma jornada, no se pusieron unas medidas preventivas razonables y, además, el sistema de emergencias valenciano, muy deteriorado por recortes presupuestarios, colapsó por completo, dejando a merced de acontecimientos naturales sin ninguna alternativa de auxilio a miles de personas.
Desde el mediodía algunos centros de trabajo públicos o la educación universitaria cesó su actividad, las empresas privadas situaron por delante la monetización y explotación laboral por encima de la vida de las trabajadoras. Después se rasgan las vestiduras afirmando que es el empresario quien asume riesgos, cuando la clase trabajadora es la que expone de manera explícita y brutal su propio cuerpo y su vida por el enriquecimiento de unos pocos. Empresas muy reconocibles del país han seguido en esa misma dinámica a lo largo de la semana en otros puntos y regiones donde se han dado igualmente fuertes lluvias. Las organizaciones ‘‘sindicales” mayoritarias (como CC.OO. y UGT) no hicieron en el momento ni un solo comunicado exigiendo a las empresas privadas que no obligasen a poner vidas humanas en riesgo enviando a trabajadoras a hacer repartos a domicilio o desplazándose a sus lugares de oficio. Aun disponiendo de tanto la afiliación como las mayorías en las plantillas y los comités de empresa, estos “sindicatos” se negaron a reaccionar de ninguna manera, ni por la fuerza de sus trabajadores afiliados ni por los mecanismos de prevención de riesgos laborales de los comités de empresa. Así, fallaron en el mandato más básico de un sindicato de trabajadores, que es defender y proteger a éstos. Es realmente bochornoso comprobar que el sentido común y la decisión última recae, junto con la asunción de responsabilidades laborales muy delicadas, en las propias trabajadoras que, en última instancia y por verse fuera de todo riesgo para sus vidas, deben decidir personalmente negarse a acudir a sus puestos, tanto durante dicha catástrofe como después ante la imposibilidad de desplazamientos. Esta situación, aún con la legislación en la mano sobre los derechos ante estas situaciones, nos deja en una desprotección absoluta frente a las lógicas capitalistas de máxima producción y rendimiento.
La nefasta gestión oficial de estas inundaciones por parte de las instituciones estatales evidencia que no nos protegen en absoluto y, que en alianza de clase con las empresas, siempre pondrán los intereses capitalistas por encima de nuestras vidas como se ha visto en otras crisis similares como la pandemia del Covid-19. Las trifulcas actuales en el poder estatal sobre la búsqueda de responsables es un sálvese quien pueda, y no vienen a resolver las necesidades materiales de quienes lo han perdido todo. Nos señalan sobre la vuelta a la normalidad, pero esa vuelta a la normalidad desde la perspectiva capitalista implica volver a las lógicas de explotación y esperar la siguiente gran crisis ecológica y social que vuelva a conseguir que nos quedemos llorando nuestros muertos con impotencia y rabia.
Esas experiencias en que se dan unas condiciones directas de pérdida directa de nuestras vidas, hacen aflorar una conciencia de clase que está siempre camuflada tras esa imposición de las lógicas capitalistas, pero que se hace explícita en este tipo de brechas y que son vivencias acumulativas en nuestra memoria como clase explotada. Ya no se dan tantos mensajes como hace tiempo donde se lamentaban de los «desastres naturales» y punto, ahora se ponen sobre la mesa y se evidencian estas injusticias sociales y las problemáticas de raíz de clase que tienen relación directa con estos sucesos. También hemos visto cómo esta semana se daban situaciones de saqueo por parte de la población en centros comerciales y locales ante la falta de víveres básicos pasados los días de desatención absoluta. Sobre esas acciones, llevadas en su mayoría por una toma de conciencia de la supervivencia frente a otras lógicas mercantiles, actúan discursos racistas y xenófobos, tratando de relacionar estos hechos con comunidades sociales migrantes o romaníes.
Desde el fango brota el apoyo mutuo
Durante las inundaciones a través de muchos testimonios, pero también posteriormente y hasta una semana después en que los distintos grupos de poder se siguen peleando por un relato que les salve de la quema pública, es la solidaridad como base la que más se ha evidenciado en todo esto. Una oleada de cooperación y voluntarias que, desde todo el territorio peninsular y en el propio territorio valenciano, están organizando las labores que nos permiten afirmar que solo el pueblo salva al pueblo. De hecho, desde este medio animamos y, por supuesto, participamos de iniciativas solidarias que han puesto en marcha una red de apoyo, desde «Suport Mutu Dana València» hasta estructuras sindicales como CGT y CNT València con el apoyo del resto de federaciones y también asociaciones vecinales, sindicatos de barrio, centros sociales autogestionados, casales populares u organizaciones políticas revolucionarias. También comprobamos que esa solidaridad necesita de una coordinación y unidad de clase, es decir, la solidaridad debe ser lo más amplia y extendida posible, y sobre ella debe operar la conciencia de clase y el apoyo mutuo como estrategia política, ya que, tendrá que ser desde el fango donde iniciemos la revolución. La realidad cultural impuesta desde la ficción estadounidense concuerda poco con lo que vemos realmente en situaciones como esta en la actualidad, o el huracán Katrina en los EE.UU en el año 2005. La acción social más recurrente es el apoyo mutuo y no la lucha competitiva por la supervivencia.
Hace pocos días veíamos cómo la llegada de los Reyes Felipe VI y Letizia, el President de la Comunitat Valenciana (Carlos Mazón) y el Presidente del Gobierno (Pedro Sánchez) desataba en Paiporta una gran indignación y una protesta contra su presencia allí por la nefasta gestión de esta crisis social y ecológica. Algunos minoritarios grupos de ultraderecha también estuvieron presentes, trataron de hacerse visibles, y lo lograron, y sobre todo pretendían marcar discurso político. Muchas organizaciones de izquierda han rechazado aquella muestra de rabia popular porque ha quedado retratada como un acto de la extrema derecha outsider. Más allá de la performatividad del suceso, se sostenía sobre la rabia legítima de cientos de personas valencianas, de Paiporta y otros pueblos afectados. Denota una crisis de régimen, cada vez más acusada y con mayores indicadores que van en escalada con más frecuencia. Si la solidaridad no va unida a una conciencia y unidad de clase será la ultraderecha la que se aproveche de ese caldo de cultivo e incluso de nuestros lemas. Hace falta el apoyo mutuo como herramienta que conecta la solidaridad humana con una vía alternativa revolucionaria contra el capital, porque si no esa indignación se expresará como reacción fascista coordinada por una extrema derecha que se presenta outsider pero es un brazo más del régimen que sostiene el sistema neoliberal. En definitiva, no podemos permitirnos ceder espacios y, sobre todo, no podemos permitirnos regalar discursos a la extrema derecha; hay que luchar ese terreno, hay que darle una dirección política anticapitalista y antifascista. La rabia se organiza, sin no lo hacemos nosotras lo hará la derecha dividiendo esa unidad de clase.
Los militares desplegados en València no están para labores de emergencia, para eso hay otros servicios formados convenientemente para ello; se les da una labor con capitalización ciudadana para darse un lavado de cara, pero sabemos que ahí están para ejercer control social sobre una población que ha visto que la empresa privada la mandaba a morir y el gobierno público la desprotegía. “Solo el pueblo salva al pueblo” no es solo una proclama solidaria; es también la fuerza social que puede trasladar a una superación de las lógicas del poder; a una vivencia de autoorganización y lucha de clase.
La vida vale vida, y a nosotras nos condenan a morir por ser trabajadoras, para “levantar el país”, para los beneficios de las pequeñas y grandes empresas. Por ello llamamos siempre a esa autoorganización de la clase explotada, a presionar y llevar en escalada las reivindicaciones de nuestra clase; a construir Poder Popular para que esas exigencias en las que nos va la vida, se conviertan en impulso para llevar a término una transformación revolucionaria de nuestro mundo.
Que nuestras vidas sean anegadas por el apoyo mutuo y no por la miseria capitalista.