Si no la has leído, puedes leer la primera parte de esta entrevista aquí.
Otro término que parece ganar mucho foco en la tendencia especifista es ‘fuerza social’. La fuerza social es la fuerza ‘realizada’ de una clase dominada, cuando se organiza y canaliza utilizando los medios correctos hacia fines que son de su interés. Por lo tanto, el concepto de fuerza social premia la organización, tanto práctica como ideológica, de la clase dominada, ya que una mayor organización equivale a una mayor capacidad de transformación social. ¿Podría extenderse un poco más sobre cómo se realiza esta ‘fuerza social’? Y además, y esto es quizás un problema de traducción, ¿qué diferencia hay entre poder y fuerza social? De mi lectura de sus obras traducidas, parece haber distintas capas de fuerza social que están implícitas pero no se describen explícitamente. En primer lugar, citando a Proudhon, hay una especie de fuerza potencial que los trabajadores obtienen trabajando cooperativamente. Además, existe un tipo de fuerza que se obtiene al trabajar cooperativamente en un sentido ideológico político: trabajar colectivamente hacia una meta y un programa comunes. Finalmente, está la fuerza social en el sentido que usted discute principalmente, a nivel de clase, donde las clases dominadas en virtud de su posición de clase pueden construir poder popular. Me preguntaba si podría hablar sobre la relación entre estas capas (independientemente de si está de acuerdo con mi expansión del término). Para reformular esta pregunta de manera más práctica: ¿qué papel juega la organización anarquista en la organización del poder de las clases dominadas?
Hay muchos elementos en esta pregunta que creo que es importante detallar y organizar. Poco a poco he escrito otros materiales sobre el tema del poder, que abarcan todo lo que me estás preguntando. Intentaré sistematizar de una forma más didáctica para facilitar la comprensión. Y todo lo que digo a continuación referencia a autores clásicos (Bakunin, Malatesta, Proudhon, principalmente) y contemporáneos (Alfredo Errandonea, Tomás Ibáñez, Fábio López, Bruno L. Rocha), incluidas las organizaciones anarquistas especifistas y mi propia producción.
Antes que nada, es importante recordar, como dije antes, que el poder ha sido históricamente definido de tres maneras: 1.) Como una capacidad; 2.) Como estructuras y mecanismos de regulación y control; y 3.) Como asimetría en las relaciones de fuerza. Estos tres elementos son importantes y están presentes en la teoría del poder que vengo desarrollando. No necesariamente como parte del concepto de poder en sí mismo, sino relacionado con él.
Tomemos como punto de partida una definición de poder que considero adecuada: el poder es una relación social concreta y dinámica entre diferentes fuerzas asimétricas, en la que hay preponderancia de una(s) fuerza(s) en relación con otra(s) . Existen algunos aspectos importantes en esta definición.
Primero, cuando afirmo el poder como una relación social, estoy diciendo que el poder significa una relación de poder, y que involucra al menos a dos partes (personas, grupos, clases, etc.). En segundo lugar, cuando hablo de una relación concreta y dinámica estoy excluyendo esa noción de poder como capacidad, que se sitúa en el campo de las posibilidades, de algo que puede o no materializarse; me refiero, más concretamente, a una relación que se da realmente. Esta relación nunca es permanente, siempre se ubica en un contexto (tiempo-espacio) y es temporal; nadie tiene el poder eternamente, sino sólo por un cierto tiempo. Por lo tanto, las relaciones de poder están en constante cambio y pueden transformarse en cualquier momento.
En tercer lugar, cuando hablo de la relación entre diferentes fuerzas asimétricas, es necesario definir con precisión este concepto o subconcepto accesorio: la fuerza social. La fuerza social puede definirse como la energía que aplican los agentes en los conflictos sociales para alcanzar determinados objetivos. Tal fuerza puede ser individual, grupal o de clase y significa la materialización de la capacidad de realización. Aquí tenemos el primer aspecto que organiza esas tres formas históricas de conceptualizar el poder: yo distingo entre la capacidad de realización y la fuerza social.
La capacidad de realización es esa posibilidad de hacer algo en el futuro, esa posibilidad puede llegar o no materializarse. Nos referimos a la capacidad de realización cuando, por ejemplo, decimos que los trabajadores tienen el poder de transformar el mundo. De acuerdo con los conceptos que he adoptado, esta frase estaría mejor formulada de la siguiente manera: los trabajadores tienen la capacidad (posibilidad) de transformar el mundo. Esto se debe a que, aun con esta capacidad, pueden o no transformar el mundo. No es algo concreto que realmente sucede.
La capacidad de realización se convierte en fuerza social cuando sale del campo de posibilidad de realizar algo en el futuro, que puede o no ocurrir, y es efectivamente puesta en práctica. Pasa a ser parte del juego de fuerzas que constituye la realidad social. Volvamos a nuestro ejemplo: los trabajadores tienen la capacidad de transformar el mundo. Pero es posible que todos se dediquen a su vida diaria, vayan a trabajar, cuiden de la familia y vivan una vida que no tenga impacto en las direcciones de desarrollo de la sociedad capitalista. En ese caso, sólo continúan con esa capacidad potencial.
Ahora bien, cuando comienzan a aplicar su energía en los conflictos sociales hacia ciertos fines, estos trabajadores constituyen una fuerza social. Por ejemplo, cuando empiezan a organizarse, cuando combaten, demandan, etc. Fíjense que aquí esa capacidad se ha transformado en una fuerza social. Esta fuerza puede ser bastante minoritaria y, por lo tanto, incapaz de cambiar el curso de la realidad; pero puede ser mediana o incluso grande y, de esta manera, dar lugar a cambios y transformaciones.
En el gráfico: Fuerza social
Capacidad de realización -> Fuerza social
Cuando hablo de fuerza social es importante tener en cuenta dos cuestiones. La primera es que todos nacemos con la fuerza física de nuestro propio cuerpo, que puede movilizarse en determinados conflictos. Por ejemplo, la fuerza física de un hombre puede usarse para imponerse a una mujer en un conflicto dado. La segunda es que una fuerza social puede ser individual o colectiva y, en el segundo caso, siempre debemos considerar que la fuerza colectiva es mayor que la suma de las fuerzas individuales. Por ejemplo, la fuerza colectiva de 100 trabajadores protestando frente a un ayuntamiento durante una hora es mucho mayor que si estos trabajadores se quedaran allí, cada uno, individualmente, durante una hora, uno tras otro. Incluso si el número de horas de protesta por persona es el mismo, Además, hay que tener en cuenta que existen numerosas formas de amplificar la fuerza social. Veamos algunas de ellas que son bien conocidas.
Las personas pueden:
1) Aumentar su fuerza física y mejorar las técnicas para usar esa fuerza , con ejercicios y artes marciales. En un conflicto entre ultras, por ejemplo, la fuerza física puede ser un factor determinante., o incluso en el caso de combates militares que requieran capacidades y esfuerzos corporales.
2) Reunir y movilizar personas con un propósito común. Para una petición, una elección o una marcha callejera, por ejemplo, la cantidad de personas reunidas y movilizadas es un elemento fundamental.
3) Poseer dinero, propiedad, maquinaria y recursos naturales. De eso se trata, por ejemplo, cuando vemos que es mucho más fácil que los ricos se impongan a los pobres que al revés; que un país con una gran cantidad de petróleo tiene mayor peso en las relaciones geopolíticas internacionales que un país sin petróleo; o que, en la competencia capitalista, los grandes tienden a subyugar a los pequeños.
4) Conquistar puestos de mando y decisión , ya que las personas que los ocupan tienen muchas más posibilidades de imponerse a quienes no los ocupan. Cuando decimos, por ejemplo, que no hay libre negociación de salarios entre patrón y trabajador, es precisamente por eso. Por ocupar un puesto de mando y decisión o incluso por ser los dueños de la empresa, los gerentes y propietarios tendrán casi siempre una fuerza social mucho mayor que la del trabajador en los conflictos laborales. Esto explica por qué, en un movimiento popular burocratizado, los puestos de mando y decisión son fuertemente disputados por entidades y partidos políticos.
5) Desarrollar la capacidad de influencia y persuasión , cuando existan personas que mediante argumentos o carisma, en conversaciones, discursos, etc., convenzan y pongan de su lado a otras personas.
6) Poseer armas y tecnologías de guerra, elementos fundamentales para, por ejemplo, determinar los resultados de una guerra.
7) Contar con información y conocimiento , que permita no solo tener un mejor impacto en los conflictos, sino también conocer con anticipación los pasos de adversarios y enemigos.
Podrían mencionarse muchas otras formas de aumentar la fuerza social. Cabe señalar que, en cada caso, existe un conjunto de «reglas» sobre formas posibles y legítimas de invertir en el aumento de la fuerza social. Veamos. Para los conflictos físicos entre ultras, asistir a un gimnasio y hacer un arte marcial es mucho más aceptable («normal») que para las disputas laborales por la negociación salarial en una empresa. Para los conflictos competitivos entre empresas, poseer bienes y dinero -invertir para tener cada vez más y convertirlo en un mecanismo para imponerse- es mucho más aceptable/normal que en los conflictos sociales propugnados por movimientos populares y organizaciones socialistas revolucionarias.
Quiero decir que cada forma de conflicto tiene un cierto conjunto de reglas sobre lo que es más aceptable, normal, habitual para invertir en aumentar la fuerza social. Lo que no significa que no se puedan adoptar otros caminos. Por ejemplo, las armas en general no forman parte de la normalidad de una elección sindical, pero en Brasil sabemos que, dependiendo del sindicato, eso es una realidad.
Otro aspecto importante de esta discusión es que las relaciones entre las fuerzas sociales siempre tienen lugar en un determinado escenario: una estructura u orden con regulaciones, controles, normas, instituciones. Este escenario también está formado por relaciones de fuerzas, pero que son más duraderas en el tiempo-espacio y se institucionalizan, haciendo que el propio escenario tenga sus reglas y, por eso mismo, ejerza fuerza en el juego. Las fuerzas sociales que trabajan a favor de la estructura/orden son mucho más fáciles (se maximizan) que las fuerzas que se oponen (se minimizan).
Esto explica por qué, en términos sociales, continuar algo que ya está sucediendo suele ser más fácil que cambiarlo; los movimientos que reafirman el orden tienen generalmente más facilidades que los movimientos que lo desafían. Imaginemos, por ejemplo, dos movimientos con la misma cantidad de personas y recursos: uno en defensa del capitalismo y otro anticapitalista. Lo que estoy argumentando es que, en una circunstancia como esta, aún con los mismos recursos/personas, el movimiento capitalista lo tendrá más fácil, ya que estará jugando en un escenario, en una estructura capitalista, aprovechando la inercia que tales relaciones tienen.
Como puede verse, esta noción de fuerza social es útil para pensar diferentes temas, especialmente los conflictos entre ciertas fuerzas en los niveles micro, meso y macrosocial. Esta dinámica de correlación de fuerzas asimétricas mencionada puede ser utilizada para entender las relaciones entre personas, pandillas, empresas, países, partidos, medios de comunicación, clases, etc.
Podemos concebir la realidad social como el resultado de un enfrentamiento entre distintas fuerzas sociales, que, en la mayoría de los casos, no se limitan a dos (fuerza A vs. fuerza B). A menudo hay múltiples fuerzas, que afectan la realidad de manera diferente, que tienen proximidad y distancia con otras, que están aliadas y cooperan entre sí.
Llego aquí al concepto más específico de poder, mencionado anteriormente. Poder que se produce exactamente cuando una o unas pocas fuerzas prevalecen (se superponen, se imponen) sobre la(s) otra(s). Y aquí se hace evidente la diferencia entre fuerza social y poder. Constituir una fuerza social significa intervenir en / afectar la realidad, jugar un papel en los conflictos; tener poder significa hacer de la propia fuerza social una fuerza que prevalece sobre las demás, que se superpone, que se impone.
Podemos decir, en este sentido, por ejemplo, que desde su resurgimiento a partir de la década de 1990, anarquistas y sindicalistas, en términos globales, han constituido una fuerza social. Porque, en los distintos países, inciden en la realidad, ya sea en las luchas y protestas en general, ya sea en los movimientos sindicales, comunitarios, estudiantiles, agrarios, o incluso en el campo de las ideas de manera más general.
Esto de ninguna manera significa que el anarquismo, el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario tengan poder. Actualmente, constituyen una fuerza social minoritaria dentro de la izquierda en general, y casi insignificante cuando pensamos en las fuerzas sociales que se disputan los rumbos globales de la sociedad1.
Cuando defendemos la necesidad de un anarquismo que busque el poder, esto necesariamente implica concebir y poner en práctica formas de maximizar la fuerza del anarquismo y, principalmente, de las clases populares, para que se conviertan en agentes poderosos no solo de la izquierda, sino en escenarios locales, regionales, nacionales e incluso internacionales.
En el gráfico: Poder
Capacidad de realización -> Fuerza social -> Poder
El poder está presente en todos los campos y niveles de la sociedad. Proporciona la base para las regulaciones, controles, contenidos, estándares, etc. Por lo tanto, tiene una relación directa con la toma de decisiones.
Disponemos, hasta el momento, de ciertos aspectos teóricos capaces de sustentar un análisis de la realidad, ya sea pasada o presente. Estos aspectos teóricos nos permiten elaborar reflexiones históricas y análisis de la coyuntura, a través de respuestas a un conjunto preciso de interrogantes. En un escenario dado (momento/territorio): ¿Cuáles son las fuerzas sociales en juego? ¿Cómo afectan al campo social? ¿Cuál(es) prevalece(n)? ¿Cuáles son los resultados de esta relación? Mapear las fuerzas en juego, su impacto en la realidad, las preponderancias y los resultados de este enfrentamiento es fundamental para comprender un escenario particular de la sociedad.
En el gráfico: Regulación y control
Capacidad de realización -> Fuerza social -> Poder -> Regulación y control
Tanto las relaciones de poder como las regulaciones y controles que se dan en la sociedad pueden o no implicar dominación. Esto quiere decir que, como hemos sostenido yo y otros especifistas, poder y dominación no son sinónimos; ni regulación/control y dominación. En otras palabras, una relación de poder puede ser una relación de dominación, pero también puede no serlo. Un conjunto de mecanismos de regulación y control puede ser dominante, pero también puede no serlo.
Lo que hace posible esta afirmación es otro concepto o subconcepto accesorio: la participación . En términos generales, la participación es la acción de tomar parte o contribuir a las decisiones colectivas; se relaciona con todo el proceso discutido en la constitución de fuerzas sociales, enfrentamientos/disputas y el establecimiento de relaciones de poder. Las relaciones de poder y los mecanismos de regulación y control pueden analizarse y concebirse en función de la mayor o menor participación que implican.
De manera que el poder, la regulación y el control pueden ser dominantes (y así tener menor participación) o autogestionados (y así tener mayor participación). El poder puede entonces concebirse como una relación que oscila entre estos dos extremos: la dominación y la autogestión.
La dominación es una relación social jerárquica, en la que uno o algunos deciden lo que concierne a todos; explica las desigualdades, implica relaciones de explotación, coerción, alienación, etc. La dominación explica las clases sociales, aunque existen otras formas de dominación además de la dominación de clase. La autogestión es la antítesis de la dominación; es una relación social no jerárquica (igualitaria), en la que las personas participan en la planificación y decisiones que les afectan, personal y colectivamente. La autogestión subyace al proyecto de una sociedad sin clases y otras formas de dominación.
Algunas nociones se derivan de esto. Primero, que la dominación es una forma de poder, como lo es la autogestión. Podemos decir que, históricamente, la gran mayoría de las relaciones de poder que se establecieron a nivel macrosocial fueron relaciones de dominación (poder dominante, por tanto). Pero también es posible afirmar que, paralelamente, un sinnúmero de otras relaciones de poder, en los niveles meso y macrosocial, eran relaciones de autogestión (poder autogestionado, por lo tanto). Esto lo notamos tanto en movimientos y luchas, como en ciertos momentos de experiencias insurreccionales y revolucionarias.
Cuando el especifismo afirma que es necesario «construir el poder popular», lo que se defiende no es más que la construcción de una fuerza social popular capaz de impulsar una revolución social y, con ello, establecer una relación de poder frente a las clases dominantes y grandes agentes de dominación en general. Evidentemente, no se trata de la construcción de ningún poder, sino de un poder autogestionario, que implica el combate directo de las relaciones de dominación, y que apunta a una sociedad sin clases y otras formas de dominación. Por tanto, nuestra concepción del poder popular es una concepción del poder autogestionario.
El papel de la organización anarquista va exactamente en esta dirección. Su objetivo es, en primer lugar, contribuir a transformar la capacidad de realización de los trabajadores en una fuerza social. En segundo lugar, colaborar para el incremento permanente de esta fuerza social obrera. En tercer lugar, reforzar las posiciones de izquierda, socialistas, revolucionarias y libertarias/antiautoritarias frente a las posiciones de derechas, capitalistas, reformistas y autoritarias presentes entre los trabajadores y sus movimientos. En cuarto lugar, estimular la construcción de relaciones de poder autogestionarias, que apunten a un proceso revolucionario de transformación social, estableciendo instituciones de regulación y control igualitarias y libertarias, y que permitan la expansión de este proyecto en términos regionales, nacionales e internacionales.
En una nota más práctica, la definición de poder y dominación dentro del Especifismo se ha utilizado para comprender teóricamente la estrategia de construir un ‘frente de clases oprimidas’. A algunos de nuestros camaradas les preocupa que esta estrategia lleve al abandono del papel dirigente de la clase obrera y su relación única con la producción durante la revolución socialista. También nos preocupa que pueda prestarse a un análisis ‘voluntario’ de la transformación socialista. Es decir, parece priorizar la relación de dominación sobre la relación con los medios de producción para entender qué papel jugará una clase en la revolución social y, por tanto, potencialmente una priorización de la concientización sobre la confrontación política sobre la producción. Esperaba que pudiera responder a estas inquietudes: ¿son comprensiones precisas de su posición?
Quiero comenzar destacando que el concepto de clases sociales con el que operamos, en general, es muy cercano al sostenido por diferentes anarquistas clásicos, como Bakunin y Malatesta. El problema aquí, de nuevo, me parece que es esa mencionada importación de elementos teóricos (en este caso, del marxismo) al anarquismo, algo que nos impide conocer y disfrutar de nuestros propios aportes.
Estos y otros anarquistas tienen reflexiones importantes para esta discusión sobre las clases sociales. En primer lugar, para Bakunin, Malatesta y otros, la clase social nunca fue un concepto exclusivamente económico. Sin duda, las clases comprenden (no pocas veces, principalmente) elementos de un orden económico, tales como la propiedad de los medios de producción y distribución, y los consiguientes privilegios económicos. Se puede decir que hay, en este sentido, un poder económico.
Pero las clases también abarcan otros elementos de un orden político, como la propiedad de los medios de administración y la coacción, y los consiguientes privilegios políticos. Se puede decir que hay, en este sentido, un poder político. Finalmente, las clases aún abarcan elementos intelectuales/morales, como la propiedad de los medios de comunicación e instrucción, y los consiguientes privilegios intelectuales. Se puede decir que hay, en este sentido, un poder intelectual.
En el sistema capitalista-estatista -y, por tanto, en la sociedad contemporánea- es posible afirmar que existe un conjunto de clases dominantes y un conjunto de clases oprimidas. Económicamente, podemos hablar de propietarios (burgueses y terratenientes), que someten a los proletarios (en el sentido más estricto, a los asalariados) y a los campesinos. Políticamente, podemos hablar de una burocracia (gobernadores, jueces, policías), que somete a un gran contingente de gobernados. Intelectualmente, podemos hablar de autoridades religiosas, comunicacionales y educativas, que someten a quienes tienen poca o nula incidencia en la producción de ideas en una sociedad en general.
Por tanto, en nuestra sociedad, cuando hablamos de clases sociales, podemos identificar estos tres grandes conflictos sociales: propietarios vs proletarios y campesinos (económico); burócratas vs. gobernados (políticos); autoridades religiosas/de comunicación/educativas vs. personas con poca o ninguna influencia en la producción de ideas macrosociales (intelectuales).
Es importante señalar que estos conflictos siempre se articulan en términos sistémicos. Por tanto, esta distinción entre los tres campos o esferas (económica, política e intelectual) y los tres conflictos relacionados con ellos antes mencionados es sólo analítica. Porque, en realidad, estas tres partes forman un todo estructural, que funciona como un sistema. La articulación de estos tres conflictos apunta exactamente a lo que mencioné anteriormente. No sólo hay burguesía y proletariado; no hay sólo dos clases en conflicto.
Hay, como se dijo, un conjunto de clases dominantes y un conjunto de clases oprimidas. Ejerciendo la dominación en nuestra sociedad tenemos este conjunto de clases compuesto por: propietarios + burocracia + autoridades religiosas/comunicacionales/educativas (subrayando que aquí hablo, obviamente, de las grandes religiones, empresas de comunicación y educación, es decir, aquellas que en orientan la producción de ideas en la sociedad contemporánea). Conjunto que posee simultáneamente los medios de producción y distribución, de administración y coacción, de comunicación e instrucción; y que goza, al mismo tiempo, de privilegios económicos, políticos e intelectuales.
Sufriendo la dominación en nuestra sociedad, tenemos otro conjunto de clases compuesto por: proletarios + campesinos (y pueblos tradicionales) + marginados, que son, en conjunto y concomitantemente, víctimas de la explotación económica, la dominación político-burocrática, la coerción física y la alienación intelectual. También hay un sector intermedio menos relevante entre estos dos amplios conjuntos de clases.
Así, cuando hablamos de lucha de clases, es necesario entender que esta puede manifestarse (y se manifiesta) de dos formas diferentes. Uno en particular, por ejemplo, cuando los trabajadores asalariados de una empresa se enfrentan a un jefe en particular. Otro, más general, que involucra a los dos conjuntos mencionados anteriormente: clases dominantes vs clases oprimidas.
Si usted y otras compañeras están interesadas, podemos compartir un estudio que utiliza estos supuestos teóricos para hacer una lectura de las clases sociales en el Brasil contemporáneo. Es bastante completo y muy interesante.
Esta concepción de las clases sociales tiene implicaciones que evidencian las diferencias entre nuestras posiciones y las normalmente vinculadas al campo del marxismo. Sobre todo cuando consideramos a la burocracia una clase dominante y, por tanto, enemiga de clase de los trabajadores como los burgueses o los terratenientes; lo mismo ocurre con los grandes líderes religiosos, los dueños de los grandes conglomerados de medios y educación, todos son enemigos de clase de los trabajadores y deben ser combatidos por igual para que el socialismo sea posible.
Este socialismo también abarca estos tres campos o esferas: buscamos un socialismo integral, que no se limite a la economía. Defendemos la socialización de los medios de producción y distribución (del poder económico), pero también de la propiedad de los medios de administración y coerción (del poder político), y de la propiedad de los medios de comunicación e instrucción (del poder intelectual). Esto es lo que entendemos como el fin del capitalismo, del Estado, de las clases sociales. Es decir, la socialización completa del poder social.
Sobre la propuesta de un «frente de clases oprimidas», puedo decir que, en nuestra concepción, sólo significa, como en general significó para innumerables anarquistas clásicos, la comprensión de que todas las «de abajo» – trabajadoras asalariadas, tanto del la ciudad y el campo, tanto en la industria como en los servicios, trabajadoras precarias, por cuenta propia, marginadas, así como el campesinado- se deben tomar en cuenta a la hora de concebir un amplio proyecto de transformación revolucionaria como el que nos proponemos.
En este aspecto es posible identificar otras divergencias, ahora con ciertos sectores históricos del marxismo e incluso del anarquismo. Era común, entre tales sectores, concebir el capitalismo como un modo económico de producción y entender que su base es urbana e industrial. No hay duda de que la economía es un campo/esfera central en la sociedad capitalista, y que las ciudades y las industrias juegan un papel muy importante en el capitalismo. Pero el capitalismo es mucho más que una forma histórica de economía. Es, como mencioné antes, un sistema que, además de la economía, incluye el Estado y las ideas que son fundamentales para legitimar las relaciones sociales capitalistas.
Por lo tanto, no hay duda de que las trabajadoras urbanas e industriales son fundamentales para la lucha y para una revolución social. Ahora bien, cuando se afirma el «rol protagónico de la clase obrera y su singular relación con la producción durante la revolución socialista», esto tiene distintas posibilidades de interpretación. «Clase obrera» puede significar exclusivamente el proletariado urbano e industrial -por supuesto, esta posición no es la nuestra-, pero también puede significar clase obrera en un sentido amplio, término que usamos a veces, y que abarca a todos los sujetos mencionados anteriormente.
Si es cierto que los sectores más directamente involucrados en la producción deben estar involucrados en cualquier proyecto revolucionario, cuando se habla de este tema en una perspectiva global, o incluso cuando se piensa en nuestra realidad latinoamericana, es inconcebible un proyecto revolucionario anarquista que no abarque al proletariado rural, campesinado, trabajadoras informales e incluso a las marginadas.
Creo que en este punto es necesario detallar un poco más los términos que usamos, porque podemos estar hablando de lo mismo o tener grandes diferencias.
Esto nos lleva a otro punto abordado en la pregunta, sobre el voluntarismo analítico. Nuestra posición, como puede verse, no es ni voluntarista ni estructuralista. Entiende que las estructuras juegan un papel fundamental en nuestra sociedad, construyendo una parte importante de la realidad social. Pero también que la voluntad, la acción humana, tiene un papel relevante. Por crudo que sea, me gusta pensar en la realidad social como un 70%-80% determinada estructuralmente, y un 30%-20% determinada por acciones humanas voluntarias.
Me parece que esta posición está en la línea de la mayoría de las teorías sociales contemporáneas (desde las Ciencias Sociales o la Historia) que buscan conciliar estructura y acción, dando más peso a la primera que a la segunda, pero al mismo tiempo huyendo del estructuralismo determinista y voluntarismo.
El siglo XX hizo evidente que los argumentos de cierto sector del marxismo estaban equivocados, y que la posición de un grupo importante de anarquistas históricos era, en efecto, la más correcta. En este período nos dimos cuenta, al observar las diferentes realidades económicas y sociales del mundo, que la estructura del capitalismo avanzado no era suficiente para producir, por sí sola y automáticamente, sujetos y procesos revolucionarios.
E incluso cuando miramos los países que tuvieron y no tuvieron revoluciones, lo que podemos ver es que el desarrollo de las fuerzas productivas no creó ambientes revolucionarios más radicales o con mayor potencial que en los llamados «atrasados». países en los que tuvieron lugar tales revoluciones. Notamos, al mismo tiempo, que no existe un «etapismo», por el cual las revoluciones sólo pueden darse después de un desarrollo avanzado del capitalismo.
Aunque cabe señalar que estas revoluciones, la mayoría de las cuales terminaron construyendo lo que se conocería como «socialismo real», ni siquiera socializaron o iniciaron una socialización consecuente del poder económico, por no hablar del poder político o intelectual. Ni siquiera se acercaron a la emancipación de los trabajadores, y ni siquiera avanzaron en esa dirección. Por lo tanto, no pueden ser tomados como modelos revolucionarios de éxito.
La posición de una fracción de una clase, de un grupo o de un individuo en la estructura de la sociedad no basta para hacerla más o menos revolucionaria. Para ello es imprescindible la acción, la conciencia (acción de clase, conciencia de clase) que, junto a los determinantes estructurales, producirá ese nuevo sujeto revolucionario que necesitamos. Para una transformación hacia el socialismo autogestionario que defendemos, no basta ser parte de una estructura desigual. Es necesario que esta estructura se perciba como injusta y que se crea en la posibilidad de cambio. Es fundamental que las acciones se muevan en una dirección determinada, siendo necesario un proyecto coherente. Las trabajadoras no se convierten en sujetos revolucionarios sin compromiso en las luchas y la toma de conciencia.
Finalmente, me gustaría enfatizar que no estoy priorizando «la relación de dominación sobre la relación con los medios de producción». Como he señalado, las relaciones de dominación, tal como las entiendo, involucran y abarcan relaciones con los medios de producción (en el sentido marxista). La explotación, en este sentido, es una forma de dominación, como las otras que he mencionado (dominación político-burocrática, coerción física y alienación cultural). Pero vale la pena recordar que cuando hablo de dominación de clase, no me restrinjo a los medios económicos, sino también a los políticos e intelectuales.
También debo señalar que esta posición no confunde la dominación de clase con otras formas de dominación, como la dominación nacional (colonialismo/imperialismo), la dominación étnico-racial (racismo) y la dominación de género (patriarcado). La dominación toma muchas formas; la dominación de clase es una de ellas -muy importante en la sociedad capitalista, sin duda- y está relacionada con todas las demás formas mencionadas anteriormente. Tal relación permite explicar la sociedad capitalista en sus múltiples relaciones de dominación.
Además, en la estrategia especifista no hay «priorización de la concientización sobre la confrontación política sobre la producción». Nuestra estrategia siempre se ha centrado en construir y fortalecer movimientos populares a partir de un programa específico que, en términos históricos, como ya he mencionado, es muy cercano al sindicalismo revolucionario. No somos educacionistas y no defendemos la prioridad en la propaganda. Nuestro foco está en el trabajo regular y cotidiano, en la construcción de luchas sindicales, comunitarias, agrarias, estudiantiles, de mujeres, LGBT, negras, indígenas, etc. con base en nuestro programa. La lucha en los espacios de trabajo industriales y urbanos está incluida en nuestra estrategia, pero va más allá. No sólo por el escenario económico y social brasileño, sino incluso desde una perspectiva global.
Marzo, 2022
Traducido por Diogo, militante de Liza
- Estas son algunas de las conclusiones de una investigación que realicé durante dos años sobre el resurgimiento global del anarquismo, anarcossindicalismo y sindicalismo revolucionario entre 1990 y 2019. Los resultados de esta investigación se pueden encontrar en el capítulo “El Renacimiento Global del Anarquismo y el Sindicalismo (1990-2019)”, del libro The Cambridge History of Socialism: a global history in two volumes, editado por Marcel Van der Linden (Cambridge, 2022) y en el “Dossier Anarquismo Contemporáneo: anarquismo y sindicalismo en todo el mundo (1990-2019)”: https://ithanarquista.wordpress.com/contemporary-anarchism/. ↩︎