Los límites del comunalismo
Cuando Abad de Santillán leyó la Declaración Confederal del Comunismo Libertario en 1936 fue crítico. El leonés opinaba que confundía el comunismo con el comunalismo, “[la Declaración] nos habla de todo, y en parte con exceso de detalles, menos de la organización del trabajo”. En el espíritu anarcosindicalista de la época, era vital pensar cómo se tendría que formalizar la producción. No es que la Declaración del Comunismo Libertario no lo hubiera hecho, sino que no concretaba.
Hoy en día nos vemos en otra tesitura parecida. Existe toda una corriente que propone el comunalismo como forma de vida. Desde hace décadas parte de los movimientos sociales y del anarquismo plantean la vuelta a la ruralidad como forma de superar el capitalismo. Uno de los efectos del capitalismo fue precisamente la aglomeración urbana debido a la desposesión en el ámbito rural. Millones de personas tuvieron que buscarse la vida en las fábricas o emigraron a ultramar porque la vida en sus aldeas se volvió imposible.
Así que al revertir este proceso, el planteamiento habitual es acercarse a esa vida soñada viviendo de una mezcla de empleos agropecuarios con otros técnicos y/o funcionariales. Es decir, que puedes tener una hectárea de frutales, dedicarte a hacer leña y mantener un trabajo de técnico de sonido o trabajar en un ayuntamiento ya sea haciendo talleres o en algún empleo más estable. Sólo es un ejemplo para que se entienda.
Aunque no toda la gente comparte los mismos motivos, tenemos dos tipologías habituales: las que ya se criaron en entornos rurales y vuelve a ellos, y las que procediendo de un nivel sociocultural medio o alto deciden huir de las ciudades por todos los problemas que conllevan. El caso es que cierta gente que sale de las ciudades adopta la idea comunal o comunalista como punto de partida para su actividad sociopolítica.
El comunalismo enfatiza la organización comunitaria y local basada en la cooperación, la autonomía y el uso común de recursos dentro de comunidades pequeñas. Su objetivo es promover comunidades autosuficientes, autogestionadas y sostenibles, basadas en la participación directa y la convivencia armónica con el medio ambiente. Por ello se hace mucho énfasis en la economía local, el cooperativismo, la autonomía y la descentralización, uniéndose mediante redes más o menos informales dependiendo del caso. Algunas redes son de tipo práctico y otras son más bien de tipo vivencial.
Para que se vea bien la diferencia, el comunismo busca la eliminación de las clases sociales, pretende instaurar la propiedad colectiva de los medios de producción creando una sociedad igualitaria donde los bienes son de propiedad común y se distribuyen según las necesidades de cada persona. Para ello se necesita cierto grado de planificación, teniendo en cuenta los recursos existentes y la capacidad de producción, consumo y distribución.
La poderosísima producción cultural de Hollywood y el “sentido común” actual nos dejan claro que el individualismo ha permeado a la sociedad en todos los niveles, y que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Según ese sentido común no tiene mucho sentido luchar contra el capitalismo actual, mejor quitarse de en medio y vivir una vida más o menos libre en sus márgenes. Implicarte en la vida sociopolítica de los pueblos pequeños podría ser una opción de mantenerse con actividad dentro del anticapitalismo militante. Pero muchos pueblos carecen de tejido social o comunitario de cualquier tipo y para militar en algo habrá que ir a las capitales o los pueblos más grandes.
¿Alternativa al capitalismo?
Se me hace difícil pensar en una alternativa al capitalismo que no pase por un proyecto a gran escala o que no tenga una estructura. Por eso, suelo pensar que los proyectos comunales no son alternativa al capitalismo entendido como modelo sistémico, sino que son alternativas al capitalismo urbano pero desde un capitalismo rural mezclado con cooperativismo, intercambio, economía del don y economía feminista. Para ser alternativa al capitalismo se requiere de algo más.
En primer lugar, se necesita un modelo territorial. No todo el mundo vive en el campo, ni se puede plantear seriamente que todo el mundo abandone las ciudades. Si bien el comunalismo suele hablar desde el ámbito rural, hoy en día los pueblos son como los de antes, ni su economía es totalmente agrícola (ni siquiera mayoritaria). Se habla desde una perspectiva romántica de un ruralismo que nunca existió. El mundo rural actual no es como el campesinado de 1600, de 1850 o de 1930, sino que vive una realidad más parecida a trabajar en el sector turístico, tener un coche por cabeza, comodidades domésticas tecnológicas, etc. Es decir, que es un mundo plenamente inserto en el capitalismo neoliberal, con todas sus relaciones sociales.
En este sentido el comunalismo sería una aspiración a algo mejor, más que un recuerdo de algo vivido. Siguiendo con el párrafo anterior, sería un cambio de relaciones sociales. Sin embargo se requiere de un proyecto político, que vaya más allá de lo meramente vivencial o de la economía a muy pequeña escala, que por su necesidad constante de conseguir capitales, no puede escapar al capitalismo.
Por desgracia, las redes o redes de redes son todavía elementos endebles, poco estructurados e infrafinanciados que no pueden ser consideradas como una alternativa al capitalismo presente. Si acaso, será una forma de vivir mejor, y eso según distintos puntos de vista sería incluso cuestionable.
La cuestión más interesante es el rescate de los bienes comunales y comunes. Este es el punto fuerte del comunalismo, ya que lo hace desde el mismo territorio. En este sentido, converge con usos y costumbres tradicionales de algunos lugares y potencia y resignifica el valor del comunal en nuestra sociedad. Se puede situar como una savia nueva en la defensa del territorio y del bien común. Podemos ver la potencia de ciertos movimientos de este tipo en las últimas dos décadas, que han logrado paralizar macro-proyectos de infraestructura o creado incluso “zonas liberadas”.
Como crítica está la falta de conexión de estos proyectos liberados o comunales con las izquierdas más urbanitas. Si acaso, éstas ven aquellos proyectos como aventuras individuales (o de pequeños grupos) que cuando las cosas van mal dadas buscan solidaridad, y cuando van bien ni se les oye.
Y es que en esta vida todo es confrontación. El capitalismo debe ser demolido por la fuerza lucha de clases y en ese proceso se debe generar un poder popular masivo que den lugar a espacios de contrapoder. Hablo de contrapoder más allá de la comunidad intencional, y que pase al municipio o territorio ampliado… es decir, incluyendo personas autóctonas no llegadas de los entornos urbanos politizados.
Alternativa al comunalismo
Cuando se habla de desmontar las ciudades me llega a la mente una imagen de largas filas de coches con todo el equipaje. Imaginemos que hemos hecho la Revolución. Ahora imaginemos que el Consejo Superior Comunal llega a la conclusión de que Madrid tiene que desaparecer.
No encuentro realista pensar que los 5 millones de habitantes de Madrid la pueden abandonar de golpe sin suponer ello un problema de grandísimas proporciones en cuestión de infraestructura, de distribución, de recursos o incluso de seguridad. Recordemos que irán a lugares más pequeños, con economías reducidas incapaces de dar empleo a tanta gente o ni siquiera de producir los alimentos necesarios para mantenerla.
Por tanto, ese proceso debería durar décadas para darse de forma viable y no caer en el caos económico y social. Esos periodos caóticos producirían mucha insatisfacción y ésta siempre es el caldo de cultivo de nuestros contrarios. Es decir, que la gestión siempre tiene que ir acompañada de la planificación.
Ahora bien, ¿cómo haría una comunidad autogestionada comunalista para construir poder popular?
Lo primero debería ser la implicación en la vida política y asociativa local. Si tienes ideas revolucionarias no puedes vivir al margen de lo que sucede a tu puerta. Así que toca participar de la vida comunitaria local, aunque te pueda parecer atrasada o insuficiente.
Y si no existe nada, habrá que crearlo. Lógicamente, habrá gente local que vea las cosas nuevas con hostilidad. Quizás son descendientes de los asesinos falangistas. Quizás odian a los hippies de ciudad que vienen a decirles a los de pueblo cómo se tiene que vivir. Quizás las únicas asociaciones del pueblo hasta ahora hayan sido la Iglesia y el grupo de cazadores. El objetivo será mantener el espacio cueste lo que cueste y politizar a la poca gente joven que haya. También podrá ser un punto de encuentro con otras personas de otros proyectos de la comarca. Por razones políticas el local debería estar situado en el pueblo, no una casa alejada a la que haya que ir en coche. Si es posible hacerlo en algún local de una entidad que ya existe, mejor.
El poder popular se construye a partir de las luchas sociales. Pero si no hay lucha social habrá que centrarse en crear las estructuras necesarias. Por ejemplo, en el ámbito rural suelen existir sindicatos o cooperativas agrícolas. En estos últimos tiempos hubo movilizaciones del campo con tractoradas incluidas. En no pocos territorios estas movilizaciones fueron capitalizadas por la ultraderecha, mientras que en algunos casos por sus contrarios. Es evidente que la falta de organizaciones sindicales que tengan una connotación de clase hace que unas movilizaciones tiren hacia el lado reaccionario. ¿Se puede revertir? Si no se pudiera, ¿se pueden crear otros sindicatos? ¿implantar el anarcosindicalismo?
En algunos territorios este arraigo en lo local se construye con candidaturas políticas. Es relativamente fácil hacerse con un municipio pequeño. Este aspecto suele ser rechazado de plano por el anarquismo, pero mucha gente neorrural no lo considera como algo descartable per se. La realidad es que se puede ganar alguna elección. Hay ejemplos. Si bien no sirve para cambiar las cosas, ya que el municipio no suele tener atribuciones para casi nada realmente importante, más bien sirve para ponerle freno al caciquismo y no se le robe al pueblo.
Al entrar en una dinámica de lucha de clases, las relaciones con las ciudades son más obvias. Cuando se lucha se necesitan recursos como abogados, locales para hacer asambleas y reuniones, dinero… Así que la lucha requiere de nuevas formalidades. Y si hablamos de hacer revoluciones, se requiere un plan, es decir, un programa.
Existen entidades que reclaman el comunalismo, que tienen un programa para llegar a esa sociedad postcapitalista que anhelan. Todavía ese programa no contempla la ciudad, casi como pensando que se disolverá sola, o que la ciudad capitalista podría tolerar un comunal postcapitalista. No puedo estar más en desacuerdo. Para ganar un territorio es necesario ganarse primero la población. El abandono de las izquierdas de los barrios obreros llevó a muchos a una despolitización total, de la que se aprovechan las iglesias evangelistas, los crypto-bros, los estalinistas o los neofascistas. Hay quienes entendemos que disputar esos lugares es justo una tarea estratégica hoy por hoy. Ahí vivimos un volumen de población tal que determinará la correlación de fuerzas.
¿Porque cómo va a resistir el comunal los ataques de las políticas fascistas? Basta con poner fuera de la ley los bienes comunes o las ecoaldeas para desmontar todo el trabajo hecho en décadas. La gran batalla política está en las ciudades y es vital apelar a la mayoría social atrayéndola a nuestro bando. Esto no quita para que no haya confluencia con los proyectos rurales más interesantes, siempre que no sean una burbuja y hayan conectado con el territorio que tienen a su alrededor.
Por resumir: bienes comunes, sí; comunal, sí; pero dentro de un escenario de arraigo local, de construir comunidad, construir pueblo, y de construir organizaciones sociales o sindicales propias que tengan interés en organizar el máximo número de personas posible. Aislamiento, no; elitismo, no; milenarismo, no; sino conexión con las luchas urbanas anticapitalistas bajo un programa común que apunte no a un comunalismo sino a una sociedad comunista libertaria a gran escala. Y para ello, es evidente, se requiere de planificación, congresos y participar en el debate general de los movimientos anticapitalistas.
Miguel G. Gómez (@BlackSpartak)