Tradicionalmente en el mes diciembre en el movimiento libertario se recuerda a todas las personas presas que hay encerradas en las cárceles del estado español, e incluso se organizan marchas a centros penitenciarios en apoyo del colectivo de presos. En el estado hay una población de aproximadamente 55 mil personas recluidas, y con motivo de finalizar el año hemos querido hacer un breve repaso para conocer la historia de las cárceles que ha habido en Madrid a lo largo de varios siglos donde la presencia del poder autoritario ha impuesto una dominación implacable. La memoria anticarcelaria es un aspecto que a los revolucionarios no se nos puede escapar, porque la reclusión y el punitivismo es una de las formas de brutalidad que otro mundo posible deben eliminar. Un mundo de libertad, autoorganización, justicia social y regenerativa, debe contemplar distintas vías para eliminar esos espacios que durante tantos siglos han servido de legitimación de los sistemas de dominación y crueldad, ya fuesen previos al capitalismo como en el neoliberalismo actual.
Desde la fundación oficialmente de Mayrit (en árabe andalusí «tierra rica en aguas») en el siglo IX podemos intuir perfectamente que ya debió de haber presidios en mazmorras subterráneas junto a la alcazaba o recinto amurallado fortificado militarmente en el Madrid islámico. Aspecto que no debió de variar demasiado en el Madrid cristiano a partir del siglo XII con la fortaleza del Alcázar de la villa y la aparición del Fuero Viejo de Madrid de 1202, que establecía un concejo abierto y se reunía en la Plazuela de San Salvador, actual Plaza de la Villa. Frente a la antigua iglesia medieval de San Salvador, derribada en el siglo XIX, fueron surgiendo un conjunto abigarrado de edificios de titularidad municipal en el siglo XV: la sala de audiencias, la bodega de los cueros, al alhóndiga de trigo, la casa del regidor y, por supuesto también, la Cárcel de la villa, fundada oficialmente en el año 1514. Algunas de estas instituciones, incluida la prisión, continuarían posteriormente sitas en el edificio conocido como Casa de la Villa construido a finales del siglo XVII. Ya desde el siglo XIV o XV en los palacetes nobles y aristocráticos como el antiguo Palacio de los Vargas, el Palacio de los Lasso o la Torre de Lujanes, incluían dependencias utilizadas como presidios privados por los nobles de esas casas.
Palacio de Santa Cruz ó Cárcel de la Corte.
Este edificio ubicado en la actual Plaza de la Provincia fue construido por orden del rey Felipe IV en 1629 y albergaría las dependencias de la sede de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte de la villa de Madrid, ya nombrada en el siglo anterior capital de la Corte de la monarquía hispánica. Ese mismo edificio también sería el lugar donde se ubicaría la denominada Cárcel de la Corte, dependiente de esta institución regia. En 1767 la cárcel fue trasladada a un edificio contiguo, pero el incendio de la Plaza Mayor de 1791 alcanza incluso ese edificio del Palacio de Santa Cruz, donde se quema el archivo histórico judicial de Madrid. El arquitecto Juan de Villanueva se encargará de la reconstrucción del edificio, y a partir de 1793 es convertido en Palacio de Justicia, oficialmente conocido como «Palacio de la Audiencia», es decir, donde estaban ubicados los Juzgados de Madrid, y también con dependencias carcelarias.
Entre la cultura costumbrista y castiza madrileña había antiguamente una expresión que era «dormir bajo el ángel», un sinónimo de ir a la prisión, ya que ese edificio del Palacio de Santa Cruz estuvo antaño coronado por la figura del arcángel Miguel en su fachada. Además, las calles que lo flanquean eran conocidas porque según salieran los presos por una u otra se sabía cuál habría sido la sentencia. Por la calle del Salvador salían aquellos que hubieran sido absueltos o algún castigo físico, mientras que por la contigua calle de Santo Tomás salían los reos condenados a muerte por los tribunales, motivo por el cual se conocía a ese lugar como la calle del Verdugo coloquialmente. Según documentos de archivo aparece mencionado que en dicho edificio hasta 1674 solamente se daba de comer a los presos una vez al día, y que a partir de ese año también se ofrecía la cena a los presos pobres.
No está claro históricamente cuándo dejó de ser de manera oficial dependencias carcelarias, porque en el siglo XIX aún se asegura que pasaron por ese edificio como presos José de Espronceda, Rafael Riego, Pascual Madoz o el bandolero Luis Candelas. Por lo visto fue un brote de tifus en esta prisión que se decidiera sacar a los presos a un enclave más alejado del centro de la urbe. Posteriormente ese mismo edificio fue el Ministerio de Ultramar y en la actualidad es la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cárcel de la Corona y mazmorras de la Inquisición en Madrid.
Al haberse fijado la capitalidad de la monarquía hispánica y posteriormente del estado español en la villa de Madrid, no han faltado multiplicidad de poderes y complejas relaciones entre estos con sus propias instituciones y un corpus legal arduo de descifrar sencillamente. Si bien la Cárcel de la Villa era para los delitos sociales que concernían al concejo madrileño, la cárcel de la Corte era para delitos civiles o comunes de clases no privilegiadas pero bajo jurisprudencia regia; y quienes estaban vinculados inicialmente a la Corona Real de alguna manera, tenían su propia prisión, sita en la actual calle de la Cabeza en el barrio de Lavapiés. Si bien su finalidad fue también la encarcelación de eclesiásticos que hubieran cometido delitos civiles, durante los siglos XVIII y XIX, se empezó a utilizar como cárcel para la Inquisición y posteriormente las Juntas de la Fe, hasta su abolición en 1834.
El edificio fue reconvertido ya en el siglo XIX en viviendas y posteriormente en una taberna; pero las mazmorras fueron rehabilitadas en el 2011, y actualmente se encuentran en el sótano del Centro de Mayores Antón Martín, según su denominación oficial, quedando el aspecto de las celdas que tuvieron desde sus orígenes, con metro y medio de ancho y tres metros y pico de profundidad, unidas entre sí por unos pequeños ventanucos enrejados. Faltarían las argollas que había antiguamente en sus paredes para encadenar a los presos, y las puertas que cerraban las celdas individualmente. En mayo de 1821 según las crónicas en pleno Trienio Liberal, en esas mismas mazmorras fue muerto a martillazos en la cabeza el cura Matías Vinuesa, un cura absolutista conspirador condenado en aquella prisión en esos años.
Aunque se haya mencionado anteriormente la Inquisición, y si bien se sabe que algunos Autos de Fe tenían lugar en la Plaza Mayor, como el macrojuicio del año 1680 reflejado en un lienzo del pintor Francisco Rizi en el Museo del Prado de Madrid; el Consejo de la Suprema y General Inquisición, o Tribunal del Santo Oficio, se encontraba muy cerca de la actual Plaza de Santo Domingo. En el Convento de Santo Domingo el Real se fijó la sede del Tribunal de la Inquisición de la Corte, que fue una escisión del arzobispado de Toledo, debido a las particularidades de Madrid como villa que albergaba el poder real. En la actual calle de Isabel la Católica, se encontraba la que llamaban antiguamente la calle de la Inquisición porque se ubicaban estas instituciones. Las mazmorras de ese convento derribado posteriormente fueron cárcel de los tribunales inquisitoriales, aunque estos tenían algunas prisiones secretas repartidas por la urbe madrileña. Y en la Glorieta de San Bernardo actual es donde encontraron a finales del siglo XIX los restos del quemadero de la Inquisición en la villa de Madrid.
Cárcel del Saladero de Madrid, encierro y represión liberal con fines políticos en el siglo XIX.
Si bien a principios del siglo XIX los cuarteles militares que estaban en la ciudad de Madrid como el Cuartel de San Gil, Cuartel de Artillería o el Cuartel de la Guardia de Corps, también eran centros penitenciarios; el antiguo saladero de cerdos en Madrid situado en la Plaza de Santa Bárbara y edificado por Ventura Rodríguez en el siglo XVIII, se reconvertiría a partir de 1831 en cárcel política. La vida de los presos en esta cárcel está recogida en numerosos artículos que era completamente penosa, y que en ella encerraban incluso a menores de edad que tenían su propia zona. Solamente aquellos que tuvieran dinero podían pagar para tener una celda en la llamada ‘zona noble’, conocida como el Salón.
En los primeros años de funcionamiento las crónicas madrileñas aseguraban que «se aglomeraban decenas de presos en sucias mazmorras y relegados a la clase del más inmundo animal». Hacia 1840 las cárceles madrileñas pasan a ser dirigidas municipalmente por el Ayuntamiento, y la entidad de la «Sociedad de Mejora para el Sistema Carcelario», que se ocupaba de darle un nuevo sentido a las prisiones en unos tiempos de consolidación del liberalismo, aseguraban mejorar las condiciones de estancia. Tras algunas trabas burocráticas y traspasos de competencias entre diversos regidores comisarios de la prisión se llevaron a cabo en 1848 una serie de reformas en el interior del edificio. El periodista y escritor republicano Roberto Robert describía en 1863 esa cárcel como «prisión formada de desechos, destinada a presos vulgares; sin los atractivos de lo desconocido, sin el encanto de la tradición». Sin duda que esto nos muestra la inquina y desprecio del liberalismo hacia la población presa independientemente de su condición; esa clase política liberal no venía sino a reajustar un sistema de dominación brutal.
Por esta prisión pasaron algunos anarquistas como Joan Oliva o Francisco Otero, ambos obreros internacionalistas que atentaron contra la vida del rey Alfonso XII, y condenados a muerte cuya sentencia sería ejecutada en el antiguo Campo de Guardias una explanada junto a un polvorín situado en el actual Depósito del Canal de Isabel II en Ríos Rosas. Esta Cárcel del Saladero permaneció en funcionamiento hasta mayo de 1884, cuando sus presos serían trasladados a la nueva Cárcel Modelo de Madrid.
Las cárceles de mujeres en Madrid, represión específicamente por cuestión de género.
Antiguamente había casas-colegio que tenían la función de auténticos presidios para mujeres, pudiendo haber registrado algunos de estos como el Colegio de San Nicolás de Bari, institución que se encontraba en la calle de Atocha y que tenía por misión encerrar a mujeres que hubiesen cometido adulterio o desacato a la autoridad paterna. Estaba a cargo esta entidad de la Archicofradía Sacramental de San Nicolás de Bari, y fue creado en el año 1669 por el Consejo de Castilla con fondos privados del tratante de piedra Juan Antonio Landazuri, desapareciendo a finales de 1840. El trato a las mujeres y las normas en su interior tenían fama de ser implacables.
El Hospital de la Pasión, también sito en la calle de Atocha, fue un antiguo hospital para mujeres en Madrid, y cuando pensamos en hospitales antiguamente no creamos en un espacio donde se atendía convenientemente, sino más bien un lugar donde se llevaba a mujeres solas ya mayores (denominadas antiguamente «carracas») y a otras mujeres que determinaban que eran insanas mentalmente y se les ofrecía un trato denigrante y vejatorio.
En el siglo XVI para los reos masculinos comenzaron a surgir la pena de remar en galeras para los buques y armada de la Corona; sin embargo para las mujeres crearían una institución denominada Casa Galera. La dama de Corte sor Magdalena de Jerónimo estuvo vinculada al poder real, y fundó en 1605 en Valladolid la «Casa Pía de Arrepentidas», institución que se trasladaría igualmente a Madrid. Eran cárceles para mujeres consideradas descarriadas, y que recibían fuertes castigos y represión por no cumplir normas morales (y de sexualidad) bajo una mirada específicamente de género. Eran encerradas en ellas mujeres mendigas, aquellas que debían hurtar para sobrevivir, o mujeres prostitutas a las que se aplicaban la obligatoriedad de rezos, trabajo explotador y violencia física. Mordazas, cepos, cordeles y grilletes eran instrumentos habituales en esta Casa Galera que tuvo diversas ubicaciones en Madrid. Con el tiempo la participación de las mujeres en la vida social tales como motines y revueltas, la práctica de abortos o el infanticidio tras violaciones o no poder mantener a sus hijos, fueron igualmente motivos los que eran encerradas y condenadas. En el siglo XIX con el liberalismo en consolidación se comenzaron a ver a estas mujeres como degeneradas y enfermas, otra categoría de distinción de género. La última ubicación conocida de esta Casa Galera fue en el convento de Montserrat en la calle de San Bernardo madrileña desde 1837 hasta mediados de siglo XIX.
En el siglo XX, concretamente en 1933, nace la Cárcel de mujeres de Ventas como fusión de la Prisión Provincial de Mujeres de Madrid y la Prisión Central de Mujeres de Alcalá de Henares. Fundada por la republicana Victoria Kent, siempre ha sido promovida por la izquierda como una prisión humanista y racionalista para mujeres; sin embargo desde un feminismo antipunitivista y anticarcelario, no tiene ningún sentido dulcificar la realidad de la brutalidad de una prisión. Ha pasado a la historia fundamentalmente en el primer Franquismo, donde cientos de mujeres estuvieron allí encerradas en condena, o fueron sacadas a las tapias de la Necrópolis del Este para ser fusiladas, entre ellas las conocidas como «Las Trece Rosas». Sin embargo, no es la única prisión de mujeres en el siglo XX, ya que la Cárcel de Yeserías en el distrito de Arganzuela cumplió esa función de presidio femenino entre 1969 y 1991. Actualmente lo denominan «Centro de Inserción Social Victoria Kent», una cárcel mixta en régimen abierto. Inicialmente Yeserías fue construida en los años 20 del siglo pasado como asilo de mendigos, después cárcel para presos políticos en el Franquismo; y cuando fue cerrada como cárcel de mujeres en los años 90, sus quinientas reclusas fueron trasladadas a las prisiones de Carabanchel y Alcalá Meco.
Cárcel Modelo de Madrid y Cárcel de Carabanchel; republicana o franquista una cárcel es una cárcel.
La antigua Cárcel del Saladero representaba aún los vestigios del absolutismo de la primera mitad del siglo XIX que quería dejarse atrás y echarse en brazos de una corriente higienista y regeneracionista liberal pero no menos represiva ni brutal. El sistema penitenciario quería adaptarse al nuevo ciclo, una vuelta de tuerca para una monarquía de Alfonso XII que pretendía romper lazos con el periodo isabelino y hacer concesiones a las tendencias progresistas en el turnismo político que se instalaba. La Cárcel Modelo de Madrid comenzaba a construirse en 1877, más allá del barrio de Pozas, junto a lo que posteriormente se llamaría Moncloa, y se inauguraba en 1884 como Cárcel Celular, así se la conoció en aquella época por contar con una celda para cada preso, aunque también como Cárcel Modelo, porque pretendía servir de modelo penitenciario a otras prisiones provinciales. Ya inspirada en la idea de cárcel panóptico del inglés Jeremy Bentham, es decir, de control pormenorizado de cada preso en sus diversas galerías. En junio de 1906 pasó por su celda número 7 el periodista republicano y anticlerical José Nakens, condenado por haber encubierto al anarquista Mateo Morral en su atentado contra el rey Alfonso XIII y su mujer Victoria Eugenia de Battenberg. Este redactó un artículo desde el interior denunciando las condiciones infrahumanas en que se vivían en su interior.
Durante la República española en los años 30 acabaron presos muchos luchadores anarcosindicalistas y huelguistas madrileños junto con presos comunes también por razones sociales; sin embargo durante los primeros meses de la Revolución y la Guerra Civil española fue una prisión que albergó a centenares de falangistas y militares. En la tarde del 22 de agosto de 1936 en la galería donde estaban presos numerosos fascistas se inició un incendio en una leñera que provocó un auténtico caos en la prisión; huyendo muchos de sus funcionarios y debiendo acudir milicias revolucionarias saldándose esos sucesos con una treinta de muertos. Cuando en noviembre de 1936 se nombra a Juan García Oliver como Ministro de Justicia, este declara anulados todos los antecedentes penales de Madrid, y nombra a Melchor Rodríguez, reconocido cenetista, como director de prisiones para aplicar la justicia de tribunales populares, y frenar sucesos que estaban realizando sectores marxistas en las prisiones. Se trataba de establecer una justicia popular y no estatal; se estaba en una revolución y era necesaria la eliminación física del enemigo fascista, pero se pretendían sentar las bases de una justicia de inspiración popular y anarquista contra el punitivismo carcelario.
Esta Cárcel Modelo de Madrid quedó en pleno frente de guerra urbano en esas semanas de noviembre, por lo que quedó prácticamente vacía y, por supuesto, muy dañada por los disparos de artillería y bombardeos fascistas sobre la ciudad madrileña. El edificio fue derruido tras la Guerra Civil española y se construiría el Cuartel General del Ejército del Aire sobre su solar, en relación con el Arco de la Victoria y otros monumentos de exaltación franquista en la zona de Moncloa. Durante los primeros años del Franquismo surgieron muchas cárceles urbanas en centros educativos, religiosos o administrativos; aproximadamente una veintena repartidas por la ciudad. Destacó, entre otras, la Cárcel de Porlier, edificio que pertenecía como colegio a los escolapios, y en los años 40 albergó a unos cinco mil presos políticos. También la Cárcel de Torrijos, justo enfrente de la anterior, un antiguo convento de monjas donde estuvo internado entre otros el poeta Miguel Hernández.
Aunque, sin duda, la prisión por excelencia del Franquismo fue la Cárcel de Carabanchel, el gran proyecto represor en la ciudad madrileña y un necesario espacio de memoria antifascista que trata de ser invisibilizado hasta nuestros días tras ser derribada en octubre de 2008. Se inició su construcción ya en 1940 como una representación real y simbólica de la inspiración fascista e inquisitorial del Franquismo; y una represión sistemática contra los vencidos por una cuestión de pertenencia a la clase social trabajadora. Inaugurada tan solo cuatro años más tarde, fue construida por unos mil presos esclavos del régimen, y dirigidas las obras por algunas de las empresas privadas y constructoras vinculadas al Franquismo.
Una lucha contra el olvido, contra la represión y contra los muros de las prisiones.
En un mes en que están apunto de entrar a prisión las seis compañeras sindicalistas de Xixón, o que se ha cumplido medio año del encarcelamiento de Abel en Catalunya; nos resulta imposible no acordarnos de quienes han sufrido entre los muros de las prisiones, y aquellas cuyos barrotes amenazan en nuestro presente. Los espacios de privación de la libertad son múltiples; desde comisarías, calabozos en tribunales, psiquiátricos, cárceles de menores, o CIE’s para migrantes.
Cada 2 de enero, además, se cumple el aniversario de la muerte en el año 2005 de Xosé Tarrío, activista anarquista y anticarcelario que cumplió 17 años en prisión, de los cuales 12 años fueron en aislamiento total, sin tener un solo permiso o tercer grado debido al comportamiento problemático que le achacaban las instituciones penitenciarias. Escribió el ensayo «Huye, hombre, huye», publicado en 1997 por Virus Editorial. Y en el año 2009, ante familiares y amistades, se inauguraba en un homenaje en Madrid la plaza Xosé Tarrío en un espacio urbano situado en el cruce en la calle Calvario con calle Ministriles, en el barrio de Lavapiés. Su madre, Pastora González, continuó toda la vida luchando contra las cárceles hasta su muerte en abril de 2019.
La idea de la prisión a lo largo de la historia ha servido para aislar y castigar por parte del poder dominante coercitivo. Ya fueran por motivos subversivos organizados, cuestiones sociales o morales; las autoridades siempre han encerrado a quienes no cumplían unas pautas establecidas desde esa concepción del dominio. El neoliberalismo actual impone ese poder a través del Estado y otras supraorganizaciones internacionales, consolida el crimen y el robo que supone la mera existencia del capitalismo como sistema de terror y explotación. Toda estrategia que enfrente y desee superar ese régimen del capital tendrá que abordarlo sobre la idea de un código ético socialista libertario. La lucha contra las cárceles y prisiones en la actualidad debe enarbolar ese combate contra el olvido.
Ángel, militante de Liza.