En estos primeros días del año nos preguntamos si estamos viviendo la agonía del imperialismo actualmente, tal y como ya afirmaba el militante anarquista Abraham Guillén a mediados del siglo XX, y es que ese poder imperialista mundial genera siempre la ficción de estar en continuada agonía por sus crisis cada vez más profundas y en ciclos más cortos. Muchas veces nos preguntamos si es cierta esa lenta agonía, o si deriva de incorrectos análisis de nuestras filas e inteligentes aciertos de ese poder capitalista para continuar sobreviviendo. La clave está en encontrar los indicadores que nos lleven a desarrollar una conveniente teoría de la reproducción social para nuestros fines revolucionarios. Podemos ver en la última década un incremento de las crisis y las guerras con conflictos cada vez más acuciantes y extendidos; y lo consecuente sería pensar que después vienen las revoluciones, pero estas no surgen espontáneamente: deben ser potenciadas y minuciosamente organizadas. Erigirnos en organizaciones revolucionarias anarquistas implica unos compromisos teóricos y prácticos que nos superan como meros individuos e incluso como colectivo, porque el destino de la humanidad deberá venir determinado por lo que la clase explotada quiera para sí misma de esa emancipación.
Iniciando este año 2025 queríamos hacer un repaso del pasado año sobre la situación internacional a través de diversos conflictos que han estallado, se han recrudecido, o enquistado; y que forman parte de un todo: las estrategias en un imperialismo multipolar. Un mundo en el que EE. UU. se reconoce aún como la gran potencia mundial que todavía impone su hegemonía, aunque debiendo compartir trozos del pastel, pero indudablemente morirán matando si se les fuese de las manos el control del mundo actual. Los conflictos bélicos de diverso cariz (militar, tecnológico, económico, o cultural) han provocado movimientos en las piezas el tablero de ajedrez de la geoestrategia multipolar. Estamos viviendo en pleno conflicto cotidiano a muchos niveles, no solamente las violencias del capitalismo sobre nuestras vidas diariamente en el Norte Global; sino también las consecuencias materiales, humanas y psicosociales de las múltiples crisis migratorias, guerras y del genocidio en ciernes.
- Guerra en Ucrania, conflicto encapsulado en territorio europeo.
El conflicto actual entre Ucrania, apoyada por el bloque de la OTAN, y Rusia, se inició en los años 2014-2015 tras los sucesos del Euromaidán ucraniano y las independencias de Donetsk y Lugansk, que derivaron en una fase de tregua con los Acuerdos de Minsk II, y que se reactivó en 2022 con la invasión militar del Donbass y otras regiones ucranianas por parte de Rusia. Miles de millones de dólares de la industria armamentística han sido destinados a Ucrania, un conflicto también cultural entre dos modelos de imperialismo, el otanista y el ruso; y una guerra de desgaste en la que Ucrania se ha visto derrotada una y otra vez en el campo de batalla. Este año han caído algunas ciudades ucranianas estratégicas ahora bajo control ruso, y si bien las tropas ucranianas organizaron la invasión de la provincia rusa de Kursk, los países occidentales han venido presionando a Ucrania para buscar una solución que ponga fin a ese conflicto en esa parte del tablero mundial. Desde su inicio ha sido un conflicto a las puertas de Europa con graves consecuencias migratorias y de infraestructura industrial y energética. Si bien el gobierno de Joe Biden, defensor acérrimo de las posturas más integristas del imperialismo estadounidense, ha venido encabezando ese apoyo a Ucrania durante estos dos años, ahora parece que el escenario que le queda a Donald Trump en este caso es el del rol del «poli bueno», es decir, cerrar ese conflicto concediendo una victoria parcial a Rusia. Esta situación ha supuesto en estos años una militarización global con una mayor producción de armas y la imposición de un mayor gasto militar. Un conflicto que ha servido en términos generales para normalizar entre la población europea un clima bélico, y la consolidación de mentalidad de un estado de guerra latente y continuado.
- Crisis, guerra y genocidio al pueblo palestino en Oriente Próximo.
El horrible genocidio que está perpetrando en pleno siglo XXI Israel contra la población palestina es una evidencia internacional que nadie, salvo la facción pro-sionista del mundo, pone en duda ya a día de hoy. A finales de noviembre pasado, incluso la Corte Penal Internacional lanzó una orden de detención contra Benjamin Netanyahu, presidente de Israel, y contra Yoav Gallant, ex ministro de defensa israelí. Hemos visto cómo a lo largo de este último año Israel, además, invadía el sur del Líbano, y bombardeaba Beirut contra objetivos civiles justificándose en atacar a la guerrilla de Hizbolá. También el mundo se quedó sin respiración cuando en el mes de octubre de 2024, durante algunas semanas, hubo una amenaza de escalada total del conflicto en la zona de Oriente Medio con el intercambio de ataques de misiles balísticos entre Irán e Israel en sus propios territorios. A nivel mundial en la primavera de este año surgieron movimientos estudiantiles en campus universitarios que llevaron a primera línea mediática toda la escalada social de denuncia internacional desde que esta nueva fase del genocidio contra Palestina se recrudeciera en el año 2023. La defensa de los Derechos Humanos parece una estrategia ineficaz en el siglo XXI para poner fin a un genocidio en el que están implicados directa e indirectamente todos los países occidentales con ventas de armas a Israel y otros apoyos económicos y políticos a su estructura de terror. El interés por el gas en la costa de Gaza y la reconstrucción del territorio ocupado, que Israel ya ha asegurado que no devolverá, son dos de los principales motores económicos e intereses que el imperialismo tiene ahora mismo ante sí en Palestina.
Sin embargo, en estas últimas semanas y aún en pleno desarrollo de acontecimientos hemos visto cómo el pasado 8 de diciembre colapsaba el régimen de Bashar Al-Assad en Damasco, tras haber sucumbido una semana antes la ciudad de Aleppo, al norte, tras la ofensiva del grupo «Hayat Tahrir al-Sham» (HTS), la rama siria de Al-Qaeda y que al comienzo de la Guerra de Siria se llamó Frente de Al-Nusra. También implicado el Ejército Nacional Sirio (SNA) pro-turco, financiado y apoyado por Turquía en su ofensiva contra las SDF (Fuerzas Democráticas Sirias) integradas fundamentalmente por las milicias de autodefensa kurdas. Por otro lado, Israel invadió territorialmente Siria más allá de los Altos del Golán, en la frontera establecida en 1974 tras las Guerra del Yom Kipur. La caída del gobierno de Al-Assad y su huida a Moscú ha abierto una caja de pandora con consecuencias aún impredecibles. Todos los actores imperialistas de primer o segundo orden están realizando movimientos diplomáticos, negociaciones y presiones a todos los niveles políticos y militares para reorganizar sus alianzas y posiciones hegemónicas. De por medio, la población civil siria viene siendo la principal víctima de todo este conflicto desde la pasada década, y la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria, multiétnica, pero de mayoría kurda, está siendo atacada por Turquía en este proceso de transición sirio hacia un régimen islamista autoritario.
La autonomía lograda por el pueblo kurdo en un proceso revolucionario conscientemente anticapitalista y feminista, se ve atacada por este reordenamiento de las hegemonías imperialistas en Oriente Próximo. Un ejemplo de que la autonomía revolucionaria solo es defendible con un programa de extensión política, económica y territorial que se exprese en términos internacionales para atacar la correlación de fuerzas reaccionarias.
- Conflictos en África.
Este año ha continuado la inestabilidad en países como Sudán del Sur, donde comenzó un brutal conflicto armado en 2013 consecuencia de las tensiones derivadas de un sistema político opresivo y la lucha por el control del poder entre élites nacionales. Este conflicto no solo es étnico, sino una clara manifestación de las violencias del capitalismo global sobre territorios donde todavía se mantiene el neocolonialismo, que fomenta la corrupción y la explotación de clase. Las intervenciones extranjeras en este conflicto, y los intereses de potencias regionales, han exacerbado las masacres y han perpetuado la dependencia de las comunidades sociales sudanesas. Cientos de miles de muertos y millones de desplazados hasta el 2020 que se estableció un gobierno de unidad igualmente autoritario. Actualmente la violencia de distintas facciones sigue presente, además de una crisis humanitaria de dimensiones descomunales. Compañeros anarquistas sudaneses tuvieron que abandonar el país en el año 2022 y desde entonces viven exiliados debido a la persecución por sus actividades políticas clandestinas tratando de establecer una vía revolucionaria en este conflicto.
También la Guerra del Tigray en Etiopía iniciada hace cuatro años se ha enquistado en una tregua ficticia con múltiples actores que siguen ejerciendo violencia sobre la población local. En noviembre de 2020 el ejército etíope lanzó una operación militar contra el Frente de Liberación Popular de Tigray, tras declarar un ataque de estos previamente a una base militar nacional. Esto determinó el inicio de un conflicto territorial, en que el país eritreo también se sumó como actor en conflicto, ocupando parte del territorio de Tigray hasta la actualidad.
Este conflicto es un reflejo de la situación general en toda la región ecoclimática conocida como el Sahel africano, destacando la intervención de Estados Unidos, Rusia y China, entre otros actores, en cambios de gobierno, alianzas y golpes militares que tienen detrás el interés de la explotación de los recursos naturales en países africanos por las multinacionales. Mali, Níger y Burkina Faso este año han dado pasos hacia adelante constituyendo una cooperación y nacionalización de recursos estratégicos, expulsando a soldados franceses y estadounidenses en la región y estrechando lazos con Rusia o Irán. La lucha por el control de esos recursos implica graves crisis humanitarias y conflictos armados de segundo orden mediático en el neoliberalismo actual, y desangran silenciosamente estos países perpetuando un modelo de neocolonialismo capitalista.
- Tensiones en Asia oriental.
Hoy en día, en la segunda década del siglo XXI, ya nadie pone en cuestión que China se convirtió hace mucho tiempo en un capitalismo de Estado de primer orden mundial; y que la competencia por la influencia en el sudeste asiático con los Estados Unidos y por expandir su control a través de nichos de mercado tecnológico y energético, son el motor de toda geoestrategia en esa región. Las protestas en Hong Kong y las tensiones en Xinjiang reflejan un descontento creciente contra la represión estatal y la explotación económica. La situación de Taiwán es particularmente compleja, ya que detrás de la lucha por su derecho de autodeterminación respecto de China, actúan intereses que buscan reafirmar el control del gigante asiático, y, por otro lado, la inteligencia estadounidense tratando de minar el poder chino.
En Corea del Sur y Japón el capitalismo, desde mediados del siglo pasado, ha labrado significativas desigualdades y una cultura laboral psicopática, pero también han surgido experiencias de movimientos sindicales como respuesta a esa explotación y precariedad que buscan un cambio estructural radical y la abolición del sistema neoliberal. De hecho, en el país coreano a principios del diciembre pasado se declaraba la Ley Marcial por el presidente conservador Yoon Suk-yeol, pero en pocas horas la sociedad coreana se manifestó en las calles y tuvo que revocarse este intento de imponer oficialmente medidas militares para el control del país.
En Bangladesh, a mediados del año pasado estallaron protestas estudiantiles que se convertirían en masivas hasta que el 5 de agosto dimitiera Sheikh Hasina, primera ministra del país y conocida como «la dama de hierro bangladesí». Las movilizaciones se iniciaron contra una legislación nacional que garantizaba un cupo laboral de cuotas directo para los hijos de funcionarios del gobierno. Sin embargo, la dura represión por parte de las autoridades y las decenas de estudiantes que fueron asesinados en las protestas incrementó las movilizaciones organizadas en todo el país con reclamaciones de justicia social, contra la corrupción y a favor de mayores derechos laborales. Hubo ataques en muchas ciudades a edificios gubernamentales, y la solidaridad entre trabajadores y comunidades marginadas en el país se fortaleció, generando una ola de movilización antiimperialista.
Esta caída del régimen de la presidenta Hasina no es un proceso aislado en el sureste asiático, ya que hace cuatro años en Tailandia multitud de estudiantes salieron a las calles levantando tres dedos como símbolo en alusión a tres principales demandas contra la monarquía Vajiralongkorn. También durante el 2022 hubo movilizaciones en Sri Lanka contra la dinastía política de los Rajapaksa. Y, por último, la crisis en Myanmar tras el golpe militar de 2021, que desencadenó un movimiento de resistencia popular que aboga por la confrontación directa a la Junta Militar que gobierna autoritariamente el país birmano. Este movimiento de resistencia de guerrillas ha sido impulsado por una amplia coalición de grupos de base nacionalista, socialdemócrata, comunista, con una correlación de fuerzas militares y territoriales muy desiguales; no obstante la lucha en un país asiático como Myanmar resulta un ejemplo de autoorganización de determinadas comunidades frente al autoritarismo militar y el capitalismo local.
- Conflictos sociales y políticos en América Latina.
La violencia de los estados-nación frente al contrapoder que suponen las pandillas y grupos de narcos en países como El Salvador, Ecuador, Haití o el propio México son ejemplos de tensiones que afectan a los movimientos políticos en construcción del poder popular en América Latina. En concreto en países como México y Ecuador esta confrontación entre el poder nacional y el poder de los grupos narcos suponen una violencia contra las autonomías construidas por las resistencias indígenas. Si bien estas merecen todo nuestro apoyo como anarquistas por su perspectiva anticapitalista, ven cada vez más asediados sus territorios de autogobierno al no contar con una estrategia revolucionaria e internacionalista más amplia y de unidad. También la cuestión migratoria es usada como herramienta de agresión de los Estados Unidos en Centroamérica, imponiendo políticas represivas en las diversas fronteras americanas y tráfico de personas en connivencia de militares, policías nacionales y grupos organizados del crimen.
En Argentina se abrió una grave crisis social con la victoria del ultraliberal Javier Milei, su política económica ultraliberal ha significado el aumento del paro y la pobreza sobre una clase trabajadora sometida a constantes penurias. Su gobierno ha iniciado una ofensiva contra el sector público a través de despidos y recortes. Hemos visto a la mitad de la población argentina viviendo bajo el umbral de la pobreza mientras la política pro-privada de Milei concentra la riqueza en las manos sus amigos: las grandes empresas y el sector financiero. Milei busca destruir el modelo económico de su rival político, el peronismo, dejando Argentina en manos privadas y una población que, bajo la retórica de la libertad, es completamente subordinada a los jefes propietarios. Este 2025 será necesario observar el camino que se abre entre el peronismo y el ultraliberalismo: la resistencia de la clase trabajadora argentina y su construcción de poder popular sobre una población abandonada y sometida a la pobreza por el estado y la burguesía.
En un análisis clave de la situación en países de América Latina donde existen gobiernos progresistas como en Chile con Gabriel Boric, en Colombia con Gustavo Petro, en México con Clara Sheinbaum o Yamandú Orsi, presidente electo en Uruguay; se puede establecer un retrato de las socialdemocracias latinoamericanas. La derechización generalizada de las sociedades latinoamericanas en un proceso de arraigo de valores neoliberales a través de la injerencia de EE. UU. y la derrota de procesos izquierdistas en el siglo pasado han creado una socialdemocracia dócil. Si bien los programas reformistas nunca aspiran a una emancipación revolucionaria, ni por sus estrategias políticas puedan llevar a ella como horizonte necesario y deseable, los movimientos sociales latinoamericanos promovían la autoorganización de las explotadas más allá de establecer propuestas de autonomías con evidentes limitaciones. En América se abre paso, no obstante, la construcción del poder popular anarquista desde abajo, lejos de esos gobiernos socialdemócratas que han alejado un poco más si cabe la posibilidad de movimientos revolucionarios de mayorías.
Conclusiones: crisis política y avance del conservadurismo.
Vistos los resultados de las últimas contiendas electorales en Estados Unidos (triunfo arrollador de Donald Trump), de las elecciones europeas (con avance de la ultraderecha) y de los países de Europa del Este (con mayores avances de la derecha antiliberal), se puede constatar que la opinión pública vira hacia la derecha más dura.
Podemos buscar varias causas a este giro. La primera es de tipo político: los gobiernos progresistas no consiguieron garantizar el bienestar material de sus poblaciones. En todas partes se vislumbra un retroceso de las condiciones de vida de las clases populares, que las aleja de apoyar estas opciones políticas y en ocasiones las hace partidarias de la derecha populista. Otra causa es mediática: el control de las redes sociales y, prácticamente de casi todo internet en este momento, por parte de la oligarquía del click es un hecho. Personajes como Elon Musk o Peter Thiel son conocidos por defender posiciones de ultraderecha y con ellos los mensajes en aquel sentido han arreciado hasta límites inconcebibles. La toxicidad de las redes se ha disparado y con ella el auge de la derecha entre las edades que más consumen los contenidos de las redes.
La tercera causa es geopolítica. En Occidente hay una sensación de retroceso, de crisis permanente, de que estamos bajo malos gobiernos que nadie ha votado (como la Unión Europea, “las élites”, el globalismo, el Foro de Davos, etc.) y que hay en marcha políticas de redistribución de la riqueza en cada vez menos manos. Pero este acaparamiento de la riqueza se presenta como una teoría de la conspiración, en la que se mezcla la Agenda 2030 de la ONU con el reemplazo de la población autóctona por inmigrantes que trabajan por condiciones económicas peores. Occidente como paradigma es un valor en retroceso y se buscan culpables. Pero si es un valor en retroceso, y ese Occidente vive en una especie de negatividad permanente (que si la crisis de 2008, que si el pinchazo inmobiliario, la pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania, el Mar Rojo bloqueado por los Hutíes…), el resto del mundo tiene la sensación de vivir en una bonanza económica sin precedentes.
Estamos hablando de la aparición en escena del nuevo bloque BRICS+. Lo que vendría a ser el multilateralismo. En especial hay tres grandes países, China, Rusia e India, que aspiran a ser competidores directos —ya lo son— de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Su crecimiento en las últimas décadas ha sido tan fuerte que le están arrebatando todos los mercados a Occidente y esto implica cambios geopolíticos relevantes. Por ejemplo, prácticamente todo África mira a este bloque y se aleja de las antiguas potencias coloniales como de la peste. Como hemos comentado antes, lo hemos visto en este 2024 en Senegal, Malí, Níger, Burkina Faso, Chad… la lista es larga y va desde el sudeste asiático a Latinoamérica.
Lo que habría que destacar del bloque BRICS+ es su defensa de la economía por encima de todo. Y esta defensa incluye mirar para otro lado en la cuestión política. Muchos de los estados admitidos son auténticas dictaduras. Desde Rusia también se está exportando una forma de democracia autoritaria que va arraigando entre la extrema derecha mundial. Esto es el iliberalismo, como el del húngaro Orban (que ha presidido la UE en la segunda mitad del 2024 para disgusto de Bruselas) o el del turco Erdogan.
Pero si los BRICS+ daban una apariencia de ser imparables en su cumbre de Kazán, celebrada en octubre de este año, al terminar la carrera electoral estadounidense, el famoso “estado profundo” que controla la política exterior de Washington y Bruselas, nos ha deleitado con unos golpes de efecto increíbles. Por poner unos pocos ejemplos, en muy pocas semanas se anularon unas elecciones en Rumanía, acusando a la ultraderecha —que ganó— de injerencia rusa; se intentó una revolución de colores en Georgia, con la primera ministra (de origen francés, además) negándose a ceder el poder al ganador (pro-ruso) y animando a salir a la calle a protestar; en Moldavia ganó por la mínima la opción de ingresar a la UE en unas elecciones, cuanto menos, sospechosas. Estos golpes indican que la partida sigue en juego y que los BRICS+ se lo tendrán que trabajar mucho más para superar a los occidentales.
Es evidente que, tras el fracaso del progresismo y la llegada del poder de Trump, de los resultados de las últimas elecciones europeas, y de los de países de Europa del este, la opinión pública ha ido virando hacia la derecha. Frente a ese mundo capitalista solo podemos enfrentarnos con organización desde abajo, con objetivos revolucionarios claros, ya que la historia nos enseña que aspirar a reformas es pan para hoy (a veces ni eso mismo) y hambre para mañana. Por ese motivo las organizaciones del anarquismo de nuestra corriente estamos reconociéndonos en un camino necesario de tejer juntos con una estrategia internacional clara, y con tácticas adaptables para hacer avanzar la fuerza social. Venimos advirtiéndolo, construir la utopía no es solo una cuestión de creencia, no debe faltarnos esperanza pero tampoco medios materiales y teoría revolucionaria para llevarla adelante.