Construir Poder Popular en vivienda

Por Impulso
28 min. de lectura

La organización política por el derecho a la vivienda está viviendo un proceso de reconfiguración frenético. El sujeto político entorno al cual organizarse, el modo de constituir una organización independiente, o cuáles han de ser las tácticas principales son aún debates abiertos. El salto cualitativo que se está viviendo a raíz de estas reflexiones es bastante reseñable, dando lugar a los sindicatos de vivienda como estructuras autónomas de clase. Un movimiento que venía originalmente de espacios más asociados a la socialdemocracia, está dejando atrás las plataformas y las soluciones institucionales.

En todo este proceso, el movimiento por la vivienda está siendo un espacio en disputa por los diferentes actores políticos. Diferentes tendencias lo han sabido leer como el frente de masas que potencialmente es, y se disputan los consensos para direccionar la lucha por un camino u otro.

Quienes militamos en vivienda encontramos que en nuestras asambleas conviven: derivas socialdemócratas que buscan mirar al camino institucional, centralismo político bajo la disciplina de algún partido marxista-leninista, vanguardistas que se creen más listos que nadie, defensores del autonomismo que cae en riesgo de atomizar… En definitiva, sabemos que siempre están ahí las intenciones de instrumentalización de las luchas para rédito político por parte de cualquiera.

¿Qué posición tenemos -o proponemos tener- desde el anarquismo especifista en estos espacios?

Para muchas tiene sentido que llevemos a estos frentes la estrategia del poder popular1, que no es otra cosa que asegurar que en estos espacios sea posible dotar de herramientas efectivas a la clase trabajadora para su propia emancipación.

Hay una idea clave, y es que no debemos entender esos espacios cómo meros contenedores dónde lanzar nuestro discurso o nuestras ideas. Las asambleas de vivienda no son lienzos en blanco, ni recipientes sin contenido esperando a ser politizados. Instamos a no leerlas como lugares donde tiene que llegar un salvador-militante con una estrategia aprendida en una formación de un partido, a dirigir y enseñar el camino a nadie.

Creemos en la agencia de las propias clases populares para llevar a cabo su lucha y en el proceso de aprendizaje de estas. Clases populares de las cuales somos parte, y cómo parte de ellas actuamos, pero no las entendemos como el rebaño a ser movido. Sea para vivienda o cualquier otro frente, lo que sí entendemos cómo responsabilidad militante es trabajar para potenciar el carácter revolucionario de las estructuras de las organizaciones políticas. Entendiendo revolucionario como independiente, democrático y autogestionado.

Entendamos que en los colectivos y espacios del movimiento por la vivienda este potencial revolucionario existe y está presente (en cuanto a que son organizaciones autogestionadas y horizontales que buscan su independencia política). Sin embargo, en ocasiones estos espacios pueden verse cooptados para rédito político de ciertas tendencias. Ahí es dónde podemos ser útiles a nuestra clase. Quienes llevamos años militando en espacios anarquistas tenemos habitualmente —por bagaje militante— más herramientas para saber leer qué camino o decisiones pueden comprometer la independencia o la verdadera gestión horizontal del espacio. Para garantizar que no se pierda debemos de estar vigilantes.

En resumen, seremos guardianes de que el potencial político que tiene la vivienda no quede comprometido por otros movimientos.

Proponemos para esto un decálogo de acción.

| DECÁLOGO DE ACCIÓN |

Hemos pensado mucho en cuál puede ser nuestra posición en un frente tan disputado. Nos parecía importante desarrollar una propuesta de decálogo estratégico que propusiera hacia dónde puede empujar un militante del anarquismo especifista organizado en vivienda.

Este decálogo está lejos de probarse infalible, de hecho nos parecía interesante hacerlo público para poder abrir un posterior espacio de debate sobre su utilidad. Queremos fomentar el posterior desarrollo teórico, sabiendo que encontraremos en lo expuesto infinitos errores tras un tiempo de tratar de ponerlo en práctica. Nosotras no creemos que la práctica y la teoría sean dos mundos estancos, sino que han de ir entrelazándose como una cuerda para que sean útiles y nos permitan avanzar.

Por todo esto, hacemos una aportación estratégica para construir poder popular en la lucha por la vivienda.

Proponemos 6 tácticas y 4 estrategias

  1. Estructuras verdaderamente democráticas y vinculantes.

Un frente de masas, como es la vivienda, debe plantear una lucha efectiva y que sirva de herramienta a su clase. Hemos de buscar mecanismos organizativos que practiquen la democracia popular. Aunque existan órganos de gestión autónomos y grupos de trabajo vinculantes, esto no debe estar reñido con que la asamblea de la mayoría sea, en última instancia, el órgano decisor.

Para que esta democracia sea efectiva, esta debe facilitar la participación y atender a la realidad compleja de nuestra clase. Dar espacio real a la participación de las clases más desfavorecidas, o practicar la pedagogía y la escucha activa, son herramientas de inclusión indispensables. Hemos de estar pendientes de incluir a quien se siente excluido, de acompañar en el proceso de entrada a un colectivo a quien se suele quedar fuera.

Cuanta más gente participa de la vida orgánica, más democrática se vuelve su estructura. Por muy horizontal o federal que se diga una organización, si esta se sostiene por una minoría intelectual o burocrática, esta puede engendrar relaciones de poder insalvables. Tenemos que fomentar la participación de la mayoría, frente a la élite intelectual que pretende dirigir el espacio.

  1. La cuestión del lenguaje.

Tenemos que tener claro que uno de los requisitos para que la autogestión sea real, como hemos dicho antes, es que esta esté sostenida por una participación mayoritaria y activa de todos los miembros. Si hay quien siente que no puede participar no lograremos acumular todas las fuerzas que necesitamos para disputar el orden social. El lenguaje es una de las razones principales por las que se abandona un colectivo. Un lenguaje excesivamente complejo, abstracto o intelectual acaba alejando a muchas personas del movimiento o convirtiéndolas en simples usuarias, haciendo que perdamos parte del potencial revolucionario de nuestra lucha.

En estos frentes participamos personas con situaciones vitales muy diferentes: hay quien no se desenvuelve muy bien en ambientes de debate abstracto, hay quienes tienen dificultad para concentrarse, hay quienes tienen dificultad para recordar, hay quienes no tienen confianza en que su léxico esté a la altura de las ideas que quieren expresar. No podemos fomentar que nadie salga de un espacio político con la sensación de que no está a la altura de la conversación. En este sistema están en juego las vidas de todas, también de las que desaparecen de los espacios por sentirlos hostiles o demasiado universitarios.

Hemos de hacer autocrítica también quienes vivimos muy cómodos en los espacios políticos. Un lenguaje excesivamente ‘político’, con terminología que sólo conoce quien está muy metido en los debates de última tendencia entre militantes o participantes del llamado ‘guetto político’ provocará el mismo efecto.

Este lenguaje suele darse cuando las tendencias políticas se disputan el espacio. Esto acaba dejando fuera a los estratos más afectados y necesitados de que dichas estructuras funcionen, que además son capaces de leer el conflicto, pero no comprenden sus matices. No pueden comprenderlos porque además no se suele dar de manera abierta ni honesta. Es por esto que también planteamos que nuestra labor en estos espacios sea evitar ser un agente más de disputa de discurso dentro de ellos.

El especifismo debería trabajar siempre porque las comunicaciones internas de un colectivo sean en un lenguaje accesible, sencillo y directo. Es la forma de garantizar la democracia interna sin el enquistamiento de sujetos que detentan las relaciones de poder sobre los demás.

  1. La burocracia interna en espacios tan amplios.

Democratizar un espacio es evitar la excesiva burocratización de sus procesos internos. Entendemos que cierta burocracia y formalidad interna son herramientas para garantizar la organicidad de un espacio colectivo, pero también pueden ser herramientas de selección de militantes para poder marcar una tendencia concreta dentro de un espacio.

En un frente amplio tenemos que pensar en toda esa gente que no tiene ordenador, que tiene dificultad para leer, que tiene una vida que le dificulta mantener la atención en un documento de 17 páginas. Todas ellas tienen que poder participar de la vida interna de un colectivo sin mentorías ni paternalismos por parte del resto. Es también para ellas que existen estas estructuras. La revisión por la accesibilidad de toda la burocracia que necesita un colectivo es nuestra responsabilidad, asegurarnos que no impide el desarrollo del potencial revolucionario de una asamblea. Que no se pierden fuerzas en el hastío burócrata.

Hay a quienes les interesa dejar todos estos puntos de vista fuera para instaurar un sentido común político concreto. Tenemos las herramientas como anarquistas organizadas para identificar y disputar esto cuando ocurra, usémoslas.

Somos también los sujetos que han de medir los límites entre la formalidad interna y la excesiva burocratización. La rigidez administrativa no puede ser nunca un argumento para dejar la preocupación o propuesta de alguien fuera o para acabar con la espontaneidad y la ilusión de las militantes. Nosotras debemos asegurarnos que siempre exista un espacio en el que se recojan todas las ideas y donde se valide la capacidad creativa. Nuestra misión es también en parte hacer accesibles los ritmos y cauces del colectivo. Asegurarnos que siempre hay espacios donde se explicitan cuáles son los tiempos y cauces a todas.

  1. La dualidad militante-usuario tiene que morir, también en nuestros imaginarios.

Hay una máxima a tener presente como militantes en vivienda: a todas nos afecta la concepción de la vivienda como negocio, y todas estamos en constante lucha por cambiarlo. Entendemos y hemos escuchado constantemente la crítica hacia el asistencialismo en el que caen los movimientos sociales. Cómo acabamos convertidos en meras gestorías de los márgenes sociales a los que el Estado no llega. Esta crítica la leemos mucho, pero no se revisa desde dónde nos enunciamos al formularla. Como nos seguimos desmarcando de las personas para quienes son útiles las asambleas de vivienda, cómo si no fuéramos nosotras.

Nuestro trabajo militante es hacer prevalecer el sentimiento en asamblea de que no militamos en vivienda sólo para hacer estructuras que solucionen el problema de personas que llegan empujadas por la necesidad. Militamos por nosotras. Un nosotras amplio, pero un nosotras en el que somos un sujeto central. Quienes conformamos los colectivos de vivienda, en tanto que somos clase obrera, ya que somos aquellas que necesitamos estas estructuras que estamos luchando por hacer fuertes y efectivas, tenemos que creernos de verdad que serán la alternativa del futuro, que las estructuras populares autogestionadas regirán nuestra vida. En ningún momento podemos dejar que se repita y refuerce el discurso de que hay afectadas y militantes según quién tiene una lucha abierta. Una lucha abierta tenemos todas, hay quienes simplemente tienen una situación de mayor urgencia.

Las afectadas por la concepción de la vivienda como bien de mercado somos todas, en nuestra mano está recordárselo a las compañeras que alimenten la sensación de diferencia en la asamblea. Así como poner en la mesa mecanismos que mitiguen esa dinámica. Atajemos comentarios de compañeros, abramos espacios dónde compartir los problemas de todas, reconozcamos abiertamente la situación precaria en la que todas nos encontramos.

Entendamos que con esta dualidad sólo se acaba de manera bidireccional, no es sólo conseguir que las clases más proletarizadas se hagan potenciales militantes y se queden después de ver su urgencia solucionada. Sobre esta preocupación debatimos mucho, sin embargo hay otra en la que no nos centramos tanto. También las personas que estamos militando, ya convencidas, hemos de romper este marco utilizando las estructuras que sostenemos. El militante, muchas veces, no se enfrenta a su casero a través del sindicato mientras que asesora a otras inquilinas (esto es aplicable a sindicatos laborales). A veces okupa por su cuenta mientras ayuda a okupaciones colectivas a través del sindicato. Por lo que deja entrever que las propias militantes no creemos del todo en las estructuras que sostenemos. Hemos de acabar con ese sentir común, la mejor propaganda es nuestro ejemplo. No podemos dudar a la hora de conseguir mejoras vitales a través de nuestro colectivo.

  1. Visibilizar y confrontar a otras tendencias políticas.

Ocurren muchas cosas en asamblea que escapan a quienes no están actualizados en los debates políticos, hacerlas siempre evidentes para todas es nuestro deber militante.

Como ya hemos dicho anteriormente, en los frentes coexisten diferentes tendencias con las que habrá que entenderse, confrontar o trabajar en común dependiendo del momento. En este proceso, no serán pocos los momentos de fricción. Para garantizar que estas fricciones sean sanas proponemos:

  1. Ser honestos cuando iniciemos debate. No esconder nuestra postura ni nuestras líneas rojas. Seguir nuestro código ético militante, ofrecer la posibilidad de consultarlo y declarar siempre nuestras intenciones y procedencia de forma transparente.
  2. Exigir lo mismo al resto. Al mismo tiempo que hacemos lo anterior, exigir lo mismo a las demás tradiciones políticas presentes. En caso de que esto no salga por su parte, debemos ser nosotras quienes explicitemos todo esto por ellas, desde el respeto pero sin miedo a la confrontación.

Tendríamos que tener especial cuidado a la hora de confrontar a las derivas y soluciones institucionales. Con la recomposición política tras el ciclo 15M-PODEMOS, no es de extrañar la vuelta a los frentes de masas de ciertos actores políticos socialdemócratas con estrategia institucional. Estos sólo habitan los frentes como herramienta de legitimación para, después, apagar su potencialidad por la vía institucional. La potencialidad revolucionaria muere cuando ésta queda canalizada por los márgenes del Estado capitalista, su democracia burguesa y sus lógicas discursivas. Nuestro papel es convencer (y demostrar) la efectividad de la independencia política de la organización como estrategia de lucha. Es importante evitar que dichos sujetos cojan portavocías o lugares de visibilidad, puesto que pueden estar instrumentalizando el frente para sus intereses particulares. Garantizar la autonomía de un pueblo fuerte pasa por convencer a la mayoría de su capacidad como agentes activos de cambio, empoderarnos bajo la práctica.

Por otro lado, es normal que muchas personas integrantes contemplen a los servicios sociales o a los partidos ‘afines’ como una estrategia válida. Estos debates son importantes plantearlos de forma transparente y horizontal. Sabiendo que la ideología no es una iluminación individual, sino un proceso colectivo de reflexión mucho más complejo. Nuestro papel es trabajar e intervenir, desde la base, para tejer conciencia de clase. Influir en que dejen de verse como opciones válidas, haciendo evidente su inutilidad para mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, no cerrándose al debate.

Tenemos que ser conscientes que mientras no seamos capaces de solucionar los problemas materiales nosotras con nuestras herramientas, acudir a los recursos sociales seguirá sobre la mesa como estrategia. Al final es una cuestión de cómo de efectiva consigamos que sea nuestra lucha.

  1. Instaurar la acción directa como táctica, praxis cotidiana y sentido común.

En relación con lo anterior, tenemos que proponer praxis cotidianas que nieguen la intermediación con las estructuras del capital. Esto no significa llevarlo como discurso, sino llevarlo como propuesta permanente. Cuestiones como movilizaciones, campañas, comunicados, incidencia social o liberalización de viviendas bajo una táctica de autoorganización y deslegitimación estatal.

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los sindicatos no deban estar bien asesorados legalmente, cuenten con abogados o planteen estrategias jurídicas para crear jurisprudencia o luchas mediáticas. La institucionalidad popular (en este caso, el sindicato de vivienda) ha de contar con la credibilidad suficiente para la sociedad sobre la que busca incidir. Por lo que portavocías, asesores o comités de defensa legal son cruciales para mostrar solidez organizativa y capacidad de respuesta.

Queremos construir un programa popular de ruptura: Todo lo anterior lo entendemos como condiciones necesarias para que se pueda trazar una estrategia revolucionaria dentro de un frente de masas. Definamos ahora cualidades de esa estrategia revolucionaria.

  1. Elaborar un programa estratégico desde las organizaciones.

Igual que queremos proponer una táctica concreta en la que no reconocemos intermediación más allá de la clase organizada frente al capital, debemos desarrollar estrategias de acción, de ruptura, coherentes con dicha praxis. No vale parecer discursivamente radicales pero materialmente impotentes, puesto que sería caer en los errores de donde viene parte de nuestro movimiento. La intervención ha de ser proporcional a nuestras fuerzas, pragmática y nuestro trabajo ha de servir de ejemplo militante para otras compañeras.

Debemos trabajar esta estrategia con paso corto y vista larga, sin inmolarnos por el camino. Al diseñarla conviene tener en cuenta un margen de mínimos y otro de máximos. El primer estadio de la estrategia pasa por la acumulación de fuerzas bajo un programa de acción común. Esto es: la suma, tanto cuantitativa como cualitativa, de personas convencidas en ella. Esta situación podría dar la condición de posibilidad para el salto a otros niveles de la lucha.

En definitiva, hemos de generar un programa de acción y unas etapas coherentes. Esto compete a las organizaciones especifistas. Tener una hoja de ruta concreta nos salva de caer en simple retórica y de que nuestra acción quede subyugada a la inercia del movimientismo. Las organizaciones anarquistas han de diseñar unos objetivos concretos con sus pertinentes etapas para los diferentes frentes y oportunidades. Por ejemplo: Si nuestro objetivo es que la correlación de fuerzas llegue hasta tal punto que sea realista una huelga de alquileres, debemos pensar qué pasos hay que dar. ¿Qué alianzas deberíamos potenciar? ¿Qué hoja de ruta concisa hay que llevar a los espacios de vivienda? ¿En cuántos años habría que marcar tal objetivo? ¿Con qué otros actores fuera de la vivienda debemos contar?

Sólo bajo un programa de acción colectiva como el que describimos conseguiremos que las luchas no mueran en los callejones sin salida de siempre.

  1. Pensarnos capaces de transformar la sociedad. Instar a la ambición de la fuerza social.

Parte clave de poder autopensarnos también como usuarios de nuestras propias estructuras es entender, y hacer entender, que nuestros colectivos tienen capacidad potencial de modificar el mundo. No sólo la situación individual de esta o aquella persona, sino que a través de ellos podemos enfrentar problemas sociales de concepción de la vivienda con un enfoque revolucionario. Un ejemplo de esto sería poder frenar la ofensiva mediática contra la okupación haciendo que haya un amplio grupo de personas que la entiendan como opción legítima, o influir en la permisividad social con el rentismo, señalando que no es una opción vital válida.

Quienes creemos en el poder popular vemos la capacidad revolucionaria de las obreras para permear la realidad, y hemos de transmitir esa creencia al resto de compañeras. Es cierto que la realidad no se cambia sólo ganando un número alto de luchas individuales de personas que se acerquen al colectivo. Hemos de ganar fuerza social, y hegemonía cultural de nuestro discurso, esto se traduce siendo efectivas en nuestras organizaciones, pero también teniendo una estrategia más amplia de fondo que busque modificar la conciencia y consensos dentro de nuestra clase. Una ha de ir de la mano de la otra.

El poder popular necesita de la capacidad para transformar la realidad. Pero esa capacidad no se puede sostener sin el empoderamiento real de nuestra clase. Para ello, necesitamos disputar los imaginarios instaurados e institucionalizados. Este proceso necesita ilusión, ambición y valentía. De nada sirve una militancia en constante repliegue. El especifismo ha de funcionar como retaguardia y base para empujar a los movimientos sociales hacia estadios de combatividad superiores.

  1. Proponer alianzas estratégicas a quienes compartan espacio político.

Como especifistas, entendemos los límites del autonomismo. Atomizadas en nuestra realidad local es más fácil caer en el movimientismo e inmediatismo. Esto impide la creación de estructuras de masas con un programa revolucionario más profundo.

Nuestra estrategia pasa por trabajar en un frente organizado bajo los prismas del socialismo libertario: federal, independiente y popular. Esto quiere decir que deberíamos apostar por la federación de sindicatos bajo un frente de vivienda que se contraponga a propuestas centralistas, reformistas o socialdemócratas. Esta alianza no debiera ser una mera declaración de intenciones, sino un programa con unos puntos comunes bien definidos.

Por otro lado, las alianzas en el plano local se pueden construir hacia un sindicalismo integral que abarque otras realidades (por ejemplo, establecer alianzas con CNT, CGT o Solidaridad Obrera) para así generar interacciones que se retroalimenten, saberes que se intercambien y fuerzas que se compartan. Hacer asesorías en el mismo local, intercambiar formaciones o compartir campañas pueden ser propuestas en lo concreto para avanzar hacia alianzas más profundas en un futuro

  1. Dar valor a lo cotidiano como elemento de cohesión popular.

Desde el poder popular entendemos que la conciencia de clase se forma a través de la experiencia de lucha compartida, de la acumulación de confianza mutua y de solidaridad proletaria. La política requiere de lazos emocionales con lo que hacemos, de la sensación de vernos entre iguales ante lo difícil de la lucha. Un comedor comunitario, una recogida solidaria de juguetes, una merienda antes de una jornada de trabajo a cualquier espacio cotidiano, constituidos bajo el prisma de una estructura de lucha más grande, conforman la sociabilidad popular que engendra el mundo del mañana.

Cuando caemos en la exigencia de efectividad de nuestras acciones, la necesidad inmediata de resultados o la estrechez orgánica de la burocracia interna, generamos estructuras frías que imposibilitan la red popular necesaria para la lucha. También es responsabilidad nuestra que esa red no decaiga. La clase se crea como una experiencia compartida, como un hilo vital que nos conecta y entrelaza.

Como última conclusión,

Sabemos que es difícil aguantar en estos espacios, no estáis solas. Tenemos un deber histórico, continuar la lucha y la acumulación de fuerzas hasta hacer posible la revolución.

Gracias por aguantar y empujar hacia ello.

Impulso

  1. Texto de Regeneración ‘Poder popular y anarquismo especifista’ https://www.regeneracionlibertaria.org/2024/05/29/poder-popular-y-anarquismo-especifista/ ↩︎

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