Revolución rusa de 1905: Semilla de la autoorganización soviética y laboratorio de debates revolucionarios

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Las revoluciones no nacen, se hacen; y la historia que nos precede así lo demuestra. En pleno invierno ruso en 1905, el pueblo no se habría levantado contra el brutal poder zarista de no haber sido porque llevaba organizándose décadas a lo largo del siglo XIX en teoría y praxis. Se tenía como objetivo superar acciones individuales, disturbios campesinos y motines militares desconectados de algo más completo, se quería dar un sentido estratégico y revolucionario a lo que fuera un ensayo general de la revolución de los soviets doce años más tarde. Sin proponerse atacar directamente al centro de poder imperial ruso no se lograría una emancipación completa de la clase explotada, y esta ola de agitación política de masas consiguió alcanzar grandes territorios de Rusia. La revolución condujo al establecimiento de una monarquía constitucional limitada y al surgimiento de la Duma Imperial; pero la consecuencia principal para la clase trabajadora rusa serían las lecciones aprendidas y el impulso de fuerza social que les llevaba a mejores posicionamientos revolucionarios para acontecimientos venideros.

Contexto del Imperio zarista ruso y primeras ideas socialistas y revolucionarias.

Durante la segunda mitad del siglo XIX aún el 80% de la población rusa era campesina, y, hasta 1861, en régimen de servidumbre, habiendo dos categorías principales: quienes debían rendir obligaciones con el Imperio y quienes eran siervos de propietarios privados. El avance del capitalismo económico como sistema de dominación se acabó imponiendo con particularidades en la Rusia zarista, desarrollado por algunos liberales rusos a través de la «Reforma emancipadora», e implementada por el zar Alejandro II. Esta legislación no liberó a los campesinos de las obligaciones económicas y sociales que tenían. Ya no estaban adscritos a la tierra, pero continuaban en explotación por los mismos terratenientes y la nobleza aristocrática rusa. El absolutismo feudal era paulatinamente abandonado bajo la aparición de un capitalismo rural sostenido políticamente por el régimen imperial zarista. Aún casi cuarenta años más tarde de introducirse reformas políticas en 1864 a través de los Zemstvos, una forma de gobierno local (mir; consejo rural, y vólosts; distritos municipales) y provincial (Gubérniyas) basado en un consejo representativo y una junta ejecutiva; estos eran dirigidos mayoritariamente por nobles y eclesiásticos que conformaban el 75% de estas administraciones políticas.

Esto condujo a la aparición de voces intelectuales, nihilistas, liberales progresistas y social-revolucionarios que cuestionaban las bases políticas y económicas de la Rusia imperial. Sus raíces ideológicas nacen de la síntesis de las distintas corrientes del socialismo europeo y el colectivismo a través del catalizador campesino eslavo. Se situaba a la comuna campesina como base de una transformación revolucionaria, que chocaba con otras tesis que aseguraban la raíz profunda del conservadurismo del campesinado ruso. En cualquier modo, se estaba vislumbrando un descontento y una serie de brechas políticas y sociales en el seno de la sociedad rusa, que eran indicador claro del surgimiento inmediato de movimientos políticos que confrontarían al poder zarista. Nace así el grupo clandestino «Naródnaya Volia» (Voluntad del Pueblo) impulsado por la corriente de lo que se denominó populismo ruso, fundamentado en un socialismo utópico agrario; y que estuvo detrás del asesinato del zar Alejandro II en 1881.

Le sucedió su hijo, Alejandro III, un ferviente conservador que, durante la siguiente década impuso una represión brutal a numerosos colectivos clandestinos democráticos o revolucionarios, y propagandistas que fueron surgiendo en el seno de la sociedad. Esto llevó a muchos pensadores rusos al exilio, entrando en contacto con las corrientes socialistas científicas ya a finales del siglo XIX, y a la introducción del pensamiento marxista y anarquista en Rusia. Mientras tanto, la última década de ese siglo, el zar Nicolás II, continuó las reformas económicas que pretendían un proceso industrializador, promoviendo la entrada de inversiones de capital extranjero y surgiendo centros industriales de obreros fundamentalmente en Moscú y en San Petersburgo.

A principios del siglo XX los grupos revolucionarios se estaban recuperando de la ola represiva de las décadas anteriores, y confluyeron organizaciones anarquistas o socialistas de acción directa contra el poder zarista como «Chórnoye Znamia» (Bandera Negra) en 1903, organización anarcocomunista integrada principalmente por jóvenes judíos que realizaban ataques aislados a burgueses y policías. También el surgimiento del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia en Minsk en 1898 y de ideología marxista, que se dividiría cinco años después en mencheviques (marxistas moderados) y bolcheviques (marxistas revolucionarios). Mientras que en el año 1900 había surgido en Járkov el Partido Social-Revolucionario, descendiente de la tradición populista con un programa socialdemócrata; y que contaba con «Boyeváya Organizátsiya» (Organización de Combate), su vertiente armada que ejecutó a figuras del gobierno zarista previo a 1905.

Desde inicios del siglo XX la «Ojrana» (Departamento para la Protección del Orden y la Seguridad Pública), es decir, la policía secreta zarista, trató de mantener controlado el movimiento obrero en Rusia mediante la creación de sindicatos dirigidos por la policía, una práctica conocida como zubátovschina. Y, además, había infiltrado a numerosos agentes provocadores tanto en territorio ruso como en el exilio, en ciudades como París, convirtiéndose en elementos que incitaban a los combatientes a realizar acciones infructuosas, desesperadas o impopulares, conocidas de antemano por las autoridades zaristas. Aparte de espionaje físico de grupos revolucionarios, intervenían correspondencia por cartas, y transmitían información sensible que era utilizada posteriormente en procesos judiciales para ejecutar a los detenidos o enviarles a campos de trabajo en Siberia. También eran contratadas mujeres, que aún sin ser parte del cuerpo policial, ejerciesen como agentes infiltradas y se acercasen a dirigentes obreros monitorizando grupos revolucionarios llevando dobles vidas.

En febrero de 1904 había comenzado la Guerra ruso-japonesa, un conflicto bélico de ambiciones imperialistas en Manchuria y Corea, tanto las batallas terrestres como las navales fueron una clara victoria japonesa, y humillantes derrotas militares para el Imperio ruso. Este se encargó en promover el apoyo a los intereses expansionistas, pero las consecuencias sociales tornaron en un gran descontento popular. La evidente desigualdad que perpetuaba el capitalismo rural zarista provocó que se dieran condiciones para un estallido revolucionario organizado tanto entre el campesinado como los obreros urbanos. En diciembre de 1904 se proclama una huelga en la emblemática fábrica de maquinaria Putilov, fuerte bastión de la organización obrera de San Petersburgo, un complejo industrial vinculado a la guerra. Incluso, en ciudades como Bakú, en el Caúcaso, también en 1904, trabajadores petroleros exigían libertad de prensa y asambleas obreras.

El «Domingo Sangriento», la marcha de las familias obreras al Palacio de Invierno.

La Revolución de 1905 se inició en San Petersburgo con el conocido como «Domingo Sangriento», en la fecha del 9 de enero del calendario juliano, o 22 de enero en el calendario gregoriano occidental. Ese día tuvo lugar una marcha obrera y campesina que pretendía entregar al zar Nicolás II una petición de mejoras laborales; y fue una marcha de decenas de miles de personas con carácter pacífico encabezada por familias trabajadoras, y con un componente religioso y moral ortodoxo incluso. Fue liderada por el clérigo Georgui Gapón, que había organizado la Asamblea de Obreros Industriales Rusos, y fue, además, miembro confidente de la policía secreta zarista. La marcha avanzaba con iconos eclesiásticos y sin armas, y una actitud incluso mesiánica entre los seguidores de este clérigo.

Esa manifestación cuando llegó ante la explanada del Palacio de Invierno fue salvajemente atacada por soldados de infantería de la Guardia Imperial y tropas cosacas rusas, quienes dispararon sucesivamente contra la multitud desarmada y persiguieron durante horas por las calles de la ciudad a los supervivientes; llegando a asesinar entre hombres, mujeres y niños a casi mil personas y causando unos ochocientos heridos. Esta matanza fue el detonante de una revuelta generalizada en gran parte del territorio ruso durante todo ese año al difundirse la sangrienta represión política que hubo en la capital zarista. Se había perdido radicalmente esa fe que muchas familias rusas y algunos sujetos socialdemócratas continuaban manteniendo en el zar como un buen padre pese a todo. Estalló un conflicto de clases que se venía fraguando desde hacía décadas, y que ponían en el objetivo de la masa campesina rusa al poder del zar y construir una emancipación más profunda. Los hechos son los que despiertan en muchas ocasiones ese instinto y conciencia de clase, que necesita encontrar su canalización a través de objetivos claramente revolucionarios. Tras esos sucesos el clérigo Gapón excomulgó al emperador, exhortó a los trabajadores a actuar contra el régimen zarista y huyó al extranjero, donde siguió en contacto con la Ojrana, por lo que poco más de un año más tarde, sería ejecutado por Pinhas Rutenberg, un sionista perteneciente al Partido Social-Revolucionario, que había marchado junto a Gapón en aquella manifestación.

Los sucesos que iniciaron esta represión en San Petersburgo, contribuyeron a que sujetos activos de la sociedad rusa iniciaran una protesta generalizada. En la Revolución de 1905 había numerosos grupos con sus objetivos propios, y estrategias bastante divergentes. Hubo principalmente varios colectivos movilizados: obreros y campesinos con evidentes razones materiales, intelectuales y liberales por razones de derechos civiles, y grupos étnicos por razones de libertad cultural. Se carecía de una estrategia unificada por parte de la clase explotada, se sostenía un abanico de reivindicaciones numeroso y facciones que actuaban con tácticas muchas veces contradictorias entre sí. Durante todo el año hubo numerosos levantamientos campesinos principalmente en la zona del mar Báltico, se produjeron asaltos y ocupaciones de tierras de la aristocracia rusa o incendios en algunas fincas, auspiciados por grupos revolucionarios locales desconectados entre sí. Las acciones, no obstante, hicieron entrar en pánico a esa clase propietaria rusa, en relación directa a la rabia que habían generado entre los campesinos y sus condiciones de vida explotada. Reclamaban una reforma agraria que nunca llegaría, porque lo único que aseguraba la mejora integral de su vida era una revolución que barriera por completo el poder político y económico.

El sóviet de San Petersburgo, el consejo de autoorganización obrera.

En las ciudades, los obreros exigían mejores condiciones laborales y la subida de los ínfimos salarios, dándose la experiencia política más interesante en San Petersburgo, donde inmediatamente más de cuatro cientos mil trabajadores se unieron en la huelga general a finales de enero de 1905. El ejemplo de la capital zarista se replicó en otros centros industriales del oeste ruso en la costa báltica, en Minsk o incluso en Varsovia, donde pocos días después cien huelguistas fueron disparados por tropas zaristas. En febrero de 1905 hubo numerosas huelgas en la cuenca minera del Cáucaso, y en abril de ese año también se organizaron huelgas en minas de los montes Urales.

Esa primavera todas las universidades rusas fueron cerradas por las autoridades zaristas, ya que tanto maestros como alumnos eran activos en las huelgas, y estaban consiguiendo que muchos más estudiantes se unieran a las revueltas. En octubre de 1905 se organizó el sóviet de San Petersburgo, una experiencia obrera y un laboratorio de teoría y práctica revolucionaria indispensable para la semilla de la revolución soviética una docena de años más tarde. Ese consejo obrero se erigía sobre el poder popular y democrático de las masas, sirvió de interlocutor con el zarismo y organizó la huelga en doscientas fábricas del territorio, paralizando en octubre de 1905 la capital zarista y extendiéndose a tranvías y telégrafos. Huelga generalizada que se extendería también a Moscú paralizando todo el servicio de ferrocarriles en el Imperio ruso, lo cual impedía una movilidad convenientemente de las tropas represoras.

El sóviet de San Petersburgo era la primera entidad verdaderamente obrera surgida de la fuerza social, iniciada por tipógrafos de decenas de imprentas de la ciudad autoorganizándose como representantes obreros. A la primera reunión del sóviet acudieron delegados de diversos distritos de la ciudad atraídos inicialmente por las facciones menchevique y social-revolucionaria, y cobrando gran notoriedad por la población urbana al ser la primera organización directamente conformada por la clase trabajadora. Inicialmente la facción bolchevique tuvo recelos de este sóviet al competir con su idea centralista del partido revolucionario. Sin embargo, a finales de octubre de 1905 se elegía una presidencia ejecutiva del sóviet, y las tres facciones principales se pusieron de acuerdo en nombrar provisionalmente a León Trotsky, quien sugirió la creación de un consejo federal para coordinar la actividad del sóviet. Finalmente se aprobó otorgar la presidencia a un abogado laboralista llamado Gueorgui Jrustaliov-Nosar, un independiente respetado por las tres facciones. Las medidas se decidieron en ese consejo federal representado por las tres facciones, con un papel destacado precisamente de Trotsky en la redacción de mociones y textos.

Ante la huelga extendida en la capital zarista y otras ciudades rusas, el 30 de octubre en el calendario gregoriano occidental, se promulgaba el «Manifiesto de Octubre». En ese documento el zar se comprometía a la implementación de una Constitución, el reconocimiento de derechos civiles y el sufragio universal en la votación a una Duma, o asamblea consultiva. Una parte importante de la población rusa vio con buenos ojos estas medidas reformistas; y se comprobó que el poder de la autocracia zarista continuaría intocable. La clase explotada no tenía una unidad estratégica, ni una decisión en firme por la vía revolucionaria, ese titubeo y que entre el grueso del ejército zarista no hubieran calado aún tampoco las ideas revolucionarias, conllevó a dejar en evidencia las carencias organizativas que aún se tenían, pero los importantes pasos que se estaban realizando.

El 3 de noviembre finalizaba la huelga que había surgido del sóviet de San Petersburgo, y el ministro de interior, el general Trépov, preparó a la policía zarista para reprimir a las masas obreras si salían en manifestación por el entierro de las víctimas de la huelga, y también organizar un pogromo en la ciudad. El sóviet abogaba por no derramar sangre innecesariamente, así que recomendó cancelar esa marcha, pero frustrado por esa decisión se ordenó la formación de escuadrones obreros armados para la autodefensa y evitar el pogromo planeado por las autoridades. Se subvirtió la censura de prensa, y habían surgido algunos periódicos obreros, también el propio sóviet contaba con «Izvestia» (literalmente traducido, «noticias») que era su órgano de difusión de ideas del consejo. Se reclamaba la jornada laboral de ocho horas, e incluso algunos obreros lograron implantarla colectivamente con el respaldo del sóviet.

El 14 de noviembre se llamó a una nueva huelga general en solidaridad con el zarato de Polonia, en estado de sitio por las autoridades zaristas; y también en protesta por el juicio en tribunales militares que se anunció a los marinos de Kronstadt, que habían participado de la huelga de octubre. Sin embargo, cuatro días más tarde, el Gobierno había otorgado algunas concesiones parciales y se admitió un juicio civil para los marinos. Además, la patronal rusa provocó un cierre de fábricas en reacción a la implantación forzosa de la jornada de ocho horas, por lo que el sóviet tuvo que abandonar nuevamente la huelga, haciendo balance de sus debilidades a pesar del impulso revolucionario de los obreros de San Petersburgo. Se perfilaron los sujetos políticos, las instituciones obreras, y las interrelaciones entre las facciones revolucionarias, fue el laboratorio de la revolución soviética.

El acorazado Potemkin: represión y reformas zaristas para aplacar la Revolución.

En el verano de 1905 había habido diversos motines entre los marineros de Sebastopol, Vlavivostok y Kronstadt. La Guerra ruso-japonesa estaba siendo una auténtica sangría para el Imperio ruso, perdió a más de 90 mil hombres entre muertos, heridos y detenidos. Ante las noticias que llegaban de las estrepitosas derrotas en el extremo oriental, decidió capitular el 5 de septiembre de 1905 ante las pretensiones japonesas. Además, en el mes de junio se produjo la insurrección del acorazado Potemkin, hecho en el que los marinos se amotinaron contra sus oficiales y, que quedaría recogido en la icónica película soviética de 1925. Si bien estos motines marineros eran desorganizados y acababan siendo brutalmente reprimidos, reflejaba el descontento entre la masa popular y algunos reclutas que eran originarios de clases campesinas y obreras. Que una parte mínima del ejército ruso comenzase a tener estas inclinaciones revolucionarias es lo que causó gran preocupación en el imperio zarista. Otros grupos nacionalistas en el seno de Rusia también se sublevaron y participaron de esta furia generalizada, denunciaban la rusificación desde el reinado de Alejandro II, aunque en algunas ocasiones sus reivindicaciones se materializaban contra otros grupos étnicos, y también protagonizaban pogromos, algo que al gobierno ruso le venía muy bien ya que desvía cierta rabia popular hacia los judíos como minoría étnica.

Desde el inicio del estallido revolucionario, el zar Nicolás II, aconsejado por sus ministros, se presentaba públicamente a favor de introducir reformas para evitar mayor rabia popular. Destituyó al ministro del interior, Sviatopolk-Mirski, responsabilizándolo del «Domingo Sangriento», y aunque continuó prometiendo varias concesiones, el desarrollo de acontecimientos durante ese año, condujeron a los motines marinos y la huelga de octubre de 1905, por lo que tuvo que promulgar el ya mencionado «Manifiesto de Octubre», reformas políticas de las que nunca estuvo convencido el zar, que llegó a decir que lo rubricó coaccionado. Las huelgas fueron desconvocadas en las principales ciudades en que se habían extendido, pero estas concesiones fueron acompañadas de más represión contra las revueltas y disturbios urbanos, y en zonas rurales en ataques antisemitas a judíos, ya que según informaciones del servicio secreto zarista, el 90% de los líderes revolucionarios en ciudades como Odessa, eran judíos. En Moscú aún hubo luchas y una huelga en diciembre de 1905, apoyada por los bolcheviques fundamentalmente, sin embargo, fue cruelmente reprimida una semana más tarde con el uso de artillería incluso para dispersar y asesinar a los obreros, cuyos enfrentamientos dejaron algunas partes de la ciudad completamente en ruinas.

Se crearon unas leyes electorales en diciembre de 1905, aprobándose la primera Constitución rusa en abril de 1906. La Duma parlamentaria se convirtió en un órgano consultivo, porque tanto el emperador como los ministros nombrados por él tenían plenos poderes sin ser sometidos a ningún control. Esencialmente el Imperio ruso continuó inalterable; el poder político lo ejercía el zar y el poder económico y la tierra en manos de la nobleza. Las reformas implementadas junto a la represión desestabilizó las posiciones de las organizaciones revolucionarias, que nuevamente debieron pasar a la clandestinidad, algunos de sus dirigentes fueron encarcelados o marcharon al exilio. Las organizaciones internamente tuvieron disputas, sin embargo, completamente necesarias para alcanzar posiciones revolucionarias y de correlación de fuerzas mayores.

En líneas generales la Revolución de 1905, aunque inicialmente no lo pretendía porque toda revuelta estalla con intención de ser triunfante, se convirtió en un ensayo general de la Revolución de 1917. Se plantearon interesantes cuestiones a las que el movimiento obrero revolucionario no había podido abordar, pero que al construir esta experiencia revolucionaria y, sobre todo, la creación del sóviet, se desarrollaron mejor los debates profundos y determinantes sobre la cuestión de la construcción del poder obrero y los consejos soviéticos como órgano de autonomía de las masas trabajadoras. La huelga general también fue puesta a prueba como la mejor herramienta de lucha para paralizar por completo la producción económica y dotarle de fuerza social a la clase obrera. También se comprobó necesaria la formación de unas milicias de autodefensa, y ganarse a las filas revolucionarias a gran parte del ejército ruso, ya que muchos eran jóvenes procedentes de familias trabajadoras. La alianza estratégica entre sectores sociales como estudiantes, campesinos, obreros, intelectuales y minorías étnicas oprimidas; tratar de generar un discurso y un programa unitario que pusiera bajo el mismo paraguas demandas comunes a toda la sociedad explotada por distintas causas. La vinculación entre los consejos obreros, los sindicatos y las organizaciones políticas revolucionarias.

La Revolución de 1905 en Rusia impulsó un ascenso de la organización del movimiento obrero internacional; los pasos de nuestra clase explotada en cualquier parte del mundo es un camino que se abre para la acumulación de fuerza social y una mejor organización de la lucha revolucionaria. Algunos sectores obreros se radicalizaron tanto en Europa como en los Estados Unidos, y se sentaban las bases para ampliar análisis de coyuntura del potencial de la clase trabajadora y la necesidad de una estrategia y un programa revolucionario emancipador. Por muchas críticas que podamos hacer desde el anarquismo hacia cómo derivó en un Estado burocrático posteriormente la Revolución Soviética de 1917, encontramos en ella y en este movimiento precursor ruso de 1905 estimables ejemplos de cómo el debate y la estrategia se afinan practicando el combate revolucionario. 

Escritos de Kropotkin sobre la Revolución Rusa de 1905.

Nuestro abuelito del anarquismo ruso sacó a la luz su obra «El apoyo mutuo» en 1902, y durante esos años su salud fue empeorando notablemente, ya que en 1905 sufrió un ataque cardíaco del que se recuperaría tras un largo reposo. Estaba instalado en Londres, donde recibió la noticia de la muerte de Élisée Reclús en el verano de 1905, pero los acontecimientos de ese periodo en Rusia volvieron a llamar la atención hacia su país natal. Las discusiones tácticas llevaron a los anarquistas rusos en el exilio a celebrar conferencias en Londres en octubre de 1906, y se publicó un documento titulado «La revolución rusa y el anarquismo» en 1907. En esos documentos tuvo una fuerte impronta el pensamiento de Kropotkin, y analizan políticamente las causas, desarrollo y consecuencias de esta revuelta popular. Kropotkin destaca que la revolución fue impulsada por el descontento generalizado de las clases trabajadora y campesina, quienes sufrían bajo un régimen autocrático y opresor. También señala que la revolución fue un momento de gran efervescencia social, donde la creación del sóviet representaba convenientemente los intereses de los trabajadores y los soldados conscientes. Kropotkin enfatiza la importancia de la autoorganización y la solidaridad entre los diferentes sectores de la sociedad rusa, lo que permitió que la revolución adquiriera un carácter masivo y popular.

Sin embargo, también advertía sobre las limitaciones de la revolución, señalando que, a pesar del camino que había logrado abrir, la falta de una dirección política clara y la represión violenta por parte del gobierno zarista llevaron al titubeo y a la derrota del movimiento. Kropotkin critica la tendencia de algunos líderes revolucionarios en buscar alianzas con partidos políticos tradicionales, lo que, a su juicio, diluyó las aspiraciones socialistas libertarias de la revolución.

Además, Kropotkin concluye que, aunque la Revolución de 1905 no logró sus objetivos a largo plazo, sentó las bases para futuros levantamientos y dejó una huella en la conciencia colectiva del pueblo ruso. Kropotkin abogaba por la necesidad de aprender de esta experiencia para futuras luchas, enfatizando la importancia de la autoorganización obrera y la acción directa; es decir, la creación de órganos donde las masas trabajadoras tomasen sus decisiones conscientemente, y la defensa de esa independencia de clase. Kropotkin intuía las negras tormentas que todavía estaban por venir, y ofrece una reflexión crítica sobre la Revolución de 1905. Mucho tiempo después las condiciones del capitalismo global han cambiado, pero los debates revolucionarios y las problemáticas que tuvieron que abordar en cuanto a esa organización deben ser también ser incluidas en el laboratorio de nuestras propuestas revolucionarias a día de hoy.

Ángel Malatesta, militante de Liza

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Liza es una plataforma revolucionaria de socialistas anarquistas ubicada en la ciudad de Madrid.
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