En gran medida, los intentos de análisis políticos que hacemos aquí desde hace casi ocho años giran en torno al 15-M. Por muy necesario y revitalizador que fuera, sin embargo, el 15-M no fue tanto un conjunto de logros o un único logro como un encuentro colectivo que nos ayudó a salir de la soledad y ponernos a intentar logros más reales, no de los que tienen lugar en nuestro estado de ánimo, sino en esas relaciones sociales (de clase, género, etc.) que queremos transformar.
El problema de los posibles logros no es que no los alcanzara la acampada en Sol ni las asambleas en los barrios -de las que, al menos en la ciudad Madrid, creo que sólo queda una-; ni siquiera que no los alcanzaran aquellas movilizaciones que nacieron en parte gracias a esa revitalización (mareas, marchas de la dignidad, huelgas generales) ni las organizaciones de clase (sindicatos, PAH, FAGC, bancos de alimentos, sindicatos de barrio, sindicatos de inquilinas). El mayor problema es la sensación de que la falta de logros se debe a la falta de interés de la inmensa mayoría de nuestras vecinas.
Por irritante que sea el concepto de “mayoría silenciosa” y las intenciones con que se usa, datos como los que muestran los estudios sociológicos sobre participación en huelgas, movilizaciones en general o comportamiento electoral de las personas de clase trabajadora en la región española nos dan la misma imagen que la observación particular a pie de calle: salvo honrosas excepciones, se puede decir que en conjunto la clase trabajadora no está interesada en sus derechos. No es que no les importen grandes ideales, quizá un tanto abstractos, de justicia o seguridad, es que no les interesa siquiera su propia seguridad, la propia justicia que pudiera hacerse a ellas.
Si esto de por sí es desesperante, lo es más cuando se las compara con las estadísticas de interés por escuchar música (85,5%) o ver la televisión (95,5%) partidos de fútbol (76-77%), pornografía (no conocemos datos tan concretos, pero ojead esto y esto) o series (el 85% de las encuestadas las ven y la mitad de ellas dicen que es algo importante en sus vidas).
Los únicos intereses que generan cierto consenso tienen que ver con escuchar o ver hacer cosas a otras, no con hacerlas. Los únicos vínculos que se valoran son los de pareja, amistad y familia, pero ni siquiera estos generan ningún compromiso, ¿cuántas personas se han sindicado o unido a una asamblea de vivienda, banco de alimentos, etc. como resultado de la incorporación de un familiar, amiga o pareja?
La hipótesis de Podemos, al igual que de Guanyem BCN/Barcelona en Comú y de Ahora Madrid, era que, aunque la derecha no fuera a ninguna parte y la izquierda causara miedo y, sobre todo, desconfianza, se podía crear un centro político para la clase trabajadora y la clase media.
Por poco que a algunas nos gustara la hipótesis en aquel momento, podría haber estado bien encaminada y, en ese momento, probablemente lo estaba. Podría haber habido una mayoría dispuesta al menos a favorecer con su voto un cambio político en ese sentido centrista. Ni los resultados electorales ni ninguna otra variable hacen pensar eso. La mayor parte de la clase trabajadora tiene más miedo a cualquier tipo de cambio, requiera o no esfuerzo, que al actual estado de cosas.
Nada permite suponer que exista una mayoría favorable a ningún tipo o grado de cambio político que pueda requerir algún apoyo activo o esfuerzo, por más que muchas posibilidades puedan gozar de aceptación pasiva.
Esta parece ser la realidad. Ni como personas ni como clase podemos permitirnos desesperar, pero tampoco entenderíamos que se quisiera cambiar la realidad sin aceptarla tal como es. Ciertas candidaturas políticas nos pueden pedir sonrisas, ilusión, esperanza, pero lo que necesitamos son motivos para sonreír, para tener ilusión y esperanza.
Savielly Tartakower, uno de los grandes ajedrecistas de la primera mitad del siglo XX, dijo una vez:
Táctica es saber qué hacer cuando hay algo que hacer. Estrategia es saber qué hacer cuando no hay nada que hacer.
No es la hora de rendirse, esa hora ni siquiera existe. Tampoco es tiempo de seguir dejando hipotecarnos al maldito fatalismo, sea optimista o pesimista (las dos caras de la moneda fatalista), poco importa. Es tiempo de dejar de estirar la ilusión pasada y, contra casi todo, alcanzar logros. La esperanza es el opio del pueblo, es la hora de la estrategia.