El día de ayer fue el Primero de Mayo, día histórico de lucha de la clase trabajadora, una jornada que en nuestra Península experimentamos como un día para encontrarnos con nuestros/as compañeros/as en las calles y reconocernos como precarios/as y en una situación laboral profundamente explotadora sobre todo para la juventud. Con el paso del tiempo, aquella vieja proclama del orgullo de clase ha sido desplazada convenientemente, pues ser explotados/as no es algo de lo que sentir orgullo; y sin embargo, nos identificamos como clase trabajadora en lucha a pesar de todos los gurús que actualmente afirman que las clases sociales no existen. La inmovilización es lo que desea el capitalismo, y nos lo hace saber promoviendo una estructura social acrítica y desmenuzada en reivindicaciones culturales postmodernas. Lograr una aceptación normalizada de la individualización de los problemas, y que asistamos a un psicólogo/a antes que a un sindicato.
El Primero de Mayo debería tener un potencial bien distinto que no podemos abandonar, por la memoria de quienes nos precedieron reivindicando que otra mundo es posible más allá del capitalismo criminal. Una jornada para tomar conciencia y luchar por la justicia social, contra el fascismo, contra el patriarcado y en favor del apoyo mutuo y la igualdad. Tenemos que decir aquí que para algunos/as la jornada significa ocio en el festival Viña Rock, o el MaiFest en Berlín, como una forma de desactivación de la lucha y generar además un fuerte macronegocio; cada cual que haga el análisis de lo que supone pensar en términos festivos siempre como forma de vida.
Precisamente siempre nos miramos el ombligo en estas fechas simbólicas tradicionalmente de lucha histórica, y sacamos pecho reivindicando el buen pulso de clase que echamos, o la salud de nuestros movimientos sociales; que no sindicales. Más allá de las voces que invitaban coherentemente a salir a las calles como toma de contacto tras unas elecciones que han creado una falsa sensación de contención de la extrema-derecha; si hace unos días muchas personas solicitaban votar a toda costa, ayer pocas personas salían a luchar en las distintas ciudades y pueblos.
Viendo el panorama sindical heredero del siglo pasado no es de extrañar sin embargo; con unos sindicatos corporativos que son una extensión más del propio Estado, y unos sindicatos de clase divididos, fraccionados, en pugnas y que reivindicaban ser el baluarte de la verdadera lucha obrera. En los últimos tiempos estamos viendo cómo los conflictos laborales se organizan desde las bases de los trabajadores/as convirtiéndolos en huelgas sociales, además la mecánica y organización de los sindicatos clásicos no están aunando a la masa juvenil que nos vemos abocados a la reinvención laboral continuada y a trabajos bajo la dinámica de la uberización.
Las elecciones del pasado domingo fueron una jugada redonda para el sistema dominante representado en las estrategias del Ibex 35; otorga el poder mayoritariamente a un partido neoliberal como el PSOE, se blanquea su imagen completamente hecha añicos en los últimos años; y se asume la normalización de los discursos sociales con un importante viraje fascista. Pudiéramos afirmar que actualmente la sociedad ha asumido tanto las recetas del liberalismo económico y su autoritarismo, que propuestas tibiamente reformistas como las de Unidas Podemos nos parecen la única izquierda posible.
Hace ya muchos años que hemos dado por bueno que el Primero de Mayo sea festivo en lugar de reivindicativo, poco pudiera importar si el resto de días del año sí lo tomáramos desde lo reivindicativo, desde la desobediencia y desde la necesidad de organizarnos en nuestros puestos de trabajo, en la educación social y política, en las formas de ocio que reproducimos, en el consumo actual en las antípodas de la autogestión.
En pocos lugares de la vieja Europa el Primero de Mayo supuso una confrontación real, y no con ello me refiero a disturbios. De poco sirven también los anhelos soviéticos aún latentes en países del oriente europeo o las espectaculares imágenes de cientos de miles en una Cuba nada socialista a día de hoy. Es si acaso la Europa mediterránea, la que sigue siendo foco de estas confrontaciones más latentes, con la excepción atlántica de París y su coyuntural movimiento de ‘Gilets Jaunes’ (Chalecos Amarillos); Turín, Atenas o Estambul fueron algunos ejemplos de ciudades donde se organizaron marchas desde movimientos de clase que reflejan un hilo conductor de luchas en la actualidad.
Latinoamérica mantiene sus propios ritmos, y si bien siempre se suma en una jornada como el Primero de Mayo; los medios de comunicación poca repercusión le dieron a la multitudinaria y unitaria marcha en Brasil contra el gobierno de Jair Bolsonaro. La atención, sin embargo, se la llevó una Venezuela con marchas de partidarios de Nicolás Maduro y Juan Guaidó, inmersa actualmente entre la precariedad más absoluta y el último intento de desestabilización interna buscando un enfrentamiento civil que justifique la intervención internacional.
Sin duda alguna, en los últimos años quien es un eje de acción y confrontación en un conflicto social que mueve a millones de personas en el mundo es el sureste asiático, con una implicación fundamental y relevante por parte de las mujeres cada vez más organizadas. A la otra punta de nuestra Península se nos olvida que quienes fabrican nuestras zapatillas deportivas y camisetas chulísimas mantienen un nivel de conciencia de su situación como explotados/as mucho más elevada que la nuestra. Yakarta en Indonesia, Manila en Filipinas, o Dacca en Bangladesh; ciudades de las periferias del capitalismo protagonizaron marchas políticas muy concurridas que reflejan el caldo de cultivo social que se viene cocinando en esta región en continuado conflicto.
La perspectiva de clase es el denominador común en las luchas obreras del mundo; una lucha, además, que lo es también contra el colonialismo y el patriarcado como formas de explotación que trabajan conjuntamente y que han especializado sus herramientas para trabajar como un todo contra las y los más pobres de este mundo más globalizado, pero menos conectado.