Autor: Murray Bookchin, traducción y extraído de Red Antihistoria
Lo que define a la ecología social como social es su reconocimiento del hecho de que a menudo es pasado por alto que todos nuestros problemas ecológicos surgen de problemas sociales profundamente enraizados. Contrariamente, nuestros problemas ecológicos actuales no pueden ser claramente entendidos, mucho menos resueltos, sin lidiar resueltamente con problemas dentro de la sociedad. Para hacer más concreto este punto, los conflictos étnicos, culturales y de género, entre muchos otros yacen en el núcleo de otros problemas ecológicos que enfrentamos hoy en día-aparte, de aquellos que son producidos por catástrofes naturales.
Si este acercamiento parece un demasiado sociológico para aquellos ambientalistas que identifican el primer problema ecológico como el preservar la vida silvestre, o más ampliamente como asistir a la “Gaia” para alcanzar la “singularidad” planetaria, pueden desear considerar ciertos desarrollos recientes. El enorme derrame de petróleo por parte de un buque de Exxon en el Estrecho Príncipe William, la extensa deforestación de árboles de secuoya por la Corporación Maxxam, y la propuesta de proyecto de hidroeléctrica James Bay que inundaría vastas áreas de bosque del norte de Quebec, para citar sólo algunos problemas, son recordatorios que el real campo de batalla sobre el que el futuro ecológico del planeta se decidirá es claramente uno social.
De hecho, separar los problemas ecológicos de los sociales – o incluso para minimizar o simbolizar el reconocimiento de su actual relación crucial- sería mal interpretar enormemente las fuentes de la crisis ambiental creciente. En efecto, la forma en que los seres humanos lidian con otros como seres sociales es crucial para dar dirección a la crisis ecológica. Al menos que reconozcamos esto claramente, de seguro fracasaremos al ver que la mentalidad jerárquica y la relación de clase que tan profundamente permea es lo que ha dado origen a la idea de dominar el mundo natural.
Al menos que nos demos cuenta que la presente sociedad de mercado, estructurada alrededor del imperativo brutalmente competitivo de “crece o muere”, es mecanismo impersonal, auto-operado, tenderemos a culpar falsamente a otro fenómeno –la tecnología como tal o el crecimiento de la población- de los problemas ambientales. Ignoraremos la raíz de la causa, tales como comercio por ganancia, expansión industrial, y la identificación del progreso con el interés corporativo. En corto, tenderemos a enfocarnos en los síntomas de una patología social salvaje en lugar de en la patología en sí, y nuestros esfuerzos serán dirigidos hacia metas limitadas cuyos logros serán más cosméticos que curativos.
Algunas críticas han cuestionado recientemente si la ecología social ha tratado el tema de la espiritualidad en la ecología política adecuadamente, pero la ecología social fue de hecho entre las primeras de las ecologías contemporáneas en llamar por un cambio en los valores espirituales existentes. Tal cambio sería una transformación de largo alcance de nuestra mentalidad actual de dominación hacia una de complementariedad, una que vea nuestro rol en el mundo natural como creativo, de apoyo, y aprecie profundamente las necesidades de la vida no humana. En la ecología social, una espiritualidad “natural” se centraría en la habilidad de una humanidad despierta para funcionar como agentes morales para disminuir el sufrimiento innecesario, comprometiéndose en la restauración ecológica, y patrocinando una apreciación estética de la evolución natural en toda su fecundad y diversidad.
Así, en su llamado por un esfuerzo colectivo para cambiar la sociedad, la ecología social nunca ha evitado la necesidad de una mentalidad o espiritualidad radicalmente nueva. En 1965, la primer declaración pública que adelanta las ideas de ecología social concluyó con la interjección: “la tendencia de pensamiento que hoy en día organiza diferencias entre los humanos y otros forma de vida a través de líneas jerárquicas de “supremacía o inferioridad” abrirá camino a una visión que lida con la diversidad en una manera ecológica- esto es, de acuerdo con la ética de complementariedad”. En tales éticas, los seres humanos complementarían a los seres no humanos con sus propias capacidades para producir una especie más rica, creativa y capaz de desarrollarse- no como una especie dominante sino una que apoya. Aunque esta ética, expresada a veces como un deseo para la “respiritualidad del mundo natural”, recurre a través de la literatura de la ecología social, no debe confundirse con una teología que eleva una deidad sobre el mundo natural o incluso que busca descubrir una dentro de ella. La espiritualidad avanzada por la ecología social es definitivamente naturalista (como no esperaría, dada su relación con la ecología misma, que surge de las ciencias biológicas) más que supernaturalista o panteísta.
El esfuerzo en algunos cuartos del movimiento ecológico de priorizar la necesidad de desarrollar una “eco-espiritualidad” panteísta sobre la necesidad de atender factores sociales (que de hecho erosionan todas las formas de espiritualidad) eleva una seria de preguntas acerca de su habilidad para agarrarse a la realidad. En un momento en que un mecanismo de ceguera social, el mercado, convierte suelo en arena, cubriendo suelo fértil con concreto, envenenando agua y aire, y produciendo cambios climáticos y atmosféricos, no podemos ignorar el impacto que una sociedad de clases y jerárquicas tiene sobre el mundo natural. Debemos enfrentar el hecho de que el crecimiento económico, las opresiones de género, y dominación étnica- por no hablar de los intereses corporativos , de estado, y burocráticos – son mucho más capaces de dar forma al futuro del mundo natural de lo que son las formas privadas de auto-regeneración. Estas formas de dominación deben ser confrontadas por la acción colectiva y por un gran movimiento social que rete los recursos sociales de la crisis ecológica, no simplemente a través de formas personalistas de consumo e inversión que suelen darse bajo el nombre de “capitalismo verde”. La presente sociedad altamente absorbente está muy ansiosa de encontrar nuevos medios de engrandecimiento comercial y agregar verborrea ecológica a sus anuncios y esfuerzos de relaciones comerciales.
Este artículo se publicó originalmente en Michael Zimmerman, ed., Environmental Philosophy: From Animal Rights to Radical Ecology (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice Hall, 1993) y fue levemente revisado para su publicación en Climate and Capitalism
Traducido para Antihistoria por la Dra. Carolina L. Vergara