Un buen amigo asegura que “nuestra primera obligación como revolucionarixs es ser felices… No hay mejor propaganda… Y será nuestra mejor venganza!”
Incluso ahora, inmersos en el proceso de desposesión y represión al que venimos siendo sometidos, estamos completamente de acuerdo con la anterior afirmación porque entre otras cosas sabemos distinguir entre una felicidad “hedónica” (la que el sistema dominante prescribe, de carácter exterior: lo que el mundo puede ofrecerme) de una felicidad “eudaimónica” (la que el sistema dominante esconde, de carácter interior: lo que yo puedo ofrecer al mundo y a los otros, lo que hago, lo que soy).
Siguiendo esa línea, estamos tentados de afirmar que “nuestra segunda obligación como revolucionarixs podría ser pensar bien y conseguir transmitir nuestras ideas de manera seductora“.
Pensar bien y hablar bien es sin duda un asunto complejo pues se trata simultáneamente de una técnica y de una ética. Algunos factores del “pensar bien” son de sobra conocidos por todxs y según nuestro punto de vista incluyen, entre otras muchas cosas, informarse a través de medios de comunicación alternativos que no estén al servicio de las grandes empresas, la banca o los poseedores del capital, desarrollar nuestra escucha activa y nuestra empatía en la conversación, mejorar nuestra capacidad de resolver conflictos, desterrar la resignación y el derrotismo, huir de las exageraciones, ser precisos (y concisos) en el uso del lenguaje, desechar o cuestionar algunas certezas adquiridas y no demostradas, armarnos de paciencia, de respeto, de amor, y especialmente mantener un pensamiento sano y no cometer errores cognitivos…
En realidad poco podemos decir en este escrito acerca del “pensar bien” que no conozcáis ya. Cada cual sabrá muy bien donde enfocar su propia mejora. Pero lo que si podemos hacer con mucha más exactitud es poner de manifiesto algunos de los principales factores del “pensar mal”, para de esa manera estar en guardia y poder así evitarlos.
En un nivel colectivo, tal y como los presenta la teoría cognitivo-conductual, los principales errores cognitivos en los grupos son:
Sobregeneralización: consiste en extraer conclusiones y mantener valoraciones generales y absolutas a partir de datos o acontecimientos que son insuficientes para sostenerlas, como cuando alguien en un grupo de trabajo afirma: “Nunca se tienen en cuenta mis opiniones”. Cuando al hacer una crítica se sobregeneraliza, se invalida su interés y se somete al grupo a un aumento innecesario de emociones negativas, dando lugar a consecuencias como la inmovilidad, la frustración o el bloqueo. Cuando se produce una sobregeneralización (siempre+nunca o todo+nada) en los dos extremos de un grupo polarizado, el avance se torna especialmente difícil.
Dicotomización: Es el error por el cual una escala gradual de valores se reduce a dos, generalmente opuestos y extremos (bien/mal; antiguo/moderno). Es producto de la economía de esfuerzos y la tendencia a simplificar. En ocasiones puede ser útil como estratagema en la comunicación y en la persuasión, pero el problema aparece cuando se aplica de forma automática como procedimiento de análisis. La dicotomización en estos casos dificulta la percepción del avance grupal, reduciendo la percepción de los matices que son los que nos permiten progresar. Los grupos suelen estar sedientos de construir esas polaridades porque favorecen la polémica, la interacción competitiva y porque son más entretenidos. Por eso la dicotomización puede ser indicada para un debate televisivo, pero en grupo que pretende construir pensamiento colectivo es una limitación.
Falsa exclusión: Plantea como mutuamente excluyentes términos que no lo son (o te ríes o trabajas). La falsa exclusión alimenta falsas elecciones (en el ejemplo anterior, el hecho de no reír no significa que trabajes). Las soluciones colectivas suelen ser más arduas e inestables que las individuales y se basan en análisis más complejos. La falsa exclusión permite una visión más simplista (y polémica) de la realidad y dificulta el establecimiento de planteamientos compartidos.
Selección negativa: Consiste en percibir sólo los aspectos negativos de la realidad eliminando aquellos que son positivos o neutrales, dificultando de esa manera una adecuada visión global. La selección negativa induce a pensar en términos de inconvenientes y dificultades, oscureciendo las posibilidades y oportunidades. En los grupos, la selección negativa se acentúa cuando una idea se sale de lo rutinario o no es convencional.
Negación temprana: Es un automatismo por el cual ante una situación o un problema en el que se tarda en alcanzar una solución colectiva se responde “no sabemos” o “no podemos”, sin darse un tiempo para reflexionar. La negación temprana por parte de un miembro del grupo dificulta al resto la decisión sobre si verdaderamente se tienen soluciones para el problema o no.
Las formulaciones difusas: Hay problemas que se mantienen mucho tiempo o siempre en estado difuso porque el grupo no hace un esfuerzo de precisión en la manera en que se formulan. Por el contrario, las formulaciones precisas invitan a pensar el problema o el obstáculo en términos de solución. Hay que estar muy atento y prestar atención pues en ocasiones alguien del grupo con interés en polemizar puede convertir una formulación que ya era precisa en una formulación más difusa.
(Extraído de: Cembranos, F. y Medina, J.A. – “Grupos inteligentes. Teoría y práctica del trabajo en equipo. Ed.Popular, Madrid, 2011)
En un nivel individual, muy en consonancia con las anteriores, presentamos a continuación un breve esquema de las principales “ideas deformadas” según la teoría cognitivo-conductual. (Ideas deformadas que ya no sólo afectan de forma negativa a nuestra actividad social y política sino también a nuestro bienestar psicológico personal, enganchando de esa manera con nuestra primera obligación revolucionaria: ser felices):
Filtraje: Se toman los detalles negativos engrandecidos mientras que no se filtran los aspectos positivos de la situación. Solo se ve un elemento de la situación y se omiten el resto. El resultado es que todos los temores, carencias, tristezas e irritaciones se exageran en importancia porque llenan la conciencia con exclusión de todo lo demás. Las palabras clave para este tipo de filtraje son del tipo “horroroso”, “tremendo”, “terrible” y la frase clave es “no puedo resistirlo más” La solución: 1.- No exagerar: para combatir la exageración hay que dejar de utilizar palabras como “horrible, tremendo, terrible, etc.”. Hay que desterrar la frase “no puedo más”. 2.- Modificar el origen: Para vencer el filtraje hay que modificar el origen deliberadamente. Dos formas: a) centrando la atención sobre las estrategias de afrontamiento del problema, sin obsesionarse por el propio problema. b) Categorizando el tema mental primario (perdida, injusticia, peligro…) si el tema es el peligro se prestará atención a las cosas del ambiente que representen seguridad, si es la perdida se prestará atención a lo que se mantiene, etc.
Pensamiento polarizado: No existe término medio. Se tiende a percibir cualquier cosa de manera extremista, sin términos medios. Las personas que padecen este tipo de distorsión fracasan en las percepciones medias y sus reacciones ante cualquier situación oscila de un extremo emocional a otro. Especial atención a como se juzgan a si mismas este tipo de personas. La solución: La clave para vencer el pensamiento polarizado es dejar de hacer juicios de todo o nada. Se trata de ser más ecuánime y relativo respecto a las valoraciones que se hacen.
Sobregeneralización: Se obtienen conclusiones generalizadas a partir de un solo elemento indicio o de un accidente simple o del azar. Las sobregeneralizaciones se expresan a menudo en forma de afirmaciones absolutas. Es pensamiento rígido. En los juicios globales se generalizan una o dos cualidades pero se obvia el resto. La etiqueta ignora las evidencias en contra, convirtiendo esta visión del mundo en estereotipada y unidimensional. Las palabras que la indican: todo, nadie, nunca, siempre, todos, ninguno… La solución: La sobregeneralización es la tendencia a exagerar, la propensión a sacar conclusiones de un solo indicio. Se puede combatir esta tendencia desterrando de nuestro discurso palabras como “inmenso, tremendo, total, todos, nadie, la gente es, etc.”.
Interpretación del pensamiento: La persona cree que sabe lo que los demás piensan. Cuando una persona interpreta el pensamiento de los demás suele hacer juicios repentinos y equivocados. En la medida que su pensamiento interpreta también hace presunciones. Las interpretaciones dependen de un proceso denominado “proyección”: una persona imagina que la gente siente y reacciona de la misma manera que ella. No se da cuenta de que las personas son muy diferentes. Las interpretaciones de pensamiento aceptan conclusiones que sólo son verdad para uno mismo, y pasan por alto que es probable que no sean aplicables a otras personas. La solución: Hay que tratar todas las opiniones sobre la gente como hipótesis que deben ser probadas y comprobadas, cuestionándolas con sumo cuidado. No somos infalibles en nuestros juicios, las más de las veces es al contrario. Se puede ir asentando un juicio, pero no se debe actuar precipitadamente sin antes no haber comprobado la hipótesis de partida fehacientemente.
Visión catastrófica: Como su propio nombre indica se trata de una manera de pensar exagerada y negativa. Suele ser una preocupación, es decir, una anticipación del peligro o del problema. Los pensamientos catastróficos suelen comenzar con las palabras: “y si…” La solución: Estudiar las probabilidades reales y mantener la calma y la serenidad. Hay que estar alerta porque la visión catastrófica genera bastante ansiedad, lo cual puede llegar a dificultar la claridad de pensamiento.
Personalización: Es la tendencia a relacionar algo del ambiente consigo mismo. La persona cree que lo que la gente hace o dice es una forma de reacción ante ella. El error básico en la personalización es que se interpreta cada experiencia como una pista para analizarse y valorarse a si mismo. Como derivación se encuentra la tendencia a compararse continuamente con los otros. La solución: No se deben sacar conclusiones a menos que se esté convencido de poseer evidencias y pruebas razonables. Por otra parte es importante abandonar el hábito de compararse uno mismo con los demás. Cuando se pierde en esa competición (y en algún momento se pierde) la propia autoestima puede quedar muy dañada. El valor de una persona no consiste en ser mejor que los demás. No tienes nada que demostrarle a nadie.
Razonamiento emocional: Reposa en la creencia de que lo que la persona siente tendría que ser verdadero. Pero las emociones por si mismas no tienen validez, son producto del pensamiento. Si una persona tiene pensamientos y creencias deformadas, sus emociones reflejarán esas distorsiones. La solución: Los sentimientos pueden engañarnos. Lo que una persona siente depende enteramente de lo que piensa. Si tiene pensamientos distorsionados, sus sentimientos no tendrán validez. Hay que ser relativamente escéptico sobre los sentimientos y examinarlos críticamente.
Tener razón: La persona tiene que probar continuamente que su punto de vista es el correcto. No está interesado en la posible veracidad de una opinión diferente de la suya, sino tan solo en defender su propia posición. La solución: Cuando siempre se pretende tener razón es que no se escucha a los demás. La clave para combatir esta falacia es la escucha activa. Hay que concentrarse en lo que se puede aprender de la opinión de los demás.
Falacias de control: Una persona puede verse a si misma impotente y externamente controlada, o bien omnipotente y responsable de todo lo que ocurre alrededor. La persona impotente se bloquea, termina por no hacer nada, no encuentra soluciones, es pasiva… Se siente indefensa y resentida. No se da cuenta de que siempre hay cierto margen de actuación y que en buena medida cada cual es responsable de lo que le ocurre. La persona responsable de todo lleva el mundo sobre sus hombros, es responsable de la felicidad de la gente que conoce, debe hacer justicia en todas las ofensas, saciar toda necesidad, etc. y si no es así, se siente culpable. La omnipotencia depende de 3 elementos: sensibilidad hacia las personas que le rodean, creencia exagerada en su poder y la expectativa de que es él y no los demás los responsables de la justicia y la satisfacción de las necesidades. La solución: Normalmente las personas suelen alcanzar en la vida lo que para ellas es su máxima prioridad. En este sentido no se puede olvidar que la persona es responsable de sus actos, no es impotente, siempre hay margen de actuación, sea mayor o menor en función de las circunstancias. Por otra parte y respecto a la falacia de la omnipotencia, la clave se trata en reconocer que cada uno es responsable de sus actos. Si alguien tiene dolor, él mismo tiene la última responsabilidad de vencerlo o aceptarlo. No es lo mismo ser generoso y colaborador que una adherencia espartana a la convicción de que hay que ayudar a todo el mundo. El respeto a los demás incluye dejarlos vivir sus propias vidas, sufrir sus propias penas y dejar que sean ellos quienes solucionen sus propios problemas.
Falacia de la justicia: Aplicación de normas contractuales, jurídicas o ideológicas a las relaciones interpersonales. La justicia es una evaluación subjetiva y no coincide en todas las personas. Por otra parte, sin darse cuenta, la justicia puede ser puesta a trabajar al servicio de los propios intereses. El resultado es la sensación de estar siempre en guerra y un creciente sentimiento de enfado. La solución: En ocasiones el mundo de la justicia puede convertirse en un disfraz de los gustos y preferencias personales. Lo que uno quiere es justo, pero lo que los demás quieren no lo es. Se trata entonces de ser honesto consigo mismo y con los demás. Siendo asertivo uno puede pedir lo que necesita o lo que desea sin necesidad de revestirlo con la falacia de la justicia.
Los debería: Cercano al anterior: “los debería”. La persona se comporta de acuerdo a unas reglas inflexibles que deberían regir la relación de todas las personas (él mismo y los demás). A menudo la persona adopta la posición de juez, de los otros y de si mismo. La gente le irrita, los demás no actúan consecuentemente. Las palabras que indican esta distorsión son: debería de, habría que, tendrían que… La solución: Las normas y expectativas flexibles no utilizan las palabras “debería, tendría que, habría que” porque siempre existen excepciones y circunstancias especiales. Los valores personales de la gente son precisamente personales y uno no puede irritarse porque la gente no actúe como uno quiere. Todos tenemos derecho a una opinión, pero debemos considerar la posibilidad de estar equivocados.
Falacia del cambio: La falacia del cambio supone que una persona se adaptará a nosotros si se la presiona lo suficiente. Así la atención y la energía se dirige a los otros. La felicidad parece encontrarse erróneamente en que alguien satisfaga nuestras necesidades. El supuesto fundamental de este tipo de pensamiento es que la felicidad depende de los actos de los demás. La realidad es que la felicidad depende de múltiples decisiones que el sujeto toma en cada ocasión. La solución: La suposición es que la felicidad de la persona depende de los demás y de su conducta. Pero la felicidad no depende de los demás sino de la propia persona y de cada una de sus decisiones.
Falacia de culpabilidad hacia otros: Se busca culpables externos de algo que nos ocurre y nos hace sufrir. La persona mantiene que los demás son los responsables de su sufrimiento. A menudo la culpabilidad implica que otro se convierta en el responsable de elecciones y decisiones que realmente son de nuestra propia responsabilidad. La solución: Cada persona es responsable de afirmar sus necesidades, decir no, o irse a otra parte. Ser honesto consigo mismo y rastrear en el pasado las decisiones que nos ha llevado a la situación actual. Nada sale gratis en la vida.
Falacia de culpabilidad hacia si mismo: Otra vertiente es la inversa de la anterior, cuando una persona se culpabiliza exclusivamente de lo que le pasa y se culpa de todos los problemas propios y ajenos. La solución: Sentirse responsable no implica que también se sea responsable de la felicidad de los demás. Culparse a si mismo por los problemas de los demás es una forma de autoengrandecimiento, pensando que se tiene más impacto sobre la vida de los demás del que realmente se tiene. Existe diferencia entre sentirse responsable y volver la culpabilidad hacia si mismo. Sentirse responsable es aceptar las consecuencias de nuestras propias elecciones. Culparse a si mismo significa atacar la propia autoestima.
Falacia de la recompensa divina: Una persona se comporta “muy correctamente” en espera de alguna recompensa. Sacrifica presente por futuro, pensamiento de tipo cristiano o militante-mal-entendido. El resultado es que la persona se va haciendo hostil y resentida, a fuerza de no recibir recompensas y ver como otros si consiguen sus objetivos sin comportarse “tan correctamente”. La solución: La recompensa hay que recibirla ahora. No cambiar presente por futuro. No imaginar recompensas inexistentes. Las relaciones con otras personas, la consecución de pequeños fines y el cuidado de la gente que se ama son intrínsecamente recompensantes. Es parte de la responsabilidad de cada uno preocuparse por no hacer cosas que después le lleven a estar resentido.
En definitiva, con esto del “pensar bien” no se trata de ser mejor que la voraz e irresponsable clase dominante, -eso es muy fácil-… se trata de ser mejor que nosotros mismos.
TroppoVero