Con esta entrega cerramos el primer ciclo de “Claves para entender el anarquismo”, y lo hacemos con el tercer y último autor dentro de nuestra sección de “anarquismo filosófico.” Robert Paul Wolff, filósofo político neoyorkino, es conocido por sus obras sobre el pensamiento kantiano, la justificación democrática, y marxismo por mencionar algunos de sus temas de investigación recurrentes. No obstante, es su inclinación hacia el pensamiento libertario lo que nos importa aquí. Y de eso hablaremos en esta entrega.
A Wolff se le podría encajar, además de pensador crítico y pro-anarquismo, como neokantiano, puesto que su filosofía política orbita en torno a un concepto clave que deriva de la filosofía de Kant: la autonomía moral. De esta manera, para Wolff todos los seres humanos tenemos una obligación imperativa que cumplir en esta vida, la cual, nos aporta libertad de ser conseguida. Esta obligación es la acción social y personal autónoma, puesto que la definición de “ser humano” que maneja Wolff es la de “agente moralmente autónomo” (Miller, XX: 26).
Lo interesante de la filosofía de este americano es su sofisticada distinción entre “ser moralmente autónomo” y “elegir libremente.” Así pues, Wolff afirma que siempre (o casi siempre) somos libres de escoger entre varias opciones, de decidir cómo actuar, pero esto no nos hace necesariamente autónomos en términos morales, pues en la mayor parte de casos actuamos en base a recomendaciones, leyes, sugerencias, hábitos, caprichos… etcétera. Para Wolff lo importante es juzgar las cosas por une misme, sopesar los pros y los contras de manera completamente autónoma, acorde con nuestro juicio moral y nuestra propia capacidad intelectual.
No obstante, el propio Wolff admite que juzar toda acción humana de forma autónoma es muy difícil de conseguir, sino imposible, dado que la vida es demasiado corta como para estar decidiendo sobre absolutamente todo a todas horas (ibid). Por ejemplo, yo no he decidido directamente si conducir por la izquierda es la mejor forma de circular por una calle, pero por varios motivos no me planteo la cuestión de esta forma, ya sea porque me parece bien, porque me parece insignificante, o porque no tengo tiempo para estar pensando si es mejor circular por la derecha. Sin embargo, Wolff nos da una clave: el ser humano, aunque no puede decidir sobre todo lo que sucede a su alrededor, debe vivir su vida como si pudiera, es decir, decidiendo y juzgando personalmente en el máximo número posible de asuntos, haciendo de esta actividad un ideal-meta hacia el que encarar nuestras vidas.
Como ya hemos dicho, el concepto clave en la filosofía de este autor es el de autonomía moral, el cual entronca con la tradición kantiana. Sin embargo, para Kant el actor moralmente autónomo es una presuposición; para Wolff es un deber substancial. A primera vista, esta concepción permite la existencia de un Estado y de un gobierno siempre y cuando la persona pueda juzgar crítica y personalmente las acciones y decisiones que estos adopten. Sin embargo, Wolff advierte que su filosofía no debe tomarse por este camino, puesto que aunque seamos capaces de decidir personalmente si aplicar o no una ley estatal a nuestras vidas, hay algunos elementos que no deberían tolerarse por interferir demasiado con nuestra autonomía (ibid).
De esta manera, para él el Estado no es legítimo ni de jure ni de facto (así como las leyes del aparato estatal). Pero al contrario que los dos filósofos anteriores, Wolff sí que considera la democracia directa como una forma de organizar la actividad humana acorde con el principio de autonomía moral (ibid: 27). La democracia directa sería válida para un individuo libre porque todo el mundo puede disentir o concordar en la propia toma de decisiones, por lo que nadie perdería autonomía. Pero no es muy difícil ver la paradoja en este planteamiento: en democracia directa la ley o leyes no interfieren con nuestra autonomía moral puesto que todes hemos sido partícipes de su construcción. Sin embargo, en democracia directa es nuestra propia autonomía moral la que constriñe nuestra libertad personal, dado que podríamos cambiar de opinión a la semana siguiente de decidir una ley. Con esto no pretendemos criticar la democracia directa como forma organizativa, sino señalar una posible crítica al concepto de autonomía moral tal y como lo presenta Wolff.