En marzo de este mismo año Miquel Amorós ha publicado con Calumnia Leyendo Cincuenta sombras de Bonanno. Un trabajo de investigación y crítica sobre el pensamiento del autor italiano fallecido hace escasos seis meses. Durante su lectura no hemos podido evitar pensar recurrentemente en dos cuestiones: la primera es el gran parecido entre el destrozo de Amorós sobre la tendencia anarco-insurreccionalista y los planteamientos de Bonanno y, la escena de la infame película Billy Madison, protagonizada por Adam Sandler. De esta supuesta comedia se popularizó una secuencia en la que el protagonista machaca al balón prisionero a una multitud de niños aprovechándose de la diferencia de envergadura y capacidades físicas entre un niño de primaria y un adulto completamente desarrollado. Básicamente esto define el grueso del texto, Amorós da pelotazos sin compasión a una propuesta que adolece de análisis, estrategia y capacidad de autocrítica.
Es justo de este espectáculo de “abuso” de donde surge la segunda cuestión: ¿a qué viene esto ahora? El insurreccionalismo en la praxis libertaria de nuestro entorno más cercano se encuentra, quizás, en su momento más famélico a nivel práctico y teórico. Aun así, Amorós realiza un estudio y crítica exhaustivas obviando debates más acuciantes como: la recomposición de la extrema izquierda tras el ciclo neo reformista que restauró el statu quo cuestionado a raíz de la crisis de 2008, la importancia y forma de las cuestiones estratégicas, la necesidad de producir pensamiento crítico que nos prepare ante la crisis social y climática que se avecina, los análisis críticos sobre los posicionamientos que han sido hegemónicos en el movimiento libertario de las últimas décadas… Cualquiera de ellos necesario para sacar conclusiones que condicionen las alternativas que construiremos.
Este ensayo llega con, al menos, veinte años de retraso y no le encontramos un por qué, la verdad.
Sin incidir más en esta dinámica que tanto nos sorprende, en este artículo queremos hacer un debate con la propuesta de Miquel Amorós resumible en no más de tres páginas de las 87 del texto. El ensayo sobre el que trabajamos está profusamente documentado, lo que delata un compromiso político admirable, por ello recalcamos que no abreviamos el total de la propuesta a unos pocos párrafos para descalificar su pensamiento, sino porque los consideramos muy representativo de la propuesta hegemónica del movimiento libertario de los últimos 30 años: el autonomismo libertario. Esperamos por tanto un debate sosegado pero intenso, un diálogo honesto en el que no quepan reduccionismos absurdos o retirada de carnés.
Antes de comenzar, nuestro análisis no es contra el insurreccionalismo, en el que tendríamos muchas coincidencias con la lectura de Amorós, aunque incidiríamos aún más en que proyecta una feroz práctica antiintelectualista y sobre todo una completa irresponsabilidad, no ya con la represión consecuente a sus acciones, sino con la desmovilización de la lucha fruto de las derrotas inevitables de la implementación de una no-estrategia temeraria y pueril. Es un debate con las propuestas Autonomistas, en consonancia al que ya publicamos en diálogo con la línea estratégica de Pablo Carmona (https://zonaestrategia.net/la-anticipacion-politica-ante-la-crisis-que-vendra-sobre-las-tareas-politicas-y-la-estrategia-del-movimiento-libertario/), siendo hegemonizada hasta el punto de invisibilizarse e incorporarse radicalmente en la práctica anarquista hasta poder ser denominada como Sentido Común o Tradición, en la peor acepción del término.
¿A qué nos referimos cuando decimos que la estrategia autonomista es la hegemónica del movimiento libertario y actúa como un sentido común?
Olin Wrigth en su libro Construyendo utopías reales plantea que hay tres estrategias bien diferenciadas que surgieron en el seno del movimiento socialista clásico y que se mantienen hasta el día de hoy: la Social Demócrata que ha evolucionado hacia una deriva reformista y está completamente integrada en el sistema, la rupturista o revolucionaria que se asocia con el marxismo en sus diferentes vertientes y que plantea la irreformabilidad del sistema capitalista y la necesaria destrucción de este para poder construir una alternativa y; por último, la Intersticial popularmente conocida como autonomista. Esta última propuesta plantea la posibilidad y necesidad de construcción de espacios alternativos en los márgenes del sistema capitalista y pronostica que será la acumulación de los mismos lo que posibilitará la sustitución de un sistema por otro. Huelga decir que estas tres opciones han variado o evolucionado a lo largo de los años y no son perfectamente homogéneas en su seno.
La ligazón que hace el autor norteamericano entre autonomismo y anarquismo nos es dolorosa, pero esconde algo de verdad. Si bien históricamente el anarquismo ha generado propuestas radicalmente revolucionarias, de las que Bakunin es su principal referente, en el interior del anarquismo siempre ha proliferado la propuesta autonomista. Desde Landauer a Bookchin, desde el autonomismo libertario más cercano a los movimientos sociales hasta las propuestas colapsistas, desde el sustrato del anarcosindicalismo del siglo pasado hasta multitud de propuestas insurreccionalistas, la idea de que se pueden liberar espacios y que su acumulación es la base desde la que construir una alternativa superadora del sistema capitalista es prácticamente una constante.
Esta propuesta se ha mantenido argumentalmente sobre una idealización de periodos y sociedades precapitalistas y de una exotización de otras sociedades. Quizás cuando Landauer, a inicios del siglo pasado, sostenía la posibilidad de construir el socialismo lejos de la zarpa del capital, esos espacios existían. Las formulaciones posteriores (desde el sustrato de construcción de instituciones sociales propias del anorcosindicalismo hasta el municipalismo libertario de Bookchin) han demostrado que esas burbujas solo son posibles en periodos excepcionales de la Historia (en un conflicto armado como en el Kurdistán, en el México Zapatista o en la propia Revolución Española). También han demostrado su fragilidad las dificultades para extender efectivamente el proceso e incluso para generar federaciones que amplíen su impacto.
No todo el mundo aceptará esta crítica sobre los límites del autonomismo, pero la mayoría, lo harán desde el “sentido común”. Como hemos defendido en otros espacios, los nacidos a partir de los 80 no asumen la propuesta de la autonomía desde una reflexión y formación profunda; sino como una tradición. Los anarquistas okupamos espacios y así los liberamos, nos desalojan y volvemos a okupar y, mientras tanto, creamos pequeños ateneos que casi son centros de encuentros para los ya convencidos o cooperativas para ganarse la vida sin un jefe. Hacemos esto porque es lo que se puede hacer y lo que se debe hacer, pero con la misma falta de estrategia que Amorós denuncia en Bonanno, como una tautología, un argumento cerrado o incluso un aforismo. Es una práctica y una propuesta que no surge de un análisis riguroso, no genera procesos de autocrítica y degenera en derivas institucionales y reformistas como el municipalismo o la petición de leyes y subvenciones en pro de la economía alternativa.
En palabras de Amorós:
Decimos nosotros que la revolución en las sociedades capitalistas la hacen las masas oprimidas cuando son conscientes de su antagonismo con la clase opresora dirigente y desean librarse de su dominio, no las minorías formales o informales. Ahora bien, la fuerza organizada de la dominación, el Estado, es superior a las fuerzas elementales de las masas, por eso, la condición primera de la victoria de la revolución es la organización de las mismas, pero dicha organización será el producto natural de las luchas sociales, no el fruto artificial del voluntarismo activista o de la propaganda.
Si los tiempos no están maduros es porque no hay movimientos de masas conscientes. A falta de algo mejor se hace lo que se puede, pero la ausencia de luchas masivas jamás podrá compensarse ni con el activismo de unos cuantos grupos, ni con la construcción de organizaciones desde el exterior. Una defensa estratégica ha de consistir en organizar el teatro de guerra social con el objetivo de combatir al enemigo de clase. Eso significa liberar espacios para el desarrollo de la conciencia en las masas, o sea, para la emergencia de las luchas autónomas. [La negrita es nuestra]
En este párrafo hay mucha tela que cortar, comencemos a mover las tijeras. Para Amorós la conciencia de clase, la conciencia para sí, lo que constituye a las masas de trabajadores como un sujeto revolucionario, es una emergencia que emana en el propio conflicto de clases y de la auto organización de las mismas. Y hasta aquí estamos de acuerdo. Lo que nos sorprende es que el autor, conocedor de los procesos históricos en los que se vieron implicados los anarquistas y las masas amplias de explotados, diga que “dicha organización será el producto natural de las luchas sociales, no el fruto artificial del voluntarismo activista o de la propaganda.”. Y no es que esto sea contradictorio con la acción histórica de los revolucionarios que siempre hicieron propaganda de las ideas socialistas y emancipadoras, que siempre lucharon para favorecer la creación de proyectos y espacios de autoorganización y lucha, que siempre intervinieron en los movimientos de masas para proponer lecturas analíticas, hacer propuestas estratégicas y señalar horizontes deseables… Es que es contradictorio con lo que dice solo un párrafo después y con lo que significa su propia producción política.
¿Y qué es eso que nos propone? ¿Cuál es la tarea que él sostiene que es la oportuna? Nos dice: “ha de consistir en organizar el teatro de guerra social…”, lo que “significa liberar espacios para el desarrollo de la conciencia en las masas, o sea, para la emergencia de las luchas autónomas”. Básicamente lo que nos propone, no sé si desde fuera, desde dentro o desde el margen, no sé si como pensador vanguardista o como conciencia única y universal del anarquismo; es lo mismo que Pablo Carmona propone para el movimiento libertario: anticiparnos.
En otras palabras, la tarea de los anarquistas es para Amorós la de construir espacios abiertos a la acogida de la futura lucha de clases, no presente en la actualidad, pero previsible. Se entiende que es una propuesta en firme para los libertarios. Nos asigna una tarea que tiene dos potencialidades bajo su lógica: la preparación del escenario de guerra y el poder acometer esa tarea sin ser un otro diferenciado de la masa trabajadora. ¿Cómo se produce este truco en el que unos hacen antes de las masas sin ser diferente a las masas? Simplemente no se hace, en un truco lingüístico, es una triquiñuela poética.
El debate sobre ‘‘el Afuera y el Antes’’
El anarquismo como concepción socialista antiautoritaria siempre ha sostenido una alarma contra los procesos de cooptación, desvío e instrumentalización de las luchas sociales y obreras. Los desvíos autoritarios que produjo el “socialismo real” hasta convertirse en una máquina antirrevolucionaria nos llevan a un estado de tensión que es tan lógico como necesario. El problema surge cuando se elabora un profundo corpus que tiene como objetivo la ocultación de la actividad propia como falso subterfugio ante la interpretación hiperbólica de esa tensión antiautoritaria. Ocultamiento que no sólo se produce en un intento constante por desdibujar al anarquismo como actor político, sino que genera un borrado de las propuestas históricas que no se alinean con esta sobreactuación. La alianza democrática de Bakunin, el partido anarquista de Malatesta, la Plataforma de los exiliados rusos o incluso algunos periodos de la FAI se interpretan como degeneraciones bolcheviques o lapsus históricos.
Nos sigue costando entender cómo anarquistas que publican opiniones y propuestas anarquistas en editoriales anarquistas para anarquistas, movimientos sociales o movimientos de masas; en las que se propone una actividad de anticipación, pueden terminar por hacer una pirueta que les vuelve a situar mágicamente como un sujeto más, que se desdibuja de entre las masas. En otras palabras, los agentes políticos que hacen propuestas estratégicas tienen como cierre negar que son agentes políticos (que hacen propuestas estratégicas) y, además, denuncian a otros agentes políticos que hacen propuestas estratégicas como autoritarios y vanguardistas por hacer exactamente lo mismo que ellos.
Aquí es donde el truco de la metáfora espacial tan recurrente entre los autonomistas se desarrolla en todo su esplendor. Para aquellos que proponen que hay que liberar espacios, poblar los márgenes a los que no llega el sistema, construir burbujas o ahuecar el queso; y que basan por tanto todo su discurso en metáforas espaciales, la anticipación se muestra como un subterfugio que parece funcionar. Por terminar de desgranar el artefacto: alguien, que es uno diferenciado del resto al que publican con nombre y apellidos, nos dice que lo que debemos hacer los anarquistas es liberar espacios y prepararlos para acoger los conflictos de clases y a las masas de trabajadores. Se niega así lo que es obvio, hay claramente tres sujetos diferenciados en esta propuesta: autor que propone y publica, anarquistas de avanzadilla que se adelantan y libertan un espacio, y masas que son acogidas en un espacio preparado para sostener sus luchas. El autor nos dice que él no es vanguardia, no está fuera de la masa a pesar de que claramente no realiza la misma tarea que los anarquistas a los que se dirige y las masas a las que espera. También nos dice que estos anarquistas que se anticipan a la lucha de clases y preparan el terreno, no son un sujeto diferente del autor o de las masas a pesar de que su tarea difiere. Y todo este truco de magia, que nos permite seguir siendo puros, se sostiene gracias a dos artimañas: negar la realidad cambiando la palabra afuera por antes y denunciando a quien se niega a realizar tal equilibrismo como autoritario y vanguardista.
A estas alturas es bien sabido que la identidad, cualquiera que sea, se construye en torno a la oposición y el contraste con el otro. La cuestión aquí es como de artificial es esta construcción del anarquismo autonomista como corriente no vanguardista. Evidentemente nosotros no denunciamos la diferencia notable y obvia entre quien es un militante anarquista y quien no está politizado, tampoco denunciamos que el militante deba intervenir, y que de hecho lo haga, en la realidad social para el “desarrollo de la conciencia en las masas”. No solo no lo denunciamos, sino que lo reivindicamos. Es más, decimos que es lo que hacemos y lo que hacen el resto de anarquistas cuando militan en sus colectivos, sindicatos, centros sociales o movimientos vecinales. Lo que denunciamos es que lo intenten ocultar y que criminalicen a quien es honrado en esta materia.
Postdata:
Yo soy anarquista y también soy clase obrera. No me conformé como anarquista y tomé conciencia de la clase a la que pertenezco durante el desarrollo de una feroz lucha de clases. No fue así porque cuando yo nací el conflicto de clases estaba bastante apaciguado. Yo me hice anarquista porque mi madre me transmitió unos valores humanistas y revolucionarios, me traspasó su increíble sentido de la solidaridad. Y esto lo hizo después de que yo naciese, o sea desde fuera.
Desde fuera me llegó música cargada de mensaje, de conciencia de clase; grupos como Sin Dios, Hechos Contra el Decoro, Última Esperanza, Habeas Corpus… Fuera de mí había libros escritos por militantes anarquistas y revolucionarios que me llenaron de razón, de fuerza y de esperanza, estaban fuera de mí, en la estantería.
Fuera de mí, en la calle, encontré a otros que se parecían a mí. Eran clase obrera y a la vez estaban politizados, tenían conciencia de clase. Ellos me enseñaron muchas cosas, me recomendaron lecturas, películas, más música. Hacían videoforums, propaganda activa de sus ideales… Proponían cosas al mundo, fuera de ellos.
Desde fuera, o esperándome en espacios o en el tiempo, llegó mi toma de conciencia, mi implicación. Quizás habría emergido si hubiese vivido un proceso revolucionario, pero eso no me tocó. Agradezco a todos esos que desde fuera me inspiraron, me influenciaron y me empujaron hacia las posiciones políticas que hoy tengo. Fueron vanguardia para mí. Entre todos esos estaba también Amorós y Carmona, aunque discrepemos en muchas cosas, les agradezco así su tarea.
Miguel Brea, militante de Liza.