Gentrificación y turismo masivo en la barbarie capitalista. Algunas claves y alternativas emancipatorias.

Por liza
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En este año se han venido dando movilizaciones con un considerable impacto contra la turistificación y gentrificación; en abril bajo el lema «Canarias se agota, Canarias tiene un límite» salieron a las calles a miles de personas en las ocho islas del archipiélago. A finales de junio, continuó con movilizaciones contra la turistificación en Málaga y Cádiz; reclamando «Ciudades para vivir, no para especular». También en Barcelona el pasado julio más de 140 colectivos y organizaciones sociales salieron a las calles a denunciar un modelo turístico que torna invivible una ciudad que recibió en el año 2023 a un total de 26 millones de turistas según datos del Observatori del Turisme a Barcelona. En Madrid a principios de junio cientos de personas de hasta 40 colectivos de Lavapiés marcharon por las calles de este barrio también señalando la especulación inmobiliaria y la turistificación que obliga a abandonar la vida en uno de los barrios más populares de Madrid.

Este verano prometía que sería caliente en cuanto a movilizaciones y se ha cumplido, pues se han podido ver réplicas de manifestaciones en otras ciudades y territorios, tanto peninsulares como insulares, como la ocupación simbólica de playas en Mallorca frente a los turistas; o centenares de pintadas y pegatinas en zonas masificadas de turismo que alertan que las acciones contra la turistificación vienen siendo ya un frente de lucha con bastante visibilidad social. Tanto organizaciones vecinales, ecologistas o de la vivienda están uniendo fuerzas y coordinándose para fortalecer estas movilizaciones.

La gentrificación, el turismo y la ciudad capitalista; un repaso histórico.

El desarrollo urbano siempre ha estado condicionado por las relaciones de poder y las desigualdades sociales generadas, nuestras ciudades han sido modificadas y reformadas siempre a tenor de los intereses dominantes; ya fuesen productivos o comerciales. Sistemas de dominación anteriores al capitalismo ya lo han venido realizando bajo esa premisa; y en el momento histórico que nos encontramos el actual sistema neoliberal está avanzando un gran terreno en esa política con la consolidación de la ciudad capitalista. El capital se define por la conquista y uso de territorios, espacios físicos materiales y nuestros propios cuerpos; necesita de esa dominación para ponerlos al servicio de sus intereses a totalidad.

Las ciudades actuales son el resultado de esas reformas introducidas por el neoliberalismo tecnológico que está conformando ciudades de consumo de servicios pensadas más desde la mentalidad de cualquier inteligencia artificial; y borrando del mapa cualquier atisbo de comunidad humana. El turismo masivo es uno de los procesos de acumulación de riqueza que más promueve el capitalismo en algunos territorios y ciudades específicamente que van convirtiéndose en parques temáticos y escenografías del consumo. La gentrificación, muy vinculada a esta turistifación, se trataría de la segregación estético-clasista de esos espacios urbanos para crear ese escenario de consumo y explotación tanto interno como foráneo. Es decir, barrios céntricos de Madrid como Malasaña, o Lavapiés juegan diversos roles en esa gentrificación; uno más de consumo comercial y ocio de clases medias; y otro de consumo habitacional temporal y ocio de sectores sociales progresistas. Sin embargo, esa gentrificación ya está alcanzando otras zonas como el Barrio de las Letras, el Paseo de Delicias, o incluso Puerta del Ángel y Carabanchel.

En concreto, la villa de Madrid debe entenderse históricamente como un centro de poder y de las relaciones políticas que este impone. Madrid ha sido la capital de la corte de la monarquía hispánica desde 1561, es decir, desde el siglo XVI, y casi ininterrumpidamente hasta la actualidad. Esto quiere decir que toda la morfología urbana ha venido determinada por este hecho; desde la presencia de un Palacio Real, de palacetes aristocráticos y cuarteles militares en el centro urbano vinculados a un control político implacable; el traslado de esa aristocracia a quintas de recreo en las afueras y más tarde a los ensanches por el norte según las necesidades urbanísticas de la nueva clase burguesa dominante. También toda la distribución urbana en mercados para el comercio, edificios eclesiásticos que vertebraban la vida social, fondas y posadas que recibían centenares de viajeros; e incluso los barrios de clases populares y otras etnias no consideradas puras (moriscos, americanos, gitanos…) y posteriormente en el siglo XX las barriadas de jornaleros foráneos en conversión a clase obrera fabril; todo, absolutamente todo este entramado urbano ha quedado definido por la entidad del poder central representado por la Corte real.

Con la transición al capitalismo contemporáneo, este sistema recicla las estructuras de dominación previas, no surge de la nada, pero sí reinventa las opresiones y las amolda a sus intereses de explotación que, por supuesto, han tenido también una evolución propia hasta el actual tecnocapitalismo. El Grand Tour denomina a la costumbre que se fue extendiendo a lo largo del siglo XVIII consistente en viajar a través de Europa, emprendido por jóvenes de clase alta con suficientes privilegios una vez que alcanzaban la mayoría de edad. Ese es el inicio del turismo actual, es decir, una actividad con una clara intención elitista, y en relación a la visión eurocéntrica y colonial sobre el mundo, que se ha sostenido en el tiempo a través del consumo y explotación de riqueza para unos pocos que mantiene el capitalismo. ¿Quiere decir esto que no sea legítimo viajar y que no debamos acceder a ello toda la humanidad? En absoluto. Quiere decir que ninguna actividad que desempeñemos en el seno del capitalismo estará libre de la huella explotadora, colonial y ecocida que este imprime; y cuya salida no es hacerlo de «rostro más humano», ni introducir reformas de carácter individual, sino luchar por su absoluta superación. 

Alternativas emancipatorias y lucha transicional frente al capitalismo.

Todo lo mencionado anteriormente nos lleva a la situación del proceso actual de turistificación y gentrificación en ciudades como Madrid, Barcelona, Málaga, Alicante, Valencia, Bilbao, y territorios coloniales como las Islas Canarias, que ya llevan décadas inmersas en este proceso turistificador. De la misma manera en algunas ciudades portuguesas, a las que muy pocas veces miramos con verdadera intención de tejer mejores redes de lucha, están llevando movilizaciones en Oporto y Lisboa, o en zonas costeras del sur, donde viene dándose también esta dinámica de turismo masivo desde hace años. Si el problema es global, la organización frente a ello también debe superar determinadas fronteras. 

Nos encontramos en un punto en que la toma de conciencia sobre nuestras condiciones materiales va permitiendo tejer discursos cada vez más claros sobre cómo estas cuestiones interseccionan con la explotación laboral, la mercantilización de la vivienda, la precariedad de la vida o las agresiones ambientales; todo un conjunto de síntomas del sistema neoliberal. No podríamos entender, abordar, ni organizar estrategias contra la turistificación del modelo capitalista, si no fuese comprendiendo esta como una táctica de un todo, y ese todo es el sistema de dominación. De la misma manera que no puede haber un ecologismo verde dentro del capitalismo, no puede existir un turismo sostenible dentro de ese mismo sistema. La industria turística funciona con las mismas lógicas que el neoliberalismo impone como máquina apisonadora generando una economía de gran vulnerabilidad y fragilidad para la clase explotada y, por lo tanto, no son rectificables esas dinámicas.

Las consecuencias medioambientales en algunos territorios donde la explotación turística es la principal actividad son verdaderamente preocupantes, ya que se están utilizando recursos hídricos masivamente para las actividades turísticas. Además, las campañas mediáticas de muchos lobbies de la información al servicio del mercado favorecen estas lógicas, haciendo campañas en favor de las industrias del turismo y las inmobiliarias al mismo tiempo que se criminaliza a los colectivos que luchan contra estas agresiones. Son los medios de comunicación los que marcan y definen las campañas contra el señalamiento a la especulación inmobiliaria, creando el terror a la «okupación», y ahora pretenden lo mismo con estas movilizaciones a las que ya comienzan a denominar tendenciosamente de «turismofobia».

Las luchas de los denominados movimientos sociales nos están dejando algunas lecciones en su experiencia; la primera es que se necesitan objetivos y estrategias políticas y no caer en el simplismo de «vamos lento porque vamos lejos», si ni siquiera sabemos hacia dónde dirigirnos y con qué herramientas de lucha. La segunda, que el movimientismo tiene unos límites claros, al final pretende construir movimientos de masa amplios, pero lo hace cayendo en una lógica de improvisación, expuestos a cooptaciones y desvíos reformistas; y ya hemos aprendido en la pasada década que nos trasladan al mismo punto de partida una y otra vez. Últimamente se vienen superando esas lógicas que muchas veces se dan porque son el sentido común político heredado de muchos factores: la herencia de una dictadura, las burocracias sindicales y de organizaciones, el derrotismo y el desánimo, la falta de profundidad teórica y práctica de la política realmente emancipadora.

Si bien es cierto que los síntomas se tienen identificados, las medidas exigidas por muchas de las organizaciones sociales y políticas tras estas movilizaciones deben superar la simple reclamación de una moratoria turística, la implantación de la ecotasa —en la práctica poco o nada eficaz—, o proteger el derecho a la vivienda de la población local. La tendencia está siendo la unificación de las luchas y su mejor coordinación; pero en esa unificación se necesitan también líneas estratégicas con una perspectiva revolucionaria. Estos mínimos deben vertebrar una escalada de organización y conflicto contra el capitalismo al margen de cualquier parlamento o municipalidad, ninguna lucha reformista debe verse como un objetivo final, sino como un medio transicional que ponga contra las cuerdas las lógicas capitalistas e incremente la fuerza social y una práctica de ofensiva amplia e integral.

Artículo publicado originalmente en un monográfico especial del medio Rojo y Negro

Ángel Malatesta, militante de Liza

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Liza es una plataforma revolucionaria de socialistas anarquistas ubicada en la ciudad de Madrid.
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