Los barrenos de las minas se silenciaron, las vagonetas dejaron en suspenso el traqueteo y los rostros teñidos de hollín levantaron puños y fusiles en la madrugada del 5 de octubre de 1934, se iniciaba el movimiento revolucionario en Asturias. Una revuelta obrera sin precedentes en el territorio español y que determinaría drásticamente el inicio de unos acontecimientos que no solamente tuvieron repercusión en ese año, sino que iniciaban el ciclo revolucionario que tendría su segundo capítulo en el verano de 1936.
Durante dos semanas esta comuna asturiana tomó el control de ayuntamientos y concejos, desarmó a la Guardia Civil en sus cuarteles y extendió la revuelta al son de la pólvora obrera, pero sería aplastada con la mayor de las durezas por el gobierno republicano, con el general Francisco Franco a la cabeza y los legionarios españoles. Estos sucesos fueron seguidos minuciosamente en el día a día debido al testimonio de los propios revolucionarios y los periodistas que narraron los acontecimientos en primera persona, por lo tanto la información es cuantiosa, incluso en nuestros días, para reparar sobre su desarrollo y repercusiones.
En este artículo se narrarán tanto los hechos revolucionarios acaecidos en Asturias aquellas semanas de octubre, así como la preparación material y logística previa necesaria; o la represión por parte del gobierno radical-cedista republicano y los militares. En un segundo artículo se analizarán políticamente la estrategia de la alianza obrera, la organización de los comités locales revolucionarios y las consecuencias de las brutales represalias contra el movimiento obrero.
Hacia el estallido revolucionario y la huelga insurreccional asturiana.
Los revolucionarios llevaban bastante tiempo preparando minuciosamente la huelga insurreccional; expropiaron armas con sus propios medios en las fábricas de Oviedo y de Trubia, las compraron a contrabandistas e, incluso, gracias a una red organizada, se las hicieron llegar desde las fábricas armamentísticas de Eibar en Euskadi a través del sindicato del Transporte de la UGT de Oviedo. Mientras tanto, la dinamita fue obtenida directamente de las cuencas mineras por los propios obreros que tenían acceso a ella. Fueron escondidas todas estas armas en más de una decena de depósitos clandestinos de las organizaciones políticas que formaron parte de la Alianza Obrera, órgano unitario que vertebraría el movimiento revolucionario, conformado bajo la Unión de Hermanos Proletarios particularmente en Asturias por PSOE-UGT, Partido Comunista, e integrada también la Regional de la CNT asturiana.
Sin embargo, pocas semanas antes de la insurrección, la noche del 11 de septiembre, la Guardia Civil se hizo con un alijo de armas del buque «Turquesa» en el municipio costero de Muros de Nalón. Este buque mercante trasladaba armas y municiones, acercándolas a la costa primeramente en embarcaciones pequeñas donde se cargaban en camionetas de la Diputación Provincial de Oviedo de madrugada. Sin embargo, una de estas camionetas quedó averiada y fue descubierta por las fuerzas represoras deteniendo e interrogando a varios mineros y dirigentes socialistas. Además, tres importantes depósitos de armas fueron descubiertos en Madrid capital en septiembre de 1934, almacenados en la Casa del Pueblo, en la Ciudad Universitaria y en Cuatro Caminos. Estos hechos fueron investigados judicialmente, se trató de imponer desde la Gobernación Civil la destitución de todos los ayuntamientos socialistas asturianos, la prensa de derechas calentó igualmente el clima político hasta conseguir que el 22 de septiembre de 1934 el Consejo de Ministros autorizase al jefe de Gobierno la declaración del Estado de alarma.
Las fuerzas militantes del movimiento obrero, por lo tanto, ya venían preparándose e incluso realizando entrenamientos en excursiones, clubes culturales o romerías campestres, las juventudes socialistas y libertarias se habían preparado como combatientes organizados capaces de sostener un levantamiento revolucionario. A lo largo de la primavera y verano de 1934 se convocaron seis huelgas generales en la región asturiana, fundamentalmente en las cuencas mineras. Algunas de ellas con un claro carácter político y no laboral, como la que se organizó en solidaridad con los socialistas austríacos brutalmente aplastados por la dictadura del nacionalista Dolfuss, también en solidaridad con el secuestro continuado ese verano de las ediciones del periódico socialista «Avance», dirigido por Javier Bueno, quien fue posteriormente detenido y torturado en el mes de octubre. El 9 de septiembre también se convocó una huelga y jornada de lucha como protesta por la concentración de la CEDA y su líder derechista José María Gil Robles en el santuario de Covadonga.
Todo este clima político desde las organizaciones con compromiso revolucionario adquirido, indicaba que se estaba logrando una unidad de ritmos, estructuras y movimiento obrero con suficiente potencial insurrecto y que estallaría con la convocatoria de la huelga general durante la madrugada del 5 de octubre de 1934 y la declaración del Estado de guerra gubernativo como respuesta inmediata.
Las cuencas mineras inician la revolución: asaltar los cielos era esto.
Los mineros de la cuenca del Caudal, con capital municipal en Mieres y en la cuenca del Nalón con centro neurálgico en Sama de Langreo, pasaron a la acción tomando decenas de puestos de guardias civiles en asaltos coordinados en la mayor ofensiva contra ese cuerpo represor de su historia. Para ello los revolucionarios contaban no solamente con la preparación previa ya mencionada, sino con una estrategia de combate indispensable para hacer frente a las fuerzas militares y a la Guardia Civil, conformando milicias obreras con objetivos claros. Igualmente se presentó de distintas maneras la lucha callejera en la ciudad o en pequeños pueblos rurales y mineros; debiendo superar los procedimientos castrenses, ya sea por ingenio, creatividad o superioridad, que conduzcan a la victoria militar revolucionaria.
La ordenación de esas fuerzas corresponde a estas milicias en vinculación política con el Comité Local Revolucionario, que conocía perfectamente las características, por ejemplo, de los guardias civiles de la guarnición en cada pueblo. El armamento inicial fue utilizado para tratar de hacerse con más armas confiscadas a las fuerzas represoras que quedaban desactivadas y alcanzando arsenales en distintos puntos militares. Igualmente cobró gran importancia la toma de automóviles que se blindaron para acorralar y hacer ofensivas instalando planchas de acero que pudieran desviar las balas. Se trataba de llevar a la práctica una táctica defensiva y ofensiva en ambos niveles cuando la situación lo requiriese, y que su valor efectivo y real solo se sostendría sobre la conciencia colectiva e individual, y una organización de consejos por detrás que articulase política y económicamente todo este movimiento revolucionario.
Los primeros disparos del movimiento revolucionario llegaron a las inmediaciones de Oviedo al día siguiente, donde se proclamó el triunfo de las milicias obreras en Manzaneda frente a un batallón de infantería y una sección de la Guardia de Asalto republicana, enviados ambos desde la capital asturiana hacia Mieres. Sin embargo, no pudo tomarse la ciudad ovetense inicialmente por un error técnico a la hora del apagón de luz que debía haber sucedido para que las milicias se levantasen en su interior, por lo que el Ejército y la Guardia Civil tuvieron tiempo de preparar las defensas en puntos estratégicos. Las columnas mineras entraron igualmente en la ciudad desde el barrio de Paniceres y el cementerio del Salvador, donde habían venido concentrándose cientos de revolucionarios y avanzando coordinadamente al son de señales realizadas por el disparo de cohetes. Paulatinamente comienza la lucha callejera con gran impulso y con el lanzamiento de dinamita contra las tropas defensoras; se tomarán las barriadas y algunas lomas de la ciudad rápidamente, se controlará el ayuntamiento de Oviedo, el cuartel de carabineros y la estación de ferrocarril, pero sobre todo el cuartel de la Guardia Civil y la fábrica de armas entre los días 8 y 9 de octubre. Los cuarteles militares de Pelayo y Santa Clara quedaron cercados con mil soldados en su interior, y a la espera de que lleguen refuerzos en su apoyo frente a la fuerza obrera. La Delegación de Hacienda, el convento de Santo Domingo o el palacio Episcopal son quemados en esos días, y se vuela con dinamita la caja principal del Banco de España. El día de 11 de octubre aviones militares bombardean en zonas y puntos estratégicos insurreccionados para abrir paso a la columna del militar López Ochoa que venía desde Avilés, la primera que trata de entrar a la ciudad de Oviedo tomada casi en su totalidad por los revolucionarios asturianos.
En Gijón el movimiento insurreccional estuvo limitado por la falta de armas y municiones inicial, estas se distribuyeron entre grupos organizados de obreros muy concretos que dispararon sobre la cárcel y el cuartel del Coto, mientras que levantaron barricadas en los barrios populares de la ciudad. Sus acciones tácticas más destacadas se dieron en el puerto tras atacar el crucero «Libertad» con un batallón del regimiento de infantería. Los grupos armados gijoneses apoyados por mineros cenetistas y un vehículo blindado enviado desde La Felguera combatieron a estas fuerzas durante tres días para impedirles que se abrieran paso hacia la capital ovetense. Desde que llegó al puerto gijonés dicho crucero abrió fuego de cañón principalmente sobre el barrio popular de Cimadevilla, destruyendo numerosas casas de la clase trabajadora. En Avilés la revuelta se inició con un día de retraso, y la acción más notable fue el hundimiento del barco «Agadir» en la misma bocana del puerto; consiguiendo que no pudieran desembarcar refuerzos gubernamentales antes de la llegada de la columna del general López Ochoa. Los principales líderes sindicales y obreros organizaron una estructura política a través del Comité Revolucionario Asturiano y una dirección militar de las operaciones para hacer frente a la respuesta gubernamental.
El resto del territorio asturiano quedó en pocos días bajo el control de una milicia obrera armada compuesta por casi 30 mil activos que organizaron comités revolucionarios en los concejos o prepararon defensas y asaltos a otros cuarteles. En Trubia, donde se encontraba una de las principales factorías de armas, los obreros actuaron rápidamente y con contundencia para rendir a los guardias civiles y a la guarnición militar que custodiaba dicha fábrica. En Grado se tomó el ayuntamiento tras algunos combates con la guarnición militar, y se alzó la bandera roja, organizándose un comité revolucionario y la defensa de las lomas en torno del pueblo.
La represión militar: de los días del octubre rojo, al humo negro de las ruinas.
Desde el gobierno republicano se adoptaron medidas represivas inmediatas tomando la revuelta como una guerra, que en realidad es en lo que pretendía convertirse, en una guerra total contra el capitalismo, y contra el fascismo incipiente en España. Gil Robles, líder derechista de la CEDA, solicita la intervención de los generales Franco y Goded, que habían participado de la represión en la Huelga General de 1917 también en Asturias. Estos recomendaron el envío de tropas de la Legión y de Regulares desde Marruecos; enviando además el crucero «Almirante Cervera» y el acorazado «Jaime I», es decir, la élite soldadesca para reprimir a los mineros. El Ministro de Guerra, el lerrouxista Diego Hidalgo, justificó el empleo de fuerzas represivas no peninsulares porque eran las únicas fuerzas militares españolas que habían entrado en combate en África, sin embargo, se pretendía evitar muertes de soldados peninsulares y encontraban en los Regulares africanos la mejor carne de cañón contra los obreros asturianos para saquear, asesinar y someter a la población.
Varias columnas de tropas militares se desplegaron por el territorio asturiano en cuatro frentes distintos; el primero venía desde el sur el mismo 5 de octubre atravesando el puerto de Pajares dirigido primeramente por el general Bosch, y posteriormente por el general Balmes. Los mineros organizaron la resistencia desde Mieres, en las localidades de Vega del Rey y Campomanes las milicias obreras frenaron ese avance hasta el día 10 de octubre, pero lograron romper las defensas mineras con el uso de artillería y asediaron la cuenca del Caudal. En esa zona es donde se dieron los enfrentamientos más sangrientos, y numerosos revolucionarios perdieron la vida, además de por la artillería, debido a las bombas incendiarias que la aviación lanzó sobre la población de Mieres antes de tomarla. El frente por el norte se centró en Gijón y haciendo oposición a la resistencia obrera inicial, el teniente coronel Yagüe junto a legionarios y Regulares avanzaron hacia Oviedo, de la misma manera que lo hiciera López Ochoa desde Galicia avanzando sobre Avilés y la columna este desde Santander con el coronel Solgacha, que encontró resistencia en La Felguera, núcleo importante controlado por los mineros de CNT. El 11 de octubre se disolvió el Comité Revolucionario en Oviedo y la mayoría de revolucionarios se retiraron a las cuencas mineras, aunque las últimas resistencias obreras aguantarían en la capital dos días más principalmente disparando desde posiciones elevadas y desde barrios obreros.
López Ochoa acudió a las cuencas mineras a firmar la rendición del nuevo Comité Revolucionario que se había creado en Sama de Langreo, mientras que Franco, Yagüe, o Gil Robles desde Madrid, abogaron por una represión brutal aprovechando el despliegue de 18 mil soldados para aplastar la revolución. El sindicalista Belarmino Tomás fue el encargado de las negociaciones en las que garantizaba la entrega de armas y prisioneros militares o civiles a cambio de que las cuencas mineras no fuesen ocupadas por los Regulares marroquíes para evitar la particular sangría y represión destacada en este cuerpo. Los miembros del Comité Revolucionario no se entregarían, aunque muchos serían detenidos igualmente, otros en cambio optaron por entregarse o huir a las montañas escondiendo sus armas. Se desataría a partir del 18 de octubre de 1934 una feroz represión que llevaría a la casi desarticulación del movimiento obrero organizado en las zonas mineras con miles de revolucionarios presos dispersos por todo el país.
Angel, militante de Liza.