La jornada de lucha y de huelga general convocada por la CGT y Solidaridad Obrera en apoyo al pueblo palestino del 27 de septiembre, fue un rotundo éxito, en los términos en que se planteó desde un inicio.
La huelga fue seguida por miles de personas, principalmente en los servicios públicos y en sectores como el transporte o la producción de armamentos. Además, la convocatoria de los paros activó a la militancia sindical en barriadas y localidades obreras como el corredor del Henares y Alcorcón, multiplicando las actividades de preparación de la jornada y liberando energías para la participación en los piquetes y concentraciones que se sucedieron durante todo el día en más de 50 ciudades.
La participación estudiantil fue decisiva. Se paralizaron las principales universidades y gran parte de las enseñanzas medias gracias a la energía y dinamismo desplegados por las organizaciones obreras juveniles, que desbordaron los canales habituales de convocatoria de las huelgas estudiantiles. La masiva participación juvenil en la jornada nos muestra que el reiterado tópico sobre “la pasividad de los jóvenes de ahora” no es más que un lugar común reaccionario que no se corresponde con la realidad. La juventud se moviliza cuando se le da espacio para ello y se le dota de un sentido claro de propósito. Cuando ve que la izquierda transformadora toma la iniciativa y no titubea y se arrastra en la confusión dominante en nuestra sociedad. La juventud no es más “pasiva” que sus mayores, y está dispuesta a moverse si se le da impulso y libertad para ello.
Las manifestaciones finales fueron masivas. Decenas de miles de personas ocuparon las calles de las principales ciudades. La mayoría eran jóvenes, había muchísimas mujeres y destacaba la enorme participación de la población migrante, así como de la práctica totalidad de la izquierda “alternativa”. La riada de gente que se movilizó en Madrid, por ejemplo, provocó una sensación generalizada de euforia, a la altura de las grandes efemérides del movimiento 15-M. Algo que no se había visto en la capital desde hace ya más de diez años, y que se ha visto continuado con la masiva manifestación por la vivienda del 13 de octubre.
Que los medios de comunicación de masas hayan silenciado completamente esta realidad, no debe hacernos olvidar que el rotundo éxito de la jornada demuestra que la clase trabajadora de nuestro país no se he rendido ni se ha entregado al auto-odio instalado por los fascistas, y que su energía creadora sigue intacta, pese a la última década marcada por el desencanto frente a las estrategias del “progresismo” y los avances de la ultraderecha.
El éxito de esta jornada de lucha y huelga general, convocada inicialmente por dos organizaciones anarcosindicalistas y alimentada y apoyada por la práctica totalidad de la izquierda transformadora, nos debe permitir entender algunos elementos estratégicos básicos, que confrontan claramente con gran parte del “sentido común” del radicalismo de nuestro país de las últimas décadas. Hay cosas que debemos aprender de esta jornada. Vamos a desgranar algunas de ellas.
1.- El pesimismo no es una estrategia política
El pesimismo, la inercia, la pasividad y el conformismo parecen haberse vuelto ingredientes obligatorios de lo que se suele ver como “la lucidez” necesaria para hacer política. Esto tiene mucho que ver con el giro hacia la participación en las instituciones con el que se resolvió (y finiquitó) el 15-M, y con el predominio de los sectores intelectuales de “clase media” en los movimientos.
La teoría de que el sistema de dominación es ya tan poderoso que poco puede hacerse para enfrentarlo, se ha infiltrado, expresa o tácitamente, en la mayor parte de los discursos de la izquierda transformadora. El pesimismo, entonces, aparece como una muestra de “inteligencia” y la pasión por la acción y la iniciativa, como una tendencia “aventurera” e “infantil”. Todo ello se disfraza con las divagaciones teóricas y abstractas de autores académicos y “pensadores de moda” como Franco Berardi “Bifo” o Tomás Ibáñez. Quienes apuestan por un optimismo de la voluntad y la acción son negados y vetados en los ámbitos intelectuales del movimiento y condenados a la marginalidad dentro de la marginalidad de la izquierda transformadora.
Sin embargo, estamos cerca de romper esta tendencia. Una nueva generación militante ha demostrado que le gusta la calle, el barullo y la acción. Que estar juntos “haciendo” es una forma de sociabilidad gozosa que permite reapropiarse y regenerar las capacidades creativas individuales y colectivas. El optimismo revolucionario (no la ensoñación utópica “buenista” que muchas veces acompaña a la pasividad y la modorra de la intelectualidad pagada de sí misma) es la base para todo avance real. Un “optimismo intransigente”, como decía Francisco Carrasquer, tiene la experiencia de lucha y el esfuerzo militante como origen, no como límite.
2.- La iniciativa es un elemento imprescindible para la lucha revolucionaria
La propuesta de la huelga general y jornada de lucha fue respondida por muchos sectores militantes con fuertes críticas y, sobre todo, con muchas “lúcidas” admoniciones sobre que la huelga sería declarada ilegal y las manifestaciones acogerían a “500 personas en Madrid”. Se nos dijo que hacer esto por Palestina era “perder el tiempo y dilapidar energías”. Se nos avisó de que “ahora nadie ya se moviliza en las calles”. Después del 27S y el 13-O estas críticas parecen haberse quedado en el olvido.
De las múltiples vanguardias de la izquierda madrileña, algunas se declaran expresamente como tales, por herencia de su tradición política marxista, y otras ejercen de vanguardia de manera tácita o subterránea, por su discurso formalmente libertario o autónomo. Sin embargo, de cara al 27S, algunas de estas vanguardias decidieron mantener una postura crítica o pasiva ante la movilización, y sólo se decidieron a sumarse abiertamente cuando la misma parecía encaminarse hacia el éxito.
En esta izquierda radical confusa y desnortada, abundan los grupúsculos que desean ser vanguardia, y hasta se declaran como tal, pero deciden quedarse siempre en la retaguardia, cuando hay algún riesgo en el horizonte. Es una visión pasiva y burocrática de la acción política (volveremos sobre esto), en la que evitar todo riesgo para la organización (aunque no se denomine como tal) parece ser el objetivo fundamental. Basan su estrategia política en las tendencias al conservadurismo vital de una población envejecida y acunada hasta la modorra por los cantos de sirena del pesimismo neoliberal.
Frente a eso, el 27S significó una prueba evidente de la importancia de tomar la iniciativa para la práctica revolucionaria. Para ser un revolucionario, decía Miguel Bakunin, “hay que tener el diablo en el cuerpo”, hay que moverse, hay que empujar, Sólo la acción rompe los bloqueos organizativos y sociales que atenazan a la izquierda revolucionaria. “Las contradicciones”, nos decía Abraham Guillén, “no se superan cambiándole el nombre a las cosas. Las contradicciones se superan por la acción”. El posmodernismo de los últimos treinta años ha constituido un enorme esfuerzo por cambiar la denominación de lo que nos rodea, y ha venido acompañado de un debilitamiento cada vez más claro de las opciones revolucionarias, pese a que los intelectuales de clase media y las burocracias de los movimientos han encontrado un buen nicho de supervivencia material. La iniciativa es lo único que puede romper ese bloqueo, transformando la coyuntura, en lugar de someterse a todas sus determinaciones y dedicarse a ensoñaciones teóricas sin correspondencia real alguna.
Por supuesto, no estamos hablando de lanzarse a la aventura sin haber calculado los riesgos o sin haber determinado que el beneficio posible es superior a lo que nos jugamos. Estamos hablando de que las aproximaciones teóricas han de tener una traslación a la práctica, y de que la iniciativa es un elemento imprescindible para una estrategia revolucionaria digna de tal nombre.
3.- La lucha es una herramienta pedagógica de primer orden
La jornada de huelga y lucha del 27S ha sido una actividad formativa de primer orden para gran parte de la militancia de las organizaciones convocantes. Hemos aprendido como se convoca una huelga general en la práctica, hemos hecho relaciones importantes, hemos desplegado habilidades y capacidades que estaban desaprovechadas o abandonadas en nuestros sindicatos, hemos restañado heridas y acercado posiciones con mucha gente. La lucha es una escuela de alto nivel para la militancia revolucionaria, si viene acompañada de la reflexión colectiva sobre la práctica desarrollada. También hemos reflexionado en nuestras organizaciones sobre lo que ha pasado durante el despliegue de esta convocatoria.
Se nos decía, por parte de algunos sectores, que no tenía sentido convocar la huelga general, porque no había fuerzas para hacerla masiva. Según quienes mantenían estas posiciones, lo adecuado era esperar a que esas fuerzas se acumularan en el futuro, nadie sabe por medio de que mágico mecanismo. Quienes convocamos la huelga vimos una cosa clara: no sólo la coyuntura se transforma mediante la acción, a corto o largo plazo, sino que la pasividad impide acumular el conocimiento y las habilidades para modificarla en el futuro.
Porque, ¿cuándo se iban a dar, mágicamente, las condiciones adecuadas para esa convocatoria? ¿En cinco años, diez años, treinta años, ciento cincuenta años? La última huelga general claramente “exitosa y masiva” fue en 1988. ¿Y, además, quién va a convocar entonces esa huelga general futura? ¿Una militancia que nunca lo ha hecho, qué no sabe como se hace, que no tiene ni idea de los trámites legales o de las necesidades prácticas para hacerlo?
Si dejamos pasar una generación entre cada experiencia de lucha importante resultará imposible evitar que la militancia del momento tenga que empezarlo todo de nuevo, cada vez que se mueva. Si no acumulamos y transmitimos el conocimiento militante, mediante el discurso, pero también mediante la práctica, el movimiento sindical irá languideciendo en la rutina hasta su asfixia final.
Para evitar eso, hay que multiplicar las posibilidades de formación de la militancia, tanto mediante los cursos y los sesudos análisis, como mediante las luchas y las experiencias de movilización. La coyuntura no se transforma sola, sólo se modifica por la acción que lleva al aprendizaje y a la apertura de nuevas posibilidades.
4.- Teoría y praxis tienen una relación dialéctica, y la acción (teórica y práctica) es lo que permite desplegarla
No hay varitas mágicas para la acción revolucionaria. No hay un discurso “justo” que permita transformar el mundo, sin mancharse las manos con lo real. No hay interpretaciones sociológicas que permitan hacer revoluciones sentado en el sofá, por muy brillantes que sean. Sentarnos a esperar que todo se desplome “por sus propias contradicciones” no es una estrategia revolucionaria, por muy erudita que sea la retórica de quienes lo proponen.
El pensamiento revolucionario debe comparecer frente al tribunal de la praxis para comprobar su fundamentación teórica. Y la praxis debe acompañarse de la reflexión teórica colectiva para ajustar su desarrollo. A eso nos referimos cuando hablamos de una relación dialéctica entre teoría y praxis: las hipótesis teóricas se llevan a la práctica para comprobar su validez; la praxis se analiza teóricamente para plantear nuevas hipótesis más ajustadas.
Así funciona un pensamiento revolucionario de masas. La acción es el motor que permite el desarrollo de la teoría y su ajuste ante la realidad. No hay pensamiento revolucionario sin acción revolucionaria, y viceversa. No podemos aprender nada útil si nos limitamos a repetir acríticamente las mismas rutinas desesperantes. Junto a la crítica del “activismo ciego”, hoy día toca desplegar también la crítica del “teoricismo autofágico”, que se resuelve en una asfixiante sucesión de períodos de pesimismo extremo y de momentos de ensoñación utópica impotente.
5.- No hay que comprar los análisis del enemigo como verdades sobre el mundo.
La tesis de que la convocatoria de huelga general iba a ser ilegalizada fue sostenida de manera insistente por muchos experimentados activistas. La realidad es que nadie intentó dicha ilegalización y que no ha habido represalias contra quienes participaron en la huelga.
La tesis de la ilegalidad de los paros era contraria a la doctrina reiterada sobre el derecho de huelga, desde su sentencia 11/1981, del Tribunal Constitucional. Lo que dice dicha sentencia es claro: sólo se puede entender que el Decreto que regula la huelga (aprobado en 1977, es decir, en el contexto de la legalidad franquista) es compatible con la Constitución de 1978 si se interpreta de una manera extensiva, favorable al ejercicio del derecho constitucional a la huelga. Si la convocatoria del paro incorpora motivos laborales, es perfectamente legal. Esto explica que se hayan podido convocar huelgas generales en este país contra la guerra de Irak, por el 8M o, incluso, contra la ley de amnistía a los políticos independentistas catalanes.
Sin embargo, militancia experimentada del sindicalismo y de los movimientos sociales insistía en la tesis de la ilegalidad de la huelga, compartiendo una interpretación literal de una norma preconstitucional que, hoy día, no comparte ni el sindicato de Vox (que convocó ocho meses antes del 27S una huelga general por la ley de amnistía).
Deberíamos plantearnos cómo es que, muchas veces, incorporamos a nuestros análisis las interpretaciones de la realidad que el enemigo de clase nos sugiere, o que, simplemente, repite insistentemente, sin hacer un trabajo serio y riguroso de comprobación de lo que se nos está diciendo. Esto forma parte de la “derrota ideológica” y del amplio pesimismo de la izquierda actual. Nos ponemos, una y otra vez, en lo peor. Y olvidamos que para decir que el mundo “es un valle de lágrimas”, no hacen falta organizaciones libertarias ni marxistas. Lo que determina que una organización revolucionaria cumple sus tareas no es su capacidad de desentrañar los elementos desalentadores de la realidad, sino, precisamente, su iniciativa para superarlos mediante la acción consciente de masas.
Es más, debemos tener claro que el primer éxito de la huelga general del 27S es constituir un ejemplo más de la reiterada doctrina constitucional sobre la posibilidad de hacer una huelga que, incorporando elementos laborales, los trasciende expresando la voluntad colectiva de la clase trabajadora sobre problemas sociales de importancia estratégica. Hoy hay un ejemplo más que poner sobre la mesa de los juzgados, si alguien, en el futuro, pretende ilegalizar una convocatoria de este tipo. Esa fue la primera victoria, conseguida algunos días antes del 27S, cuando quedó ya claro que nadie iba a pretender ilegalizar los paros.
6.- Hay que superar el burocratismo de los movimientos
¿A qué llamamos “tendencias burocráticas” en nuestros sindicatos y movimientos sociales? Solemos estar de acuerdo en que la burocracia avanza en nuestras organizaciones y en que hay que derrotarla. Pero estamos profundamente equivocados respecto a en qué consiste esta tendencia paralizante de la acción y la participación de masas.
John William Cooke fue un dirigente de la izquierda peronista argentina, muy vinculado personalmente con los sectores obreristas y con personajes como el libertario español Abraham Guillén. Cooke fue designado como director de la Resistencia Peronista al golpe de estado de 1955. Esta resistencia estaba conformada principalmente por sectores obreros y populares que entraron rápidamente en conflicto con la “burocracia” de los sindicatos peronistas, que estaban buscando un acomodo estable en el nuevo régimen.
En su libro “Apuntes para militancia” Cooke realiza un magnífico análisis de este conflicto, y una propuesta estratégica para ampliar la participación de masas en los sindicatos y para radicalizar la lucha contra la dictadura. Sus razonamientos sobre la burocracia son enormemente relevantes en nuestro momento actual.
Para Cooke, la esencia de la burocracia no reside en la ocupación permanente de los cargos, ni en la cobardía de los dirigentes, ni en el hecho de que sean o no retribuidos. La esencia de la burocracia, lo que explica su actuar como un lastre de la construcción popular, es que se limita a “hostigar al enemigo, haciendo rutinariamente lo de siempre, sin impulsar ninguna estrategia para cambiar la coyuntura”. La dirigencia burocrática se limita a repetirse pasivamente, esperando que, en algún momento, mágicamente, el sistema colapse por sus propias contradicciones o decida (no se sabe por qué) negociar con la dirigencia sindical.
Debemos reconocer que, de manera reiterada, estamos actuando así en las organizaciones sindicales combativas de este país y en los movimientos sociales. Y no importa si tenemos o no gente liberada, recibimos subvenciones o somos más o menos reformistas. Lo cierto es que es muy común que nos limitemos a esperar a que el sistema “colapse” o a que la coyuntura cambie, desde la renuncia a hacerla cambiar con nuestras acciones y discursos. El fatalismo, la gran rémora ante la que se ha rebelado siempre toda pedagogía crítica y libertaria, y la rutina, constituyen la esencia fundamental del comportamiento burocrático.
Y del fatalismo sólo se sale delineando e implementando una estrategia. Está bien conocer cuál es la coyuntura, con objetividad y profundidad. No lo está aceptarla como inmutable o como límite infranqueable a futuro. Como nos dice Cooke: “sólo es lícito aceptar la coyuntura a condición de impulsar una estrategia para cambiarla”. Todo lo demás, de nuevo, conduce al fatalismo burocrático y a la repetición rutinaria y asfixiante de la derrota permanente.
Así pues, al movimiento sindical y a los movimientos sociales hay que impulsarlos al debate colectivo sobre la estrategia, y a una cultura de la iniciativa permanente. Quienes quieren derribar el capitalismo deben “tener el diablo en el cuerpo” y estar buscando siempre nuevas formas de avanzar en esa dirección. Deben tomar la iniciativa, teórica y práctica. Atreverse a vivir. Atreverse a luchar. El fascismo no pasará mientras la clase trabajadora tenga una estrategia y esté dispuesta a implementarla.
Como implementamos, colectivamente, la jornada de lucha y de huelga general del 27S. Solidariamente, activamente, con energía.
José Luis Carretero Miramar