Acoso en las calles

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     La manada de machirulos se acerca a su presa, y el macho alfa le grita: “eh, tú, ¿te parecemos atractivos?”, cuando obtienen por respuesta un contundente “NO”, su herido orgullo, tan apreciado por ellos, junto a su seguridad como manada, frente a la pequeña e indefensa presa, les hace fuertes para perseguirla por la calle llamándola cosas tales como “puta” o “bollera”.

  Aún no he conseguido conocer a alguna mujer que no haya tenido que sufrir en sus carnes el acoso sexual callejero por parte de algún machirulo ansioso por demostrar su superioridad. Obviamente tampoco conozco a ninguna mujer que no haya sentido miedo al ir sola (o incluso acompañada de otra mujer) por la calle. Ni hablemos ya de las noches, ese espacio del día que casi parece haber sido inventado por los machirulos para hacer lo que les venga en gana con nosotras, desde el piropo que podría parecer más inocente, pasando por los más violentos, hasta llegar a la agresión física.

  ¿Qué alternativas hay a esta situación?¿Acaso lo único que podemos hacer es sentir miedo, pasar por calles iluminadas y girar la cabeza para ver si alguien viene por detrás para aprovechar nuestra distracción? Me niego a pensar que no tenemos elección, que nosotras no tenemos capacidad de decidir qué vamos a hacer en contra de este acoso, como si fuera algo caído del cielo, imposición del destino. Me niego a la resignación que tenemos que sufrir, esperando que ellos decidan no acosarnos, y temiendo que lo hagan.

  En la lucha contra el acoso, hay dos prácticas que considero fundamentales: la educación para el consentimiento y la autodefensa.

  La educación para el consentimiento (o cómo enseñar a tu hijo/primo/amigo/hombre que no hay justificación posible para la agresión) es algo que podemos practicar todos los días, sin necesidad de programar unas jornadas feministas ni de leer algún libro sobre ello (cosas que desde luego os animo a realizar también), sino que un buen debate con nuestros conocidos puede ayudar a crear conciencias. Enseñar a nuestros amigos qué es el acoso callejero, y a luchar contra él; enseñarles a respetar un NO. Enseñar a la gente que: “ibas muy borracha”, “a veces te comportas como una fresca” o el clásico: “llevas una falda muy corta” no autorizan a nadie a tocarnos, y el único culpable de la agresión es el agresor.

  Pero la educación para el consentimiento también tiene que ayudar a las mujeres, a las pequeñas y a las grandes, a darse cuenta de que son personas, que no son el objeto ni la acompañante de nadie, que tienen valor por sí mismas. Enseñarnos que nuestra su opinión es tan lícita como la de ellos, a decir NO cuando es NO, hacernos ver que ser mujer no significa ser sumisa… En definitiva, solo nosotras tenemos la clave para empezar a empoderarnos de nuestros cuerpos, de nuestra sexualidad y de nuestra vida.

  Con respecto a la autodefensa, ojalá pudiera dar por hecho que se trata de una práctica opcional y que no es necesaria, pero creo que somos muchas las que nos ponemos las llaves entre los dedos cuando volvemos a casa por el miedo a la agresión. Aprender autodefensa, aprovechar nuestro cuerpo como una herramienta para hacernos valer y resistir las agresiones es una práctica casi obligatoria para todas nosotras.

Y como forma masiva de autodefensa, necesitamos crear redes entre mujeres, para dialogar y debatir, generar lazos y desarrollar estrategias conjuntas, pero sobre todo, para actuar como una sola ante cualquier agresión.

Seamos la mayor manada que hayan visto nunca, porque si nos tocan a una, nos tocan a todas.

Assata Shakur

 

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