Es preferible la injusticia al desorden,
decía el abuelo al abrocharse el uniforme.
Def con dos
El estado español nunca ha sido democrático. Ni siquiera se ha movido en esa democracia liberal y burguesa que no es más que una dictadura económica capitalista. En España aún hay quien baila al son de los pequeños caudillos, quien tiene oidos para los cantos de sirena de la autoridad más ferrea, quien clama porque se imponga el orden, aunque se trate del orden asfixiante de los fusiles.
El poder se blinda: Los escándalos de la familia real se tapan con la conchabanza de jueces y fiscalía; los que son cazados en la corrupción generalizada se tratan como casos aislados; el gobierno se enclaustra y evita dar explicaciones incluso a los periodistas más serviles; el código penal se endurece bajo la presión demagógica de la propaganda mediática… Se inventa un nuevo enemigo. Ahora los anarquistas, pero siempre el que toque con tal de cerrar la boca a cualquier demanda.
En nombre de la seguridad las protestas se reprimen e ignoran. Serán ilegales las pruebas que sirvan para acusar a un policía de sus abusos. Ejercer el derecho de reunión será motivo de multa. Puesto que la realidad no puede solucionarse debe ser acallada, esa parece ser la máxima que guía la acción reaccionaria del gobierno. La máxima de los caudillos de bar, seres apocados que claman por más mano dura entre carajillo y carajillo. Así, las injusticias y miserias del sistema serán barridas manu militari para ir a acumularse bajo la alfombra represiva del Estado. Algunos, como hicieron durante años, pretenderán que lo que no se ve no existe, aunque se sufra.
¿Y las protestas? Las protestas, como dice el compañero Carretero, encuentran su límite en cuanto se pone de manifiesto la ausencia de un proyecto coherente y de una densidad organizativa y discursiva a la altura de la situación. Se puede alterar la situación, pero solo si unos cuantos redescubren su dignidad rebelde, esa que tras su juventud enterraron en michelines. Hay que levantarse, organizarse y luchar. Pasar por encima de la actitud sollozante y quejica y comprometerse con un cambio revolucionario.
Para construir un movimiento popular fuerte hay que aprender a plantar cara, trazar estrategias, buscar aliados y ser firmes en las demandas, solo así se puede invertir la relación de fuerzas y dar respuesta a esta ofensiva. No queremos migajas, aspiramos a asaltar los cielos.