Superando la endogamia. ¿Qué imagen proyectamos?
El objetivo de la comunicación es, fundamentalmente, llegar a un público no afín o que no conoce el mensaje que queremos transmitir. Sin embargo, con regularidad el tipo de material, el canal utilizado o el lenguaje elegido hacen inviable salir de los círculos más próximos, generando esa cultura de la autoreferencialidad, del gueto.
El desconocimiento de los distintos públicos y la forma de acercarse a cada uno de ellos hace que muchos movimientos sociales generen materiales supuestamente orientados a la difusión externa que, sin embargo, terminan siendo de uso interno. De ahí que resulte fundamental el desarrollo de una buena estrategia comunicativa haciendo uso de las herramientas que hemos mencionado (u otras).
Pero más allá de eso, también resulta necesario tener en cuenta el imaginario social que se construye sobre nosotros a raíz de nuestras charlas, talleres, ruedas de prensa, comunicados, artículos, entrevistas en radio o televisión, etc. Este imaginario no es unívoco y mucho menos estático. Se construye a distintos niveles, pero da como resultado la imagen que la sociedad tiene de nosotros.
En todo momento es necesario tener las siguientes preguntas presentes:
¿Qué actitud tenemos como asociación ante la imagen que proyectamos a la sociedad?
¿Es posible que algunas de nuestras principales cualidades no estén siendo proyectadas?
¿Cómo difundir aquellas cosas que mejor nos definen en vez de las anecdóticas o las que a algunos medios interesa difundir?
Decimos que este imaginario es dinámico porque parte de la interacción social: lo que decimos como organización o colectivo es decodificado para ser comprendido, pero esto ya supone del procesamiento y la interpretación por parte de los receptores (la sociedad receptora). Este eje pragmático señala que el receptor interpreta los signos según las reglas sociales, culturales y psicológicas que determinan el uso particular del lenguaje en un momento dado.
Esto es importante porque muchas veces caemos en el idealismo de pensar que el receptor interpreta nuestros signos en base a nuestras reglas, las nuestras como emisores. Al contrario, somos nosotros como emisores lo que debemos adecuar la forma al receptor si aspiramos a comunicarnos y que se nos entienda. El uso de códigos indescifrables (palabras de uso determinado en nuestros círculos), anticuados o directamente hostiles a los utilizados en el contexto en el que nos movemos suele ser habitual y muchas veces solo sirve para dificultar nuestra labor comunicativa. Alterar las formas comunicativas para hacerlas más efectivas no tiene que entrar en contradicción con el mantenimiento de las ideas de fondo.
Caso de estudio: El conservadurismo estadounidense
Los conservadores estadounidenses, explica Lakoff en No pienses en un elefante, han invertido billones de dólares desde los años setenta en think tanks, en financiar investigadores y encuentros dedicados a estudiar la mejor forma de estructurar y comunicar sus ideas y de destruir las posibilidades de su adversario. Lo lograron. Consiguieron definir las grandes cuestiones políticas en sus términos y etiquetar a sus opositores desde su lenguaje y sus valores.
Las políticas conservadoras se fundamentan en una visión de la moral familiar, que se extienden a la política y a otros ámbitos. La familia conservadora se estructura en torno a la imagen del padre estricto que cree en la necesidad y el valor de la autoridad, que es capaz de enseñar a sus hijos a disciplinarse y a luchar en un mundo competitivo en el que triunfarán si son fuertes, afirmativos y disciplinados.
El gran logro de la estrategia de los conservadores ha sido el de estructurar todos los asuntos políticos en torno a estos valores básicos y profundamente asentados en la mentalidad de gran parte de los ciudadanos. Profundizando ese sistema de conceptos y valores, los intelectuales al servicio de los republicanos estadounidenses han sido capaces de elaborar un discurso articulado y un lenguaje eficaz. Eficaz porque reconoce el poder de nombrar, que es el de empotrar cada denominación en un marco conceptual que implica valores y sentimientos de los que las audiencias son generalmente inconscientes. Y ese lenguaje bien armado con sus implicaciones morales y emocionales tiene el poder de definir las realidades una vez introducido y reiterado en los medios de comunicación. La «guerra contra el terror» es un ejemplo. Activa el miedo a un terror difuso —y con el miedo, el marco del padre estricto— y asocia terrorismo con «guerra», que requiere un comandante en jefe, un «presidente de guerra», poderes especiales para la guerra, así como naciones que atacar, etc.
Competencia discursiva
A la hora de tratar determinada cuestión, el espacio discursivo se va construyendo con la interacción de las distintas visiones de una misma idea. De esa forma, el discurso libertario se mezcla con el discurso del resto de tendencias políticas en los movimientos sociales, entrando en competencia comunicativa con otros discursos ideológicos. El discurso (también las prácticas) de los movimientos sociales se construirá en base a cómo se distribuya la hegemonía de las distintas tendencias dentro del movimiento social. De la habilidad de los libertarios dependerá evitar la preponderancia de las tendencias reformistas o autoritarias, manteniendo la autonomía del movimiento.
Asimismo, el discurso resultante de los movimientos sociales entrará en competencia discursiva con el de otros agentes de la sociedad: Empresas, instituciones estatales, think tanks y grupos de poder. Por ejemplo el discurso ecologista sobre el cambio climático entra en competencia con el discurso del gobierno, el discurso empresarial favorable a las renovables, el discurso que niega el cambio climático… De esa competencia la mayoría de la sociedad integrará su visión sobre el tema. De ahí que sea esencial desarrollar nuestras habilidades comunicativas para ser un vector de influencia en la construcción del discurso hegemónico.
Más allá de eso, también se intuye ahí la necesidad estratégica de “empujar hacia la izquierda” el discurso del resto de actores sociales. A la inversa del caso del conservadurismo estadounidense que nombrábamos, si son los valores propios de la izquierda libertaria los que se establecen socialmente, es decir, los que se vuelven hegemónicos, el resto de actores tendrá que construir sobre ellos su discurso, lo que dificultará su labor comunicativa. De ahí que sea interesante para los anarquistas que ciertos valores que les son propios se generalicen (lo que entra en contradicción con el “cuanto peor, mejor” que defienden algunos).
El marco discursivo
Como hemos dicho, estamos comunicando nuestro proyecto político a cada momento. Sin embargo, hay espacios discursivos de especial notoriedad, como los que de vez en cuando surgen en los grandes medios de comunicación.
Resulta necesario valorar la oportunidad y la capacidad de un marco discursivo a la hora de participar en él. ¿Va a salir reforzada nuestra posición o va a ayudar a dar a conocer nuestro argumentario? ¿Tenemos capacidad para expresarnos en ese marco? Si es así debemos aprovecharlo. La pregunta, en definitiva, no es otra que: ¿Merece la pena?
Parte del movimiento anarquista se ha negado a hacer uso de los medios de masas casi por principio, pero la cuestión es más bien estratégica. Por supuesto, para aprovechar los espacios de especial notoriedad debemos estar preparados, tener una buena estrategia comunicativa (saber qué y cómo se va a decir) y habilidades comunicativas (capacidad para expresarse adecuadamente).
Otros actores tienen clara la necesidad de expresar su argumentario en los medios de masas. Es paradigmático el caso de Pablo Iglesias, apareciendo como tertuliano habitual en cada vez más programas televisivos. ¿Está ayudando a reforzar socialmente su argumentario político? Y, sobre todo ¿Podría el anarquismo hacerlo con el que le es propio? ¿Por qué no lo hace?