Por Rafael Cid
Poco a poco los grupos y movimientos sociales que desde el principio de la crisis se han posicionado como alternativa al sistema frente a la rutinaria alternancia de los partidos políticos y sindicatos institucionales, que solo aspiran a comprometer a la ciudadanía en un proyecto que implica cambiar algo para que todo siga igual, van diseñando su modus operandi, fortalezas y debilidades. De lo que ya sabemos sobre las últimas jornadas “Alternativas desde Abajo” (AdA), celebradas recientemente en Madrid, parece tomar cuerpo un modelo político de “toma del municipio” por los valores de democracia de proximidad, acción directa y de corresponsabilidad de base que la impronta municipal conlleva. Una decisión que, a la par que consecuente con la idea de un nuevo proceso constituyente, despunta cuando desde el Poder se emprende una drástica contrarreforma del actual “régimen local” para podarle de sus potencialidades autogestionarias (por cierto que el documento elaborado por los diferentes grupos de trabajo de AdA no cita esta amenaza).
Y dado el espíritu abierto de dicho documento, su pluralismo y el carácter inclusivo que con acierto le convoca, me tomo la libertad de concurrir con unas líneas sobre su contenido con el exclusivo propósito de contribuir si cabe a elaborar una masa crítica que permita extender y divulgar sus propuestas más allá del estricto ámbito de las personas y colectivos que tan meritoriamente han contribuido a su redacción. Vaya por delante, pues, el agradecimiento por su abnegada y solidaria contribución a ese mundo mejor que muchos llevan ya en sus corazones.
Desde ese único punto de vista, y dejando claro como primera instancia la bienvenida a la convocatoria Alternativas desde Abajo, creo que lo más práctico será insinuar siquiera los vicios, carencias, errores o simples equívocos que, a mi modesto entender, aparecen en esa primaria declaración de intenciones de los cinco grupos de reflexión madrileños de AdA. Algunos son de carácter meramente formal, como equiparar los términos “neoliberal” y “liberal”, conceptos no concordantes, por más que haya una intencionalidad de fondo entre ambas propuestas epistemológicas para dotar de la pátina de “positividad” que conlleva el viejo referente “liberal” a lo que sólo es retitulación del capitalismo global (el “neoliberalismo”)
Otros temas parecen haberse caído del elenco de conclusiones, aunque del contexto se infiere que están presente en el ideario profundo que maneja. Me refiero, por ejemplo, al olvido del sindicalismo de base, el ecologismo, la desmercantilización social, el antipatriarcalismo, el pacifismo, el laicismo y el antimilitarismo. Especialmente este último tiene connotaciones de largo alcance dado que desde el final de la Segunda Guerra Mundial España es clave en el esquema defensivo que orbita alrededor de Estados Unidos y la Alianza Atlántica, esta último escudo armado del neoliberalismo occidental. Por cierto, un compromiso que los diferentes gobiernos habidos desde la aprobación de la Constitución en 1978, a diestra y siniestra. han potenciado hasta el punto de ser el partido socialista quien aportara uno de sus dirigentes a la OTAN como secretario general, y recientemente autorizara sin consulta popular la instalación en nuestro suelo de la sede operativa en el Mediterráneo del “escudo antimisiles” norteamericano.
Sin embargo, existe un aspecto que puede tener en el futuro un desarrollo desestabilizador por la contradicción que el mismo supone respecto a la idea-fuerza de promover “alternativas desde abajo” que dinamicen todo el proceso rupturista hacia una sociedad políticamente autosuficiente. E incluso interferir en la justa asignación de los recursos económicos y sociales al servicio de las necesidades reales, con priorización de objetivos y salvaguarda de los valores humanos y democráticos propios de una comunidad federada en la autonomía de sus miembros, la solidaridad, la libertad y la equidad. Me refiero a esa apelación que emite el Grupo 1, en su apartado Fines, capítulo Herramientas Políticas, para “construir una alternativa política anticapitalista que recoja las enseñanzas históricas del socialismo científico y el feminismo”. Soslayo la disfunción que entraña emparentar “socialismo científico” y “feminismo”, tanto en sus fuentes teóricas como en su desarrollo histórico, para no distraer el discurso de lo que considero esencial: el agiornamento del concepto “socialismo científico” como una categoría válida de interpretación social.
De entrada, dicha asunción programática del termino “socialismo científico” introduce un sectarismo de arriba abajo mediante el cual se soslaya cualquier otra “escuela o pensamiento” socialista, en la convicción doctrinal de que el socialismo como alfa y omega de la transformación social empieza y acaba en el denominado por Engels “socialismo científico”, que es el teorizado por Marx descartando al precedente tildándolo de “utópico”. Pero eso es casi irrelevante a los efectos de acumulación de fuerzas, experiencias y voluntades que buscamos para el ejercicio del “si se puede” en el siglo XXI. Lo que es más trascendente visto en perspectiva es la vigencia de los planteamientos de ese “socialismo científico”, al menos en los países afectos al tipo desarrollo de producción capitalista del neoliberalismo totalizante. Porque, si acaso ese instrumental predicado por el “socialismo científico”, ergo marxismo, no sirviera para analizar cabalmente la realidad imperante, estaríamos errando en los medios y en los fines, y además actuando fuera de nuestro tiempo histórico.
Primero, el ucase del “socialismo científico” presupone una formulación política de “socialismo autoritario”, porque si por “científico” se significa que es “inevitable”, independiente de la voluntad humana, una “ley histórica”, es lógico en cierta medida que haya guardianes de esa verdad dispuestos a evitar desviaciones y por tanto juramentados para su protección ante cualquier heterodoxia, que se recibiría como hostil, agresiva y enemiga. En esa deriva, aparece la organización vertical, la jerarquía, el liderazgo y el partido guía. El antídoto homeopático de la pretendida “alternativa desde abajo”. La historia es testigo.
Aunque si eso no fuera suficiente para sopesar la conveniencia de subsumir un planteamiento de gestión política horizontal, asamblearia, democrática y plural en el troquel del “socialismo científico”, está el problema de fondo de la recurrente y probada insolvencia histórica de ese “cientificismo” allí donde se instituyó. No voy a entrar en el socorrido debate tan al uso de las virtualidades epistemólógicas de si entonces no se daban las condiciones históricas o, como algunos quieren hoy, de si la crisis económica-financiera vigente anticipa ahora brotes verdes en sus vetustas frondas. No es el objetivo de esta exposición abrir heridas, sino contribuir a la clarificación para avanzar hacia la resolución de los ingentes problemas presentes con el mayor consenso social posible. Pero la verdad, aquella pharresia seminal de la democracia ateniense, debe presidir cualquier proyecto político que se pretenda coherente con la razón ilustrada por encima de otras fidelidades de menor cuantía. En la actualidad existe abundante argumentación académica (“científica”) para contra-argumentar la validez universal de aquella teorización.
En ese plano reticente hay que situar el “productivismo” cerrado del marxismo, que al igual que el “cientificismo”, el “desarrollismo” y el “industrialismo” era considerado como positivo sin matices; el catastrofismo del “suicidio” del capitalismo por sus propias contradicciones y el consiguiente estallido de la revolución en países atrasados económicamente frente a la previsión de que se diera en sociedades desarrolladas; la fe ciega depositada en el proletariado como clase elegida para abanderar la transformación social; la formulación de la dialéctica económica desde el lado casi exclusivo de la oferta obviando la demanda o, finalmente, esa especie de profecía autocumplida que sostenía el paradigma de que las relaciones económicas gobiernan lo político sin remisión, afán que contradecía la confianza puesta por los padres fundadores del “socialismo científico” en el sufragio universal para alcanzar el socialismo en Inglaterra.
Todo eso cabía en el “socialismo científico” y casi nada de ello ha resistido el paso del tiempo. No hay evidencia científica de su rigor, ni ha superado el necesario conflicto de prueba y error. Lo que implica obrar en consecuencia. Como el mismo Marx, que “no era marxista”, advirtió debemos evitar que “la tradición de generaciones muertas oprima como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Siglo y medio no transcurre en balde ni para los grandes pensadores. Ni el capitalismo ni el proletario del siglo XIX casan con el capitalismo y el productor-consumidor del siglo XXI. Entre otras cosas porque, como afirma Cornelius Castoriadis y la gestión de la crisis financiera actual ratifica, “la intervención del Estado es precisamente el factor compensador de los desequilibrios de que carecía el capitalismo clásico”.
Desde abajo a ciencia cierta. Pero sin arrogancia.