Sin duda alguna, el concepto de acción directa es uno de los más usados en el vocabulario anarquista. No obstante, ante la creciente (relativamente) nueva actividad política de asambleas vecinales, mareas, colectivos, y redes, creo conveniente definir una vez más que es eso de la acción directa, sobre todo porque existe una concepción negativa entre la gente y los grandes medios capitalistas de comunicación sobre el proceder anarquista. Empecemos.
Acción directa y anarquismo van íntimamente de la mano. El anarquismo propone una forma distinta de participar en política y sociedad: les anarquistas no aceptamos la autoridad del Estado y su maquinaria institucional, así como tampoco nos contentamos con delegar nuestra voluntad y responsabilidad en terceras personas (como polítiques, representates, partidos etcétera). La filosofía anarquista propone la existencia de individuos libres, responsables, y autónomes. Actuar acorde con esta visión sería, en pocas palabras, acción directa, y se me hace difícil imaginar otra forma en la que actuar desde una filosofía anarquista.
La praxis anarquista reflejada en la acción directa apunta a la resolución de los problemas de une misme por une misme. Imaginemos que vivimos en un barrio donde una discoteca atormenta a les vecines por las noches con su música a todo volumen. Ante este problema tenemos dos opciones: 1) denunciar a la policía el excesivo ruido del establecimiento, o 2) resolver el problema por nosotres mismes. Si optamos por la segunda opción (seamos o no anarquistas) estamos actuando de manera directa. Ahora, como es obvio, existen muchas maneras de “resolver el problema por nosotres mismes.” Podríamos optar por hacerlo de manera individual (aunque en este caso no sería muy eficiente) o de manera colectiva (con el resto de vecines). Podríamos optar por hacerlo de manera pacífica (ir a hablar con el o la dueña de la discoteca, suponiendo que esto pone fin al problema) o de manera no-pacífica (entrar en el establecimiento, ocuparlo, bloquear el acceso, o hasta destruir el equipo de sonido). Sea como sea que actuásemos estaríamos haciéndolo de manera directa.
En el ejemplo anterior, optar por la segunda opción es el resultado lógico de aceptar nuestra autonomía como personas libres. Llamar a la policía o poner una denuncia en comisaria sería aceptar la autoridad legal y moral de las instituciones estatales. El anarquismo y la acción directa no ven en esta opción una solución moralmente óptima. ¿Por qué? Veámoslo con el mismo ejemplo. Supongamos que en la localidad en la que vivimos es legal el nivel de decibelios que atormenta a nuestra comunidad de vecines, por lo que esa discoteca que no nos deja dormir está operando dentro de la legalidad impuesta por la Administración. Además, supongamos que el establecimiento tiene todos los documentos y permisos necesarios para desarrollar su actividad en el barrio. Aun así, no podemos dormir por la noche porque escuchamos mejor su música que nuestra propia respiración en la cama. ¿Qué hacemos ante esto? La opción de presentar una denuncia sería inútil, y llamar a la policía terminaría en una medición de decibelios que cumple con la ley. Resultado: el problema no se soluciona. El anarquismo y la acción directa no ven autoridad alguna en la discoteca, en la policía, o en la ley burguesa, para decidir qué nivel de decibelios es aceptable o no. Son les vecines del barrio les que sufren de insomnio y son elles mismes les que han de decidir qué hacer al respecto. Así pues, cerrar la discoteca por la fuerza se convierte en una opción moral, afirmativa, y reconstitutiva de la libertad y autonomía de las personas del barrio.
A menudo los medios de comunicación del capital muestran una imagen destructiva, violenta, y caótica de la acción directa. Siguiendo con el ejemplo de la discoteca: imaginemos ahora que les vecines deciden cerrar la discoteca por su cuenta, ocupándola, desconectando el equipo de sonido, e impidiendo por las noches el acceso a la gente hasta que les responsables del establecimiento no decidan bajar el volumen de la música. Una decena de cámaras se traslada hasta el lugar y empieza a emitir imágenes de vecines enfurecides entrando en una “propiedad privada”, tirando los altavoces al suelo, y forcejeando con les clientes del local a sus afueras. Los titulares rezan: “masa enfurecida de vecinos arrasa propiedad privada y agrede a ciudadanos libres que quieren bailar.” Así, queda muy claro que esto de la acción directa es cosa de “vándales” y “radicales anti-sistema.” Lo que los medios de comunicación no muestran, en este ejemplo, es que la fuerza de las personas autónomamente organizadas y actuando acordemente es no solamente moralmente superior a la injusta ley de decibelios, sino que además es suficiente como para poner del revés la administración civil y económica de la localidad.
Si la acción directa está tan negativamente concebida en la democracia burguesa (y así lo internalizan las personas mediante procesos de socialización institucionalizados), es porque la autoridad del sistema requiere de personas sumisas y pasivas. Si tenemos un problema se nos enseña a denunciar, a llamar a la policía, a buscar la ayuda de una persona mediadora. En definitiva, se nos enseña aquello de “no tomar la justicia por nuestra mano.” ¿Pero qué hay más justo que buscar justicia por une misme? Actuar directamente es afirmar nuestra condición de seres humanos libres, sin reconocer la autoridad de instituciones o machotes en uniforme azul. Acción directa es solucionar nuestros problemas de forma digna.
Por otro lado, debido a que la acción directa deriva a menudo en confrontación física, los medios de comunicación y las personas complacientes de vivir sus vidas con obediente sumisión no encuentran problema para aborrecer la praxis de las personas autónomas y libres (que todes lo somos, pero algunes parecen no querer aceptarlo). La persona que decida actuar de forma directa (es decir, libre) tiene que aceptar que las probabilidades de conflicto físico son muy altas. Volvamos al ejemplo: hemos ocupado y bloqueado la discoteca, pero a la hora la policía se ha sumado a las cámaras de televisión. De buena fe decidimos hablar con les agentes de policía para anunciar nuestras demandas: no queremos tal ruido en nuestro barrio. No obstante, el sargento (o lo que sea) nos dice que la ley es la ley y nosotres la estamos incumpliendo (de hecho, como estos monos de azul no piensan mucho, nos demandarán que entreguemos a les líderes de la acción para que vayan a comisaria. ¡Como si un vecindario no pudiera organizarse sin representantes o voceres de turno!). Ante esta situación podemos actuar de dos maneras: 1) rendirnos ante la policía y cesar la acción, y 2) resistir y seguir con la acción. Si optamos por la primera opción estaríamos ante un caso de desobediencia civil. La segunda opción es la única manera consecuente de aceptar nuestra libertad y autonomía (además que muches vemos en esta opción una decisión mucho más digna).
La diferencia entre desobediencia civil y acción directa es más bien sutil, pero claramente la última lleva la búsqueda de justicia mucho más lejos, hasta las consecuencias finales de actuar libremente. Es por ello que decía que las personas que decidan actuar de manera directa tienen que tener claro que la confrontación física (y la represión estatal subsecuente) son consecuencias frecuentes de querer ser una persona libre. No obstante, han de tener también claro que el nivel moral de dichas acciones justifica tal confrontación (sea más o menos violenta). He aquí otro punto clave: el anarquismo, mediante la acción directa, aúna medios y fines en un mismo ente. La moralidad de nuestros medios ha de ser afín a la moralidad de nuestros fines. “Actuar de manera consecuente”, que diríamos. ¿Por qué un armario en uniforme azul tiene más autoridad moral para decidir con qué nivel de ruido puedo dormir por las noches? O para tal caso, ¿qué autoridad tiene un remilgado juez para imponer su criterio sobre mi sueño? Nosotres decidimos cómo queremos dormir, y el barrio decidió poner fin al ruido de la discoteca. Es por ello que la confrontación física con aquellas personas represoras que intenten imponernos su criterio es una opción moralmente aceptable. Y nadie debiera rechazar dicha confrontación.
Finalizando. Son muchos, sin embargo, los problemas a la hora de definir acción directa. Históricamente se ha desarrollado un intenso y grandísimo debate entorno a esta cuestión. Ya a principios del siglo veinte, muchas voces anarquistas afirmaban que una huelga, por ejemplo, no es acción directa por no mediar directamente con la fuente del problema (argumentaban que una huelga busca unos fines que no solucionan el problema, sino que lo reforman). Este texto solamente pretende presentar de forma sencilla la definición más laxa de acción directa. Dejemos para otro día estas otras cuestiones de mayor calado.