La lucha “sindical” (y meto en esta tanto la que ocurre en el centro de trabajo como la que defiende el salario “diferido” -pensiones, sanidad, educación, bibliotecas o demás servicios sociales-), además de influir desde sus inicios en una contradicción fundamental del capitalismo, la de capital-trabajo, resulta cada vez más esencial. Una parte del anticapitalismo, influido por la necesidad de incorporarse constantemente a nuevas modas militantes, pretende argumentar que dicha contradicción se encuentra superada e incapaz de generar conciencia revolucionaria. Frente a esta idea, defiendo la plena vigencia de la lucha sindical (entendida de la manera amplia que señalo arriba) como una forma de hacer política en el día a día. Una acción que es esencial (y lo va a ser cada vez más) dentro de cualquier estrategia revolucionara anticapitalista y libertaria.
Como revolucionarios anticapitalistas, debemos exponer las contradicciones generadas por el capitalismo en sus procesos principales de extracción de beneficios. Estos son fundamentalmente dos, la explotación del medio y de las personas.
Respecto a la primera, empezaré enunciando en términos clásicos la vieja contradicción (tan vieja como el propio capitalismo) entre capital y trabajo: los resultados de la producción no pertenecen a quienes en realidad son sus creadores (los trabajadores) sino a ciertas personas, los capitalistas, que concentran toda la riqueza social no interés de la sociedad, sino en obtener beneficios privados. Con el objetivo de aumentar sus ganancias, los capitalistas amplían la producción hasta un volumen enorme e intensifican la explotación de los trabajadores. Como resultado de esto, el capitalismo es incapaz de proveer de bienestar a una mayoría social, de modo que esta se ve cada vez más explotada y privada de aquello que ella misma produce. Sirvan como ejemplo los obreros de la construcción que, hoy despedidos tras la explosión de la burbuja inmobiliaria, no pueden pagar su hipoteca y se quedan en la calle.
Un análisis ecologista señala una segunda contradicción. Ese aumento de la producción y la aceleración del ciclo de producción y consumo, que permitió sostener durante años la farsa del bienestar capitalista en Occidente, supuso del mismo modo un aumento exponencial del gasto energético y de recursos. Las políticas neoliberales desreguladoras de las últimas décadas, que supusieron una huida hacia adelante del capital, ahondaron aún más en este problema ecológico, que lejos de solucionarse cada vez se manifiesta con mayor dureza.
Estas son también, por tanto, los centros principales donde ha de desarrollarse las resistencias contra el capitalismo: el terreno de la explotación laboral y el terreno de la explotación del medio.
Me gustaría a continuación argumentar por qué la cuestión sindical se va a tornar prioritaria en el futuro. No voy a repetir el argumento clásico de que resulta necesario mantener las condiciones de vida de hoy para poder, al menos, sobrevivir materialmente en el corazón del capitalismo, más que nada porque esto resulta evidente si no queremos caer en la exclusión y tener la posibilidad de afrontar luchas con capacidad (dar dinero a los colectivos, tener tiempo para la “militancia”…). Tampoco voy a repetir que esta lucha afecta, al igual que aquellas contra los proyectos desarrollistas, al capitalismo en sus procesos fundamentales de extracción de beneficios.
Sí voy a partir de este último hecho, la dependencia del beneficio capitalista de la explotación del medio y de los trabajadores, para argumentar la creciente importancia anticapitalista de la lucha por la reducción de la plusvalía en las dinámicas de explotación laboral.
Partiré para ello del análisis que realiza precisamente el ecologismo radical: El mantenimiento del medio material, ecológico, es esencial para poder construir cualquier futuro (ya no sólo revolucionario). El análisis que hemos realizado desde una visión antidesarrollista es que, por ello, resulta previsible que de aquí a unos años exista una reducción considerable en el consumo y una imposición de políticas ecológicas autoritarias. Aunque alcancemos el colapso, el capitalismo no se descompondrá sin más, el poder no se diluirá sino que tratará de adaptarse al contexto de escasez energética y de recursos. En definitiva, el desarrollismo como política de Estado va a entrar en crisis por un modelo acorde a las necesidades ecológicas. Esto indica que tarde o temprano pero inevitablemente y de manera creciente van a imponerse reducciones al consumo. Un descenso que llegará de cualquier modo.
¿No es este ya nuestro contexto inmediato? Ya vemos que algunos macroproyectos desarrollistas (puro despilfarro y destrucción) se van quedando sin realizar porque pertenecen a una planificación de otra época (y supongo que por eso vamos sumando noticias positivas sin apenas lucha, como el ejemplo de Eurovegas). Occidente va a ir abandonando el modelo desarrollista y de consumo que triunfó desde los 50 y también el modelo neoliberal financiero que permitió una economía ficticia basada fundamentalmente en la especulación (cuyas bases materiales eran, de nuevo, el desarrollismo urbanizador y el expolio de lo público). Por si esto fuese poco, se habla desde hace tiempo ya de que la crisis económica esconde en el fondo una crisis ecológica con base en la falta de petróleo. ¿Qué queda? El viejo primer capitalismo, declaradamente opresivo en la explotación laboral, que durante años se alejó de Occidente y se desplazó al tercer mundo. Es un hecho: Los recortes sociales y la escasez económica que vivimos (y que, sabemos, han venido para quedarse, hagamos lo que hagamos) están prefigurando una sociedad más desposeida y más docil; un modelo social más jerárquico y autoritario.
Mi primer punto es este: Si el análisis que hacía más arriba es correcto (la reducción del consumo, el abandono más o menos progresivo del desarrollismo sobre todo en occidente, etc.) se desprende de él que poco a poco el único medio de acumulación que va a mantenerse es aquel que caracterizó al primer capitalismo: la extracción de plusvalía en el mercado de mano de obra. Por ello afirmo que la vuelta a las luchas sindicales (tanto por el salario directo como por el diferido) serán fundamentales. Tanto más cuanto más se agote el recurso territorio como espacio de obtención de beneficio. Sabemos que esa tasa de beneficio va a caer, el consumo tampoco va a mantenerse y, por tanto, la ficción de libertad capitalista (que era permisible mientras la gente gastase su dinero en los productos que se les ofrecían) se acaba. Las medidas para robar a la gente serán cada vez más impuestas, aunque se disfracen de necesidades económicas, ecológicas o sociales. Y la explotación más brutal volverá (si no ha vuelto ya) al trabajo. Con esto no quiero decir que el modelo de explotación vaya a reproducirse y que debamos volver a viejas fórmulas. No. La globalización y la deslocalización de empresas, la separación lugar de vivienda-trabajo, la alternancia de periodos paro-trabajo, la inseguridad laboral congénita, la falta de comunidad… Son fenómenos que no eran propios del capitalismo original pero que probablemente sigan existiendo en este revival. Creo que el desafío está en afrontarlos, de algún modo que a mi también me cuesta enfocar. Negarnos la capacidad de hacerlo y negar, por tanto, la potencialidad que van a tener las luchas en el terreno laboral nos condena a la derrota.
Mi segundo punto es: La única resistencia con capacidad (no necesariamente con claridad, pero sí con fuerza) está en esa parte de la sociedad que se opone a estas imposiciones, a los recortes, a los despidos… incluso toda esa parte de la sociedad que defiende una vuelta al estado del bienestar se está oponiendo, sin conciencia de hacerlo, al capitalismo. Porque el capitalismo ha agotado sus cartas y ya no puede proporcionar ni siquiera el falso bienestar consumista de años atrás. Ese modelo nunca va a volver (y menos si aspira a generalizarse, con el crecimiento económico de China, Brasil o la India). Luego ¿Qué perdemos apoyando esas resistencias? Quizá sea una respuesta instintiva, pero es una respuesta desde la que construir conciencia. El bienestar futuro pasa por la construcción de un ecosocialismo libertario, la anarquía, que provea de bienestar a las personas. No el falso bienestar del consumo, sino el que puede aportar una sociedad justa, solidaria, libre y sostenible, donde la técnica vuelva a una escala humana y la economía se subordine a las decisiones políticas tomadas día a día de manera democrática.