¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpian el exterior de la copa y del plato, pero por dentro están llenos de saqueo e inmoderación.
Mateo 23:25.
No hay duda de que Rusia es un país extraño. Tanto, que parece posible modificar a conveniencia su posición geográfica, convirtiéndose en occidental cuando se trata del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o de la Organización Mundial del Comercio, de la que entró a formar parte este mismo agosto, y en la Rusia oriental en cuanto a represión de libertades. Dos países que son uno solo, la cercana Rusia diplomática y la lejana Rusia represiva y autoritaria. Como si Occidente quisiera alejar de sí sus propios fantasmas.
La cuestión es que en este país insólito saltó hace ya unas semanas el escándalo del grupo punk feminista Pussy Riot. Hay poco nuevo que decir del caso. Tres integrantes del grupo han sido condenadas a dos años de cárcel por elevar una oración contra Putin. En realidad, cuatro versos de una canción vociferados en plena catedral de Moscú, principal templo de la Iglesia ortodoxa rusa. Vandalismo motivado por odio religioso, en términos más concretos.
La respuesta desmedida de la justicia rusa demuestra su intención ejemplarizante. Lo obtenido, en cambio, ha sido una ola de solidaridad en todo el mundo, a la que incluso se han adherido Madonna, Paul McCartney, Sting y el siempre solícito antiputin Kaspárov.
Sobra decir (o quizá no) que en los países occidentales no estamos libres de situaciones similares que no han tenido el mismo trato ni en los medios ni entre los artistas. ¿Ejemplos? El más cercano, la detención de cuatro personas en un acción laicista y feminista en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid, que tuvo como resultado una oleada de recriminaciones conservadoras contra los autores de la performance.
Es normal, entonces, que surjan resistencias y, de hecho, ya hay quien incluso se anima a considerar todo el asunto como una maniobra propagandística y, aún mejor, como un circo mediático que no hace sino crear un nuevo icono de ventas para engrasar el capitalismo.
¿Por qué tantas muestras de solidaridad no se expresan más a menudo? Una buena razón es la sencilla necesidad de criticar a la lejana y autoritaria Rusia, reminiscencia del macartismo* y la Guerra Fría. Otra sería la inteligencia y oportunidad de las propias Pussy Riot a la hora de realizar su acción. Sin entrar a valorar sus motivaciones, han sabido golpear fuerte y atraerse la atención necesaria. Prácticamente firmaron su sentencia al llevar adelante su plegaria, sabiendo de la necesidad del Gobierno de Putin de defender a la Iglesia ortodoxa, puesto que la población conservadora y religiosa constituye la principal base social del Gobierno. Al mismo tiempo, han puesto de manifiesto la influencia de la Iglesia en la política rusa, especialmente desde que Cirilo I fue nombrado patriarca (cabeza de la Iglesia), sacando a la luz la fractura existente en la sociedad, motivada por el clima de represión.
Pero volviendo a la idea de la lejana Rusia despótica, si buena parte de quienes han mostrado su apoyo a las Pussy Riot pretenden reducir la postura de estas al enfrentamiento con Putin, ellas mismas han rechazado esta idea, situando la crítica contra Putin en la linea del resto de luchas anticapitalistas occidentales. En una entrevista de Der Spiegel a Nadezhda Tolokonnikova (miembro del grupo) al comentario del periodista «Si entendemos apropiadamente sus performances, no solo se dirigen a Putin, sino también van contra el capitalismo», ella responde contundentemente «Sí, somos parte del movimiento anticapitalista mundial, formado por anarquistas, trotskistas, feministas y autonomistas. Nuestro anticapitalismo no es antioccidental o antieuropeo. Nos consideramos parte de Occidente, y somos producto de la cultura europea.»
Por último, es interesante su valoración en dicha entrevista sobre el papel de la mujer rusa: «Las mujeres rusas están atrapadas en algún punto entre los estereotipos occidental y eslavo. Por desgracia, Rusia está aún dominada por la imagen de siglos de la mujer como cuidadora del hogar, y de las mujeres que crían solas a sus hijos, sin ayuda del hombre. Esa imagen sigue siendo cultivada por la Iglesia ortodoxa rusa, que convierte a las mujeres en esclavas, y la ideología de Putin de “democracia soberana” sopla en la misma dirección. Las dos rechazan todo lo occidental, incluyendo el feminismo. Pero Rusia, también, tiene una tradición de un movimiento de liberación femenina de estilo occidental, que Stalin aplastó. Espero que vuelva a levantarse… y que nosotras podamos ayudar a que ocurra.»
* Término usado para describir la caza de brujas anticomunista que se produjo en los EE. UU. entre 1950 y 1956, un extendido proceso de delaciones, acusaciones infundadas, interrogatorios ilegales, irregularidades judiciales y listas negras liderado por el senador Joseph McCarthy. Entre los afectados por esta política podemos nombrar a Bertolt Brecht o Charles Chaplin.