Él era un anarquista curtido. Rondaba los cuarenta, y desde su juventud había participado en una infinidad de manifestaciones y acciones llamativas. También era conocido por sus escritos subversivos, incendiarios, abogando por la destrucción inmediata y completa del Estado y del capital. Él era sincero. Innumerables veces a lo largo de su vida había clamado contra la autoridad estatal, contra las relaciones de poder centralizadas y asimétricas y contra la imposición proveniente de toda jerarquía. Oponiéndose a cualquier tipo de tiranía política, siempre había sido fiel a la libertad y a la horizontalidad.
Él militaba en un colectivo formado por alrededor de treinta personas. Era específicamente anarquista, aunque entre sus integrantes había gentes de toda índole; estudiantes, okupas, trabajadores, feministas e incluso dos jubilados. Su principal objetivo era el de difundir la cultura ácrata, aunque los más jóvenes y aguerridos estaban constantemente en contacto con otras organizaciones afines para planear acciones, sobre todo en manifestaciones.
Él también tenía pareja sentimental. Aunque su pareja nunca se había declarado anarquista, era una persona lo suficientemente concienciada que entendía qué hacía él y por qué lo hacía. Con su pareja había tenido dos hijos, los cuales contaban con diez y once años. Hacía tiempo que él estaba en paro, de manera que aprovechaba todo el tiempo para dedicarlo a la causa de la anarquía.
—No, Juan -dijo él-, eso no puede ser así. Las pegatinas y las pintadas deben de hacerse en el mismo momento que acontece la manifestación, no antes.
—Pero si lo hacemos el día de antes disminuimos el riesgo a ser identificados, aparte de que al día siguiente, durante la manifestación, lo verían muchas más personas que si lo hiciésemos en el mismo momento de la manif…
—He dicho que no puede ser así. Yo tengo experiencia. Sé de lo que hablo -dijo él-.
—Yo también tengo experiencia en estas cosas, y te aseguro que…
—Ya sabéis que yo no apoyo que se utilice el material urbano para hacer pintadas o poner pegatinas. No le veo la utilidad -replicó Javi-.
—No empieces con eso otra vez, pesado. Si por ti fuese la revolución se haría pidiéndole por favor al que ostenta el poder -le respondió Sandra-.
—Callaos, los dos -advirtió él-. Está decidido. Se hará durante la manifestación. ¿Estáis todos de acuerdo?
—Vale… -respondieron al unisono los ocho integrantes que se encontraban ahí-.
Tras esta pequeña discusión y de haber tomado una decisión, él se marchó a casa para ultimar los últimos detalles respecto a lo que se proponían hacer en la manifestación. ¿Acaso no se daban cuenta que hacer las pintadas durante la manifestación era mejor? De esta manera la gente veía en vivo y en directo la acción, lo cual provocaba más impacto que lo que dijese el mensaje en sí. No entendían nada. Nadie entendía nada. Menos mal que él sabía cómo iban las cosas.
Al llegar a casa vio que sus hijos todavía estaban en el colegio -en esa maldita cárcel para niños-, y su mujer todavía tardaría un par de horas en llegar del trabajo. Así pues, se puso manos a la obra y empezó a trabajar con las pegatinas para tenerlas listas a tiempo.
—Hola cariño, ya estoy aquí.
—¿Dónde estabas? Has tardado más de lo habitual -inquirió él-.
—Me he distraído un momento, no pasa nada.
—¿Y dónde y con quién te has distraído? -persistió él-
—Ay, cómo eres. El señor Ismael tenía una fuga en el grifo del tejado, y como él no puede subir debido a su avanzada edad, me ha pedido ayuda para que echase un vistazo, nada más.
—Bien. Vamos a comer, que los niños nos esperan.
Esta mujer siempre desaparecía por una cosa u otra. Y siempre hablaba con todo el mundo.
—¿Qué has hecho hoy en el colegio, Dani? -le preguntó él a uno de sus hijos-.
—Hemos ido a ver una obra de teatro. Así que no tengo deberes.
—Bien. Pues ahora te ordenarás la habitación y luego me acompañarás a pasear al perro.
—No tengo ganas de pasear.
—¿Qué? Tú vienes conmigo, aunque te tenga que llevar de la oreja.
—Vale…
—¿Y tú, Pedro? -preguntó a su otro hijo-.
—Yo tengo deberes de matemáticas…
—Pues tú me acompañarás otro día.
He recreado de forma muy breve lo que podría ser el día a día de cualquiera de nosotros. La vida cotidiana de alguien concienciado. Lo he hecho únicamente para que se entienda mejor y de manera más fácil lo que diré a continuación.
Llevo tiempo observando ciertos comportamientos dentro del ámbito libertario que, personalmente, no me gustan, y a veces hasta me asquean. Lo he presenciado sobre todo en las redes sociales, aunque también sé de primera mano otros casos fuera de las redes. No quiero generalizar, así que cada uno/a se sienta aludido/a si es el caso.
En muchas ocasiones son personas que han leído mucho, saben cómo se organiza la sociedad, poseen nociones generales sobre las estructuras y las relaciones de poder que imperan en nuestros días. Y de esta manera escriben y hablan sobre todo ello a grandes escalas. De manera macroscópica. Hablan del poder refiriéndose a la gran maquinaria del Estado, o critican duramente al patriarcado como estructura culturalmente determinada. Escriben sobre las relaciones sociales y de poder a grandes dimensiones, para comunidades o sociedades enteras. Sobre la libertad de todos. Sobre la organización y la horizontalidad de todos. Grandes estructuras, grandes relaciones de poder.
Pero de alguna manera olvidan las relaciones interpersonales, es decir, las relaciones de persona individual a persona individual. Olvidan, o ignoran, el tipo de interacción cotidiana entre nosotros y nosotras.
He presenciado muchos “debates” en los que poco les ha faltado para insultarse. Auténticas barbaridades por unas pequeñas discrepancias, totalmente nimias en comparación al resto de pensamientos e ideologías. He visto una cantidad ingente de intolerancia, más propia de ideologías autoritarias, y también mucha arrogancia por parte de gente que supuestamente rechaza la vanguardia profesional. Se llega a tales puntos de fanatismo que convierten en más grandes unas pequeñas diferencias que las enormes diferencias que nos separan de nuestros verdaderos rivales.
El hecho que subyace a este tipo de comportamientos es que reproducimos el mismo tipo de relaciones a pequeña escala que rechazamos a gran escala. En la historia que he narrado, he descrito a una persona que rechaza la autoridad del Estado, pero él es profundamente autoritario con sus congéneres. Alguien que escribiendo sobre la libertad de todos es sumamente intolerante con la opinión de unos pocos. Es alguien arrogante (por eso durante toda la historia le hacía llamar “él”, para remarcar su supuesta unicidad), alguien que desprende chulería “porque tiene experiencia” o porque “ha leído esto”. Alguien que siempre mira quién es más que quién, como si fuese una competición. Alguien dominador, posesivo. Todo esto a pequeña escala, en sus relaciones interpersonales, mientras que a gran escala clama todo lo contrario. Este hecho es completamente contrario a los principios anarquistas.
Lo descrito ocurría en un grupo reducido de personas, carente de influencia e importancia, un grupo que no tenía en sus manos la solución de ninguna cuestión de peso ni la decisión sobre asunto alguno de relevancia. Sucedía en un grupo de gente unida específicamente para hacer todo lo posible por la anarquía, es decir, para combatir las ficciones sociales, y para crear las bases de la libertad futura. Trasladar ahora el caso a un grupo mucho mayor, mucho más influyente, dedicado a problemas importantes y decisiones de carácter fundamental. Considerad a ese grupo encaminando sus esfuerzos hacia la formación de una sociedad libre. Y ahora decidme si a través de tal acumulación de pequeñas tiranías entrelazadas puede vislumbrarse alguna sociedad futura parecida a una sociedad libre o a una humanidad digna de sí misma.
La historia la he escrito como algo extremo, para remarcar lo que quiero decir. No creo que realmente ningún anarquista desarrollase tal grado de descaro.
No sé si este tipo de comportamientos son generalizados o excepcionales, pero sea como sea, independientemente de la frecuencia con que se den, es sumamente importante tener esto siempre en la cabeza. En nuestra vida cotidiana, junto con nuestras personas cercanas, debemos de recrear el tipo de interacciones que queremos en la sociedad futura. Sin puyas infundadas, sin intentar demostrar cuán equivocado es el supuesto del que parte el otro para verificar de esta manera el propio.
Que no se me malinterprete. No estoy diciendo con todo esto que no se tenga que debatir, al contrario, pero estos debates tienen que partir de la premisa fundamental del respeto mutuo. Sin arrogancias, ni chulerías, ni intolerancias. Tenemos que tener presente que diferencias siempre habrá (y es bueno que las haya, de hecho), y que es imposible hacer que todos concuerden en absolutamente todas las cosas. Aun así, todos nosotros compartimos unos principios básicos y comunes que nos sitúan dentro de la misma barricada. Hagamos de nuestra vida un ejemplo de lo que queremos en la sociedad, y no reproduzcamos los mismos esquemas de poder y las mismas conductas que decimos rechazar.
Una revolución en el exterior solamente será triunfante si anteriormente hemos revolucionado nuestros propios pensamientos, nuestras propias vidas, nuestra propia manera de relacionarnos con nuestros semejantes.
Radix