Desde el estallido de la crisis se ha acelerado el proceso de socialización del movimiento anarquista. Con “socialización” me refiero a algo muy específico, a saber, el proceso de acercamiento del movimiento anarquismo a la ciudadanía. Dicho proceso se ha dado gracias a una gran variedad de dinámicas que han establecido lazos entre las personas del movimiento y la ciudadanía. Este anarquismo social habla así de politizar a los barrios, de orientar a las marchas ciudadanas, de influir en las asambleas de barrio (o crearlas y fomentarlas), de sumar gente, de llenar de contenido libertario a las distintas protestas ciudadanas (de currantes, de estudiantes, de personas en paro, de migrantes, etcétera), y la lista continúa. Hoy en día, este anarquismo social, me atrevo a decir, es el predominante donde el movimiento anarquista existe. Esta predominancia no viene libre de inconvenientes para aquellas personas que no comulgamos con lo que propone lo que ya se llama abiertamente “la corriente social del anarquismo.” Como corriente predominante, el anarquismo social se impone en el ideario común de las personas como la opción más válida en términos tanto morales como prácticos (entiéndase de eficacia); se impone, en definitiva, como opción y no como alternativa, generando así todo un sistema de discursos que lo validan, justifican, y que excluye a otras formas de vivir la anarquía. Con este texto me gustaría resaltar uno de los puntos del anarquismo social con los que estoy más en desacuerdo: la concepción de lo social.
A menudo escuchamos/leemos que la revolución social llegará cuando las masas de gente se conciencien y levanten contra la opresión del sistema. Para ello, dicen algunes, hay que trabajar con la gente; hay que estar de su lado; hay que involucrarse en sus proyectos de lucha y resistencia. A estas actividades, entre otras, las denominan “sociales”, quedando las demás calificadas (normalmente de manera despectiva) como “individualistas”, “pequeño-burguesas”, “nihilistas”, “sectarias”, etcétera. Desconozco si esta apropiación del concepto “social” se hace de manera consciente y/o malintencionada, pero termina resultando en discursos excluyentes y, en definitiva, de poca capacidad para la auto-crítica. Aquellas personas tachadas con palabras como “nihilista” o “individualista” no negamos la existencia de lo social, sino que entendemos, en pocas palabras, dos cosas: 1) que la sociedad no es meramente la suma colectiva de todas las personas que la componen, y 2) la libertad humana viene dada cuando la individualidad de cada persona es potenciada y experimentada. Esto supone negar, criticar, y combatir la idealización de la sociedad que realiza el anarquismo social, idealización que bebe notablemente de las corrientes de pensamiento marxista y obrerista de los siglos XIX y XX. Entre otras cosas, dicha idealización desemboca (en casi todos los casos) en el flirteo con posturas vanguardistas. Por ejemplo, cuando leemos que el movimiento anarquista ha de colaborar en el Estado español con las Mareas ciudadanas para dar “contenido político” y “orientación anarquista” a sus dinámicas, estamos leyendo entre líneas que estas personas anarquistas saben algo que el resto no sabe, y eso que saben es ineludiblemente más acertado y superior. Es decir, se establece una jerarquía de ideas y pensamientos que en el mejor de los casos deriva en casos más o menos agudos de paternalismo intelectual. Por mucho que leamos que todo esto tiene que ver con “salir del gueto”, la verdad es que no se puede negar el componente de superioridad (ya sea moral, teórica, intelectual, y/o práctica) que este discurso conlleva.
Con todo, la crítica a la participación del anarquismo social en los movimientos sociales y ciudadanos no puede realizarse exclusivamente con lo mencionado en el anterior párrafo. Otras corrientes anarquistas, específicamente aquellas denigradas por el anarquismo social, aceptan y realizan tareas de comunicación social para difundir sus ideas, experiencias, y proyectos. Pero también lo hacen para compartir espacios comunes de reflexión teórica y práctica. Lo que distingue a las últimas de la primera es la concepción moral de sus valores e ideas: el anarquismo social pareciera que en sus discursos entrevé un único análisis objetivo y acertado de la realidad humana, mientras que otras corrientes niegan la posibilidad sistemática de absolutos universales. Cuando el anarquismo social, por ejemplo, critica al anarco-nihilismo griego o italiano de “sectario” y “vanguardista” demuestra una clara ignorancia de lo que critica (y no será por falta de escritos). Pero lo que personalmente más me preocupa no es la supuesta ignorancia del anarquismo social, sino que dicha ignorancia sea más bien una purga de las ideas críticas con las suyas propias (y la última vez que me replanteé los valores de libertad del anarquismo no encontré mención alguna a la censura y a la difamación). No obstante, sí que es cierto que de vez en cuando tenemos el privilegio de leer críticas bien argumentadas provenientes del anarquismo social hacia otras corrientes, pero no corresponde a este texto hablar de esto. Lo que sí que corresponde a este texto es cuestionar la idealización de la sociedad de la que hablaba antes.
Retomando lo que parece la concepción más aceptada de “social” en los escritos/discursos del anarquismo social, cabe mencionar que, resultante de la ya mencionada idealización, en la mayoría de casos se termina separando “sociedad” y “Estado.” De esta manera parece que la “sociedad” para el anarquismo social es una comunidad idílica de personas bien-intencionadas por naturaleza pero que el Estado (y sus instituciones) corrompe y envenena. Ante esto cabe cuanto menos plantearse cómo se dieron los Estados-nación en primer lugar: ¿cayeron del cielo sin más? ¿O se pensaron, impusieron, y reprodujeron desde el interior de la sociedad? ¿Es el Estado el único problema de la humanidad? ¿O lo es también la propia sociedad en sí? El anarquismo social con su discurso idealizado y ciudadanista[1] muchas veces cae así en el problema de contradecirse en la fluctuación que se da entre su teoría y la práctica.[2] Si aceptamos que la sociedad en sí está llena de comportamientos y valores repugnantes, y que todo esto no se mantiene solamente porque el Estado así lo dice mediante leyes y porrazos, sino que el espectáculo de la explotación se sustenta por masas de gente pasiva, sumisa, y complaciente con las migajas que el sistema les da, entonces no cabe la posibilidad de argumentar con coherencia que la participación social del anarquismo sea beneficiosa (y cabe también preguntarse cómo se puede pensar lo primero y hacer lo segundo sin sufrir una crisis de valores internos).
Como ya se ha mencionado, aquellas corrientes tachadas despectivamente de “individualistas” (como si hubiera algo malo en reconocer la individualidad de cada persona) no niegan la dimensión social de la vida humana. Todes hemos nacido en sociedad, nos han educado en sociedad, hemos crecido en sociedad, y seguramente moriremos en sociedad. Pero esto no quita para que vivamos en sociedad sin criticar, rechazar, y por qué no, impedir la reproducción de aquellas dinámicas y valores que tanto nos repugnan: racismo, sexismo, clasismo, conservadurismo religioso, etcétera. De ahí que algunas personas dentro del movimiento anarquista hablen de un pensamiento “anti-social”, que no quiere decir que se niegue la actividad humana en relación con otras personas, sino que resalta la negación más contundente de la sociedad explotadora que fomenta cualquier sistema autoritario. Lo social resulta hoy que no es las comunas obreras viviendo en armonía y felicidad, sino personas de clase obrera que no dudan en condenar a las personas migrantes por todos los males que sufren. Lo social resulta hoy que no es las asambleas donde todo se decide por consenso pacífico, sino las reuniones donde se buscan soluciones intermedias para mendigar unos pocos centímetros más de cadena. Lo “social” con lo que tanto sueña el anarquismo social resulta que no se adapta a sus análisis de corte marxista, donde las condiciones materiales de existencia de cada persona (es decir, su clase social) determinan su comportamiento, sus ideas, y sus intereses. No habrá masas obreras que se levanten en nombre de la anarquía por mucho que levantemos las manos vacías en las Marchas de la Dignidad. No habrá asambleas libertadoras por mucho que intentemos autogestionar las miserias de este sistema productivo. He aquí la podredumbre de esta sociedad y su “social”: el poder y la resultante autoridad. Si lo “social” de nuestra sociedad pide mejores sueldos sin plantearse cambiar las relaciones de poder/autoridad en sus trabajos, en sus relaciones amorosas/familiares, y en sus amistades, entonces mejor estábamos sin la etiqueta de “social.” El poder y su autoridad están bien vivas en las asambleas del 15M, en las fábricas autogestionadas de Grecia, o en las mareas y movimientos sociales del mundo entero, si no se eliminan sus raíces y todas las diminutas ramificaciones autoritarias que se dan en la vida social cotidiana. Por ello hay que replantearse seriamente el concepto de “anti-social”, no porque se niegue el aspecto colaborativo y comunitario del ser humano, sino porque no encontramos libertad en la sociedad actual.
Pero para seguir pensando y plasmando nuevas ideas en nuestro quehacer revolucionario hace falta querer escuchar y comprender a compañeres con ideas (y prácticas) distintas a las propias. El diálogo entre ideas es fundamental en el anarquismo, sino se tiende a caer en ortodoxias construidas sobre torres de marfil (y las torres de marfil están siempre defendidas por paladines de lo sagrado). Tener una actitud abierta sin soberbia ni pretensiones de universalidad es un buen camino para crear nuevas, dinámicas, y más eficientes formas de destruir la sociedad que nos oprime. Plantearse lo tabú, pensar en lo que no se suele pensar (por creer que ya está dado, como que el Sol sale por el este), y escuchar las experiencias de otres compañeres, son potentes armas contra el poder y la autoridad de esta civilización opresora. Sin que suene a recochineo el anarquismo social haría bien, aquí y ahora, en escuchar sin prejuicios a esas voces a las que que juzga y condena, porque en interés de muches está la destrucción de la autoridad. Y para esto necesitamos organización que desemboque en ataques eficaces contra el Estado y el poder.
Notas
[1] Ciudadanista porque termina participando de ideas y dinámicas propias de la ciudadanía actual, como las Mareas.
[2] Me consta (o quiero pensar) que solamente el rancio marxismo piensa que el Estado en manos de la burguesía es la única traba a la emancipación humana. Aunque es difícil pensar así cuando anarquistas hablan de autogestión obrera, empoderamiento popular, participación ciudadana, etcétera.