El año 2015 se abre en la sociedad española en un contexto político y económico muy particular, en el que mucha gente alberga esperanzas próximas de cambio real que por fin logren superar las tremendas dificultades que la sociedad viene sufriendo desde el inicio de la crisis en el año 2008. Sin embargo, dichas ilusiones de cambio vienen en gran parte de la mano de proyectos electoralistas cuyo objetivo es alcanzar las instituciones para usarlas y transformarlas de tal manera que resuelvan o al menos mitiguen los efectos de la crisis que, en no pocos aspectos, ha llegado a un punto límite y extremadamente trágico. En este contexto nos paramos a preguntarnos por qué se vuelve a fijar la mirada en nuevas (o no tan nuevas) propuestas electoralistas y en qué posición se encuentran aquellas propuestas de salida no solo de la crisis, sino de las condiciones económicas y políticas que la generaron, que no pasan por la vía institucional, como lo son por ejemplo las propuestas anarquistas. Para ello vemos necesario hacer un breve repaso a las transformaciones sociopolíticas que la sociedad española ha experimentado en los últimos años.
Como punto de partida tenemos que situarnos en el 15M, puesto que la irrupción de este movimiento en el año 2011 supuso un antes y un después, ya que consiguió desbloquear lo que parecía una sociedad tremendamente pasiva ante los duros efectos de una crisis que venía sufriendo desde hacía 4 años e iniciar un nuevo ciclo de movilizaciones y luchas. El 15M fue el despertar de la conciencia colectiva ante el paro brutal, la pérdida progresiva de derechos y el enriquecimiento general de la población, que veía cómo paralelamente aquello que en los últimos tiempos se ha venido llamando “casta”, es decir, las elites que manejan este país (tanto políticas como económicas) continuaban enriqueciéndose, manteniendo e incluso aumentando sus privilegios. El 15M puso en cuestión por primera vez aquel constructo nacido del pacto del 78, tanto en lo referente a las formas tradicionales de hacer política (basadas en un delegacionismo extremo y una enorme pasividad ante los problemas y responsabilidades propias) como en una serie de mitos o mantras repetidos durante décadas (por ejemplo, la idea de que el estudio y el esfuerzo personal tendría como recompensa un trabajo estable, decente y con un salario digno). El 15M abrió la puerta a una crítica generalizada del bipartidismo (y no solamente, puesto que el sistema de partidos en su conjunto fue puesto en cuestión), al inoperante y burocratizado sindicalismo de concertación (con CCOO y UGT como máximos exponentes), a instituciones hasta entonces “intocables” como lo era la Monarquía, e incluso al papel de los medios de comunicación. Dentro del 15M surgieron infinidad de preguntas que animaban a cuestionarse todos y cada uno de los pilares del sistema actual y a buscar alternativas al mismo. El ciclo de movilización y de luchas que se abrió en aquel momento comenzó a plantar cara de forma seria a los mazazos que daba la crisis y a expandirse a lo largo y ancho del territorio estatal. Sin embargo no podemos olvidar que las críticas y luchas que iban apareciendo no eran nuevas, sino que desde hacía muchos años venían produciéndose, eso sí, desde colectivos más minoritarios, pero que siempre habían estado planteando alternativas sistémicas. Como ejemplo tenemos la experiencia que aportó el movimiento okupa de cara a la liberación de espacios donde realizar asambleas, actos de financiación de las luchas o directamente para servir de viviendas al colectivo tan afectado de desahuciados, que a través de la PAH supo articular una de las luchas más ejemplares e importantes. Asimismo queremos destacar (como ya se ha hecho anteriormente en bastantes ocasiones) la influencia de las ideas y (quizás principalmente) las prácticas utilizadas tradicionalmente por movimientos y colectivos anarquistas o cercanos al anarquismo. La práctica asamblearia, si bien no es exclusiva del anarquismo, es defendida como la base de toda organización, fue en todo momento de la mano del 15M; la autogestión, la acción directa, el apoyo mutuo, muchas de las críticas y propuestas que se lanzaban desde las asambleas tenían claros antecedentes libertarios. Sin embargo, la respuesta del anarquismo propiamente dicho no fue en todos los casos de apoyo y colaboración activa con el movimiento; atendiendo a diferentes contextos particulares de cada pueblo, barrio o ciudad, los colectivos afines al “movimiento libertario” se acercaron de forma diferente al 15M. En algunos casos se volcaron con las asambleas, en otros se aceptaba aunque con cierta distancia e incluso recelo y en otros (por suerte, creemos, los más minoritarios) directamente se rechazaba y criticaba al 15M.
Fuera como fuese, el movimiento se extendió a los barrios (que no así a los centros de trabajo, uno de sus grandes fallos o incapacidades), impulsando y desarrollando luchas variadas durante los años siguientes, creciendo tanto cuantitativa como cualitativamente, e impregnando determinadas luchas relativamente potentes (hablamos, por ejemplo, de las luchas en sanidad o en educación, las llamadas mareas, aunque también podríamos hablar de otro tipo de luchas como las protestas del barrio de Gamonal). Asistíamos a manifestaciones y concentraciones masivas que tenían un impacto mediático importante (muchas veces porque acababan en enfrentamientos con la policía): la marcha minera que concluyó en Madrid, los diferentes Rodea el Congreso. La más multitudinaria de esas manifestaciones, la que se produjo el 22 de marzo de 2014 cuando confluyeron las Marchas de la Dignidad en Madrid, y también la más espectacular (y no solo por los duros disturbios del final de la manifestación), supuso el fin del ciclo de luchas abierto el 15M. A partir de aquí, ya con una nueva formación política que pretendía recoger todo el descontento que había explosionado en 2011 (hablamos, evidentemente, de Podemos), parece que asistimos a un desinflamiento de las movilizaciones y de las protestas a la par que aumentaba el interés por el nuevo partido político. Desde entonces hasta ahora la desmovilización en la calle es más que evidente, y de nuevo parece que se vuelven a poner esperanzas en la vía institucional, las elecciones y los partidos políticos.
En vista de todo lo anterior cabe preguntarnos, como anarquistas, ¿por qué este cambio?, y ¿cuál está siendo la actitud y la influencia del movimiento anarquista? Respecto a la explicación de este cambio de posturas habría que hacer un análisis de los fallos que arrastraba el 15M, que no eran sino la continuación de fallos e incapacidades de los movimientos sociales anteriores a él (por ejemplo, la incapacidad de crear organizaciones fuertes, unidas y constantes, que enfrentasen a problemas concretos y consiguieran soluciones prácticas, con la salvedad de la PAH). Con el paso del tiempo y la agudización de los problemas sociales, la sensación de incapacidad (al menos aparente), de que no se generan victorias (o no las suficientes), y de que se está siendo incapaz de transformar la sociedad en la línea que la enorme ilusión que nació con el 15M preveía, puede generar impotencia y hacer aumentar la tentación hacia otras vías en principio más rápidas: las elecciones y las instituciones. Tampoco vamos a obviar que la situación de mucha gente es extrema, y el reclamo y búsqueda de soluciones inmediatas es una necesidad (habría que analizar hasta qué punto las instituciones son una vía más rápida y efectiva de resolución de estos problemas, aunque no analizaremos esto aquí).
El punto más importante y que queremos resaltar más aquí es la postura y actitud del movimiento anarquista. Las críticas del movimiento libertario hacia la opción que postula Podemos son constantes y necesarias (nosotros mismos somos partícipes de estas críticas), sin embargo en ocasiones parecen críticas más fruto de la impotencia y la frustración propias, con argumentos a veces infantiles y muy pobres, y también con determinados análisis erróneos a nuestro parecer. Con todas las críticas que se le puedan (y deban) hacer a Podemos, pensamos que también es necesario ser humildes y hacer un amplio ejercicio de autocrítica; reconocer que la estrategia que se está siguiendo por parte de estas posturas institucionales (estrategia, eso sí, que no compartimos) les está dando, al menos en estos primeros momentos, frutos considerables; que han conseguido atraerse a gran parte de la sociedad y que han abierto una brecha importante en el régimen del 78 (si bien no es esto lo único necesario, puesto que se echa en falta una crítica más abierta hacia el capitalismo, que es lo que realmente genera la miseria y desigualdad, y no el bipartidismo). Tenemos que reconocer que el anarquismo no está consiguiendo un avance notable, estamos siendo incapaces de terminar de conectar con la gente y de generar un contrapoder efectivo basado en principios libertarios y con objetivos netamente anarquistas. Sí es cierto que hemos conseguido algunos pequeños avances, como por ejemplo el aparecer ante la sociedad con una cara más amable de la que tradicionalmente se ha achacado al anarquismo, el ganar simpatías y acercamiento a la gente, fruto de haber participado codo con codo en desahucios, asambleas de barrios, manifestaciones y todo tipo de protestas desde la efervescencia del 15M. Pero más allá de esta simpatía, en ocasiones condescendiente (“las anarquistas tenéis buenas intenciones, pero vuestras ideas son utópicas”), no hemos roto la barrera para que la gente vea en nuestras propuestas una solución a sus problemas cotidianos que les haga abrazar las ideas, organizaciones y finalidades anarquistas. En esto los principales culpables somos nosotros mismos. Adolecemos de determinados problemas que no somos capaces de superar y que deberíamos revisar, como por ejemplo nuestras estrategias comunicativas, el lenguaje, simbología y actitud que adoptamos, cargados en no pocas ocasiones de cierto sectarismo o arcaísmo. También la apelación constante al pasado es un escollo que debemos salvar; es necesario estudiar y aprender de experiencias históricas, pero no siempre son útiles para los retos del presente, y nuestra preocupación máxima ha de ser, precisamente, la realidad actual y el futuro que queremos construir. Otro de los graves problemas, a nuestro entender, es la fragmentación del movimiento libertario, que a pesar de la enorme variedad de organizaciones que posee (sindicatos, colectivos, grupos, editoriales, etc) se mantiene disperso, sin una estrategia común que, creemos, lo ayudaría a cohesionarse y a avanzar.
El anarquismo tiene una potencialidad enorme en los tiempos que vivimos, pero tenemos que saber desarrollarla y aprovecharla. Hemos de saber ofrecer a la sociedad algo más que un conjunto de ideas “bonitas” y justas (pero vistas como utópicas), tenemos que ofrecer alternativas reales y efectivas que logren resolver a corto-medio plazo los problemas cotidianos de la gente y a partir de ahí continuar en la lucha por la emancipación total. Si logramos concretar nuestras propuestas habremos dado un paso de gigante. Pero para ello primero tenemos que hacer, una vez más, un enorme e importantísimo ejercicio de autocrítica, de reelaboración de nuestros esquemas analíticos y de nuestro lenguaje, y quizás un diálogo conjunto de todo el espectro libertario para definir nuestra acción en los años venideros. El anarquismo que viene será, ni más ni menos, que aquel que los y las anarquistas seamos capaces de articular.
ANARQUISTAS CONTRA EL GUETO