“Si Makhno levantase la cabeza, os daba a las insus unas cuantas collejas.”
“El insurreccionalismo ibérico sigue siendo literatura incendiaria, riotporn y comedores veganos.”
Estos comentarios, a priori desafortunados y cuya autoría reivindico, fueron vertidas en las redes sociales por mí hace no demasiado tiempo que encendió la ira de ciertos personajes que se declaran insurreccionalistas. A estas alturas, muchas sabréis que soy muy crítico con esta tendencia dentro del anarquismo, ya que veo en el actual anarquismo insurreccionalista errores estratégicos garrafales. No obstante, que sea crítico no implica que quiera aportar una crítica con rigor al asunto, cosa que quiero dedicar en este artículo al margen del típico flame de Internet (comentario muy subido de tono y cargado de insultos, ad hominems y críticas destructivas). Sin querer caer en mitos e idealizaciones sobre el insurreccionalismo, aquí voy a aportar otra mirada que sirva para la crítica constructiva.
La tendencia insurreccionalista básicamente parte de tensionar los conflictos sin importar la coyuntura en que se encuentre ni cómo estén articulados las fuerzas sociales y políticas en el escenario, generando pequeñas insurrecciones cotidianas que se vayan extendiendo entre la población y que llegue finalmente a lograr una insurrección de masas. No obstante, aquí cabría distinguir entre insurrección e insurreccionalismo (la tendencia que propone las insurrecciones como estrategia), y que una insurrección no siempre es de caracter revolucionario. La propia definición de insurrección nos da unas pistas: un levantamiento violento contra el orden establecido. Esta definición abarca un gran abanico de tipos de levantamientos, que pueden tener detrás diversas tendencias políticas. Así pues, podemos hablar de levantamientos con carácter popular o levantamientos reaccionarios de tipo fascista, por ejemplo. De hecho, el insurreccionalismo no es exclusivo del anarquismo, sino que también esta táctica la pueden adoptar el marxismo-leninismo, como veremos más adelante.
Comenzando a aclarar el insurreccionalismo anarquista, miremos por un momento a Néstor Makhno. Las ideas de Makhno seguramente chocarían mucho con el pensamiento insurreccionalista actual, pues Makhno era un gran estratega y apelaba básicamente a la disciplina voluntaria, y la unidad teórica y de acción, valores con los que levantó un ejército bien estructurado en cuyas filas solo estaban formadas por combatientes de clase trabajadora (campesinos y obreros). Muy lejos del informalismo y los pequeños grupos de afinidad que pregonan hoy el actual insurreccionalismo. Makhno también encabezaría un movimiento que llevaría su nombre y su Ejército Negro era un ejército insurreccional que combatió entonces a la reacción aristocrática de la época, la naciente burguesía, también a la pequeña burguesía y al Ejército Rojo cuando trataron de liquidar el movimiento makhnovista. Sí, Makhno fue insurreccionalista, los guerrilleros y guerrilleras que combatieron en las filas del Ejército Negro también lo fueron. No obstante, el movimiento makhnovista no logró ser tal por la adoración al fuego de la revuelta y el caos, ni lo dejaron todo a la improvisación ni tuvieron como base los discursos incendiarios que acostumbramos ver en el insurreccionalismo actual, no. El movimiento makhnovista era la expresión de las masas campesinas por conquistar la organización de sus vidas en base a la libertad y la cooperación. El Ejército Negro era pues la fuerza armada que defendía esas conquistas.
Volviendo la mirada hacia casos más actuales, podemos ver que el insurreccionalismo del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación) y los grupos autónomos se distancian de la rama nihilista actual de, por ejemplo, el FAI/FRI (Federación Anarquista Informal/Frente Revolucionario Internacional), ya que desde el MIL por ejemplo, sí buscaban una base social de apoyo en la clase trabajadora a través de acciones como expropiaciones de dinero a bancos para financiar las huelgas.
Luego, entre el insurreccionalismo de corte marxista-leninista encontramos a las Brigadas Rojas (Brigate Rosse) que operaron en Italia entre los años 1969 y 1987, y el MIR (Movimiento de la Izquierda Revolucionaria) fundado en 1985 en Chile y que actualmente siguen existiendo. En concreto el MIR, a parte de la lucha armada, siguen la estrategia del poder popular para tener bases sociales. Posiblemente existan otras organizaciones marxistas de cariz insurreccionalista, pero menciono estas a modo de ejemplo.
Como acabamos de ver, el insurreccionalismo puede tener detrás diferentes tendencias ideológicas, lo cual, no se puede hablar de insurreccionalismo como tendencia en sí. Respecto a los errores estratégicos en el insurreccionalismo, uno de los principales errores son el descuido de las base social al desvincularse de las luchas sociales, lo que en ocasiones llevaría a adoptar posturas vanguardistas, pretendiendo adelantarse a los procesos sociales que se dan en una determinada coyuntura. Sin embargo, este caso no es la regla, puesto que en el caso del MIR, su estrategia del poder popular les permitió sobrevivir, mientras que las Brigadas Rojas no pudieron al verse empujados hacia el terrorismo únicamente —sin olvidar que en aquella época en Italia la OTAN saboteó el auge del comunismo mediante atentados atribuidos falsamente al Partido Comunista—, lo cual hizo que se desvinculasen de las bases sociales y terminasen aislados y neutralizados. Otro de los grandes errores son sus análisis de la coyuntura, que tienen más de literatura que de información sobre la realidad material sobre el cual trabajar en la transformación social. Además de esto, la apuesta total por la improvisación y la destrucción en el ahora, sin tener estrategia política alguna ni hojas de ruta ni objetivos marcados y más o menos concretados más allá de la máxima de la libertad, así como la entrega total a la volatilidad de los grupos de afinidad informales, hacen que ciertas insurreccionalistas acaben invirtiendo muchas fuerzas para acabar yendo forzadas por la coyuntura tirando del “acción-reacción”.
A pesar de estos errores, tengo que reconocer que el insurreccionalismo nacido de los años ’70 y ’80 fue una respuesta contundente y necesaria, como un toque de atención y una salida hacia delante ante la derrota generalizada de las izquierdas a la izquierda de la URSS, entre las cuales se incluye el anarquismo, estancadas en el burocratismo, incapaces de innovar y de adaptarse a la coyuntura de un neoliberalismo naciente. Es en aquella época en que el insurreccionalismo y las subculturas como el anarkopunk permitieron, de alguna manera, la supervivencia del anarquismo. No obstante, mucho ha llovido desde aquellas décadas de finales del siglo XX. Unos 30 años después, la coyuntura cambió y está cambiando rápidamente y estamos asistiendo a una época en que las subculturas están siendo asimiladas por el capitalismo y la reestructuración capitalista que no es más que otra vuelta de tuerca del neoliberalismo siempre a la ofensiva, además del acecho del fascismo como tendencia para captar sectores descontentos de la población. Por ello, nos urge cambiar de estrategias. Nos toca realizar de nuevo los análisis de coyuntura y articularnos como alternativa política seria que plante cara al neoliberalismo y se supere la mera resistencia para poder pasar a la ofensiva, pero no una ofensiva de disturbios y pequeñas insurrecciones, sino una ofensiva a partir de un proyecto de mayorías, del poder popular como fuerza política revolucionaria.
Volviendo al hilo, en cuanto al insurreccionalismo anarquista, hay casos y casos. En el caso de la región española, la afirmación de que el insurreccionalismo aquí no es más que literatura incendiaria, riotporn (darle más importancia a los disturbios y pajearse con el fuego, obviando el trasfondo de un conflicto social en cuyos acontecimientos hayan disturbios) y comedores veganos acierta bastante de lleno si lo comparamos con Atenas por ejemplo, donde las anarquistas insurreccionalistas, incluso de la rama nihilista, hacen cosas por el barrio liberando espacios (okupas), manteniendo a raya a la policía, los fascistas, el tráfico de drogas y protegiendo a la población inmigrante que ve en Exarchia un barrio seguro, así como la fuerte solidaridad que desatan por las militantes presas. A pesar de todo, hay que decir que no toda residente en Exarchia es anarquista, sino personas no expresamente ideologizadas que se volcaron hacia la autogestión como respuesta a la aguda crisis económica griega. En cambio, aquí en el Estado español siquiera podría decirse (según algunas compañeras) que existe el insurreccionalismo. No hace falta indagar mucho para encontrarnos con textos incendiarios en cualquier página web o en un panfleto insurreccionalista en el Estado español, ni qué decir de la estética del encapuchado, el fuego y las barricadas que acompañan a los textos y sus espacios. ¿Y qué hay de acciones más allá de montar comedores veganos para conseguir algo de financiación, que en vez de parecer medios, parecen convertidos en fines? Desde luego que no puede compararse con las compañeras insurreccionalistas griegas. Ni Gamonal ni Can Vies tienen que ver con las insurreccionalistas puesto que, en el caso de Gamonal, las respuestas fueron articuladas desde las asambleas vecinales y la victoria fue posible no gracias a los disturbios, sino a la movilización del pueblo y la solidaridad desatada en todo el territorio español. Y en el caso de Can Vies es similar, con más de 17 años de historia creando barrio y con diversos colectivos sociales y políticos articulando las protestas. Así que, que no se cuelguen medallitas solo porque hayan sido protestas violentas, que parece ser además lo único que valoran, obviando el tejido social creado. He aquí las razones por las cuales publiqué las frases aquí expuestas al principio del texto, pues además el pensamiento de Makhno dista mucho del imaginario insurreccionalista actual en el Estado español.
Como conclusiones finales y apartir de todo lo dicho, puedo decir que el insurreccionalismo solo podrá tener cierto éxito si consigue tener una base social de respaldo (que permitiría resistir los golpes represivos que fácilmente neutralizan la actividad insurreccional al aislarla de la sociedad), que le dé contenido político y constituya así una fuerza real revolucionaria. De hecho, incluso desde el anarquismo social se tendrá que adoptar la estrategia insurreccional cuando nos hayamos constituido como fuerza política real, como pueblo articulado políticamente, cuando hayamos realizado nuestro proyecto de mayorías, y llevemos el conflicto de clases al nivel político-militar (revolución social o guerra popular), como está pasando en Rojava y como ha pasado con el movimiento makhnovista. Dicho de otra manera, las estrategias tienen que adecuarse en cada coyuntura. No se puede adoptar una estrategia insurreccional sin tener apenas inserción en movimientos sociales y populares amplios, sin haber un alto grado de conflictividad social en el cual estén en marcha procesos de creación de poder popular y, por tanto, su articulación política; ni tampoco podemos apostar únicamente por la estrategia de inserción social, estrategia que en la coyuntura inmediata es más que acertada pero que no lo será cuando se construya un contrapoder popular y haya que pasar a la ofensiva.