La izquierda libertaria en Europa necesita de un proyecto de sociedad contrario al capitalismo y capaz de ilusionar a una mayoría de la sociedad. Para el proceso de idear dicho proyecto y de levantar organizaciones que lo sustenten y marquen el programa para hacerlo realidad partimos de un acumulado de luchas y propuestas con mayor o menor relevancia, camino recorrido y capacidad transformadora sobre el que podemos y deberemos apoyarnos.
Buena parte de ese acumulado es la memoria de los procesos revolucionarios que movilizaron a grandes masas de la población en defensa de una sociedad libre, socialista y federal, como el anarcosindicalismo español, la revolución rusa o la ucrania de Makhno por poner ejemplos europeos clásicos. Una memoria que no debe ser mitificadora ni simbólica, sino una memoria crítica, capaz de entender la coyuntura y las dificultades a las que se enfrentaron los revolucionarios de esas épocas y cómo supieron levantar propuestas audaces adaptadas al momento histórico, que servirían como referentes para sus respectivos movimientos populares.
Más allá de estos aparejos históricos, el texto hace un repaso del contexto actual para los revolucionarios, analizando los mimbres sobre los que estos deberán construir su proyecto de transformación social: una clase obrera precarizada, la falta de formación militante y sindical, las asambleas, el lento despegue del cooperativismo, los pueblos okupados o el municipalismo.
¿Es suficiente todo esto para que se forme una cultura anticapitalista a la ofensiva? En el totum revolotum de vías de acción y proyectos de cambio social más bien se echa en falta una visión común, estratégica, multifacética pero dirigida y no dispersa, que enganche y movilice a una mayoría social. Ese es el proyecto aún por construir.
Abriendo camino a la superación del Estado. ¿Con qué contamos?
Cuando se habla de unidad de las luchas a menudo se tiende a pensar en grandes asambleas en las que todo el mundo converge y todas las organizaciones sociales y político-sociales se dan de tortas para que su opinión partidista y sectorial prevalezca. Apenas nos ponemos a pensar o debatir sobre estrategias de cómo superar esta sociedad capitalista y estatal. Sirva este artículo para comenzar a plantearnos cuestiones de este tipo.
Porque en primer lugar, ¿qué sustituye al Estado? ¿Nos planteamos esta cuestión alguna vez en tanto a movimiento? Y si nos la hemos planteado, ¿qué van haciendo las organizaciones libertarias en este sentido? Creo que este debate se tiene que ir configurando en los próximos años como un tema a tratar en los ámbitos militantes. Nunca nos valió la idea de Partido-Estado que en tiempos predominó en la izquierda, en cambio tenenos que proponer otros modelos viables.
La confluencia debe ser estratégica también y no sólo en el sentido de agrupar el máximo número de organizaciones para la enésima sopa de siglas en un cartel, sino de hacer encajar diversas tácticas revolucionarias en un mismo proyecto de transformación social. Las luchas convergen en sus distintas manifestaciones y formas y dan lugar a una nueva sociedad. En el proceso de convergencia y alianza se irá generando el modelo de la sociedad futura.
Pero pasemos ahora a hablar de qué formas organizativas de la sociedad podrían sustituir totalmente o en parte al Estado. Son las vías a seguir y fortalecer. Si nos vamos a la historia, y echamos un vistazo a la configuración de los movimientos sindicales, sociales y de forma de vida nos encontraremos con varios organismos que son capaces de garantizar el funcionamiento de la sociedad una vez haya caído el Estado. Estos son: los consejos obreros, los sindicatos, el municipalismo libertario, el cooperativismo y las comunas. Cada uno de estos organismos ha encabezado o bien procesos revolucionarios o bien ha generado sociedades paralelas en el seno de la sociedad capitalista.
Actualmente los consejos obreros (soviets en Rusia en 1905 y 1917, räters en la Alemania de 1919, cordones obreros en Chile en 1972, los comités de acción en Francia en 1968 o las Shoras en Irán en 1979, entre otras denominaciones), tienen poca influencia en la izquierda estatal. Se basan en la asamblea de trabajadores y trabajadoras de una misma empresa. Y se han utilizado en momentos en los que los sindicatos brillaban por su ausencia, o bien porque estaban ilegalizados, o bien porque eran organizaciones huecas, sin capacidad ni intenciones de transformar la sociedad.
En nuestros días las empresas prácticamente no tienen asambleas. Los sindicatos no las convocan, y la clase obrera ha caído en un desánimo y pasividad que hace que en estos momentos hablar de un movimiento de asambleas obreras sea completamente utópico. Lo que queda de aquel modelo en el estado español son instituciones corrompidas como Comisiones Obreras o los Comités de Empresa. En este sentido si los sindicatos tuvieran intención revolucionaria intentarían o bien promover la asamblea de trabajadores como forma de funcionamiento o bien desde los comités comenzar a hablar de autogestión de los medios de producción.
En este sentido se puede comenzar a avanzar en una línea autogestionaria y colectivizadora si desde los sindicatos que se dicen revolucionarios se empieza a abordar en serio esta cuestión, haciendo una formación metódica entre los trabajadores afiliados y que representan el sindicato en este tipo de instituciones como los ya nombrados Comités de Empresa. Para quien no lo sepa, hay bastantes coordinadoras de comités de empresa que unen empresas y fábricas de la misma corporación capitalista, o del mismo territorio. De esta forma se podría coordinar un sector productivo entero o bien un polígono o las empresas de toda una comarca. El caso es que, como acabo de decir, falta una formación sindical apropiada para quienes están en los comités.
De todas formas, si creemos en la asamblea de trabajadores, ésta debe nombrar a sus representantes, y éstos deben ser revocables en todo momento. El gran problema de fondo es que el asamblearismo tiene corta duración. La gente común está en procesos asamblearios mientras le dura el problema. Más allá de eso los movimientos asamblearios caen en manos de los sectores más ideologizados y politizados, convirtiendo los procesos asamblearios en luchas de poder entre las tendencias de la izquierda. Sin embargo, si queremos la autogestión generalizada tenemos que promover asambleas en los centros de trabajo de forma generalizada. Y también deben disputarse los comités, tanto para echarlos abajo si no representan los intereses de la plantilla, como para fortalecer la idea de la socialización y la toma de los medios de producción entre la clase trabajadora, cuestión clave si estamos hablando de iniciar un proceso revolucionario.
Otro de los movimientos que históricamente ha intentado la revolución social ha sido el anarcosindicalismo, o el sindicalismo revolucionario. Tuvo su apogeo como sabemos en la Revolución española de 1936, pero también importancia en procesos como las ocupaciones de fábrica en Italia en 1920, las ocupaciones también de fábricas en Francia en junio de 1936, en el Cordobazo argentino de 1966 y en numerosísimas huelgas generales de todo el mundo.
El sindicalismo con vocación de cambiar la sociedad ha sido capaz de generar toda una cultura radical a su alrededor, un aura de mística revolucionaria que atrae a la clase trabajadora más combativa. Pero tiene su peligro, que es el de caer en el sectarismo y no ver más allá de su propia organización. Hay que tener muy claro que el objetivo primordial es el de la toma de los medios de producción, distribución y consumo, cosa que hizo el anarcosindicalismo ibérico en tiempos. Pero esa conciencia vino a través de dos o tres décadas de formación constante en los sindicatos. Hay que comenzar a formar en general a las nuevas generaciones de militantes y de contrastar los conocimientos adquiridos con otras experiencias alrededor del mundo para prepararnos para cualquier eventualidad. Entidades como ICEA o los gabinetes técnicos de los sindicatos deben tomar las riendas en las formación sindical en sentido colectivista y socializador.
Si nos coordinamos de alguna manera con los procesos consejistas o semi-consejistas (de tipo de comités de empresa) de los que hemos hablado, se podrá derrocar el poder del delegacionismo en el seno del movimiento obrero. Hay que generar unos nuevos comités de empresa verdaderamente en manos de los trabajadores y no de las élites burocráticas de los sindicatos capitalistas. Esa es labor inmediata ahora que se da tanto descrédito del sistema sindical y de comités de empresa en el estado español. No sabemos si se podrán generar otros mecanismos de participación obrera, pero es necesario que los grandes sindicatos pierdan su capacidad de movilización y la ganen nuestras organizaciones.
Pero la clase obrera precarizada no tiene siquiera la capacidad de sindicalización, o al menos no ve necesidad, ya que su empleo dura lo que dura. En este caso se deben encontrar otras formas de actuación político-social. En este caso podremos hablar de dos organismos a tener en cuenta, por un lado el municipio libre, y por el otro el movimiento cooperativista.
Comencemos por el segundo, que guarda relación con la economía política. El cooperativismo ha sido históricamente visto como un movimiento poco o nada revolucionario. Pero es cierto que hubo un cooperativismo obrero que era un apoyo del movimiento revolucionario, de ese que convocaba grandes huelgas generales y movimientos insurreccionales. El cooperativismo tenía dos vertientes, una productiva, que daba trabajo a numerosos obreros (y tenemos que reconocer que algunos de ellos habían perdido su empleo y que estaban en listas negras patronales y tenían muy difícil volver a trabajar) y la otra distributiva o de consumo. Esta segunda podría llegar a ser tan potente que en sí misma era un contrapoder.
Si en vez de ir al Eroski o al Carrefour, la población de clase trabajadora fuera a la cooperativa, otro gallo cantaría. En esas estaban en la región de Bolonia en 1920, en pleno auge del cooperativismo promovido por el Partido Socialista Italiano. Fue un movimiento tan masivo que los comerciantes sentían que se les hacía boicot si no se apuntaban al cooperativismo. Y muchos acabaron en el fascismo, como consecuencia. El cooperativismo per se no es revolucionario, intenta vivir el día a día de la mejor forma posible, pero viviendo de forma parecida a la sociedad que se promueve. Aquí también se requiere un cooperativismo vinculado a la transformación social, arraigado, combativo, y que sirva de elemento de propaganda y conexión con otros sectores de la sociedad. Si en vez de tantos trabajadores autónomos, por cuenta propia, tuviéramos un movimiento cooperativista en condiciones, y politizado, también nos cantaría otro gallo.
Otra manifestación del cooperativismo era las mutualidades. En nuestros tiempos en los que los permanentes recortes amenazan con echar al traste el estado del bienestar podremos ver pronto algún resurgimiento de aquellas sociedades de socorro mutuo. Ya comienzan a abrirse algunas clínicas gestionadas por gente de nuestro ámbito y hay otros proyectos (exclusión social, residencias de ancianos, etc.). Pero lo que realmente importa, como decían algunos artículos de prensa del anarcosindicalismo de los años 70, es tomar la Seguridad Social en manos de las organizaciones populares. Hospitales y escuelas deberían estar en manos de sus trabajadores y usuarias. Eso sí que sería revolucionario. Tomar el estado del bienestar en nuestras manos es de por sí subversivo. Y eso lo decían en los años 70.
Antes las cosas funcionaban de otra manera. Por ejemplo el sindicalismo revolucionario siempre intentaba tener una bolsa de trabajo. Era como controlar el INEM. Si controlabas la forma en la que las empresas contrataban los trabajadores, habías ganado. Todo el mundo se tendría que afiliar a tu sindicato. Esta es una de las razones de la enorme fuerza del anarcosindicalismo en ciertos territorios en los que podían hacerlo. Un sindicato que tenía una bolsa de trabajo, un economato, y algunas cooperativas aliadas, y hasta sindicato de jubilados, era toda una sociedad paralela.
El municipalismo libertario funciona de otra manera. También se basa en generar un contrapoder al del Estado. Aunque Bookchin era partidario de tomar la institución del ayuntamiento en caso de que el movimiento popular fuera fuerte y necesitara crecer más, pienso que no es necesario llegar a ese punto. Lo necesario es tener una serie de asambleas de barrio con verdadera vocación de contrapoder, de control de su barrio. El municipio, tal como está montado en el estado español, no tiene tanta capacidad de maniobra como nos pensamos. Está muy limitado desde arriba, y en cuanto se haga algo que no conviene puede llegar a ser disuelto. De todas formas es necesaria una institución equivalente que sea la voz del municipio. Esto lo puede hacer bien una federación de barrios. Siendo una confederación de municipios a niveles mayores. En este caso nos podemos encontrar el mismo problema de participación que con las asambleas de trabajadores. El asamblearismo funciona en momentos importantes, pero más allá decae y solo queda la gente más convencida.
Desde luego, que ahora mismo un proyecto municipalista debiera intentar converger con los demás movimientos en un proyecto revolucionario. Es importante saber entenderse entre las diferentes visiones tácticas. Pero sobretodo intentando impulsar algunos factores importantes como el de los servicios públicos, la bolsa de trabajo, las mutualidades y una red de cooperativas de su territorio. Creo que esto se puede hacer aquí y ahora. Pero como siempre, nos falta formación.
Por último otro de los factores que actualmente existe en el estado español y del que podría salir también otro contrapoder, es el de los pueblos okupados, cedidos o comprados que se van convirtiendo poco a poco en focos de autogestión rural. El tema es que como son proyectos pequeños apenas se toma en serio sus posibilidades tácticas. Se trata de unos centenares de personas esparcidas por un gran territorio rural semi-despoblado.
Pero estamos hablando de gente que suele estar bastante politizada, y que tiene claros los conceptos de autogestión y asamblearismo. Quieren organizar su sociedad libre aquí y ahora, y lo están haciendo. Apenas existe difusión de su trabajo, pero tienen sus redes y sus coordinadoras. Si tienen algún proyecto de trascender a su comunidad apenas se sabe. Lo que sabemos es que algunas escuelas rurales (oficiales) funcionan casi como escuelas libres debido a que lxs únicxs niñxs son de la comunidad que bajan al pueblo más cercano. Y así en otros ámbitos. Queda la sensación de que si formaran un sindicato agrario serían el sindicato mayoritario en varias comarcas. Pero estamos hablando de gente que no se plantea ser un contrapoder, sino que la dejen vivir su vida en paz. En este caso el trabajo necesario para organizar la revolución en estos territorios es político (qué se quiere hacer, cómo, con quien, para qué).
Es decir, que siendo “posibilistas” respecto a lo que tenemos aquí y ahora, en realidad hay varios organismos que si se coordinaran en un proyecto coherente en realidad podrían gestionar la sociedad. Se necesitan grandes dosis de formación en todos los niveles, y de voluntad de derrotar el Estado, y no dejarlo a un lado. La lucha es multifacética y debe construir sus propias instituciones post-revolucionarias a partir de lo que hay. Este es el reto de nuestros días.