La escalada represiva en estos últimos tiempos ha venido a raíz del aumento de la protesta social ante la crisis, y por ello, el Estado se encuentra en la necesidad de blindarse ante una posible escalada de conflictos sociales que desestabilicen los cimientos del sistema. Con ETA disuelta (fuera del escenario político actual), el Estado esta tratando de fabricar nuevos enemigos, y en este caso, ha tocado a las anarquistas, aunque no solamente. Colectivos antifascistas y la izquierda extraparlamentaria también se están viendo afectados por la represión, incluidas las plataformas ciudadanas. Casos como el de Alfon, el de Carlos y Carmen y otras detenciones a raíz de las últimas huelgas generales, las operaciones Pandora y Piñata, Aturem el Parlament, el Caso Expert en el cual piden años de cárcel a quienes defendieron su puesto de trabajo, represaliadas en la huelga indefinida de técnicos y técnicas de Movistar… son conocidos en nuestros ambientes. Ahora nos preguntamos, ¿qué es la represión y cuál es su objetivo? ¿en qué medida nos afecta y qué consecuencias nos produce? ¿estamos respondiendo adecuadamente a toda esta oleada represiva? Son cuestiones que iremos respondiendo a continuación para que podamos enfrentar la represión más eficazmente.
¿Qué es?
La represión es la manifestación del monopolio de la violencia del Estado, la cual, es utilizada para establecer el actual orden capitalista evitando el surgimiento de nuevas formas de organización política y social que amenacen su paz social. Hay que entender que la represión no es una deriva autoritaria de los Estados ni por su corrupción, sino que es inherente al capitalismo para que este sistema económico pueda mantenerse. La represión se materializa en varios niveles:
– En el más ‘directo’ encontramos a los cuerpos policiales y las fuerzas armadas, pues éstas actúan como fuerzas de choque que neutralizan las nuestras a través de la violencia tanto fisica como psicologica.
– En el nivel intermedio encontramos al poder judicial y el Código Penal. A través del entramado judicial y legal, nos llevan aquí al terreno del Estado, donde nos obligan a jugar sus cartas y donde nos podemos jugar la prisión o multas.
– Y finalmente, el tercer nivel es el castigo: las multas, la prisión y el sistema penitenciario. Las multas son castigos economicos, para dejarnos sin recursos, mientras que la cárcel, a parte de privarnos de libertad, sirve para destruirnos fisica y moralmente apartándonos de nuestros seres queridos y la socialización con el resto de la sociedad.
El objetivo principal de la represión es obstaculizar y neutralizar nuestra capacidad de lucha así como impedir que crezcan alternativas políticas que rompan con la explotación capitalista y aspiren a una sociedad más justa. Para ello, las estrategias represivas van encaminadas a, por un lado, aislarnos de la sociedad y evitar que nuestras actividades ganen apoyos populares, y por otro, generar miedo entre la población, evitando así que la gente comience a cuestionar las continuas medidas antisociales (recortes en general, privatizaciones, precarización laboral, pérdida de derechos sociales…) que nos imponen. La recientemente aprobada ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como Ley Mordaza, es un intento del poder político de avanzar en este camino, es decir, establecer un marco legal sobre la represión y preventivo en su aplicación. La finalidad es violentar directamente la organización colectiva, la protesta social y las acciones cuyo objetivo sea construir alternativas a su sistema. Con el tiempo se pretende que, no solamente desde el activismo anarquista se tenga temor, sino que en general como sociedad asumamos y acatemos una serie de normas que van en la línea de reforzar su control dictatorial, a costa de normalizar la represión y amenazar preventivamente con severos castigos y venganzas ejemplarizantes ante la lucha social.
No debemos olvidar que, como herramienta inherente al capitalismo, la represión ha estado presente en toda la contemporaneidad histórica, por situar un periodo concreto que desemboca en la actualidad. A distintos niveles y con una gradualidad muy variada, las prácticas represivas por parte de la clase dominante hacia las disidencias políticas y sociales, se han venido dando de manera interrelacionada en el mismo espacio temporal y en lugares geográficos distintos. Podemos hablar de periodos temporales de distintos grados de represión en todos los países del mundo, ejercida esta represión siempre en escalada creciente cuanto mayor es la organización y resistencia ofrecida por la clase trabajadora.
Los montajes policiales, como un recurso de la perfecta maquinaria del Estado, como herramienta para la represión con el fin del mantenimiento del statu quo, deben ser asumidos como lo que son: una aberrante manipulación judicial y mediática que tratan de poner al conjunto de la sociedad en contra de los movimientos sociales comprometidos con la lucha. Estos montajes no son casuales sino sistemáticos, donde las irregularidades en los procesos judiciales, la manipulación de las pruebas, los testimonios sesgados, las declaraciones embusteras de la policía, etc, están a la orden del día. Actualmente, la represión nos está salpicando de dos maneras fundamentales: Primeramente, en manifestaciones en las que expresamos nuestras sensaciones de hartazgo y rabia, acabando arrolladas por la apisonadora policial. Segundo, organizando la solidaridad, y la lucha por la búsqueda de alternativas sociales, nos vemos atacadas antes incluso de llegar a crear una organziación potente o una red de coordinación, porque se infiltran en nuestras filas y consiguen reprimirnos antes de hacernos fuertes y difundir nuestras propuestas, criminalizando pensar o tener determinada ideología.
¿En qué medida la represión nos afecta?
Aunque la represión parezca que caiga con mayor peso sobre las anarquistas, la realidad ha demostrado que no. La represión cae sobre todos aquellos colectivos, personas u organizaciones que tengan el potencial de romper con su paz social, y por tanto, afecta a todo el movimiento popular: desde las activistas de la PAH y otros movimientos sociales, pasando por militantes de diferentes tendencias de izquierdas (comunistas, antifascistas, anarquistas, republicanas socialistas…), hasta huelguistas de cualquier sindicato mínimamente combativo o sin sindicar pero no agachan la cabeza. Entonces, ¿por qué los montajes policiales llamados Operación Pandora y Piñata han ido dirigidos expresamente contra anarquistas? La razones son sencillas: primero, a causa del cese de la actividad armada de ETA y su desaparición de la escena política, necesitan fabricar nuevos enemigos para infundir miedo entre la población. Y segundo, porque saben que el anarquismo no tiene una base social como otros movimientos sociales y que la estética insurreccionalista del anarquismo es fácilmente criminalizable, y por tanto, más facilidad para aislarnos política y socialmente del resto de la sociedad empujándonos hacia el bandidismo.
La represión es el principal factor de riesgo en la militancia política y social que puede caer sobre cualquier militante. Los daños producidos por la represión se traducen en un enorme desgaste en todos los niveles. Así pues, como activistas, somos conscientes del desgaste tan acuciante que supone la represión. En primer lugar, el daño físico: contusiones, lesiones y dolor al vernos expuestos a las agresiones policiales, además bastantes personas sufren consecuencias físicas graves y con secuelas para toda su vida (pérdida de órganos por pelotazos de la policía, marcas y disfunciones debido a torturas etc.) En segundo lugar, el desgaste psicológico: tanto para nosotras, como para las familias de represaliadas, puede ser muy grande la desestabilización emocional, las secuelas psicológicas, traumas, la inoculación del miedo, sensaciones de vulnerabilidad, impotencia, paranoia y debilidad, o sentirnos estigmatizadas socialmente. Pero la represión no solo afecta a nuestra integridad, también repercute en nuestra economía como es el caso de las multas y la necesidad de dinero para gastos judiciales tanto propios como para otras represaliadas además de para poder realizar campañas de visibilización, grupos y colectivos de apoyo y solidaridad con los y las presas… A nivel colectivo, la represión nos produce otro desgaste que tiene que ver con la carga de trabajo extra pero necesario al invertir esfuerzos en apoyar a nuestras compañeras, pues abandonar a las represaliadas supondría levantar la bandera blanca. En esta línea, se quiere decir que sin descuidar las principales vertientes en nuestro activismo, es cierto que mientras estamos trasladando bastantes de nuestros esfuerzos a la labor antirrepresiva, el trabajo constructivo de base en el que estamos inmersos los movimientos sociales existentes, se ve mermado en gran parte a costa de este esfuerzo de reacción frente a los golpes represivos que sufrimos.
No obstante, la represión no solo recae sobre los movimientos sociales, también afecta a los sectores más empobrecidos de la sociedad más preocupadas por buscarse la vida que por su estabilidad, a menudo mejor integradas en sus espacios (familia, pandilla, barrio) que en las conveniencias sociales y legales, tienden más a cometer lo que se suelen llamar “delitos comunes”, como por ejemplo, delitos contra la propiedad, trapicheo con drogas… Este aspecto invisibilizado pero real, es otro castigo más a la pobreza. Esta clase de represión invisibilizada y aceptada socialmente, tiene su raíz en habernos robado la capacidad de análisis de las arduas situaciones sociales a las que el sistema capitalista nos expone en nuestra vida cotidiana, y que en concreto, empuja a las capas más azotadas por la pobreza de la clase trabajadora a cometer actos que provocan rechazo social. Hemos aceptado simplonamente el código moral dominante y sus normas sociales, de esta manera moralmente condenamos la usurpación, el hurto, la delincuencia común y juzgamos a las “malhechores” como si de defender a ultranza el bien social se tratara. Con ello, olvidamos que deberíamos analizar y establecer críticas sobre cuál es el origen de estos hechos, por qué somos los y las pobres quienes para sobrevivir nos vemos arrastradas en muchas ocasiones a estas prácticas. La delincuencia es el reflejo de que algo va muy mal en una sociedad, y que la desigualdad social y económica es la causa principal de la misma.
Ante todo esto, ¿cómo estamos reaccionando?
Cuando se parten de análisis erróneos, se llegan a conclusiones erróneas. Tal es el caso que los análisis hechos desde el anarquismo hasta hoy apuntaban solamente a que la represión era más fuerte contra las anarquistas porque somos la única tendencia que pone en peligro al sistema, y puesto que estamos contra el Estado, era normal que nos persiguieran con más saña que contra el resto de tendencias políticas. De ésto han salido incluso ideas románticas acerca de la persecución del Estado contra las anarquistas, presentándonos como una suerte de inocentes justicieras que luchan por una sociedad libre. ¡Craso error si tenemos en cuenta los puntos anteriormente expuestos aquí!
De este manera, en cuanto al modo de enfrentar esta represión, se ha enfocado mucho en un pulso de tú a tú, es decir, del “anarquistas vs Estado”, lo que ha llevado a un enfrentamiento de tipo guerra de guerrillas dentro de un contexto marcado por una desigualdad descomunal de fuerzas, en el cual, los únicos actores de la contienda son la maquinaria represiva del Estado (policía, sistema judicial y penitenciario) contra anarquistas, que operan en pequeños grupos de afinidad informales en estado de semiclandestinidad en muchos casos, aunque existan otros casos donde hay más anarquistas involucradas en la lucha antirrepresiva. No obstante, el gran problema es el propio hermetismo de estas luchas hasta hoy. Al mirar solamente a las presas anarquistas y no al resto de represaliadas, ha llevado a las anarquistas a una lucha meramente autorreferencial y únicamente enfocada a las propias anarquistas, alejando este frente del resto de los movimientos populares, cuyas activistas también sufren golpes represivos y condenas, culpando además al resto por no solidarizarse con las anarquistas represaliadas.
De hecho, esta desigual correlación de fuerzas ha ocasionado que las luchas antirrepresivas de carácter anarquista adquieran una forma defensiva, donde al Estado le es fácil hacernos la guerra sucia y manejarnos como quieran, sea infiltrando secretas en nuestros colectivos o forzar a que nos solidaricemos con unas compañeras atacadas por puro azar para obtenernos más información, ficharnos y así mantenernos más controladas sabiendo de antemano que somos muy pocas y prácticamente sin apoyo popular. Esto supone también que acabemos actuando por inercia y forzadas por la coyuntura, cuyo principal síntoma es el tirar del acción-reacción, lo que se traduce en “golpe policial importante – respuesta en las calles”. Incluso en ocasiones, las respuestas en las calles provocan el efecto contrario al deseado: en vez de ganar más apoyos populares, provoca su rechazo (como pueden ser armar unos disturbios en actos antirrepresivos, utilizar la estética del encapuchado y las consignas autorreferenciales). Estas dinámicas dan como consecuencia que en la cuenta de resultados nos salgan números negativos, es decir, suponen más detenciones y rechazo popular, lo que provoca más aislamiento y pérdida de simpatía entre la población e incluso entre los propios movimientos sociales.
Otro problema que se observa es la repetición de modus operandi que se ha demostrado que no funcionan: los mensajes autorreferenciales en las manifestaciones, el autoaislamiento culpando al resto de personas su indiferencia ante la represión, y el peor de todos, una estética inapropiada traducida en campañas antirrepresivas en que aparecen imágenes de disturbios, ataques a la policía, barricadas y encapuchadas, con lemas que no buscan el apoyo popular, sino que desafían directamente al Estado. Con esto además, alzamos a nuestras presas casi a la posición de mártires, haciendo flaco favor al movimiento antirrepresivo, porque somos útiles en las calles y no llenando las cárceles. La automartirización además es un signo de debilidad al basarse en el victimismo, o llegando en otras ocasiones a adoptar posiciones arrogantes y vanguardistas donde relacionan la radicalidad de las luchas por la cantidad de militantes presas. En muchos casos descontextualizamos los hechos y algunos movimientos buscan dar a conocer sus siglas, a través de los mártires de las luchas sociales. Parece que la consigna única y válida es la demostración a cualquier precio de la inocencia de nuestras compañeras. Sabemos que en muchas ocasiones, según los códigos penales de cada Estado, estaremos incurriendo en delitos que sabemos tipificados como tales, si aceptamos la legitimidad de una lucha contra el poder dominante que ejerce su violencia estructural, nos debería importar poco la culpabilidad de una compañera represaliada, y por lo tanto ejerceremos el apoyo mutuo automáticamente, porque asumiremos que los principios que nos mueven son los mismos. En otras palabras, atendemos a la legitimidad de las luchas, no a la legalidad. Más aún, en un escenario social donde la norma es “todas contra todas”, seguimos abiertas a críticas por nuestras acciones -legales o ilegales-, pero de otros miembros de nuestra clase esperamos, en ese caso, un tirón de orejas, no que nos denuncie a las instituciones de la clase opresora. La represión no es motivo para exigir adhesiones acríticas, pero la crítica no es motivo para entregarnos unas a otras a la represión.
Hasta ahora, hemos estado repitiendo esquemas que se han demostrado ineficaces. No hemos visto que uno de los objetivos de represión es aislarnos para tenernos controladas. Por ello, es necesario romper este aislamiento, situación no solo provocada por la represión estatal, sino fomentada incluso entre las propias anarquistas, lo cual supone condenarnos a nosotras mismas. El distanciamiento con los movimientos sociales y los procesos de lucha actuales nos relega únicamente a los ghettos políticos, espacios herméticos incapaces de influir en la realidad material, lo que nos lleva también a esta incapacidad para enfrentar la represión marcada por la dificultad de encontrar apoyos fuera de nuestros círculos. La ineficacia de los métodos ocasiona otro desgaste extra en forma de frustración y desmoralización al invertir enormes esfuerzos para cosechar pocos resultados, aun teniendo que afrontar las propias personas solidarias la represión. Por ello, es momento de replantearnos un cambio de tácticas y estrategias con el fin de encontrar una salida hacia delante ante esta escalada represiva y no ya responder solo como anarquistas, sino también como todo el movimiento popular.
Unas pinceladas para el avance.
Por supuesto, no todo va a ser flagelarnos o hundirnos ante los peligros que sufrimos como militantes políticos, ni acabar siendo correa de transmisión del miedo al resto de la sociedad, ese ya es el trabajo de los medios de comunicación controlados desde la clase dominante. No obstante, después de conocer los detalles sobre lo que es la represión y lo que nos supone física, psicológica y socialmente, nuestra labor para avanzar será encontrar nuevos caminos o explorar algunos ya conocidos para autodefendernos y protegernos unas a otras en el ejercicio de nuestra lucha según nuestras convicciones. Por ello, expondremos unas bases de cara a construir unas estrategias de avance. Debemos aprender a informarnos colectivamente sobre la represión que podemos sufrir, dado el riesgo que corremos en cualquier protesta social actualmente. Es imprescindible difundir la información a nuestro alcance y realizar talleres y charlas, dando a conocer diversas experiencias represivas, con el objetivo de saber identificar de dónde viene esta represión y cuál es la legitimidad de quien la ejerce. Solo de esta manera podremos comprender que necesitamos el apoyo colectivo, y estar conectados con los movimientos sociales de manera amplia, pues si algo nos puede unir es la lucha contra la represión.
La maquinaria represiva tiene tácticas y estrategias. La policía no es tonta, al contrario, sabe en todo momento lo que está haciendo. El Estado justamente nos quiere empujar hacia el bandidismo o el terrorismo de baja intensidad, despojándonos de cualquier contenido político y social constructivo y jugando a una guerra de desgaste donde nos manejan como quieren, recibimos y encajamos duros golpes y nos hacen la vida imposible. En esta posición, aunque el Estado podría tranquilamente acabar con nosotras, les beneficia mantenernos en una lucha de tú a tú permanente para pintarnos como enemigo interno de cara a infundir miedo a la población. Tenemos que buscar, por tanto, una salida hacia delante ante semejante situación y a partir de aquí es donde tenemos que trazar hojas de ruta para superar esta dinámica.
Primero, tenemos que fortalecernos internamente. Por ello, lo esencial es cuidarnos a nosotras mismas, lo que nos lleva a tomar medidas de prevención adecuadas. Como primera barrera: medidas de seguridad y discreción en las redes y en la vida real, no compartir información sensible evitando facilitar información a los cuerpos represivos. Actualmente, las medidas de ataque del aparato estatal están íntimamente relacionadas con el avance tecnológico, por lo tanto, para conocer cuáles son las metodologías de represión actual y qué pretenden cada una de ellas, deberemos aprender cuáles son estas herramientas utilizadas contra nosotras y las estrategias para evadirlas. Para evitar la represión debemos acercarnos a la mimetización, sin destacar e incluso trabajar con suma discreción, como se ha hecho tantas veces. Como segunda barrera, establecer anteriormente en un documento que entregaremos a algún familiar o compañera de confianza, cómo se ha de proceder en la coyuntura de que nos veamos atacadas por la represión estatal, es decir, estar prevenidas y que no nos sorprenda desorganizadas. En caso de caer sobre nuestras compañeras, los cuidados y la asistencia, tanto psicológica como legal, para evitar que se derrumben o se quemen es vital para no tener bajas en nuestras filas. Estos cuidados van desde el envío de cartas de apoyo a las personas presas hasta estar cerca de aquellas envueltas en procesos judiciales, los grupos de apoyo y plataformas de solidaridad son la única manera de sentir cerca los lazos de amistad de quienes nos apoyan. Entran también en la prevención, como tercera barrera, el minimizar o evitar en todo lo posible más represalias en los actos de solidaridad con las personas represaliadas, esto es, tratar de no generar más carga de trabajo y no encajar más golpes represivos cuando salimos a las calles en apoyo a las personas detenidas, multadas y/o presas.
Lo segundo es la necesidad de dotarnos de herramientas de análisis para conocer a qué nos enfrentamos y poder dar respuestas efectivas. En este sentido, es necesario documentar las experiencias de otras luchas antirrepresivas para aprender de sus errores y aciertos. Todo esto servirá para elaborar estrategias con las que enfrentar la represión de forma eficaz, superando la inercia, minimmizando el desgaste y poner un punto de inflexión en las luchas sociales, asi para no caer una y otra vez en los mismos errores señalados. Difundir cada caso de represión en un contexto social concreto, como ejemplo de la injusticia del sistema capitalista. Afirmar a otras personas que no se tratan de formas autoritarias puntuales del sistema político, ni son casos aislados, sino que la represión es inherente al sistema de dominación impuesto. En este sentido, ayudar a construir una memoria viva sobre la represión contra las disidencias obreras organizadas tanto en el Estado español como internacionalmente, facilitará atesorar una perspectiva histórica enriquecedora, encaminada a comprender el presente.
De cara al exterior, necesitamos superar el problema del aislamiento y la marginalidad para poder conseguir más apoyos. Las campañas antirrepresivas tienen que tener la mayor visibilidad posible, por ello, es de vital importancia que trascendamos el hermetismo. Ante esto, tenemos que seguir trabajando en los siguientes puntos:
– La inserción en los movimientos sociales/populares. Debemos reconocernos en las luchas cotidianas como personas que luchan contra toda esta serie de injusticias que azotan a la clase trabajadora a causa de la reestructuración del capitalismo, y que las anarquistas somos personas que también compartimos problemas comunes con el resto de mortales pero que no se encierran en épocas nostálgicas, ni se quedan contemplando los disturbios de otras partes del mundo ni se quedan en eternos debates teóricos, sino que estamos igual que otras personas en primera línea presentando batalla. Y que además, desde el anarquismo planteemos alternativas políticas realizables y permitan mantener y escalar los actuales conflictos sociales al margen de las instituciones. Solo formando parte de los movimientos populares, es decir, completamente insertos en ellos, conseguiremos que, al caer sobre nosotras la represión, tengamos una base social de apoyo amplia. Logrando esto, superaremos el aislamiento.
– Estrategias comunicativas y renovación estética. ¿A quiénes benefician cuando el anarquismo es visto como caos, barbarie, destrucción, fuego, barricadas, terroristas, etc? Exacto, a la clase dominante. Claro que de cara para dentro, sabemos las propias anarquistas que no somos esas definiciones pero de cara al exterior, ¿qué hacemos para demostrar lo contrario a estas descalificaciones? Más estética del encapuchado, los disturbios y sus justificaciones, en vez de aportar experiencias constructivas de las anarquistas en las luchas sociales. Otro punto importante es no reivindicar siempre la ideología, pues la represión no cae solo encima de las anarquistas, cae sobre la clase trabajadora en su conjunto, en concreto a aquellas personas que luchan, independientemente si son sindicalistas, comunistas, socialistas, anarquistas o sin ideología definida, hasta sobre aquellas personas sin recursos que terminan cometiendo pequeños delitos. Resaltar siempre la ideología (¡son anarquistas y por eso los encierran!) en vez de su condición social (trabajadora, en paro, precaria, estudiante, …) en las campañas antirrepresivas solo servirá para movilizar a anarquistas minimizando la posibilidad de conseguir adhesiones de personas no anarquistas. Sin embargo, la reivindicación de la ideología de la represaliada tendrá más o menos éxito dependiendo del grado de inserción del anarquismo en los movimientos populares, lo cual indica que existe una retroalimentación entre estrategias comunicativas e inserción social. También es importante presentar una imagen cercana de las represaliadas: como vecinas, personas integradas en el barrio y con buenas amistades, que poseen una conciencia social y por ello luchan por causas justas, evitando que las represaliadas se vean como locas, extrañas y antisociales.
Una buena estrategia comunicativa debe enfocarse a lograr el máximo apoyo y difusión posibles, y debe encaminarse a despertar la solidaridad de otras personas al margen de su ideología. Para ello hay que huir de las estéticas agresivas y la autorreferencialidad, optando por unas imágenes más cercanas.
– Multisectorialidad y política de alianzas. Como ampliación de la inserción social, la multisectorialidad es una estrategia que parte de trascender el propio sector de lucha, en este caso, tender puentes desde los frentes antirrepresivos con otros frentes tales como el sindicalismo y el movimiento obrero, el movimiento estudiantil, las mareas en defensa de los servicios públicos, movimientos barriales (vivienda, okupación, vecinales), luchas territoriales/ambientales/ecologistas, etc…, puesto que la represión nos golpea a todas las que luchan en estos ámbitos. La política de alianzas implica tejer alianzas tácticas con otras tendencias políticas con quienes compartamos objetivos inmediatos comunes (que no metodologías, metas políticas y programáticas). Esto quiere decir que tenemos que superar la costumbre de mirar hacia nuestras propias presas y solidarizarnos con represaliadas de otras tendencias políticas con las que podamos compartir espacios de lucha, así como tratar de trabajar conjuntamente para sumar fuerzas con el fin de fortalecernos ante la escalada represiva no solamente como anarquistas, sino como movimiento popular en conjunto. A través de esta propuesta, pretendemos una escalada en los conflictos y suponga además una estrategia de avance.
Unas palabras finales
De las numerosas experiencias de luchas antirrepresivas, podemos extraer importantes lecciones que nos sirvan para la reflexión colectiva, sortear los callejones sin salida y construir metodologías, hojas de ruta y estrategias eficaces. Podemos ver el ejemplo de la lucha antirrepresiva del pueblo vasco y su masividad, así como la campaña por la libertad de Alfon. En todas estas campañas se ha buscado la mayor difusión posible y que se sumen la mayor cantidad de personas a la causa. No obstante, en las campañas por la libertad de las detenidas en las Operaciones Pandora y Piñata, tuvo un enfoque más dirigido a anarquistas convencidas que a personas no anarquistas, y lo único que provocó la solidaridad de personas fuera del ámbito anarquista con estas anarquistas detenidas fueron los montajes policiales chapuceros acusándoles de terrorismo por tener libros, petardos y botes de campingás. Sirva también como experiencias la manifestación del 232º Centígrados en Madrid, donde se logró la multisectorialidad (confluencia con huelguistas de Telefónica-Movistar y trabajadoras de Correos, entre otros colectivos de barrio), aunque no se superaron algunos lemas autorreferenciales como “Muerte al Estado y viva la anarquía”. Ese mismo día tuvo lugar también la manifestación #LluitantRespondrem en Barcelona, en cuya convocatoria acudieron casi todas anarquistas, y además hubo destrozos en el transcurso de los actos, terminando disuelto la convocatoria por cargas policiales y pasadas unas horas, 6 personas fueron detenidas. En cambio, en la convocatoria de Madrid, los actos terminaron más tarde y el ambiente ha sido propicio para sumar apoyos y tejer lazos de unión entre quienes acudieron.
El balance muestra diferentes resultados: mientras que en Madrid el saldo salió positivo al darse unos pequeños pasos adelante pese al pequeño fallo de la autorreferencialidad en algunos lemas, en Barcelona, la cuenta de resultados dio negativo, ya que se optó por una metodología que se demostró no funcionar y que provocó más rechazo que simpatías de cara al exterior generando justificaciones de culpabilidad contra las anarquistas, contando además con las 6 detenciones horas después.
Ahora con la entrada en vigor de la Ley Mordaza que supone un retroceso más de libertades y derechos civiles, urge que trabajemos en formar frentes antirrepresivos que trasciendan nuestro propio mundo militante, que se integren en la lucha social y suponga además un cambio radical en nuestros métodos de lucha en otros ámbitos. Podríamos entender el movimiento antirrepresivo también como una forma de ataque y no solo defensivo. Normalmente tendemos a reaccionar frente a la represión de una forma defensiva pidiendo como mucho la libertad de nuestrxs compas encarcelados, hay que dar un paso más y avanzar de la necesidad militante a la necesidad social, hay que hablar de las chavalas que son diarimente secuestrados por el estado por temas relacionados con el trapicheo de drogas o pequeños robos, esto es al final el 90% de los casos de gente que entra a prisión, dato como que somos unos de los paises con menor tasa de crimen y mayores condenas creo que son importantes a la hora de analizar todo esto. Las únicas armas contra la represión son, no solo la solidaridad y el apoyo mutuo, sino también la inserción social, las estrategias comunicativas y la multisectorialidad. Aspiremos a superar las dinámicas de acción-reacción y el aislamiento. Hay que ganar en eficacia y hacer que enfrentar la represión no sea una carga de trabajo extra, sino que dicha carga de trabajo se traduzca en un mayor fortalecimiento de los movimientos populares al tejer redes de solidaridad más sólidas para que nuestra legitimidad supere la legalidad burguesa.
Lusbert y Angel Malatesta
Con aportaciones de Bari y MrBrown