Una vez escribí que el anarquismo adolecía de visión estratégica. Más tarde, un espontáneo me recomendó un breve texto sobre estrategia y táctica ambientado en el contexto chileno de los años ’70 y de tendencia marxista-leninista. Y puesto que me pareció interesante (no porque fuera marxista ni chileno, sino por los conceptos desarrollados), me propuso adaptarlo para el anarquismo actual. El resultado es un artículo, también disponible para descargar e imprimir, la versión en PDF aquí.
Una pequeña aclaración
¿Por qué un anarquismo revolucionario, si el anarquismo ya de por sí lo es? La respuesta a esta pregunta tiene origen en la atomización que ha sufrido el anarquismo hasta hoy, en el cual, surgieron tendencias que rechazan todo lo que fuese u oliese a intervención sociopolítica, el socialismo libertario como meta final u otras cuestiones, para hacer del anarquismo una parodia radicaloide para la autocomplaciencia y el consumo ideológico, un pasatiempo y estilo de vida individual o de pandillas y colegueo. Esas concepciones liberales del anarquismo es lo que lleva a corrientes incapaces —o que directamente rechazan— de producir análisis de coyuntura, visiones estratégicas, programas, hojas de ruta, propuestas, inserción social, crear estructuras para la lucha social y construir una tendencia política anarquista con un proyecto de mayorías a través de la estrategia del poder popular que apunte hacia el socialismo libertario, ya que no se parte del anarquismo como vía política hacia el socialismo, sino de un anarquismo para vivirlo. Es por esta razón que en el título aparezca la coletilla revolucionario, pues pretendemos que el anarquismo sea una política de transormación revolucionaria y no un radicalismo liberal.
Esta adaptación pretende sentar unas bases para desarrollar las herramientas necesarias para levantar un anarquismo revolucionario sin tener por qué añadir esa coletilla. Para ello, trataremos cuestiones sobre la lucha de clases, la estrategia, la correlación de fuerzas, el programa y más.
Introducción
Partimos de la sociedad de clases resultado de una desigualdad social estructural en el sistema capitalista, donde la clase dominante es la poseedora de los medios de producción, de los recursos de la tierra y el capital por un lado (la clase dominante, la burguesía), y por otro, unas mayorías desposeídas que venden su fuerza de trabajo a los capitalistas para obtener ingresos (las clases trabajadoras).
La existencia de explotados y explotadores traerá consigo un conflicto: la lucha de clases, en el cual cada clase social lucha por sus intereses de clase objetivos. Esta lucha se libra de manera desigual, en donde la burguesía es la que tiene ventaja y pretende perpetuarse en el dominio, mientras que las clases trabajadoras se mantienen desunidas y la gran mayoría sin tener como visos el socialismo y la emancipación como clase.
Pese a todo, alrededor del mundo siguen existiendo organizaciones de clase que pelean defendiendo el salario, el puesto de trabajo, la negociación colectiva, el convenio, condiciones dignas de trabajo, seguridad laboral, etc. Reivindicaciones en general que favorezcan a la clase trabajadora. No obstante, estas reivindicaciones, aunque justas y necesarias para que en las luchas la clase trabajadora aprenda a defender sus intereses, no llegan a ser revolucionarias al faltar un trasfondo revolucionario que apunte a la toma y socialización de los medios de producción, la tierra y los instrumentos de trabajo, en definitiva, al socialismo. Dicho de otra manera, con solo estas luchas no bastan para lograr la emancipación como clase, pues ello solo llegará con una meta socialista.
La izquierda revolucionaria, y con ello el anarquismo, asumimos que la lucha de clases es una guerra prolongada con muchos frentes abiertos, no solo en el plano laboral, y que, como toda guerra, para lograr la victoria final, es necesario dotarnos de herramientas que nos permitan materializar nuestro proyecto político socialista libertario. Ni el tiempo ni la razón ni ninguna abstracción nos llevará inevitablemente hacia el socialismo, es la clase trabajadora la que tendrá que materializarla superando el actual sistema de explotación capitalista, ya que la clase dominante lógicamente no va a ceder su posición de privilegio y se dotará de todas las estructuras y medios necesarios para mantenerse en el dominio. Si queremos implementar el socialismo libertario, tendríamos que empezar por construir contrapoderes que disputen su dominio y se confronten directamente con el statu quo para derrocarles.
Por ello, estas tesis nos lleva a otros planteamientos acerca de las estructuras que necesitamos (¿un partido revolucionario, una organización de cuadros, sindicatos, asambleas de barrio…?), sobre los objetivos inmediatos a resolver (vivienda, trabajo, servicios públicos, territorios…), cómo aumentar las fuerzas populares, su poder real y la creación de contrapoderes, cómo trataremos de divulgar nuestros mensajes y luchas para aumentar dichas fuerzas y consolidarnos como alternativa política y movimiento. Todo esto lo iremos desarrollando a lo largo del texto.
Estrategia y táctica
La estrategia es una serie de métodos de planificación, organización y ejecución de diversas operaciones tácticas para lograr un objetivo concreto. Como dijimos en la introducción, la lucha de clases se entiende como una guerra prolongada, y como tal, para ganar una guerra es necesaria la elaboración e implementación de planes estratégicos que partan del análisis de coyuntura, es decir, de herramientas de análisis que nos permitan conocer la realidad material y social que nos rodea, teniendo en cuenta los siguientes factores. Acompañaremos las explicaciones teóricas con un supuesto práctico (escrito en cursiva):
—El escenario en que se darán las batallas. Es el espacio físico en donde se dará la lucha de clases y sus manifestaciones coyunturales (frentes: laboral, territorial, servicios públicos…)
—La fuerza real y los puntos débiles que posee el enemigo.
—La fuerza real y las debilidades que poseemos.
En una empresa de metro, la dirección quiere hacer una reestructuración de la plantilla sacando un paquete de bajada de baremos que tocan salarios, jornada, turnos y descansos. La plantilla se muestra desconforme con la decisión de la dirección y se abre un conflicto laboral. Supongamos que a priori la empresa lo puede aplicar sin problemas. En la parte trabajadora, contamos con que la mayor parte de la plantilla no está sindicada, y la representatividad del único sindicato combativo que hay es baja en comparación con los mayoritarios, los cuales, tienden más hacia el diálogo que a la confrontación.
Al balance de las fuerzas de ambos bandos los llamaremos correlación de fuerzas, los cuales pueden estar a favor del enemigo cuando sus fuerzas son superiores a las nuestras, o pueden ser favorable a nuestra clase cuando sucede lo contrario. En la actual coyuntura, la correlación de fuerzas es claramente favorable a la clase capitalista. Por tanto, través de la estrategia pretendemos revertir esta situación, tratando de inclinar la balanza de la correlación de fuerzas a nuestro favor.
Como podemos ver, la situación inicial parte de una desigualdad en la correlación de fuerzas en el cual la balanza se inclina a favor de la patronal. No obstante, el clima de la plantilla es de indignación y por ello, se abría una oportunidad para que esa indignación se articulara en una respuesta organizada capaz de frenar los baremos. Aquí es donde se plantea la cuestión estratégica para cambiar esa correlación de fuerzas.
Las tácticas son cada uno de los movimientos que se realizan dentro de un marco estratégico para lograr posiciones de ventaja intermedias que nos acerquen a un objetivo estratégico parcial o final. La diferencia entre un objetivo parcial y uno final es que en el primero, tratan de ganar una posición clave y cambiar parte de la correlación de fuerzas o tener una mejor posición para cambiarla; mientras que en el segundo, se pretende la derrota definitiva del enemigo.
En el marco de una coyuntura dinámica, los planes estratégicos siempre se tienen que adaptar a los cambios que ocurren, y por ello, es imprescindible hacer balances y valoraciones, en los cambio de ciclos, sobre la consecución o no de los objetivos estratégicos marcados anteriormente y adaptar las hojas de ruta y unas líneas estratégicas adecuadas a cada circunstancia. Estos procesos para determinar qué estrategias implementar vendrán de las experiencias mismas del curso de las luchas, en donde se aprenderán de los errores y aciertos.
Mientras los sindicatos mayoritarios llamaban a la calma y a sentarse en la mesa de negociación, la plantilla criticaba la postura moderada que solo planteaba que el paquete de medidas no fuese tan agresivo de estos sindicatos, lo cual, se crea también un ambiente de desconfianza hacia ellos, tanto entre las no sindicadas como las bases de esos sindicatos. La postura del sindicato combativo es convocar una huelga indefinida que termina aprobándose en una asamblea de trabajadores donde participaron la mayoría de la plantilla. Una vez comenzada la huelga, podemos ver los movimientos de cada bando.
El objetivo final de la empresa es derrotar la huelga y aplicar sus medidas, Para ello recurrirá a diferentes tácticas de rompehuelgas: como tratar de dividir a la plantilla y generar un clima de desunión, utilizar a los sindicatos amarillos para que éstos les convenzan a los huelguistas de desconvocar la huelga, decretar servicios mínimos abusivos, promover el esquirolaje o generar una opinión negativa hacia los huelguistas a través de los medios de comunicación.
El objetivo final (podemos decir que inmediato) para la plantilla es que, dado que esa bajada de baremos no está justificada, debe retirarse en su totalidad. Con la convocatoria de la huelga, la plantilla ha conseguido ya ganar fuerza y así poder avanzar más hacia su victoria. Pero para ello, tendrán que utilizar tácticas que no solo neutralicen los ataques de la patronal, sino que les permitan ganar e imponer sus reivindicaciones. Tácticas como la de ofrecer servicio gratuito mientras dure la huelga y confluir con las demandas de los y las usuarias del metro, harían que se ganasen las simpatías de la población y a la vez podría ser una medida contra los servicios mínimos abusivos, buscar apoyo y cobertura mediática, traspasar la frontera sectorial confluyendo con otros movimientos sociales, crear tablas reivindicativas y forzar posiciones negociadoras acorde a esas tablas…
En el plano militar, podemos ver estos tipos de estrategias:
1.- La estrategia del enfrentamiento directo consiste en utilizar todas las fuerzas disponibles y lanzarlas contra el enemigo en todos los frentes. Esta estrategia es acertada cuando tu fuerza real es mucho mayor que la del enemigo.
2.- La estrategia del cerco consiste en atacar los flancos hasta rodear al enemigo aislándolo e impidiendo que se comunique con el exterior para recibir refuerzos. Esta opción, junto con la siguiente, se utiliza cuando la correlación de fuerzas está más o menos equilibrada o nos es desfavorable.
3.- La estrategia de la división consta de atacar un punto débil y avanzar por éste hasta dividir al enemigo de modo que corte las comunicaciones entre una parte y otra de los territorios enemigos.
La finalidad de la estrategia es aumentar nuestras fuerzas de modo que revierta una situación de correlación de fuerzas desfavorable hacia uno favorable que nos permita la victoria final: la derrota del capitalismo y el triunfo del socialismo libertario. Una buena estrategia es aquella que, partiendo de los análisis de la coyuntura, es capaz de generar unas líneas y métodos de actuación que permitan el avance real de nuestras fuerzas en detrimento de las del enemigo. Una estrategia es errónea cuando parte de análisis erróneos o se obvia la correlación de fuerzas y ello nos podría producir un desperdicio de fuerzas y conducirnos a duras derrotas. Así por ejemplo, la actual tendencia insurreccionalista está utilizando la estrategia del enfrentamiento directo sin tener una fuerza real superior a la del enemigo, lo cual, les está llevando a una guerra perdida de antemano y envuelto en espirales represivas.
Correlación de fuerzas
La correlación de fuerzas es otro factor importante de cara a la elaboración de estrategias. Para ello, hay que entender primero las partes más pequeñas, es decir, la fuerza misma, las cuales distinguiremos dos:
1.- Fuerza real. Es la capacidad material real de un movimiento, una clase social o una fuerza política. En otras palabras, serían los efectivos que existen en un momento dado.
2.- Fuerza potencial o posible. Es aquella que puede llegar a alcanzarse si se toman las estrategias adecuadas para ello, es decir, un sector social que en un determinado momento todavía están fuera del movimiento o fuerza política pero que tienen la posibilidad de formar parte de la fuerza real y aumentar su base efectiva.
Del mismo modo, podemos hablar de correlación de fuerzas real como la situación de las fuerzas reales en el escenario inmediato, y de correlación de fuerzas posible, la que se prevé dependiendo de las estrategias que implementen las fuerzas presentes en el escenario.
A través de la estrategia, se pretende que esa fuerza potencial o posible pase a ser una fuerza real, dando como consecuencia un cambio en la correlación de fuerzas. Cogiendo el supuesto práctico anterior, podríamos decir que la indignación de la plantilla y su disconformidad o indiferencia con respecto a la bajada de baremos sería la fuerza posible de cara a materializar una fuerza real. La fuerza real en ese momento la tendría el sindicato combativo o el sector de la plantilla organizada y movilizada. No obstante, en la correlación de fuerzas en ese momento antes de la huelga, era desfavorable para la plantilla, que cambia cuando se convoca.
El descontento de por sí no es capaz de frenar los recortes, hace falta su organización y su movilización en torno a una serie de demandas o reivindicaciones, no solo de rechazo hacia los ataques de la patronal sino también a exigirles medidas que beneficien a la plantilla, alcanzar mejores posiciones negociadoras o que las negociaciones se lleven a cabo en el terreno y los ritmos que marca la plantilla, no la dirección de la empresa.
En el momento en que el sector organizado y movilizado de la plantilla fue capaz de leer la situación y poner sobre la mesa las herramientas (comité de huelga) que permitan organizar una respuesta real ganándose a ese sector no posicionado o indignado, haciendo que entre todas ellas se trabaje para sacar adelante la huelga y se adhiera a una tabla reivindicativa propuesta desde el comité de huelga, esa fuerza posible se habrá convertido en fuerza real. Será entonces cuando habrá posibilidades de cambiar la balanza de la correlación de fuerzas.
Defensiva y ofensiva
Cuando la balanza de la correlación de fuerzas se inclina a favor de las clases dominantes, plantear una ofensiva directa en esta situación sería un suicido para cualquier tendencia revolucionaria. En esa situación, sería más acertado recurrir a una postura defensiva y de resistencia en vez de rendirse sin más porque entonces es reconocer nuestra derrota definitiva. Así pues, desde la resistencia se pretende ganar tiempo para ir articulando los proyectos necesarios con el que cambiar la correlación de fuerzas y pasar a la ofensiva. Una posición siempre a la defensiva tarde o temprano sería vencida la resistencia tras un desgaste al tratar de frenar las ofensivas enemigas, lo que finalmente termina con la derrota definitiva, o en el mejor de los casos, a funcionar por inercia.
Siguiendo con el supuesto práctico del conflicto laboral en el metro, podríamos plantearlo así:
1.- Si desde ese sindicato combativo se lanzaran directamente a hacer piquetes y tablas reivindicativas, posiblemente acabarían en derrota. En este caso, sería lanzarse a la ofensiva con una correlación de fuerzas desfavorable. A la patronal le sería fácil desacreditarles y poner a la plantilla en contra.
2.- La otra vía es optar por una posición defensiva que les ayude a ganar tiempo y acumular las fuerzas necesarias para llevar el conflicto a otro nivel, donde la correlación de fuerzas esté más equilibrada. Animar a la plantilla a que se opongan al paquete de medidas es un primer paso para poder frenarlos finalmente. No obstante, si quedasen únicamente a la defensiva, al final los recortes se aplicarían tras el desgaste de las fuerzas de la plantilla si no se organizan ni se movilizan, además del riesgo de cooptación por parte de los sindicatos pactistas.
3.- Al ver que con solo el rechazo no basta, a partir de la resistencia creada, ponen sobre la mesa la necesidad de lanzarse a la ofensiva a través de la organización y movilización de la plantilla. Así es como se lleva a cabo la huelga indefinida, se establecen tablas reivindicativas con los cuales se pretende, no solo tumbar los recortes, sino también mejorar las condiciones de trabajo.
Un caso muy ilustrativo de resistencia lo podemos ver en todos los movimientos sociales que han surgido recientemente se articulan en torno a demandas defensivas, tales como el NO a los recortes en servicios públicos, a las reformas laborales, leyes más restrictivas, etc. Los movimientos sociales, al carecer de una orientación política y un modelo sobre el cual trabajar y contraponerse al modelo neoliberal, tenderán a conservar y defender lo que ya está hecho, como por ejemplo, solo se plantea como modelo el de la educación pública antes de los recortes en Educación al igual que el de la Sanidad.
Como podemos observar actualmente, las mareas ciudadanas han desaparecido prácticamente del escenario social. En general, estamos ante el cierre del ciclo de movilizaciones del 15M después de que este movimiento haya tocado techo en 2013, yendo posteriormente en declive, aunque hayan fraguado movimientos como la PAH y algunas asambleas de barrio.
Cuando dichos movimientos sociales habían tocado techo, fue el momento de seguir impulsándolos dotándolos de una orientación política proponiendo nuevos modelos sobre los que trabajar, tales como la gestión comunitaria del sistema educativo, la Sanidad y el resto de servicios públicos, tejer lazos entre diferentes sectores en lucha, etc, e ir consolidando un proyecto político sobre el que pivotar todas las luchas sociales. Solo a partir de este punto podríamos lanzarnos a la ofensiva, enmarcando estas luchas dentro de la estrategia del poder popular.
La estrategia del poder popular
La estrategia del poder popular parte de la premisa de la acumulación de fuerzas en favor de nuestra clase y de generar contrapoderes que confronten el poder dominante y vayan controlando todos los ámbitos de la vida social, tales como los servicios públicos, el sistema educativo, el trabajo, la gestión del territorio, etc, a través de las asambleas de barrio, las organizaciones estudiantiles, AMPAs (asociaciones de padres y madres), los sindicatos y consejos obreros, cooperativas integrales, organizaciones políticas, etc. El poder popular se entiende aquí como la capacidad material de un pueblo para materializar sus reivinidicaciones revolucionarias a través de su propia autoorganización que permita articularse como fuerza política de clase, independiente y autónoma al margen de las instituciones del Estado. Este poder popular se constituiría como un actor político formado por una red de instituciones populares, de movimientos y organizaciones políticas.
En el caso de la huelga, el sindicato sería el órgano que impulsará las movilizaciones en torno a las tablas reivindicativas. Para ello, convoca una asamblea de trabajadores como órgano para que la plantilla participe en las decisiones sobre cómo llevar a cabo el conflicto laboral y determinar las acciones, tácticas y estrategias a implementar en el curso de la huelga, a lo que crean una institución legitimada y con respaldo social para llevar las demandas de la plantilla a las mesas de negociación y mediar con la patronal y las autoridades laborales.
En el marco de esta estrategia, se emplea la táctica de la inserción social, que consiste en participar en los movimientos sociales y tratar de que éstos vayan arrancando pequeñas victorias en las luchas cotidianas, dándoles además continuidad y dinamismo a través de la aplicación de las tácticas, estrategias, hojas de ruta y programas elaboradas desde las organizaciones políticas, con el objetivo de crear un movimiento popular amplio en el cual se crearán las instituciones de poder popular, tales como asambleas de barrio, ateneos populares, centros sociales, etc si hablamos del ámbito barrial; sindicatos, consejos de trabajadores, etc en lo laboral.., sobre los que se articularían las luchas y adquieran la legitimidad para implementar las reivindicaciones de los movimientos populares y la clase trabajadora.
Para poder llevar a cabo esta estrategia, debe estar plasmada en unos programas políticos revolucionarios y tener las estructuras necesarias para llevar dichos programas a los movimientos populares para que se vayan implementando y creando hojas de ruta.
El programa y la organización de cuadros
El programa es un documento que recoge las líneas y los objetivos tácticos y estratégicos a alcanzar y varía dependiendo de cuáles son dichos objetivos y qué estrategias se han de seguir. En otras palabras, ¿por qué necesitamos programas políticos? Para marcar los objetivos y las acciones a implementar en el proceso revolucionario siguiendo una estrategia, creando las estructuras necesarias para llevar a cabo las tareas y tener una dirección clara, en el sentido de tener una orientación, un “Norte” para construir un proyecto político revolucionario y articular las luchas pivotando sobre ese proyecto. Podemos distinguir dos tipos:
—Programa de mínimos. Es aquel programa que recoge los objetivos a alcanzar en las coyunturas inmediatas y a medio plazo, preparando el camino hacia el socialismo fortaleciendo la fuerza real de los movimientos populares al incidir en los problemas más actuales para la clase trabajadora como la vivienda, el trabajo, los servicios públicos, la cuestión territorial, etc. El programa de mínimos también podría decirse que sería un programa de transición y se enmarca dentro de la estrategia del poder popular como vía para llegar al socialismo.
Cabe añadir que las hojas de ruta y las agendas forman parte de las tareas programáticas. Las primeras consisten en líneas de actuación concretas en un ámbito específico para avanzar en materia en el corto plazo. Las segundas, son calendarios de acciones a realizar y no son solamente movilizaciones, sino también reuniones, asambleas, creación de estructuras, establecer acuerdos, etc.
—Programa de máximos. Es aquel programa finalista donde se plasma el proyecto político o nuevo modelo de sociedad que queremos: el socialismo. Y la vía política por el cual optaremos: el anarquismo. Aquí se recogen las medidas a implantar una vez derrotado el capitalismo, tales como la socialización de los medios de producción y por consiguiente, la reorganización del modelo productivo en general, reordenación urbana, organización, gestión y administración de los recursos y el territorio,… y todas aquellas cuestiones a tratar para poner en marcha dicho modelo de sociedad. Este programa tiene relación con el anterior en cuanto que es el marco sobre el que se crean los programas de mínimos adaptados a una determinada coyuntura y es la que establece el objetivo finalista evitando que los programas de mínimos acaben sin ninguna dirección política y la relación entre ellas es imprescindible para el avance del proceso revolucionario, siendo el programa de mínimos parte de éstos.
Es importante distinguir entre estos dos tipos de programas ya que, mientras que el programa de máximos no varía mucho y no es aplicable en el corto y medio plazo (en el largo plazo dependerá de la trayectoria de las fuerzas políticas revolucionarias); el programa de mínimos necesariamente sufrirá modificaciones ya que tendrá que actualizarse a los cambios de coyuntura, sea por factores ajenos al movimiento (crisis capitalistas, cambios de gobierno y las leyes, cambios en los ciclos de los movimientos sociales…), o por factores propios (articulación de contrapoderes en los barrios, multisectorialidad en los movimientos sociales, crecimiento y radicalización del tejido sindical, etc).
No obstante, hay otra visión diferente en cuanto a la cuestión programática y es aquella que solo contempla el programa de máximos sin necesidad de hacer programas de mínimos. En su lugar, se partiría de hojas de ruta que serían la elaboración de objetivos, tácticas y estrategias con base en el programa de máximos adaptada a una determinada coyuntura y vinculada a la realidad en que se elaboren dichas hojas de ruta.
En el actual anarquismo, al menos a nivel del Estado español, se observan en algunos colectivos y grupos de afinidad, finalidades que tienen semejanza con los programas de máximos en cuyos puntos aparecen la abolición del capitalismo y el Estado, la autogestión generalizada, la colectivización, la libre federación de territorios, etc. Pero al carecer de estrategias, programas de mínimos y hojas de ruta que permitan ir avanzando en la coyuntura inmediata hacia el objetivo final, tales grupos de afinidad no son capaces de realizar cambios materiales algunos, ni servir como referente político para los movimientos populares, puesto que el programa no está adaptado a la realidad social inmediata, sino a una meta lejana e incapaz de materializarse dada la correlación de fuerzas actual. Por tanto, es imprescindible tener un programa de mínimos si queremos impulsar un cambio realmente. De la manera contraria, tampoco sería viable asumir como único programa el de mínimos puesto que se perdería la dirección revolucionaria necesaria para llegar al socialismo.
Los programas se realizarían entre los movimientos populares en sintonía con la organización de cuadros, es decir, una organización formada por militantes con formación en diferentes disciplinas de las ciencias sociales (política, economía, historia…), con experiencias en las luchas sociales y con capacidad de liderazgo tanto dentro de la organización como en las luchas en que esté involucrado, que se organizan en una entidad con cohesión interna, disciplina voluntaria y unas líneas estratégicas y políticas compartidas. El papel de este tipo de organizaciones será, además de las tareas programáticas, realizar análisis de coyuntura, trazar planes estratégicos e implementarlos, tener vinculación con el movimiento popular e inserción, llevar hojas de ruta a partir de programas mínimos en las luchas sociales, etc.
La estrategia comunicativa
Nuestra opción política está enmarcada dentro de un proyecto de mayorías, eso es, que debemos contar con las mayorías sociales para construir el poder popular. Para ello, en la actual sociedad de la información, necesitamos la elaboración de una estrategia comunicativa adecuada para lograr la mayor difusión y repercusión mediática posible.
Una estrategia comunicativa acertada será aquella capaz de distinguir los diferentes sectores del público a los que nos dirigimos y además ser capaces de adaptar las consignas a dicho público dentro de una coyuntura dada sin caer en abstracciones. Es tan simple como que al hablar de anarquismo al resto de la población, solo conseguimos que se asusten y salgan corriendo. Así por ejemplo, si hablásemos al público o a los movimientos sociales con el mismo discurso que usamos dentro de nuestro ámbito, posiblemente muchas cosas se malinterpretarían o simplemente no se entenderían. Y si realizamos un discurso adelantado o atrasado a los tiempos que corren, o simplemente alejado de la realidad y por tanto lleno de retórica, caeríamos en abstracciones.
Desde el sindicato combativo, tienen claro que su objetivo es la socialización de los medios de producción y el control obrero de las empresas. No obstante, saben que si utilizan ese discurso de cara a movilizar al resto de la plantilla, quedaría como bonita retórica sin plantear cuestiones reales, propuestas y hojas de ruta que permitan la movilización y la organización de la plantilla para conseguir los objetivos más inmediatos, que son frenar los recortes y mejorar las condiciones existentes.
Para ello, en vez de cargar directamente contra las otras centrales sindicales, critica lo que se hacen desde sus cúpulas y trata de acercarse a sus bases del mismo modo que al resto de la plantilla no sindicada. La difusión en el centro de trabajo de hacer asambleas abiertas convocadas con un orden del día de cara a preparar y organizar la huelga, en este caso, sería un acierto.
Un ejemplo de por qué debemos utilizar diferentes niveles discursivos lo vemos en el lenguaje científico puro y el científico divulgativo; mientras que el primero es expresamente técnico que solo lo entienden los científicos, el segundo es un lenguaje adaptado a que sea inteligible para la mayoría de la población. Pero ambos elementos discursivos transmiten unas mismas tesis, solo varía el lenguaje utilizado. En este sentido y a modo de ejemplo, para referirnos a nuestro proyecto político internamente podríamos hablar de anarquismo social, comunismo y/o socialismo libertario, para los movimientos sociales como poder popular y de cara al público, como democracia política y económica.
Los y las huelguistas se dieron cuenta de que el silencio mediático podría ser una de las claves de la derrota, puesto que se corre el riesgo de caer en el aislamiento y la criminalización del conflicto laboral poniendo a la opinión pública en contra de la plantilla. Tienen que jugar, entonces, en el terreno mediático llevando el conflicto fuera del centro de trabajo: a las calles, a los barrios, a confluir con otros movimientos sociales y conflictos laborales, a realizar ruedas de prensa, a generar contenido audiovisual y utilizar unos discursos cercanos, sinceros y realistas que encajen también con las demandas de los usuarios del metro para generar complicidades y despertar la solidaridad popular y de clase.
Además del plano discursivo, también sería necesario poner sobre la mesa objetivos como una renovación estética, tener nuestros propios medios de comunicación profesionales para conseguir una cobertura mediática constante sobre nuestros movimientos, organizaciones, propuestas políticas, acciones… y toda temática social con vinculación a nuestro proyecto, crear una imagen pública fácilmente identificable de nuestro movimiento, un movimiento con identidad propia y hasta presencia en los medios convencionales. Todo ello formaría parte de la estrategia comunicativa, sin olvidar que lo mediático tiene que tener un respaldo real que es el propio movimiento popular.
En resumidas cuentas
La visión estratégica es una mirada hacia la realidad desde un punto de vista de transformación social que parta de esta misma realidad y las dinámicas que se dan en ella, superando el sesgo ideológico, el inmovilismo y las actitudes derroteras. La falta de visión estratégica impide que podamos construir un movimiento revolucionario. La necesidad de la estrategia viene dada porque asumimos la lucha de clases como una guerra prolongada, en el cual, nos posicionamos a favor de la clase trabajadora y queremos el triunfo de nuestra clase sobre la actual clase dominante: la clase capitalista y propietaria. Para llevar a cabo los objetivos estratégicos, primero debemos articularnos políticamente, construir un nuevo modelo de movimiento libertario y consolidar un proyecto político socialista, para ir elaborando líneas de actuación comunes y un programa donde se recoja el nuevo modelo de sociedad que queremos: el socialismo, del cual partimos para realizar programas de mínimos u hojas de ruta con el fin de avanzar en la coyuntura inmediata. En estas hojas de ruta, trataremos las problemáticas sociales que atraviesa la clase trabajadora actual, solventándolos a través de la estrategia del poder popular y la táctica de la inserción social. A la vez que vamos consolidando esta nueva tendencia, es imprescindible contar con una buena estrategia comunicativa
Esta adaptación, actualizada a los tiempos que corren, pretende ser un pequeño aporte a los necesarios cambios que han de consolidar un anarquismo revolucionario con capacidad para intervenir social y políticamente en el escenario. Queda mucha tarea delante por hacer y un largo camino que recorrer. Ahora solo es el comienzo de un proyecto que se está construyendo poco a poco y que esperemos dé sus frutos en los próximos años. Queda pues, primero, ir detectando los errores que nos encontremos para aprender de ellos y corregirlos, cambios en la cultura militante, la construcción de un nuevo modelo de movimiento, su estructuración orgánica, su articulación y su inserción en los frentes, la creación de unas líneas de actuación comunes a todo el movimiento libertario, la consolidación de un proyecto político y un programa revolucionarios, la recuperación de los valores de lo común y una cultura popular basado en la solidaridad y la lucha social, partir de la realidad que tenemos delante para ir socializando nuestras tácticas y estrategias, insertarnos en los movimientos sociales en el marco de la estrategia del poder popular, creando a partir de ello movimientos populares amplios con institucionalidades propias como contrapoderes, y un largo etcétera de tareas que irán surgiendo en el curso de nuestra actividad.