Este artículo fue publicado el 3 de noviembre en www.eldesperttador.org y se publica nuevamente en este medio por el propio autor.
Cuando me propusieron escribir un artículo sobre feminismo lo primero que pensé fue que yo no tenía nada que decir sobre una lucha en la que ni soy ni quiero ser el principal afectado ni protagonista. Sin embargo, sí que vi que podía ser interesante sumarme a otras voces masculinas que han interpelado al resto de hombres sobre la necesidad de revisar nuestro papel en las relaciones de género y poner de nuestra parte para terminar con la desigualdad y la injusticia en estas.
Creo que es sumamente necesario que los hombres hablemos entre nosotros sobre el papel que estamos desempeñando en el sistema de dominación contra las mujeres que el feminismo ha definido como patriarcado y en el que somos nosotros quienes ejercemos esa opresión. Muchas veces no de forma consciente, no, pero esto tampoco es justificativo. Es nuestro deber tomar conocimiento de lo que significa ser hombre, de lo que implica en cuanto a privilegios y roles, y de la estructura social en la que nos inscribimos como sujeto. No se trata tanto de que tú o yo como hombres concretos no ejerzamos tal o cual violencia. El problema es de conjunto, por lo que actitudes victimistas del tipo de “yo no hago x”, y que todos en algún momento hemos sostenido, deberían quedar desterradas si realmente queremos avanzar hacia la construcción de un modelo más justo.
Es esa quizás la primera tarea que deberíamos abordar para encaminarnos a ese horizonte: reconocer nuestro lugar en el mundo y tomar nota de la forma en la que participamos en este sistema de dominación. Chris Crass señala en un genial y necesario texto (Partes de mí que me asustan, PDF) una serie de actitudes y modos de estar, más o menos sutiles, que resultan indudablemente machistas, producto de este modelo social. Algunos de estos ejemplos en los que todos nos veremos reconocidos en mayor o menor medida es la infravaloración de lo que dice una mujer sin atender al contenido de su mensaje, la sexualización continua de los cuerpos de las mujeres, dejar que ellas asuman todas las tareas de cuidados o pensar que cuando se quejan de alguna de estas situaciones solo están exagerando. Ello por no hablar de todo tipo de tácticas dedicadas a conseguir tener sexo con una mujer, como insistir después de que ya nos ha dicho que no, emborracharla u otras acciones que ya ubicaríamos en el terreno de la agresión.
Seguro que entre todos somos capaces de sacar muchos ejemplos más en los que hemos visto a amigos o a nosotros mismos. Una vez reconocido que aquí existe un problema, debemos poner los medios para solucionarlo. Ello puede hacerse, precisamente, juntándonos para hablar sobre estos temas y tratar de desentrañar todo lo que implican. Muy probablemente no podremos hacer esto solos, dado el problema no es para con nosotros mismos. Por ello deberemos prestar atención a qué requieren de nosotros nuestras compañeras, dejar de lado cualquier tipo de actitud paternalista y asumir una posición de “aprendiz”, consultar a nuestras compañeras desde el más absoluto respeto y entender, además, que en algunos casos no quieren prestarse a esa labor pedagógica. En definitiva, se trata de asumir una actitud de profunda humildad, ya que, como se indica en el texto antes señalado, si nos ha llevado años construir nuestra conciencia política, ¿por qué iba a ser más fácil construir nuestra conciencia de género?
En cierta medida se ha venido creando un discurso que afirma que a los hombres también nos oprime o perjudica el patriarcado. Dejando a un lado el problema de que entonces no habría sujeto opresor y tendríamos que suponer que este modelo se perpetúa por ciencia infusa, este discurso ha dado lugar a algunas posturas dentro de los grupos de hombres que han decidido actuar por la igualdad que se han centrado más concretamente en la masculinidad o en los roles que se asumen al ser hombre y que de alguna manera limitan su expresión. Estoy hablando de prestar atención a que usualmente los hombres no lloran, los hombres son duros, no pueden ser sensibles, etc. Si bien es un punto que resolver, considero que en absoluto es el principal, pues en modo alguno se produce aquí una reducción de los privilegios que por ser hombre se tienen. Muy al contrario, se despejan las pocas trabas que el patriarcado marcaba a los hombres. Tenemos muchos asuntos que resolver antes de esto, como atajar la cultura de la violación, los modelos de relaciones posesivas que siguen reproduciéndose en la adolescencia, hablar con nuestros familiares y amigos sobre todo esto, etc. En definitiva, antes de poder ganar aún más, debemos desprendernos de un montón de privilegios.
El texto resulta mucho más corto de lo que un asunto como este requeriría pero, en cualquier caso, la intención era la de señalar una realidad como la opresión hacia las mujeres, y una necesidad, que es que los hombres nos pongamos manos a la obra y asumamos nuestra responsabilidad.
Víctor Terrón Palacios