Por @blackspartak
Por qué el asamblearismo no es un principio anarquista
Hoy quiero comentar una de las cuestiones clave en los movimientos sociales. Se trata del proceso de toma de decisiones, el asamblearismo (con todas sus problemáticas asociadas). A menudo esta forma de funcionar se la encuentra elevada a la categoría de «principio» básico del anarquismo. Y los principios, ya se sabe, suelen ser irrenunciables e intocables. Yo hace tiempo que reniego de ello, no porque no me gusten las asambleas, que a veces me gustan (y otras veces no) si no porque no veo claro que un proceso de toma de decisiones sea válido y otro no. De todas formas la asamblea me parece un mal menor, necesaria si queremos que la gente se vea reflejada en la decisión, pero muchas veces mal planteada y utilizada.
En este aspecto quiero hacer notar que hay una confusión muy difundida en todos los ambientes libertarios (ateneos, sindicatos, okupaciones, colectivos, etc.), que no es otra cosa que tomar la parte por el todo: el principio «anarquista» no es el asamblearismo si no la participación general del grupo en la toma de decisiones. Es decir, la horizontalidad.
El asamblearismo como método de decisión parece ser que surgió de los cuáqueros norteamericanos, que entraron en el movimiento anti-nuclear (contra las bombas atómicas) en los años 50. Este movimiento se contagió de la forma de funcionar de esta gente y la traspasó a los movimientos contestatarios de los años 60, especialmente el que se opuso a la guerra de Vietnam. Gran parte de la New Left norteamericana la adoptó y difundió en Europa. Finalmente en los años 80 ya muy pocos grupos funcionaban de manera distinta a la asamblea.
Una asamblea no garantiza la horizontalidad
Algunas veces me he puesto a analizar las asambleas a las que asistía, quizá por aburrimiento o quizá como experimento sociológico. En ellas veía claramente los «rangos» de cada asistente o esto que otras veces llamamos «jerarquías informales». Las asambleas del mundillo activista funcionan de una forma muy parecidas unas de otras. En todos los grupos humanos existen liderazgos. Estos se dan de forma evidente en las organizaciones, y de forma más sutil en los colectivos más pequeños. En los movimientos asamblearios se dan en forma de «poder carismático», es decir, ese poder que otra gente te otorga sin tenerla coaccionada. Los privilegios.
Hay personas que hablan mejor que las demás, otras son capaces de reflejar la opinión común del colectivo, otras cuentan con un prestigio a ojos de las demás basado en la experiencia (o bien en otros factores como que haya represaliada o que se haya enfrentado al problema a tratar en otras ocasiones). Todo esto conforma un halo de «meritocracia» que hace que se le haga más caso a quien ha trabajado anteriormente por el grupo (u otros grupos anteriores) que a otra persona cualquiera. Evidentemente quien hace más méritos por el grupo tiene más poder simbólico ante él. Sus opiniones serán mucho mejor valoradas.
Entonces tenemos una serie factores que dan privilegios (que nadie se atreve a admitir por miedo a quedar mal ante el grupo) como por ejemplo el género: se le hace más caso a los hombres que a las mujeres; la edad: a las personas entre 25 y 40 años frente a las demasiado jóvenes o a las demasiado mayores; la belleza: se le hace más caso a la gente guapa que a la menos guapa, a quien no tiene defectos físicos que a quien va en silla de ruedas; la capacidad cultural: quien se expresa mejor domina las asambleas mejor que a quien tiene una cultura basada en la TV, el fútbol o las revistas del corazón; la procedencia: las personas locales sobre las inmigradas; las personas con una gran seguridad en sí mismas respecto a las tímidas; en ciertos grupos las personas que tienen más relaciones sexo-afectivas sobre las que no tienen ninguna… y podríamos añadir muchos otros factores que en un grupo humano asambleado le da rango a unas personas sobre las demás.
Quiero decir con esto que cuando se reune un grupo se ponen en marcha muchos mecanismos sutiles de dominación. No pretendo decir que las asambleas sean mecanismos de sometimiento, si no que destaco que en muchos casos no se trata de mecanismos válidos de toma de decisiones que puedan ser aceptadas por todo el grupo. Para gestionar una reunión asamblearia tenemos que poner estas posiciones de privilegio sobre la mesa. Lo más difícil de todo es ser consciente del rango que tiene uno mismo. Si se tiene en cuenta ésto, la decisión tomada probablemente sea más legítima (ya que todo el mundo conoce qué se cuece en la asamblea) que una donde la asamblea niega ciegamente que haya personas por encima de las otras.
Cuando hay estas divisiones tan claras como las que expongo es cuando llegan las exclusiones y los abandonos, es decir esta gente que abandona el colectivo sin decir nada, sin exponer una crítica dentro de la asamblea (ya que esto sería cuestionar el grupo entero y entrar abrir el conflicto). Una vez ví un grupo anarquista que al que cuando se le planteó esta situación zanjó rápidamente el tema: «en un colectivo anarquista no hay jerarquías». En cosa de 3 meses se fue medio grupo, de uno en uno. Y nadie se planteó absolutamente nada porque tras el verano siguiente llegó gente nueva (que volvió a irse poco a poco). Todo va bien.
Y es que el asamblearismo funciona cuando se tienen todas las cartas sobre la mesa. La gracia de una asamblea es que todo el mundo tenga acceso a toda la información para poder decidir en base a la misma y que se asuman los privilegios personales abiertamente. Por contra si hay una persona que controla la información ya no tenemos un proceso decisorio democrático. Información y gestión de privilegios, esa es la clave.
Ante esta situación el conflicto lo suele traer una persona que actúa de forma consciente o inconsciente en contra de la asamblea. Se posiciona como una figura de «terrorista» y se opone a los consensos vetando la opinión predominante o desviando los debates hacia temas secundarios. El grupo la ha posicionado permanentemente en la minoría y responde boicoteando el grupo buscando que se la excluya definitivamente.
El asamblearismo requiere tiempo
Otra de las cuestiones clave es que quien va a todas las asambleas… por algo será. La vida cotidiana nos lleva tiempo. Trabajo, estudios y familia son las prioridades humanas por excelencia. Y esto hay que tenerlo en cuenta para que el máximo posible de gente pueda participar en las asambleas. La economía feminista lo dice: hacer asambleas a las 8 de la tarde es negar la posibilidad de participación de la gente con hijos pequeños. También se excluye a la gente con familia con la falta de puntualidad. Cuando solo tienes una hora o dos para dedicar a un colectivo, no puedes permitirte perder media hora esperando. Y por contra tampoco se puede hacer una asamblea por la mañana, o a media tarde por que la gente estudia y trabaja. ¿Se entiende porqué el movimiento obrero de 1900 hacía las reuniones a las 11 de la noche?
Y no solo eso, hacer muchas asambleas o hacerlas en base a las necesidades del activismo provoca que vayan a ellas un grupo de personas de un perfil determinado: principalmente gente joven estudiante, o gente en el paro o con jornadas flexibles, o incluso personas jubiladas o en tiempo de excedencia. La gente trabajadora está lo bastante cansada como para no ir a las mismas. Y sinceramente no es lo mismo «estar cansada» con 26 años que «estar cansada» con 47 y dos hijos.
El gran handicap de la toma de decisiones asamblearia es éste. Que se excluye a una gran parte de la población que no puede permitirse ir. Por supuesto organizar una asamblea semanal es aumentar esta exclusión, puesto que si empiezas a no ir a alguna asamblea por falta de tiempo, cuando vas a las que puedes ir te das cuenta de que el grupo ha avanzado sin tí y ha generado una forma de pensar colectiva que no te incluye, a no ser que hagas un esfuerzo relativamente grande por integrarte… que a veces no vale la pena. Es decir, que no sólo la hora de la asamblea sino también la frecuencia son factores a tener en cuenta.
¿Cómo podemos hacer una integración más amplia de nuestros grupos? Se les puede enviar toda la información esperando que se la lean. Quizá no lo harán. De todas formas recalco que lo importante es que exista algún espacio de socialización común entre estas personas que se están quedando al marge y otras personas del colectivo que la puedan poner al día. Tiene que haber canales informales de información en las dos direcciones.
Además existe un concepto que se conoce como «metacomunicación», que se basa en no discutir el mensaje sino el cómo, el quién y la forma en que se está diciendo el mensaje. Por ello se alargan las asambleas. Por ejemplo, si alguien propone hacer un cartel de color verde, y otra lo quiere azul, en vez de decirlo se abre una discusión por el tono, las palabras utilizadas y los gestos que se han usado para expresarse. O directamente la está vetando porque en otra asamblea fue al revés. En defintiva, no se discute el contenido sino el continente. Y esa metacomunicación (que también puede llevar a nuevos conflictos) hace perder a los grupos asamblearios un montón de tiempo. A veces es una manifestación de que no se está de acuerdo con los privilegios de determinada persona o a veces es un boicot consciente hacia ciertas opiniones.
La burocracia asamblearia
Uno de los problemas de fondo es cómo se concibe el asamblearismo. En muchos sitios se hacen asambleas rutinarias semanales o quincenales aún cuando no hay nada que decidir. De hecho si lo que hubiera, muchas veces lo podrían ventilar en 15 minutos quienes se encontraran el problema sin tener que preguntarle a todo el mundo cada semana.
Es una pérdida de tiempo hablar en las asambleas de cómo se hará tal o cual actividad, de qué color poner en el cartel o de si hacemos 3 o 7 pancartas. La cosa es fácil: se hace y punto. No tienes que preguntar nada. Si no quieres hacerlo, no lo hagas. Yo valoro la iniciativa personal y entiendo que a veces habrá equivocaciones, pero ¿dónde está el problema? Si no te gusta el resultado participa en el grupo que hace las cosas. Quien hace las cosas se equivoca, quien no hace nada no se equivoca nunca.
Lo peor de las asambleas es cuando un punto queda encallado por que hay oposición, y luego alguien propone otra asamblea temática o un grupo de trabajo para tratarla durante los meses que dure. Es decir, que conseguimos aumentar exponencialmente el tiempo que dedicamos a las asambleas.
Parte de la burocracia asamblearia consiste en obligar a la gente externa a tragarse tu asamblea para decidir sobre una actividad o un tema. A veces se trata al principio o al final de la asamblea y se ventila rápido. Pero en otras ocasiones la persona externa se tiene que quedar a casi toda la asamblea siendo testigo de las interioridades del colectivo. ¿Es necesaria su presencia física?
Otro caso bastante frecuente es el «amiguismo». Nuestra asamblea permite saltarse el protocolo a nuestros amigos mientras obliga al resto de la gente a seguirlo al pie de la letra. Esto ocurre con más frecuencia de la que parece. Estas pequeñas injusticias juegan en contra del proceso asambleario y dan la razón a sus detractoras. Hay quien espera meses para conseguir un local para su concierto o para celebrar su taller y hay quien se salta la asamblea y lo hace en base a sus contactos personales dentro de la misma. Esto suele acentuarse en el entorno okupa donde quienes viven en el espacio tienen privilegios sobre las personas que gestionan las actividades del local.
Por último podríamos nombrar el caso de las asambleas controladas. Por ejemplo son aquellas donde hay un grupo de personas que controla toda la información y los tiempos de las asambleas. Son bastante frecuentes en las Asociaciones Vecinales, en la PAH o en algunos sindicatos. Así funcionaba el viejo movimiento obrero. La asamblea juega un papel de cohesión social y sirve como un espacio de empoderamiento personal y colectivo donde ver gente con tus mismos problemas. La contrapartida es que es muy difícil tener una opinión bien formada e informada sin militar a tope durante un tiempo. Aquí funciona el delegacionismo y el peso del trabajo del colectivo recae en unos pocos hombros. Y a la vez ese delegacionismo hace que esta gente que lleva el peso no tenga relevo hasta que se queman y exponen su caso ante el colectivo, que tras varias asambleas de auto-reflexión y auto-flagelación colectiva terminan cambiando su funcionamiento o las personas de referencia.
Responsabilidad vs. Asamblearismo
Alguien hizo la broma una vez de que si los Comités de Defensa de 1936 hubieran sido asamblearios, habrían tardado en responder 3 meses al golpe de estado militar (y no en un par de horas levantar cientos de barricadas y movilizar decenas de miles de personas en Barcelona y Madrid como ocurrió).
Los Comités, organismos anarquistas, funcionaban por delegación. Había una persona encargada. Y tenía la posibilidad de decidir por su cuenta y riesgo. Estas personas se reunían en comités superiores y tenían otra persona encargada por encima suyo. Era una jerarquía. Hoy en día estas cosas nos chocan y no nos parecen «anarquistas». Pero soy de la opinión de que es más libre y funcional tener una persona responsable y que todo el mundo conozca sus atribuciones que no las jerarquías informales que controlan todo en la sombra con sutileza o las burocracias asamblearias que realentizan todas las decisiones a veces durante meses. Prefiero la iniciativa personal y unilateral que lleva nuestra línea de actuación (aunque haya errores, lógicos en nuestra imperfección humana) que no tener que planificarlo todo en una asamblea y que en la siguiente asamblea se cuestione todo nuevamente por que viene dos personas nuevas.
Y aquí es donde voy. En el pasado las asambleas en el movimiento anarquista se hacían con cuentagotas. Los sindicatos una vez cada varios meses, y los grupos anarquistas también. Se reunían en pequeño comité a hacer tertulias. Estaban todo el tiempo conectados, como hoy con las redes sociales, internet y los móviles. Y decidían sobre la marcha en pequeños grupos de afinidad. Era una forma muy veloz. Las asambleas eran por lo general muy grandes y en ellas se decidía (votando) las líneas de actuación importantes para el movimiento (¿hacemos esto o hacemos esto otro?).
La cuestión es buscar una toma de decisiones capaz de que sea aceptada por el grupo para que luego éste la lleve a cabo lo más eficazmente posible.
Recomendaciones para una toma de decisiones ágil y representativa
Creo que lo básico hoy en día es separar la asamblea decisoria de las asambleas deliberativas. Hay que intentar que la información llegue a todo el mundo. Y en la medida de lo posible también deberían llegar los debates con los pros y los contras de cada opción. Una vez que todo el mundo tenga el material hay que encontrar la forma de decidir. En este caso se trata de ver la forma mejor. Y no descartar ninguna (como el voto o la delegación), en caso de tener que decidir muchas cosas.
Se pueden hacer dinámicas para hacer las asambleas largas mucho más amenas. Las dinámicas sirven para que todo el mundo tenga una mejor comprensión de lo que se está tratando. Sirven para que todas las opiniones sean escuchadas. No necesariamente todas las voces, ya que hay quien prefiere callarse y escuchar, si no todos los puntos de vista de las personas que componen la asamblea.
Y también debería haber espacios de socialización que sustituyan las asambleas más rutinarias en donde se pueda hablar de la actividad del colectivo. Esto ocurre de forma informal en la cerveza de después de las asambleas. Pero no todo el mundo se puede permitir quedarse. Se podría resolver teniendo algún día fijo a modo de tertulia, sin pretender decidir nada, sino solo hablar de los temas que respectan al colectivo. Sirven como balance, análisis, intercambio de opiniones y como espacio de socialización. Y pierden el caracter ceremonioso y ritual de la asamblea.
Cuando se iba diluyendo el 15M un grupo realizó un interesante texto sobre porqué dejaba de ir la gente a las asambleas. Los problemas son estructurales. Y se resumen en que nadie en su sano juicio puede estar de por vida en las asambleas. No tenemos que estar decidiendo cosas todo el tiempo. Tenemos que hacerlas. Muchas personas que se pasan la vida en asambleas son casi incapaces de llevar a la práctica las decisiones colectivas. No entender esto es mandar a la gente a su casa pensando que estamos locas y no tenemos vida, y nosotras pensando que «no se implican».
Queremos un pueblo empoderado. Que debata y discuta, que se informe. Que lleve a la práctica las cosas con las que sueña. Pero para ello muchas veces es mejor hacerlo en tu casa que no rodeado de gente chillando. Para tomar una decisión hay que reflexionar, luego decidir. Y más importante que decidir, cumplir. Si no, no sirve de nada el tiempo que hemos invertido en decidir. Esta sería otra de las cuestiones que hacen que la gente desaparezca de las asambleas.
Tenemos que ser conscientes que puede haber algunos contextos en los que votar sea más horizontal que una asamblea. Incluso puede ser que la relación mayorías/minorías sea más justa que el consenso (dado que no pocas veces se utiliza el veto como forma coactiva para imponer una postura minoritaria a la mayoría). Quiero decir que la asamblea no es ni buena ni mala per se. Tiene que valorarse por su utilidad, no por que sea más o menos «anarquista». Por que lo que realmente es «anarquista» es el resultado de nuestras acciones y el mundo que queremos crear.
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Sin pretender ser exhaustivo pongo una breve recopilación de textos para justificar los argumentos dados, y animo a que pongamos en cuestión nuestra forma de hacer las asambleas. Quiero un movimiento maduro consciente de sus interioridades, capaz de cambiar para mejorar.