Estrenamos una serie de dos artículos sobre economía (la gran olvidada, a menudo, de las corrientes libertarias).
En esta primera entrada analizaremos de forma concisa los tres modelos “clásicos” de gestión económica: el libre mercado, la economía planificada y la economía mixta.
INTRODUCCIÓN
Podríamos definir burdamente “economía” como: “la ciencia social que estudia la extracción, producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios con el fin de satisfacer las necesidades humanas”.
Según esta definición, no es difícil imaginar que la política sea inherente a la economía y viceversa (sin obviar la relación que ambas tienen con otras ciencias como la psicología, la sociología o la historia).
Las formas de gestión económicas han sido tremendamente variadas a lo largo de la historia humana, definir cada una de ellas nos daría para diez tomos enciclopédicos, así que aquí nos centraremos en explicar las tres grandes familias económicas de los dos últimos siglos, dentro de las cuales hay gran cantidad de corrientes, matices y posturas.
ECONOMÍA DE MERCADO
Se entiende como modelo económico de mercado aquél en el que la producción y el consumo de bienes se regulan mediante la ley de la oferta y la demanda.
La característica sine qua non de esta estructura organizativa es la existencia de la propiedad privada de los medios de producción. Es decir, se entiende como “derecho inherente” del individuo poseer y controlar tanto el capital de la empresa como la maquinaria necesaria para producir así como el derecho a percibir una mayor remuneración, dando lugar a los problemas estructurales tan ampliamente criticadas por las teorías socialistas como la explotación de la plusvalía por parte del empresario, la segregación por clases sociales (dicotomía burguesía/proletariado), las relaciones verticales, la alienación del obrero con respecto a su producción, a su potencial y a sus compañeras, etc.
Per se, este modelo económico ya se plantea contrario a los postulados libertarios.
Otro punto destacable de la economía de mercado es lo referente a la intervención estatal.
Las diferentes corrientes mercantiles tienen un debate interno al respecto. Las corrientes más antirreguladoras pretenden la absoluta abolición del estado, permitiendo que la ley de la oferta y la demanda (y la “mano invisible”) autorregulen el mercado, mientras que otras permiten el intervencionismo en sectores puntuales (por ejemplo, las minarquistas).
El “Estado” en las teorías economicas liberales se suele interpretar de la forma clásica; como un órgano gubernamental, a priori coercitivo, monopolista e impuesto.
Es curioso lo rápido que apelan los teóricos del libre mercado (la forma más agresiva de economía de mercado) a la necesidad de la defensa legal universal de la propiedad privada, algo que solo podría garantizar una figura política tan potente como un estado.
Esto nos lleva a pensar que quizás la organización libremercantil no es tan rupturista como a priori parece contra la figura estatal, sino que a lo máximo a lo que se puede aspirar es a reducir al máximo su figura sin tratar de acabar con su comportamiento coercitivo, dando lugar a un capitalismo clientelista en donde los funcionarios estatales estén estrechamente ligados a la clase apoderada y el poder coercitivo anteriormente mencionado solo se aplique contra las clases populares, arguyendo a la defensa de la propiedad privada.
El tercer punto en contra del sistema de mercado es que este, al tener como fin único el lucro y el beneficio económico, disgrega las actividades productivas humanas en lo que, a expensas del mercado es considerado rentable o no rentable. Esto se traduce en lo siguiente: las actividades productivas que no generan un beneficio económico directo, es decir, que no crean un objeto de consumo demandado por el mercado, no tendrán ninguna rentabilidad y por lo tanto acabarán desechándose.
Esta situación nos lleva a un paradigma en el que las actividades de desarrollo humano, que no generan un producto como tal (por ejemplo: la filosofía, la sociología, el arte…) quedan relegadas al olvido, mientras que las únicas rentables pasan a ser las materialmente productivas (generalmente las profesiones más técnicas).
El problema subyacente a la desaparición de las actividades humanistas o a la sumisión del arte al beneficio (véase “La industria cultural” – Adorno y Horkheimer) es que esta situación puede llevarnos a convertir las relaciones humanas en relaciones de consumo, algo que sin duda favorece una relación vertical entre las personas, el individualismo y la alienación. Una sociedad atomizada es una sociedad embrutecida.
Esto nos lleva al siguiente punto: sobre la especialización.
El mercado, desde tiempos de Adam Smith, asume que una mayor especialización aumenta el rendimiento de cada trabajador sobre una tarea concreta. Dicha especialización conlleva una ignorancia en el resto de tareas del proceso productivo, de modo que convierte la actividad profesional en un hastío desmoralizante que impide la toma de decisiones diversificada y plural, además de establecer un clasismo interno en donde las actividades que impliquen esfuerzo mental se sobrepongan a las que impliquen esfuerzo físico.
Por último me gustaría aludir a la poca sostenibilidad ecológica de este tipo de modelo económico.
Los modelos de libre mercado son anti-ecológicos debido a que asumen que todas las demandas podrán ser satisfechas, independientemente de si son bienes de primera necesidad o bienes fútiles, sin tener en cuenta que los recursos naturales son limitados. A menudo, el ritmo de producción de bienes de consumo sobrepasa al de restablecimiento de dichos recursos naturales.
Los indicadores del libre mercado (IPC, PIB…) tienen en cuenta exclusivamente la satisfacción de la demanda, la riqueza por habitante y la producción generada, pero no los recursos consumidos para producirlos, lo cual irremediablemente nos lleva a la conclusión de que este sistema económico asigna una preferencia mayor a la productividad que a la sostenibilidad, algo que a la larga es auto-destructivo.
Debemos huir de modelos que favorezcan el crecimiento a toda costa y apostar por otros en donde se tenga el medio ambiente más en cuenta, modelos más estancos, capaces de frenar un ritmo de productividad insostenible (decrecimiento), y este modelo no es el que más favorece a ello.
Podría extenderme más sobre la incompatibilidad del modelo económico mercantil con cualquier corriente anarquista, pero creo que con lo expuesto ya queda suficientemente claro que el mercado tiende a individualizar y verticalizar, además de ser anti-ecológico y que por lo tanto, no plantea una solución viable al problema económico.
ECONOMÍA DE PLANIFICACIÓN CENTRAL
La economía de planificación es la habitual en los sistemas socialista; mientras las corrientes anarquistas o consejistas se orientan hacia la planificación descentralizada, el resto de economías socialistas suelen orientarse hacia la planificación centralizada. La crítica, en este caso, se basa en el último punto, ya que la planificación descentralizada la trataremos a fondo más adelante.
Este modelo es la antítesis del libre mercado, constituye su oposición absoluta. Bajo este modelo el Estado es quien, de forma centralizada, se hace cargo de determinar qué bienes y servicios se producirán en función de las necesidades que el aparato burocrático determine. La erradicación de la ley de la oferta y la demanda, en muchos casos, conlleva la supresión de la propiedad privada (como en las economías planificadas de la URSS o de la RDA), mientras que en otros modelos autárquicos, como el fascismo, la han mantenido, e incluso, reforzado (economía franquista, nacional-socialismo…)
Generalmente, las principales críticas a estas economías (especialmente cuando de la centralización marxista se trata) surgen de las corrientes liberales, argumentando problemas relacionados con la supresión de la propiedad privada y la libertad del individuo. Este argumentario apela a intereses de clase, con la pretensión de mantener unos privilegios de los que carecerían sin el poder que les otorga el mercado.
La crítica anarquista hacia la economía planificada tiene que alejarse de paradigmas liberales y aproximarse más al realismo, olvidarse de concepciones abstractas que pueden ser fácilmente aplicables a otro modelo económico (es decir, que no son intrínsecos de la planificación central) y enfocarse en la crítica hacia la “centralización”, no hacia la “planificación”.
El centralismo es contrario al confederalismo, per se, pero no así la planificación.
Las economías de planificación centralizada se llaman así precisamente porque toda la estructura burocrática redunda entorno a un estado central el cual debe de manejar una cantidad enorme de información, lo cual conlleva problemas estructurales y de participación poco democrática.
Las corrientes anarquistas abogan por una estructura demográfica federal argumentando que la organización coordinada de muchos núcleos de pequeña población son más gestionables y pueden responder mejor a los problemas de sus habitantes que las estructuras demográficas de ingentes volúmenes de población (como las ciudades). El modelo confederal tiene a ser, por lo tanto, contrario a un estado central, cosa que nos lleva al problema estructural: la economía centralizada está orientada a sistemas que gestionen poblaciones igualmente centralizadas, obviando a menudo las necesidades de quien no se encuentre en dichas zonas.
Otro problema común es la alienación de las clases populares respecto a la gestión económica.
En un modelo centralista la ciudadanía puede participar o no en política, pero habitualmente no en la toma de decisiones económicas, puesto que estas se toman verticalmente desde el aparato burocrático del estado central (o como los denomina Michael Albert “la clase coordinadora”), algo que choca frontalmente con el principio de autogestión.
El estado recaba información sobre las necesidades de la población y luego establece una planificación económica anual, bianual… (quinquenal, en el caso de la URSS) en la que solo participa la clase burocrática, obviando la participación ciudadana directa en la planificación y verticalizando la toma de decisiones, emulando el patrón de una empresa capitalista.
En resumen podríamos decir que la economía centralizada es contraria a los postulados anarquistas debido a que no es aplicable en un sistema confederal y a que se estructura verticalmente prescindiendo de la participación popular en la toma de decisiones al depender de una clase burocrática que analiza las necesidades y aplica soluciones manteniendo el pueblo al margen.
ECONOMÍA MIXTA
La economía mixta es la debacle del eclecticismo moderno. Pretende aunar la economía de mercado y su liberalización a la economía de planificación central en una suerte de capitalismo de cara amable y empresas públicas, pero en donde no se cuestione el régimen de propiedad privada.
Este modelo surge con fuerza durante el siglo XX con la intención de combatir la expansión del modelo económico soviético (el cual puso en tela de juicio la efectividad del capitalismo) dotando al mercado de una cierta regulación e interviniendo en ciertos sectores estratégicos en forma de empresas públicas (transporte, sanidad, educación…), dando lugar a lo que conocemos como “estado del bienestar”.
El principal problema, como ya hemos mencionado antes, es que no cuestiona ni las relaciones verticales que dan lugar a la división de clases, ni al régimen de propiedad privada del libre mercado, pese a intervenir e incluso participar en el mercado en forma de empresa pública.
Al mantener la división de clases y tratar de satisfacer intereses de clase opuestos, el modelo siempre beneficiará a una clase, generalmente la más apoderada ya que tendrá la capacidad de influir en forma de coerción económica sobre las decisiones políticas. Por ejemplo, un estado eleva los impuestos en función de la renta haciendo que los más adinerados paguen más y los más pobres menos, esto generará un conflicto entre clases: favorecerá a los pobres y al sector público, el cual se garantizará gracias a esos impuestos, pero desfavorecerá a los más ricos, aquellos que podrían costearse los servicios públicos en forma de empresa privadas (mutuas, transporte privado, educación privada…). Una medida contraria a esta invertiría las posturas y los que estarían en mayor desventaja serían las clases populares.
Como se puede ver en el ejemplo, una de las dos clases tiende a perder y como he dicho antes, suele ser la que menos capacidad de influencia tiene.
En general, este modelo económico se podría englobar dentro del libre mercado, así como sus críticas, ya que por características tiende a él, aunque mantenga una falsa propiedad colectiva en forma de empresas públicas.
Como dato, actualmente gran parte de las economías del mundo son consideradas economías mixtas.
CONCLUSIÓN
Hemos visto porqué ningún modelo clásico de economía puede adscribirse a la gestión económica de una sociedad anarquista.
En el siguiente artículo hablaremos de la necesidad de plantear un modelo de planificación económica descentralizada sólida y contemporánea que sea capaz de pugnar contra los modelos clásicos y hablaremos de la “Parecon” o “Economía Participativa”, una propuesta dentro de este modelo.