Del miedo al rencor o cómo fingir racionalidad cuando los escudos fallan

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Tengo miedo.

Siempre digo que no, pero lo tengo.

Miedo de alguien a quien hace más de 4 años que no veo. Miedo de alguien que nunca me hizo nada. Miedo de alguien que seguramente no recuerde mi existencia.

Y poco menos de 4 años diciéndome que ese miedo no existe. Que soy alguien racional. Que es absurdo temer algo que no puede afectarte.

Nunca había hablado de ese miedo.

Cuando esa persona desapareció decidí evitar las calles que frecuentaba con la excusa de que el otro camino a casa es más oscuro pero más directo. Pero reconozco que cuando volví a recorrerlas fui con la cabeza baja, y aún hoy las cruzo en guardia. Con paso rápido, la mandíbula tensa y, según los ánimos, mirada desafiante. Pero no era miedo. Sólo era por evitar situaciones incómodas.

Cuando me llaman al móvil y no tengo guardado el teléfono mi voz suena muy aguda. Pero eso es normal, ¿no? ¡No vamos a reaccionar todos igual a lo inesperado!

Y si alguien me llama por la noche, sea o no una persona amiga, me la paso temblando. Porque obviamente me han desvelado. Han alterado mi estado de tranquilidad de una forma brusca. Otra reacción no tendría sentido.

Hará cosa de una semana me lo volví a cruzar. En el metro. Y se quedó mirando sin decir nada. No sé si me reconoció, pero a mí se me tensó la mandíbula. Y me di cuenta del miedo que había estado negando. Ese miedo que había camuflado de odio y desprecio. Me creía enfadada, porque enfadarse tenía sentido. Y el supuesto enfado tras tanto tiempo se debió convertir en rencor. De modo que me creí rencorosa (que no digo que no… ). Pero lo que había tenido, desde un principio, no era un enfado completamente justificado. Era miedo.

Asumir la irracionalidad ayuda. Ayudaron en su momento las personas de mi entorno más cercano, a las que estoy evidentemente agradecida. Pero admitir la realidad interior ayuda mucho más.

Ayuda comprender que tenemos más emociones de las que pensamos, y que éstas nos afectan en el día a día. Es relativamente fácil fingir estabilidad emocional. Tan fácil como negativo. Porque esto se filtra y nos sobrepasa. La tensión se acumula. Aunque no sepas que está ahí. Y precisamente si no la reconoces no hay forma de soltarla.

La sinceridad con uno mismo es lo más necesario para revisar nuestras dinámicas. Tanto políticas como personales, porque si el subconsciente te presiona no es sólo contra tu entorno personal. Lo engloba todo en mayor o menor medida.

Y esos miedos, racionales, irracionales o mezcla, no deben marcar nuestras pautas en las relaciones. El apoyo se complica cuando no se sabe qué apoyar, y una falsa racionalidad no es la mejor forma de relacionarse. Especialmente si esto nos lleva a juzgar con dureza a aquellos que no han querido caer en el autoengaño y se saben vulnerables porque, de qué sirve si no hablar de empatía?

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