Dejad que antes de ir más allá os haga una advertencia: voy a expresarme desde la visceralidad y la rabia sentida al vivir, día a día, las injusticias por mi color de piel. Este suele ser el paso anterior a cualquier análisis más sosegado y es, a su vez, lo que precede a la acción rotunda para cambiar de raíz los hechos y/o acciones que permitan la práctica de dicha injusticia Por supuesto, soy una persona no blanca, pues creo que debemos ser nosotros y nosotras quienes estemos en la vanguardia contra el racismo, al igual que ellas lo están en el feminismo.
A modo introductorio, quiero indicar que haré referencias, paralelismos, al feminismo puesto que, desde mi punto de vista, hay muchas similitudes entre la lucha contra el patriarcado y el racismo; las podemos adelantar ya: ambas se basan en la dominación basadas en un determinismo biológico; en unos casos a razón de los genitales -lo que deriva en el constructo social que es el género-, en el otro por el color de piel del individuo, que nos lleva también a otra construcción social que es la raza. Como decía antes, este artículo no pretende ser un análisis tranquilo, sino más bien la expresión de unas vivencias absolutamente personales basadas en mi origen u orígenes étnicos (¿más apropiado sería decir genéticos?), de ahí que lo escriba en primera persona del singular.
Tenía la intención de comenzar comentando la definición que nos da el DRAE¹ de racismo, pero en realidad sería ocupar líneas vanamente, pues considero de mayor provecho que seamos nosotras, todas las personas implicadas desde abajo y lejos del elitismo academicista, quienes nos hagamos conscientes de las realidades sociales que sufrimos a diario, más allá del dictamen de una mayoría de hombres blancos cis². Permitid, entonces, que sea yo quien os empiece a hablar de lo que es racismo y en qué se basa este. No será una definición, será una expresión de recorrido vital. El racismo se ha construido, históricamente, a raíz de la dominación, y ya empezamos a vislumbrar las similitudes que tiene con el machismo. Los hombres blancos occidentales creyeron, y gracias al Cristianismo, estar bendecidos por Dios para ser amos y señores de todo lo que les rodea, esto es: mujeres, animales no humanos, los campos y, por descontado, otros hombres y mujeres cuya tez fuera más oscura que la de los dominadores.
Hagamos un pequeño parón. Un paréntesis, porque he usado el término “dominación” y me gustaría explicarlo. Muy brevemente, desde mi posición, quien mejor lo ha definido ha sido Foucault. Muy matizable en muchos aspectos, pero no tengo intención de pararme en ellos. Para él, las relaciones humanas (amorosas, económicas, institucionales etc.) están cargadas de estructuras de poder. El poder, que es la capacidad de dirigir las acciones del otro, es modificable, cambiable y reversible. En el momento en el que se fija, se bloquea y no existe reversibilidad alguna, existe el estado de dominación. Esto conlleva, aunque esto no lo afirma abiertamente Foucault, la existencia de privilegios-
Mantener este poder y dominio era necesario justificarlo: son las construcciones sociales, prejuicios y, porque no, clichés que nos son conocidos en la actualidad. Así, el hombre blanco robó a las mujeres sus espacios, las encerró en sus casas, limitando su movilidad al ámbito privado y doméstico, y a los no blancos nos puso la bota sobre el cuello para labrar los campos que antes eran nuestros (entiéndase esto en sentido figurado), y mediante el (pre)-capitalismo y la cruz, impuso su superioridad en los países que colonizó. A la par que nos encerró en sus barcos o nos envió a la absoluta marginalidad, obligándonos a elegir entre los trabajos más peligrosos y precarios o la profunda miseria. Fenómeno que ocurrió en España con la llegada de migrantes que carecían del visto bueno del Estado para residir aquí.
Así es, pues, como nacieron las ideas preconcebidas que existen sobre los comportamientos sociales que nos han hecho creer innatos. En realidad, el ser humano tiene muy pocas cosas que le sean instintivas, porque hasta el acto sexual está codificado socialmente. Se inventaron que la mujer tiene un instinto maternal, es la cuidadora, la responsable del hogar, etc. Y los no blancos estamos catalogados como seres bárbaros, sin cultura ni pasado. Nos robaron nuestra historia para ligarla al del hombre blanco, al del civilizado. Sin ellos no somos nada. Así, no blancos y mujeres necesitan ser tutelados, machismo y racismo de nuevo de la mano: dominación. Parece que empiezan a aparecer los privilegios. Pero continuemos.
Además, los blancos se han atrevido a justificar una inteligencia menguada inherente al no blanco, argumentando la falta de premios científicos y de reconocimientos intelectuales a estos. Además de caer en el capacitismo, es probable que no sepan que Alexandre Dumas³ no era blanco, como la ignorancia de aquel terrateniente esclavista, personaje interpretado por Di Caprio en la versión tarantina de Django⁴; sino que, al mismo tiempo, añaden una falta de deseo por integrarse en la sociedad (capitalista) que los ha excluido. ¡Toda una paradoja! Les envía a la marginalidad, al tiempo que les acusa de ser delincuentes por estar, precisamente, en esa marginalidad. Así ocurre, que culpamos a la mujer violada por su forma de vestir. Así ocurre, señalamos al marginal del gueto y no al racismo inherente y presente en la sociedad blanca, como lo está el patriarcado. Las raíces son las mismas.
De todo esto, deducimos que todo está vinculado a la existencia de privilegios. Los hombres tenemos privilegios, algo innegable. Es nuestra responsabilidad el deconstruir esas masculinidades, quitarnos de encima esas cadenas que ahogan a nuestras compañeras. Siguiendo esta misma línea, es responsabilidad de todos los no blancos quitarse esos privilegios tan arraigados y presentes. Y permitid que os hable, en unas pocas líneas, de algunas experiencias vitales, espero que con algo de lo que os cuente aquí quede un poco más claro de lo que hablo cuando menciono los privilegios de blanco.
Mi anterior compañera le comentó a su padre que yo no era un chico blanco, este, digamos, se puso un tanto en alerta y quiso conocerme lo antes posible. Vino desde fuera (ya que no residen en la misma región) para pasar una tarde con los dos. No lo hizo porque fuera el compañero de su hija, sino porque mis orígenes le hacían sospechar de mi buen hacer o de que, incluso, fuera una buena persona. El rol se perpetúa. Si ella le hubiera dicho que yo en vez de ser mulato fuera, supongamos, noruego, estoy seguro que aquel buen hombre no habría querido conocerme con tanta celeridad. Por razones personales, he vivido un tiempo en Alemania y he entrado y salido varias veces del país. Siempre y en todas las ocasiones en el aeropuerto de Berlín, antes de salir del mismo, la policía me ha parado, preguntándome en inglés, de dónde venía. Yo les respondía en alemán, diciéndoles que vivo en el país desde hacía tiempo.
Lo mismo me ocurrió en Roma, en aquella ocasión iba con mi madre, cuyo color de piel es incluso más oscuro que el mío. También en Nápoles, donde incluso tuve algún problema para salir de la ciudad para volver a Alemania. En el 2010, en un tren camino hacia el sur de Francia, en la frontera, la policía española y francesa se entretuvo conmigo más de lo que lo hizo con otros pasajeros. Hay dos excepciones: aeropuertos de París y de Copenhague, creo que la salvedad radica en que en aquellas dos ocasiones viajé con dos chicas blancas, las que en ese entonces eran mis compañeras. Es una especulación, pero me parece bastante factible. Curiosamente, saliendo en masa de dichos terminales aéreos con los demás pasajeros, siempre he sido yo el interceptado. Eso se llama racismo.
Pero ya no solo la movilidad internacional se ve molestada o limitada (¡no quiero imaginar el día que vaya a Estados Unidos!), sino incluso dentro de mi propia ciudad. Igual que ellas sienten miedo al volver a sus casas de noche, yo me puedo sentir incómodo en determinados barrios de mi ciudad, especialmente donde sé que hay una predominancia de grupos neonazis, pues sé que mi seguridad se ve amenazada. Y el problema no solo radica en los nazis, sino en la pasividad de los demás, especialmente preocupante en los grupos antifascistas. Evidentemente el asesinato de Carlos Palomino fue algo desdeñable, pero no se levantaron tantísimas voces de protesta cuando han sido no blancos los que han sido asesinados o apaleados. Podría hablar de muchísimas más, incluso muchas de ellas nacidas en el seno de mi propia familia, pero creo que por ahora con esto es suficiente.
¿Qué necesitamos, pues, para revertir estas situaciones? Tomar conciencia de que racismo no solamente es pegar palizas, también es la condescendencia y el comportamiento paternal hacia nosotras, actitudes que observé en una ocasión en un CSO que hoy ya no existe. La lucha es nuestra en este sentido y tenemos que conseguir nuestros espacios. Recordad cuando, en 2013, en los Estados Unidos, George Zimmerman fue absuelto por asesinar a un joven negro, Trayvon Martin. La comunidad afroamericana salió a las calles con el lema: Black lives matter. Algo así como “Las vidas negras importan”. Los blancos que se unieron a la protesta parece ser que vieron su espacio de protagonismo asaltado y, sin dudarlo, respondieron con un “All lives matter”, “todas las vidas importan”. Los protagonistas de este lema demostraron la falta de conocimiento de que el racismo no es una patología, no es llevar una esvástica tatuada a la izquierda del pecho, sino que es un hecho estructural patente y latente en la sociedad.
Es evidente que todas las vidas importan, pero en ese contexto, somos los no blancos los que reclamamos nuestros derechos, nuestros espacios en los cuales sentirnos seguros. De hecho, es una explicación bastante plausible para la creación de barrios donde habitan una mayoría de personas migrantes, no solo porque coincide con la marginalidad, pero también con ese deseo de autoprotección, al igual que muchas mujeres deciden organizarse en grupos no mixtos. Así, dejad que seamos nosotros quienes enarbolemos la bandera del antirracismo, los blancos solo podéis dar un paso atrás, escuchar y hablar con otros blancos. El protagonismo de los blancos está presente en todos lados, y sabemos que al igual que ocurre con el espacio robado a las mujeres, no cederán su sitio fácilmente, ni nos permitirán espacios ni visibilidad sin que antes no hagamos una labor difusiva y pedagógica de lo que perpetúan con sus comportamientos y acciones. Los blancos no sufrirán nunca el racismo, porque para que exista racismo, creo que queda claro, tiene que existir un privilegio y una dominación perpetuada y espaciada.
Así, y ya casi como colofón, es necesario que existan las categorías, porque con ella podemos señalar e identificar al opresor y al oprimido. Quien las niega y argumenta que somos todos la Humanidad, es precisamente quien no desea perder sus privilegios. Por ello, y sin el deseo de extenderme más, espero que todos los blancos que lean esto, sean capaces de preguntarse a sí mismos qué comportamientos racistas mantienen y de los cuáles han sido cómplices. Es sano hacer estos viajes interiores, es otra manera de desprendernos de yugos que nos han aleccionado. Realmente, el racismo tiene muchísimas caras, y otras miles de manera de enfocarlo, y desde luego, me dejo muchas cosas en el tintero, pero empecemos la casa por la cimentación.
Podemos decir, a modo de conclusión, que al fin y al cabo todas las luchas tienen un eje gravitatorio común: los privilegios y la dominación que estos perpetúan. No podemos dejar de ser anticapitalistas, sin que al mismo tiempo seamos aliados del feminismo o feministas, antifascistas y antirracistas, pero con un compromiso que vaya más allá del exotismo y las bonitas palabras vacías de continente y de contenido. Las diversas luchas se entrelazan, se cruzan, es inevitable y hasta deseable, pero que sean los oprimidos quienes decidan cómo emanciparse.
V. Kahl
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1Siglas de Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
2Abreviatura para el término “cisgénero”, que hace referencia a aquellas personas cuya identidad de género coincide con la asignada al nacer.
3Conocido en los países de habla hispana como Alejandro Dumas, de padre francés y madre haitiana, fue un autor mulato de renombre, conocido especialmente por Los Tres Mosqueteros o El Conde de Montecristo.
4Me refiero a la película Django Unchained (2012) una interpretación de Tarantino del clásico del spaguetti Western Django de 1966.