El sábado 3 por la noche al llegar a casa me encontré con la noticia del último atentado en suelo europeo, habían atropellado y apuñalado a numerosas personas en Londres. Como era de esperar la noticia rápidamente se proyectó en todas las cadenas, con una cobertura en directo que narraba cada segundo de los momentos posteriores escudriñando cada plano del lugar del suceso. No tardaron en aparecer las primeras reconstrucciones virtuales de lo sucedido, las teorías, las interpretaciones y los héroes/victimas anónimas que sufrieron en sus carnes la masacre. Nadie podía haber predicho que iba a suceder un atentado, pero sin embargo todo el mundo sabía lo que iba a venir después; las condolencias de los líderes políticos, los grandes discursos sobre las libertades en occidente, y el twett de Trump cargando contra los inmigrantes. Todo parecía formar parte de un ritual repetido de forma continuada desde que se produjeran los atentados del Charlie Hebdó.
Dentro de esta lógica, durante los días y semanas posteriores a este tipo de ataques terroristas, es como si el tiempo se detuviese y no importase ninguna otra noticia más en el mundo. Sin embargo en contraposición lo que se nos muestra desde los Mass Media en este ritual informativo, el mundo sigue moviéndose; siguen las guerras en Siria o Yemen, siguen sucediendo crímenes, sigue habiendo una grave crisis económica, continua el paro, los recortes… y sobre todo, los fanáticos responsables de lo sucedido en Londres, Mánchester o París, siguen cometiendo actos terroristas. Durante esta misma semana un doble atentado en Teherán causaba 17 muertos, mientras en Irak el ataque a un mercado dejaba otros 30, diez días después de que un atentado en Kabul provocase la muerte de doscientas personas ¿Oísteis hablar algo de ellos? Si observáis detalladamente ambos tienen un elemento común, no se han producido en suelo occidental. Si nos paramos a pensar tanto en la cantidad de víctimas como en el número de ataques evidentemente lo sucedido en Europa, parece que tiene una cobertura mediática completamente desproporcionada. Llegados a este punto es cuando cabe preguntarse ¿A caso valen más para los medios las vidas de Londres que las de Mosul?
La realidad es que no se puede responder con una palabra a este interrogante. Para ello tenemos que volver nuevamente al ritual mediático del que hablábamos antes con relación a los atentados. En paralelo a la ultravisibilización que reciben los fenómenos de terrorismo europeo, los actos cometidos por Al-Qaeda primero y por ISIS y sus filiales después han sidodel todo normalizados cuando se producían en Oriente Medio. Desde la invasión estadounidense de Irak los atentados suicidas se han convertido casi en una sección más del telediario de apenas unos segundos pero siempre presente. Esta sistematización ha generado una forma de ritual en paralelo a la que describíamos al hablar de Londres pero a la inversa. En ella se ha banalizado hasta tal punto la violencia sobre la población iraquí o siria, que apenas somos conscientes de su envergadura. Sabemos que existe y está ahí, pero a la hora de la verdad hemos sistematizado la forma de interiorizarla por efecto de los medios.
Cuando ponen una bomba en una mezquita que deja doscientos muertos o un coche bomba en un mercado de Bagdad, en el telediario se nos muestran imágenes igual de cruentas que podrían ser las de escenarios como Charlie Hebdó o los atropellos de civiles en suelo francés. En ellas se ven los cuerpos tendidos de las personas asesinadas, las caras de pánico en los supervivientes y los relatos de terror narrados por viandantes anónimos. Sin embargo es como si el color sepia del paisaje oriental, el polvo y la arena de estas latitudes, nos impidiesen sentir lo mismo que cuando algo así sucede en Europa. No hay ninguna opción en Facebook para que podamos poner como filtro en nuestra foto de perfil la bandera de Siria o Irak, en los edificios oficiales las banderas no ondean a media asta y los políticos callan ¿Qué sucede? ¿Por qué ocurre esto? Los muertos en el mercado de Bagdad o en Siria, no son de los “nuestros”, son el “otro” al que temer.
Este “Otro” no se diferencia en nuestra cosmovisión por una cuestión religiosa, pues además de que en territorios como Siria hay una amplia variedad de cultos, la forma en que se procesan estos difiere bastante (en el caso de los musulmanes destaca especialmente el cisma entre suníes y chiíes) o los distintos niveles de religiosidad presentes en estas sociedades. Tampoco podemos hablar de que el “otro” pertenezca a un mismo grupo étnico, o a un único contexto geográfico. En contraposición este “Otro” se expresa como un abanico amplio de individuos que puede ir desde el yihadista de ISIS que secuestra una universidad en Kenia, hasta los refugiados que atraviesan el Mediterráneo procedente de Libia, pasando por la niña a la que intentan asesinar los talibanes en Afganistán por ir a la escuela. Aquí es donde la ritualización informativa que se da frente al terrorismo juega su papel principal; situar en un mismo plano cultural a las víctimas y a los verdugos no occidentales.
Esta equiparación sumada a la división “nosotros” y “ellos” (el otro), atiende a diversos objetivos. En clave geopolítica busca principalmente legitimar las acciones y posiciones occidentales en el contexto de oriente. En este sentido el ejemplo claro más allá de justificar las intervenciones e injerencias internacionales en terceros países, es como está la ritualidadinformativa a la que antes aludíamos ha conseguido emborronar el origen y las causas del fenómeno yihadista que se remontan al surgimiento de los talibanes en Afganistán y a la invasión de Irak en 2003 respectivamente. Dos acontecimientos en los que Estados Unidos y otros países europeos tuvieron un protagonismo indiscutible, como muestra aquella famosa recepción de Ronald Reagan en la Casa Blanca a los líderes talibán tildados de “luchadores por la libertad”. Sin embargo es quizás en clave interna, dentro de propias sociedades occidentales donde este discurso de “los otros” juega un papel más importante.
Como subrayábamos antes, no existe una distinción del todo clara que caracterice a “los otros” en un sentido amplio. En este grupo podíamos encontrarnos con personas de creencias religiosas diversas, de distintas ideologías, de distinto origen… y también residentes en diferentes latitudes. De este modo no solo nos encontramos con “el otro” al otro lado de las vallas de Ceuta y Melilla, o en las costas de Turquía esperando para embarcar con destino a Europa, también se encuentran en los suburbios de París o las afueras de Londres. La frontera que antes parecía lejana entre el occidente de progreso y el tercer mundo de los bárbaros e incivilizados, ahora se encuentra dentro de las capitales y ciudades Europeas en forma de inmigrantes pobres procedentes de ese horizonte “incivilizado”. Esta visión que sitúa al diferente como la gran amenaza, es la que día a día se modela en los medios de comunicación cada vez que sucede un atentado en suelo europeo. El efecto de la cobertura informativa que ofrecen las principales cadenas de información más allá de ofrecer hasta el último detalle de lo ocurrido, es generar miedo y terror entre la población.
El pánico que se genera entre la población provoca una conciencia colectiva no solo de rechazo hacia el “otro” visibilizada con el auge de la extrema derecha, también genera una necesidad histérica de protección de nuestra integridad física. En este sentido hay una sensación generalizada de sospecha y temor, como si en cualquier esquina pudiese aparecer un yihadista dispuesto a cometer un atentado, o como si cualquier mochila extraviada pudiese ser un potente artefacto explosivo. Eso por no hablar de las cadenas de wasap y otras redes, en las que se difunde información “totalmente fidedigna”, en la que se avisa de un inminente ataque terrorista en los próximos días. Es como si el Titanic se estuviese hundiendo y todo el mundo gritase a la vez – ¡Que cunda el pánico!, ¡Gritar y correr! –. Sin lugar a dudas es justo lo opuesto a lo que indican los manuales de seguridad y evacuación en caso de accidente, y por extensión también es justo lo contrario a lo que nuestros representantes políticos promulgan una y otra vez – El terrorismo no va acabar con nuestro modo de vida, con nuestro sistema, con nuestras libertades y derechos, etc. – mientras que a la par firman acuerdos y promulgan leyes para subir el nivel de alerta, sacar a los militares a la calle y endurecer los códigos penales. Unacuestión realmente paradójica si tenemos en cuenta que esta batalla se libre contra un enemigo suicida, que no espera sobrevivir a sus acciones y por extensión ser juzgado y condenado a prisión. De este modo se dan declaraciones tan contradictorias como las que escuchábamos en boca de Teresa May esta semana, en las que defendía cambiar aquellas leyes que protegen los derechos humanos para combatir el yihadismo, que en si mismo viola estos derechos.
La respuesta de May no es en absoluto fruto de una respuesta en caliente o una reacción pasional ante el suceso, se encuentra dentro de una estrategia política cuidadosamente estudiada por Naomi Klein. Según sus investigaciones acontecimientos como los de Manchester o Londres provocan un profundo shock en las sociedades de occidente, lo que sirve de pretexto para introducir toda una serie de medidas impopulares que en otro contexto serían difíciles de aprobar sin una gran oposición social. Este es el caso del endurecimiento del código penal propuesto por May, pero también entrarían dentro de esta lógica la aprobación de recortes en gasto público o la destrucción de distintos servicios y prestaciones sociales. Mientras todos se encuentran frente a sus televisores viendo una y otra vez las mimas imágenes del atentado, los mismos discursos, las fotos de condolencia en Facebook… los políticos no desperdician ni un minuto para iniciar su ofensiva social y económica, amparados por el gran telón de de los atentados que oculta cualquiera de sus maniobras.
Sin embargo este telón esconde además otra realidad más dura aunque menos evidente, la incapacidad de los estados. No hablo de la incapacidad para hacer frente a los ataques terroristas, sino de su carencia a la hora de garantizarnos una seguridad. Es decir garantizarnos unas mínimas condiciones de vida, una sanidad y una educación, una vivienda digna, o un mercado laboral que nos permita llegar a final de mes. E aquí donde se halla el problema principal de nuestras sociedades. Esta es la verdadera amenaza a la que vamos a tener que hacer frente en el futuro, la realidad de un sistema profundamente individualista e insolidario, completamente protegido por niveles de alerta 4, 5, 6… o 1.000, pero incapaz de proteger nuestra salud, nuestro futuro material o garantizarnos una vivienda y unas condiciones laborales mínimas. Es esto lo que se esconde tras el telón, es esto lo que hay día a día tras el ritual informativo.
Guille GC