Parece inevitable abordar un artículo en la línea de un orgullo crítico LGTBI+[i], sin mencionar Stonewall y los albores de las reivindicaciones de los colectivos disidentes de aquello que hemos denominado heteronormatividad[ii]. El motivo de que mundialmente se haya fijado la fecha del 28 de junio para la visibilización de estos colectivos se remonta a 1969, cuando en el conocido pub de Stonewall Inn, situado en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, la comunidad LGTBI+ utilizó la autodefensa activa contra la policía estadounidense en una de sus frecuentes redadas, amparadas en un sistema legal hostil contra las disidencias sexuales[iii], relacionales y de género.
Ante esta situación intolerable, se establece una rebelión abierta que estalla en forma de numerosos disturbios contra la policía en los días siguientes. En pocas semanas, los residentes del barrio se organizaron en grupos de activistas para esforzarse en construir espacios de seguridad de la comunidad LGTBI+ sin miedo a ser arrestados. Estos colectivos de Nueva York hicieron frente a obstáculos de carácter generacional, de clase y de género para formar una comunidad cohesionada y reivindicativa desde sus bases.
“¿Cuándo has visto que un maricón contraataque?… Ahora los tiempos estaban cambiando. El martes fue la última noche de sandeces… Predominantemente, el tema era, ‘¡esta mierda tiene que parar!”
— Participante anónimo de los disturbios —
Es importante recordar aquellos hechos, pues a partir de entonces se ha conmemorado la respuesta que llevaron a cabo conjuntamente mujeres, hombres y personas no adscritas al binarismo de género[iv]. Y esta comunidad estadounidense que se ha llevado la fama desde entonces, y que lo hizo francamente bien porque consiguió calar a toda la sociedad, recogía todo un recorrido histórico de lucha contra las violencias y desigualdades por no querer asumir un modelo estructural impositivo en torno a la heterosexualidad y los géneros dominantes.
Para profundizar en la cuestión de las disidencias sexuales y de género, me gustaría citar a Monique Witting, que a través de su breve texto “El pensamiento heterosexual”, nos acerca la heterosexualidad no como una práctica sexo-afectiva, sino como una estructura de creencias y mandatos que organizan la vida social. De esta manera, la heterosexualidad no se reduciría a una etiqueta definida por las personas con quienes mantenemos relaciones sexuales, sino que sería todo un conjunto de actitudes y valores que ordenan socialmente desde lo más pequeño hasta lo más grande. Esto es, la manera de entender el mundo, nuestras realidades y ficciones, y nuestras formas de proyectarnos tanto en el espacio privado como en el público. Por lo tanto, también formarían parte de este pensamiento heterosexual, por ejemplo, la búsqueda de una vida familiar y en pareja que resulte ser la base de todo un sistema económico, asumir los mitos en torno al amor romántico, o la consecución de equiparaciones jurídicas con el régimen heterosexual. De esta manera las disidencias sexuales abandonan paulatinamente su raíz reivindicativa y transformadora, siendo asimiladas en forma de concesiones sociales y espacios de libertad asumibles por el sistema heteronormativo. Se reducen así las diversas experiencias y activismos sexuales de resistencia a este orden socio-político, a simples opciones de apertura entendidas como un progreso social positivo.
En lugar de aprovechar las disidencias sexuales para dar una patada definitiva a categorías tan limitadoras como los roles de género y todas las construcciones sociales en torno a esta estructura, y pensarnos colectivamente desde otros lugares e imaginarios, actualmente la pelea se enfoca hacia recuperar nuestro sitio en el pensamiento heterosexual. No somos pocas las personas que no queremos encasillarnos en una etiqueta excluyente, que defina con palabras hacia dónde se dirige nuestro deseo sexual en el marco de un mundo heteropatriarcal. Nuestras experiencias sexo-afectivas y una nueva manera de socializar merecen ser construidas sobre la práctica pedagógica, no teorizando en un terreno que no nos pertenece como disidencias sexuales y de género, o que nos ha sido secuestrado para dirigirlo premeditadamente en beneficio del origen estructural del problema.
Retomando la línea sobre la que comencé hablando de Stonewall, el orgullo crítico es, por lo tanto, aquella revuelta de 1969, la conmemoración posterior de aquellos hechos ha sido secuestrada, como es habitual con las reivindicaciones de género, clase y raza, por el capitalismo de cara más amable y que sabe que su triunfo está en desvirtuar toda lucha política convirtiéndola en un evento de consumo de masas. Por ejemplo, la configuración y potenciamiento de barrios estereotipados bajo la marca reduccionista de barrio ‘gay’ en algunas ciudades, no son más que la comercialización y utilización de una etiqueta para llevar a cabo estrategias urbanísticas de gentrificación, como por ejemplo, en el barrio madrileño de Chueca. O bien en otros países poco respetuosos con las diversidades sexuales, que sirva la publicidad de estos barrios para limpiar su imagen de discriminación mundialmente.
Este año 2017 se celebra a finales de junio en Madrid el denominado WorldPride, la máxima expresión internacional de esta eliminación del carácter reivindicativo de los colectivos LGTBI+ y la mercantilización de la lucha por la diversidad sexual. ¿Y por qué afirmar que, aparte de lo explicado sobre la desvirtuación de esta lucha, también se ha mercantilizado y ha perdido su potencial de clase trabajadora? Es evidente que desde hace ya bastante tiempo, la celebración del “Orgullo” cada año sirve para aumentar los beneficios de un lobby de empresarios/as bajo el paraguas de la etiqueta arcoiris, y de otros muchos intermediarios/as y administraciones públicas, que si bien les importa bien poco el movimiento LGTBI+, aprovechan para cubrirse con la bandera del color del dinero, la única que entienden como propia.
Porque esta estrategia es puramente neoliberal, y a las disidencias sexuales pertenecientes a la clase trabajadora nos relega al exilio nuestras propuestas reivindicativas desde la base, y entorpece la lucha contra la violencia hacia la comunidad LGTBI+ desde un nivel político, social y económico. Una línea que ya viene siendo criticada desde hace tiempo por algunos activistas, como el ya fallecido Shangay Lily, dando a conocer el término “Gaypitalismo” o la creación de la marca gay para vender un producto desprovisto de ideas transformadoras verdaderamente. Además, este lucrativo beneficio privado se encuentra también en manos de grandes asociaciones que controlan todos los eventos creados bajo esta marca, y que en el fondo subyace también el control de los cuerpos y las sexualidades por el sistema.
Que se multipliquen las agresiones contra aquellas personas que no proyectan una actitud y un sentir acorde a la heteronormatividad, significa que realmente no existe un compromiso social y político, ni se entiende como un problema ideológico y cultural profundamente arraigado en la hegemonía heteropatriarcal. De la misma manera que nos hacen creer el mito de la igualdad respecto de las relaciones de socialización entre hombres y mujeres, también nos hacen creer el falso mito del respeto hacia las disidencias sexuales, acabamos cayendo en la errónea idea de convivir en una sociedad tolerante y respetuosa solamente porque nos ceñimos a ejemplos subjetivos o legalistas, que poco tienen que ver con una mirada hacia la violencia estructural de un sistema que no permite desviaciones.
Para apoyar una lucha a favor de las disidencias sexuales y de género, desde las reivindicaciones de clase contra el sistema heteropatriarcal y capitalista, hace poco más de una década que estas posturas se engloban en el conocido como ‘Orgullo Crítico’, que organiza actividades y talleres durante todo el año, y una manifestación reivindicativa cada 28 de junio. Este año en Madrid la convocatoria de manifestación será a las 19h. en la Plaza de Cabestreros (Pza. de Nelson Mandela) en Lavapiés, queriendo reivindicar nuevamente que disidencia es resistencia, y que la lucha de la comunidad LGTBI+ debe ser inclusiva verdaderamente de todos los activismos sexuales y de género, y por supuesto no mercantilizada.
[i] Lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales y otras formas de diversidad sexual. Sin querer entrar en el debate de la sopa de siglas, debía elegir algún acrónimo para la denominación del conjunto de grupos y movimientos en torno a las cuestiones de la diversidad fuera de la norma heterosexual, aun sabiendo que esta no recoge plenamente la riqueza de experiencias y activismos en su totalidad.
[ii]Estructura ideológica, social, política y económica que impone los vínculosheterosexuales mediante diversos mecanismos de coerción culturales, educativos o jurídicos, como único modelo válido de relaciones sexo-afectivas.
[iii] Todas aquellas expresiones culturales y movimientos políticos de la afectividad sexual que no están alineados con la norma socialmente impuesta de la heterosexualidad.
[iv]Es la clasificación del sexo y el género en dos formas opuestas y diferenciadas de masculino y femenino., sobre la cual se construye una estructura ideológico-cultural de desigualdad.