La pedagogía de la esperanza es uno de los textos más celebres del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire, conocido por ser el teórico impulsador de la educación popular. En el libro Freire vuelve a retomar sus tesis, ideas y propuestas expuestas en el libro La pedagogía del oprimido, publicado en el año 1970, generando reflexiones a la luz de una experiencia mucho más rica y dinámica 22 años después. Para el autor esto no implica que las premisas básicas de la pedagogía del oprimido dejaran de tener validez en la década de los 90, por el contrario, estas deberían actualizarse y profundizarse, siendo cada vez más obvia la necesidad de una educación al servicio de la liberación del sujeto en el cual enfoca toda su teoría pedagógica, que él llama oprimido.
La agitada situación política y social que vive Latinoamerica en los años 60 es la fuente principal de la que bebe Paulo Freire para situar su apuesta pedagógica, innovadora y radical, en el mismo seno de lo que él considera uno de los motores de la historia, que es la lucha de clases, que continuamente viene sacudiendo países del Río Bravo hacia el sur, no solo por la fuerza creciente de los movimientos sociales sino también por la reacción que dispuso dictaduras militares y civiles a lo largo y ancho de la región. Dos décadas después, Freire reflexiona acerca de su teoría, la profundiza y la ubica históricamente en un nuevo escenario (donde reina el posmodernismo y el neoliberalismo en los círculos educativos), en el que parece caerse los sueños de la utopía con la caída de la cortina de hierro en Europa del Este, así también con el fin de diferentes experiencias alternativas de cambio en América Latina. Quizás es esta la razón por la cual Freire nos insiste tanto en la esperanza cómo una de las palabras transversales de todo el texto.
¿Qué ha cambiado?, ¿Qué sigue igual?, ¿En qué es preciso insistir nuevamente?, ¿Qué es necesario cambiar?. Estas preguntas parecen ser una preocupación constante para Freire, quien le intriga bastante la vigencia de la educación popular en una nueva época. Pero no se queda en un análisis en tercera persona de lo que ha pasado, cómo un mero espectador, prefiere utilizar una metodología bastante amena para exponer la pedagogía de la esperanza: hace un recorrido por su propia vida, por varios de los lugares donde residió y practicó su pedagogía, su misma crianza y un análisis social y político del mundo en que vive.
Freire comienza contándonos la importancia de la utopía y la esperanza en un mundo que perpetua, por medio de el sistema educativo bancario, entre otras cosas, los valores insolidarios dentro de las comunidades, a pesar de que pareciera reinar la desesperanza (tema que volverá a retomar más adelante). Empero, para el autor la esperanza no se basta a si misma como tal, es importante connotarla con una relación, si se quiere, pragmática, tesis que nos hace recordar su famoso postulado desarrollado en otros textos: práctica vivencial-teoría critica-práctica transformadora, conocida mejor como práctica-teoría-práctica o PTP. Así pues, la esperanza solo tiene sentido cuando se le acompaña de un elemento transformador (“Mi esperanza es necesaria pero no suficiente”), por el contrario, la sola fe es considerada ingenua, y más que eso, uno de los motivos fundamentales de porque se cae fácilmente en la desesperanza.
Luego Freire nos hace una alusión a su experiencia pedagógica en el año 1947, que de manera anecdótica cuenta cómo inició la escritura de la pedagogía del oprimido, que ve la luz gracias al empujo que tiene él, fruto de una conversación con un joven quién le hace reflexionar frente a la educación hegemónica. Los pensamientos que le suscitan van desde el problema de la participación democrática en el ámbito educativo y laboral, que por ejemplo, se ubica en la necesidad de abrir espacios de decisión de los padres y madres en la política educacional de sus hijas, hasta el campo filosófico mismo en que se ve el educando. Es en este punto donde Freire profundiza en lo propiamente sociológico de la pedagogía, enumerando diferentes variables involucradas en las dinámicas de la familia, la escuela y la sociedad: los castigos, premios, las reacciones o los roles, interconectádolos con las mismas dinámicas que tienen que vivir los trabajadores de la región (pescadores, en el caso particular). Esta experiencia lleva a Freire a plantear un debate en torno a la definición de la libertad dentro de la cultura occidental, que encajaba más dentro de la relación bancaria del premio y el castigo, que en principio era producida en la familia (el autor nos menciona las formas triviales de castigo, tanto físico como psicológico en la zona donde realizaba su investigación) y luego reproducida en la escuela, en palabras de Freire: “Era como si la familia y la escuela, completamente sometidas al contexto mayor de la sociedad global, no pudieran hacer otra cosa que reproducir la ideología autoritaria”.
El hecho de que Freire ya nos empiece a hablar de la ideología autoritaria pone de manifiesto hacia que lado va su texto, que al igual que en La Pedagogía del oprimido girará en torno a una lucha, casi polarizada, entre una educación bancaria o autoritaria contra una apuesta emancipadora, expresada en su propuesta de la educación liberadora o popular. A partir de eso, Freire reflexiona sobre su misma disposición a compartir el resultado de sus análisis, que auto-críticamente reconoce como un culto a la sapiencia individual del maestro, sin que fuese per sé voluntaria. Así, nos adentramos a un debate, si se quiere ético, entre los medios y los objetivos, que el autor resuelve con una propuesta metodológica que pretenda superar los errores estructurales de la educación bancaria1.
Este ir y devenir entre Freire y las habitantes de las zonas precarias de Recife le llevan a pulir su propuesta, que hasta el momento tenia un fuerte componente teórico, pero que él mismo aseguraba aún tenia bastantes obstáculos para poder ser alternativa pedagógica. Este giro que buscaba fue propiciado por varias anécdotas, una de ellas fue una conversación sobre geografía y clases sociales con un obrero, que al final dio como resultado una de las primeras tesis concluyentes para comprender no solo el libro sino la apuesta general de la educación popular para Freire: no es hablarle al pueblo, sino hablar con el pueblo.
El siguiente giro del texto aparece cuando Freire intenta explorar la relación entre la división macro política y la pedagogía, y para ello usa el ejemplo del gobierno de la Unidad Popular en Chile. Para él, el problema de la izquierda tradicional chilena frente a la educación era su falta de voluntad real para crear una pedagogía que pretendiera transformar desde las aulas y los barrios y no solo desde las políticas de arriba. Se detiene en el caso particular del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que a su juicio, se preocupó por hacer de la educación popular una realidad a pesar de que anota con bastante énfasis que el MIR estuvo siempre más a la izquierda que los partidos de “tradición” (socialista y comunista), incluso, del mismo gobierno de Allende posteriormente. Esta experiencia fue detenida por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 encabezado por el militar Pinochet y apoyado por la derecha chilena y la embajada norteamericana. Para Freire, el tema le parece bastante ilustrativo y anota una diferenciación entre el poder y el gobierno: si bien el gobierno era de la izquierda (es decir, la gestión y administración, entre otras cosas), el poder -no solo militar, sino también político y mediático- seguía siendo de la derecha, presentándose un choque, una contradicción, que solo de manera violenta se podía solucionar. El problema, para Freire, fue que la izquierda en general no supo ser poder y se limitó a ser gobierno.
Después de la exposición de estas grandes tesis, Freire empieza a explorar diferentes ámbitos que son transversales o tangenciales a la educación liberadora, de nuevo recurriendo a sus propias vivencias en Brasil y otros países, observando y analizando el papel de los académicos, intelectuales y la lectura de sus propuestas realizadas en otras latitudes. Así, el autor va haciéndonos descubrir al ritmo de conversaciones, talleres y conferencias, la importancia de una lectura critica pero seria, intentando de una u otra forma defenderse de varias acusaciones que se le hacen a sus posiciones frente a la política nacional, que para varios de sus críticos era “anacrónica” o “ególatra”2.
Posteriormente, Freire se adentra en otro tema espinoso entre varios críticos suyos, ahora dentro de los círculos “marxistas” -de forma paradójica después de su apreciación-, quienes aseguraban que el teórico de la educación para la libertad no señalaba explícitamente a la lucha de clases como motor de la historia, postulado que era una de las columnas vertebrales para la gran mayoría de la izquierda de entonces. De manera contundente, Freire afirma que reducir toda la realidad a la lucha de clases es volver la realidad social monocromática, y que su defensa sectaria era peligrosa para el desarrollo práctico de la educación popular, sin que cayera tampoco en el rechazo predeterminado a la misma. Dice Freire: “La lucha de clases no es el motor de la historia, pero ciertamente es uno de ellos”.
Avanzamos posteriormente hacia un estudio de la libertad, entendida dentro del marco de la lucha contra la opresión. Aquí resalta Freire el papel emancipador de los oprimidos, quienes una vez hechos libres hacen libres también a los opresores, que necesariamente están dominados por una cultura bancaria. Para el autor, la libertad está estrechamente relacionada con el concepto (y el valor) de la humanidad, por tal razón, la educación en la libertad es también una educación humanista, como de manera similar la educación bancaria es una educación deshumanizante. Esta relación dialéctica, que tiene que ver también con los roles del oprimido y el opresor, explica la necesidad de humanizarse de forma global y no solo parcial.
Teniendo presente ello, Freire ahora se sumerge en los roles que se dan en la educación, explicando el papel de la educadora en el descubrimiento colectivo del conocimiento, dejando claro -al igual que en su extensa literatura- el objetivo de dinamización frente al autoritarismo, autoritarismo expresado por ejemplo, en la explicación subjetiva del mundo. Empero, el autor tampoco nos quiere llevar a un neutralismo ficticio que pretende quitarle una posición al educador: este debe estar, para Paulo, a favor de “democratización”, tanto en una perspectiva micro (la elección de los programas de estudio, por ejemplo) como en niveles superiores (la sociedad en general), sin que uno sea resultado mecánico de otro.
Para llegar a esa democratización el diálogo debe presentarse como una herramienta fundamental, que no niega diferencias, sino que para Freire, permite ejercer una práctica de democracia entre educadoras y educandas, conservando la identidad ambas partes. Este diálogo debe llevar a que el educador popular progresista (como Freire le llama) sea un motor que permita descubrir las potencialidades de los oprimidos, es decir, a redescubrir la esperanza, aun cuando la sociedad parezca estar llena de desesperanza.
1Freire nos advierte que este tema ya ha sido tratado en otros libros. El desarrollo inicial se da en La educación como practica de la libertad, y dice él mismo, se hace explicito en La pedagogía del oprimido.
2Esto se daba porque muchos de sus críticos aseguraban que las simpatizantes de la ideas de Freire eran “freireanas”, generando un culto político alrededor de su figura. Paulo se defiende anotando un paralelo (pero guardando distancias) con Karl Marx, conocido sociólogo, politólogo y filósofo del siglo XIX, al que sus detractores acusaban de haber generado una “secta” en torno a si mismo, nombrada como “marxismo”, cuando él mismo no se consideraba como tal y renegaba de ello.