Este mismo domingo saltaba mediáticamente en todo el mundo una noticia de relevancia internacional: Italia se negaba a permitir el desembarco en sus costas de las 629 personas que se encuentran a bordo del barco Aquarius SOS Méditerranée, dirigido por la organización Médicos Sin Fronteras y varado entre la isla de Sicilia y Malta. Estas personas habían sido rescatadas en el mar Mediterráneo cerca de las costas de Libia cuando trataban de alcanzar tierras europeas jugándose la vida.
Dicho rescate se ha topado con la negativa a ser desembarcadas y atendidas correctamente estas centenares de personas por el nuevo gobierno italiano, que desde el pasado 1 de junio está compuesto por una alianza entre el partido xenófobo Liga Norte y el partido Movimiento Cinco Estrellas (partido italiano de creación reciente con unas características similares a Podemos, reivindicándose como opción del cambio y en contra del sistema político tradicional).
El ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, declaraba que Italia no asumiría ningún inmigrante más, e instaba a la pequeña isla de Malta a permitir el desembarco en sus costas de las personas migrantes. El primer ministro de Malta, Joseph Muscat, del partido laboralista (tendencia socialdemócrata) se ha negado a permitir el desembargo igualmente, aunque asegurando que se mostraba dispuesto a evacuar a las personas con riesgos de salud más graves, entre ellas, siete mujeres embarazadas a bordo. Finalmente, a última hora de la tarde del lunes, el gobierno español declaró su disposición a permitir el desembargo de las personas migrantes en el puerto de Valencia, ante lo cual el ministro de Interior italiano lo celebraba en las redes sociales como una victoria.
Estos acontecimientos, todos y cada uno de ellos, responden a la lógica de que las migraciones forzadas de personas en el Mediterráneo son tomadas por los diferentes Estados europeos como una pelota que se puedan lanzar unos y otros. Se aprovechan las miserias provocadas por el capitalismo y sus guerras (ya sean estas económicas, sociales, culturales, abiertamente armamentísticas, o todos los factores a la vez), para crear un arma política de primer nivel en Europa: las políticas migratorias. Ya sean estas útiles en discursos nacionalistas y abiertamente xenófobos, desde los partidos parlamentarios a organizaciones de extrema derecha, o también desde posturas del humanitarismo más sacrosanto que esconde un lavado de imagen irrepetible.
En ambos casos podremos comprobar claramente el racismo institucionalizado, en el primero de los casos parecerá muy evidente, y en el segundo de los casos se camuflará de una motivación exclusivamente humanitaria. El racismo no solo se encuentra en los discursos verbales, que es su parte más visible, el racismo institucionalizado se encuentra acciones políticas concretas, en la instrumentalización que se hace de las personas forzadas a migrar. Rellenar portadas de periódicos con la noticia de que el Estado español acogerá a las 629 personas en el barco Aquarius para evitar una crisis humanitaria, no es un acto contra el racismo ni marcadamente anti-xenófobo, sino pura publicidad.
Que esas personas merezcan una atención y un cuidado dada su situación de extrema vulnerabilidad, no debería permitir hacer propaganda de ello a un nuevo gobierno como el del PSOE que quiere hacer gala de su progresismo. Y, por supuesto, más si cabe en un país como España que cuenta con siete CIEs (centros de control y exterminio de las personas migrantes) donde se mantiene a miles de inmigrantes encarcelados en espera de su expulsión. O un país que asesinó en febrero de 2014 a quince inmigrantes en la playa del Tarajal en Ceuta, unas muertes por las que ningún guardia civil será juzgado según se conoció este mismo año mediante el sobreseimiento del caso.
Europa ha sido y es un territorio construido desde la colonización y el racismo, un continente que exige asimilación de valores a las personas migrantes, porque damos por hecho que nuestra cultura es moralmente superior. No pretendemos pararnos a conocer otras culturas del mundo y compartir desde la humildad, consideramos Europa nuestro coto privado, y la inmersión cultural o la barbarie como exclusiva opción. Y esa política no solo se refleja en las acciones particulares de los gobiernos, sino en nuestra actitud cotidiana día a día como sociedad.
No se trata por lo tanto de una problemática reformable, o subsanable con un simple cambio de actitud de un gobierno en concreto. El racismo es otro de los pilares que sustenta el autoritarismo de este sistema, y aunque debe combatirse particularmente, solamente la ruptura con el capitalismo augura el establecimiento de otro tipo de relaciones sociales entre todas las personas globalmente. Lo que el mar esconde son decenas de miles de migrantes ahogados en una tumba marítima inmensa, lo que la tierra refleja es el racismo como base de nuestras sociedades. Y para desenterrar ese cementerio en el mar, deberemos agitar nuestros territorios.