The Man Who Killed Don Quixote —traducido literalmente en español como El hombre que mató a Don Quijote— es una película británica de género fantástico y aventuras dirigida por Terry Gilliam. Inspirada en la popular novela Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, la película fue iniciada en 1998 pero tras diversos reveses de producción y tras ocho intentos de rodaje fallidos a lo largo de diecinueve años, fue reconocida como una de las producciones más infames del séptimo arte. Después de diecisiete años de producción, la película se estrenó el 19 de mayo del 2018 cerrando el Festival de Cannes de ese mismo año.
Sinopsis: Narra la historia de un anciano convencido en la actualidad de que es Don Quijote y que confunde a Toby, un ejecutivo publicitario, con su fiel escudero, Sancho Panza. La estrambótica pareja de personajes se embarca en un viaje extraño, con saltos hacia atrás y adelante en el tiempo, entre el siglo XXI y el siglo XVII. Poco a poco, Toby, como el caballero de la triste figura, se va contagiando de ese mundo ilusorio incapaz de separar sueño y realidad.
La etapa de preproducción se inició a finales de los noventa con un presupuesto inicial de $32 millones de dólares y con Jean Rochefort, Johnny Depp y Vanessa Paradis en los papeles estelares. El rodaje comenzó en Navarra en el año 2000, pero tras graves problemas durante la grabación, entre ellas la destrucción del equipo de filmación en una inundación, el retiro de Rochefort del proyecto debido a enfermedad, problemas con la aseguradora de la película y otras dificultades de financiación, el filme fue cancelado. El épico intento por grabar la película fue compilado en un documental bajo el nombre Lost in La Mancha, estrenado en 2002. En un intento en vano, el director Terry Gilliam trataría de revivir el proyecto nuevamente entre los 2005 y 2015, sin embargo fracasó nuevamente.
Un año más tarde, Gilliam anunció que las grabaciones se reiniciarían en octubre de 2016 pero el proyecto fracasó una vez más debido a la imposibilidad del productor Paulo Branco de encontrar fondos para la filmación. En marzo de 2017 las grabaciones comenzaron por primera vez en 17 años, esta vez con Jonathan Pryce como Don Quijote. El 4 de junio, Gilliam anunció vía redes sociales que el rodaje había concluido. En este año 2018 ha sido estrenada esta película a la que ha perseguido durante demasiados una maldición, o más bien los obstáculos habituales en su conjunto de la industria cinematográfica.
Es una película que ha recibido críticas generalmente intermedias cuando no negativas, calificándola de fiasco o de obra cinematográfica que nunca debió producirse, debido a sus múltiples fallidos intentos desde hace casi una veintena de años. Este gafe ha perseguido a la película desde sus inicios, y sin embargo, el resultado no es tan malo como las críticas afirman. La idea es profundamente original, desarrollada al más puro estilo de Terry Gilliam, con viajes temporales y realidades imaginarias, una narración repleta de excentricidades y estupendas locuras para contarnos una historia fiel al espíritu de ‘Don Quijote de la Mancha’. La superposición de la realidad actual con un imaginario histórico, permite situar escenas anacrónicas cargadas de fina crítica social a la realidad del presente.
El batiburrillo de ideas grotescas se va desarrollando desde un inicio prometedor hacia un final convenientemente resuelto con espíritu quijotesco y gran audacia. Las imágenes y las escenas son muy ricas a la hora de mostrarnos una deformación carnavalesca de la realidad actual, nos invita a sumirnos en la locura a la que pretende acercarnos su director. La muerte de Don Quijote de la Mancha supone el cénit a esta enajenación cinematográfica.
Esta tragicomedia molida a palos por la crítica, no ha sido en absoluto valorada ni entendida, imprime un estupendo ritmo de flash-back iniciando una aventura metaficcional y elaborando un digno homenaje a la figura de El Quijote. Se encuentra mucho más cerca del verdadero Quijote que otras adaptaciones menos arriesgadas que se conformaron con una prudente narrativa lineal, ya que ha costado tanto terminar de realizarla al menos Gilliam ofrece una película distinta. También debe reconocerse la labor de vestuario, caracterización, fotografía y escenarios, y sobre todo la obsesión de Gilliam por acabar una obra que parecía inacabable en la que hay aventura entretenida y un mensaje contra la sociedad frívola, interesada y cobarde.