Por Borja Libertario
14 de abril de 1931: se ha proclamado la Segunda República española y, mientras, la CNT de Cataluña convocaba una huelga general para el día siguiente. Dicha acción se presentó con un manifiesto en el que se pedía la libertad de los presos y la revolución social, lo cual podía provocar un gran altercado con el resto de masas que celebrarían la llegada del nuevo régimen. Finalmente, la iniciativa se desconvocó después de una reunión mantenida entre la dirección de la CNT y Lluís Companys, por entonces Gobernador Civil de Barcelona. Con la nueva República salieron a la calle los presos políticos, los cuales engrosaron las filas de los cuadros sindicalistas, tanto de la CNT como de la UGT. A estos últimos se les añadía una juventud radicalizada, proveniente sobretodo de las masas de inmigrantes del sur de España que dejaban atrás una vida paupérrima en el campo y se enrolaban en las filas de la sociedad industrial.
Los dirigentes del nuevo régimen republicano sabían que la CNT –y más aún la FAI- podía suponer un grave problema para el devenir de la nueva forma de gobierno. Por esta razón, los distintos cabecillas republicanos comienzan a mantener contactos con “los buenos chicos de la CNT” para intentar conseguir que el sindicato revolucionario se acercara a posturas más reformistas y no tan demoledoras. La misma noche de la proclamación de la República, Francesc Macià mantuvo una entrevista con el dirigente sindicalista Ángel Pestaña donde intentó convencerle de que aceptase una consejería en la Generalitat de Catalunya. Ni lo consiguió con éste ni con Joan Peiró,y tuvo que conformarse con Martí Barrera, perteneciente al bando “moderado” del sindicato anarquista, al cual le concedió la Consellería de Treball i Obres Públiques. Los grandes líderes reformistas de la CNT nunca participaron en el gobierno de Cataluña, pero sí que lo hicieron –y en gran medida- muchos dirigentes de segunda fila, sobretodo en partidos como ERC, Estat Català, PSOE y PC. ERC fue sin duda el partido que más hizo por acercar a la CNT hacia la participación en la política mediante las vías legalistas y moderadas. Ante esta situación, el ‘purismo’ anarquista -alrededor de la FAI- se lanzaba a la acción contra la dirección de la CNT, controlada aún por distintos elementos moderados.
Federica Montseny, antes de ser la Ministra de Sanidad y Asistencia Social, fue una de las máximas estandartes del anarquismo ‘faísta’ y ‘purista’. El 18 de septiembre de 1931 escribía lo siguiente en El Luchador:
Los compromisos contraídos con Macià por los dirigentes del sindicalismo, con vistas a la aprobación del famoso Estatuto, acaban de perfilar nuestro panorama: una vez Cataluña tenga Estatuto, iniciará una política social tolerante con los buenos chicos de la CNT, pero apretará los tornillos –frase de Companys- a los de la FAI, a los famosos extremistas… La CNT, catalanizada, vitaliciamente instalado su Comité Nacional aquí, se desentenderá del resto de España, como se ha desentendido ya de las huelgas de Sevilla y Zaragoza… Y aquí, en el oasis del Estatuto… una Confederación convertida en cuarta mano del nuevo Consejo de Ciento de Cataluña; una Confederación domesticada, gubernamentalizada, con una política de rama de olivo, de armonía entre el capital y el trabajo; una Confederación laborista al estilo inglés… En cuanto a la FAI… se le apretarán los tornillos.
Paralelamente, otro de los máximos estandartes de la facción “extremista” del movimiento anarquista, el que luego sería ministro de la República española, Joan García Oliver, hacía un llamamiento a la Revolución social en 1936. Así lo argumentaba:
“[En 1931] El régimen estaba sumido en la mayor descomposición; debilidad del Estado que aún no se había consolidado; un Ejército relajado por la indisciplina; una Guardia Civil menos numerosa; fuerzas del orden peor organizadas y una burocracia medrosa. Era el momento preciso para nuestra revolución. El anarquismo tenía derecho a realizarla, a imponer un régimen propio de convivencia libertaria… Decíamos nosotros, interpretando aquella realidad: cuando más nos alejamos del 14 de abril, tanto más nos alejamos de nuestra revolución, porque damos al Estado el tiempo para reponerse y organizar la contrarrevolución”.
La FAI y toda la izquierda del movimiento anarquista consideraban la República recién instaurada como una entidad burguesa, la cual había que superar con el comunismo libertario mediante una escalada insurreccional a cargo de la clase obrera. Esta tendencia tuvo su mayor aceptación en Cataluña. La oleada migratoria desde los años veinte, en su mayoría obreros consumidos por la más estricta pobreza del sur de España, se ilusionó con aquella “revolución inmediata” y con el mesianismo que desprendían los discursos de la FAI. Aunque muchos de los faístas eran catalanes, la mayoría de quienes abrazaron la ortodoxia anarquista provenía de Andalucía y Extremadura, mientras quienes fueron adeptos del reformismo treintista eran sindicalistas autóctonos de Cataluña.
La lentitud de las reformas sociales y las trabas que ponía el nuevo gobierno republicano al sindicalismo revolucionario hizo crecer aún más el radicalismo faísta entre las filas del movimiento obrero. Así lo expresó Abad de Santillán durante el exilio (1956):
“(…) No había ningún cambio de fondo; se exigía siempre obediencia, resignación, una fe imposible en el genio de los encumbrados en los puestos de mando… La divergencia histórica entre los socialistas, amparados en el marxismo, y los anarquistas, se agudizó al ingresar los primeros en el gobierno republicano, y al aprovechar esta contingencia en beneficio del partido… para restar gravitación a la Confederación Nacional del Trabajo”.
El Congreso Nacional de 1931: cómo abordar la relación con la República
En 1931, en Madrid, se llevó a cabo un Congreso Extraordinario de la CNT en el que se debatió y decidió la estrategia y táctica a seguir para con el nuevo régimen republicano. La sesión la abrió Ángel Pestaña ante más de medio millón de afiliados y 511 sindicatos. En el encuentro se debatió arduamente sobre la participación de elementos cenetistas en las conspiraciones antimonárquicas durante la Dictadura de Primo de Rivera, como preámbulo del colaboracionismo con el republicanismo, así como la posición de la CNT frente a la Segunda República española concretamente. El anarcosindicalista gallego José Villaverde salió a la palestra para decir que las nuevas Cortes republicanas eran en sí un hecho revolucionario y que el movimiento anarquista había participado en su consecución. Ante estas declaraciones, que muchos consideraron una provocación, se alzaron voces ‘radicales’ acusándolo de “colaboracionista”; de hecho, incluso instaban a que ni siquiera se les hiciera peticiones a las nuevas instituciones para que no implicara así su reconocimiento. Germinal Esgleas, anarquista y marido de Federica Montseny, acusó a la CNT de “abandonar los principios de 1919” y también el sector individualista del anarquismo, representado por Progreso Fernández, acusó de “francamente colaboracionista” a todo lo que allí se estaba debatiendo en torno al régimen republicano. Otro de los temas más discutidos en el Congreso fue la consideración, por parte del sector moderado de la CNT, de organizar el anarcosindicato en distintas Federaciones de Industria. Pese a su agudo debate, terminó aprobándose por 302.343 votos a favor contra 90.671, con una abstención de 10.957. La FAI, con voz de Joan García Oliver, se opuso firmemente a tal tipo de organización aludiendo que era de “modelo alemán” y que la CNT debía ser “una organización puramente española para que sus pueblos se preparasen para hacer la revolución”. Además de añadir que las federaciones de industria “matan las masas que nosotros tenemos para embestirlas contra el Estado”.
Todo este radicalismo debía ser apaciguado por las fuerzas del orden público ya que suponía un verdadero problema para la República. Tanto Miguel Maura, Ministro de Gobernación (Interior), como Lluís Companys, Gobernador Civil de Barcelona, pretendían que la CNT entrara por los cauces legales y pacíficos, que se atuviera a la ley y a “no crear problemas a la República”. Ante la imposibilidad de estas pretensiones, los dos políticos republicanos llegaron a la conclusión de que “con la CNT no había trato posible”.
Moderados y radicales: una pugna por el poder
Desde la posición moderada del movimiento anarquista no se compartía el criterio de preconizar la revolución continuamente “sin saber lo que se quiere después”. Desde esta posición se denunciaba a todo ese sector anarquista –y marxista- que hablaba de la necesidad de la revolución inmediata. Los distintos sindicatos de la CNT, sobretodo en Cataluña, se comenzaron a llenar de ‘radicales’ faístas que pretendieron impedir que la CNT cayera en el abismo reformista y de transigencia con el Gobierno, y que ese criterio reformista se apoderase de toda la organización. Pero hizo la República más por acrecentar el radicalismo dentro de la central anarcosindical que los propios elementos de la FAI. Si en teoría existía libertad sindical para la clase obrera, en la práctica, las actuaciones de la CNT se vieron muy restringidas por las leyes republicanas. Las detenciones de militantes, la clausura de ateneos, el cierre de periódicos, la deportación de trabajadores a África, etc. Toda esta situación fue la principal causa que favoreció el triunfo de los métodos radicales y la hostilidad creciente hacia el nuevo régimen republicano. De forma progresiva, los dirigentes cenetistas moderados que dominaban la CNT desde los Pactos de San Sebastián fueron siendo relevados de sus puestos por militantes más allegados al purismo anarquista y a la FAI. El faísmo se adueñaba del movimiento anarquista y personajes como Joan García Oliver se convertían en líderes por excelencia de esa tendencia radical y revolucionaria que tanto atraía a la juventud murciana afincada entonces en el cordón industrial catalán. Ante esta nueva situación, el sector moderado se ponía manos a la obra y redactaba, en agosto de 1931, lo que llamaron El Manifiesto de los Treinta, el cual pretendía redirigir el rumbo de la CNT hacia un camino donde se reafirmara la República mediante el reformismo social. Para el sector faísta, tal manifiesto no solo era un error, sino una traición al movimiento. El mismo día que se firmaba el manifiesto se declaraba una huelga de hambre de presos anarquistas en la cárcel Modelo de Barcelona para denunciar los malos tratos que sufrían y, semanas después, el 3 de septiembre, Barcelona quedaba totalmente paralizada a causa de la huelga a favor de los presos políticos. La Guardia de Asalto arremetió contra los locales anarquistas de Barcelona, detuvo a 300 militantes y asesinó a tiros a tres cenetistas delante de la Jefatura de Policía de Vía Layetana. Estos sucesos no hicieron más que dar alas al sector radical y a la FAI, dejando en relieve la imposibilidad de una coexistencia pacífica entre el sindicalismo revolucionario y el Estado. Los elogios de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) al manifiesto treintista dieron pie a que el sector purista viera confirmada la desviación ideológica que estaba sufriendo parte del movimiento. Se acusó a Ángel Pestaña y a Joan Peiró de querer convertir la CNT en un apéndice de la Generalitat. Comenzaba el intercambio de malas palabras entre diferentes militantes: Ricardo Sanz hablaba de “los treinta judas” y estos respondían con la “dictadura anarquista” que supuestamente impondría la FAI si triunfara la revolución. El 21 de septiembre de 1931 ya se pudo decir que la FAI había tomado el poder completo del movimiento anarquista, en tanto que había conseguido dominar la redacción de Solidaridad Obrera después de una larga infiltración en comités y juntas. A partir de aquí, y hasta el fin de la Guerra Civil, se comenzó a ver -por parte de un sector anarquista- a la FAI como un verdadero partido político. Progreso Fernández en Cuadernos de ruedo ibérico decía:
La FAI ha tenido tres etapas: la primera fue la de su fundación; los compañeros tenían un mínimo de convicciones anarquistas… Después de la proclamación de la República, empezó a articularse de una forma que a muchos no nos convencía; se creó un comité peninsular que se tomaba atribuciones… Al querer aglutinar a mucha gente, la FAI tuvo una actuación que no respondía a la idea por la cual fue fundada… Yo dejé de pertenecer a la FAI en 1935, cuando volví de la deportación, porque se veían ya tendencias autoritarias. La tercera época de la FAI ya la conocen todos. Dejó de ser una asociación anarquista para convertirse en un partido político.
Los Sindicatos de Oposición y la Alianza Obrera
El clímax de las divergencias ideológicas dentro del movimiento anarquista llegó con la creación de los Sindicatos de Oposición en enero de 1933, siguiendo la línea ideológica treintista, y a raíz del fracaso insurreccional de la FAI. Más de cuarenta sindicatos firmaron el manifiesto de constitución de los citados. El principal objetivo era alejarse de una CNT dominada por la FAI. Concretamente en Cataluña, la reorganización del sector moderado y treintista se hizo rápidamente con la creación de la Federación Sindicalista Libertaria, organización con la cual pretendieron oponerse con las mismas armas a la FAI. Las divergencias fueron tales que, tras las infructuosas intentonas -por parte de Manuel Buenacasa y Eleuterio Quintanilla- de tender puentes entre la FAI y los Sindicatos de Oposición, se comenzó incluso a utilizar los términos “anarquista” y “sindicalista” como insulto.
En julio de 1934, tras el fracaso insurreccional faísta en diciembre de 1933, se produjo el primer congreso de la FSL, con Juan López como Secretario General. A raíz de este congreso se propuso la creación de una “alianza obrera” que aglutinase a la FSL junto con la UGT catalana, el BOC (Bloc Obrer i Camperol), Izquierda Comunista y la Unió de Rabassaires. Aunque al principio la CNT se negó al diálogo por la presencia del BOC (marxistas), de forma paulatina la Confederación fue estrechando lazos con la Alianza Obrera para lo que debía ser la ‘nueva’ revolución; la cual se produciría en la cuenca asturiana en octubre de 1934. Durante los primeros meses de 1934 las reuniones y alianzas -sobre todo por parte de la CNT con la UGT- se fueron sucediendo sin cesar, creando, o al menos intentándolo, un movimiento obrero y de izquierda para hacer frente al avance del fascismo (el cual ya estaba dominando Alemania e Italia, y en España –de mano de la CEDA-) y enfrentar un cambio político “que no fuera un simple cambio de poderes sino la supresión del Estado y el capitalismo”.
El Frente Popular
En 1935, durante el llamado Bienio Negro, el sector treintistacomenzó su campaña a favor de la reunificación de las dos tendencias anarquistas de la CNT. Poco a poco los moderados que habían sido expulsados los años anteriores comenzaron su progresiva entrada de nuevo en la Confederación. Con la CEDA en el gobierno republicano, el movimiento anarquista había ido perdiendo cada vez su criterio abstencionista de cara a las elecciones generales. Con Peiró a la cabeza se fue poniendo de relieve las diferencias notables que podían haber, para con la clase trabajadora, si el gobierno era de un color u otro. Se comenzaba a calificar de “monstruoso” el abstencionismo, ya que este podía provocar que la inacción (electoral) obrera diera la victoria al fascismo. El propio Peiró decía: si surgiera un frente electoral de clase contra el fascismo que ahora nos gobierna (refiriéndose al gobierno de la CEDA), yo, por primera vez en mi vida, votaría.
A partir de la gran represión desencadenada a raíz de la frustrada Revolución de Asturias en 1934, las izquierdas moderadas, así como las dos tendencias anarquistas, fueron cada vez más hacía una confluencia política para aunar fuerzas contra el Gobierno de la CEDA. La CNT-FAI, a raíz del Congreso regional catalán de enero de 1935 dejó de lado la campaña abstencionista, pero sin llegar a pedir el voto para el Frente Popular. Las dos razones que llevaron a esta posición por parte del movimiento anarquista fue la necesidad de sacar de prisión a los 30.000 presos políticos que llenaban las cárceles del Estado y acabar con el gobierno derechista de la CEDA. El propio Comité Peninsular de la FAI “quedó partido en dos”, entre los que promulgaban aún la campaña abstencionista y los que no; estos últimos liderados por grandes personalidades del anarquismo como Buenaventura Durruti, Abad de Santillán y Joan García Oliver. El 23 de febrero de 1936, el Frente Popular (Front d’Esquerresen Cataluña) ganaba las últimas elecciones demócratas de la Segunda República española.
Los presos y presas políticas salieron de prisión y las dos tendencias dentro del movimiento anarcosindicalista se “fusionaron” ante la necesidad de dar respuesta a la ya esperada reacción facciosa tras el triunfo de las izquierdas.