Hace poco han coincidido dos cosas que no dejan de tener algo en común: la muerte de Steve Ditko y el hilo de tweets de alguien que no conozco (tendrá que disculpar que no lo comparta, pero no he conseguido encontrar el hilo después) sobre antihéroes de ficción. Quien quiera que fuese, la usuaria en cuestión se llevaba las manos a la cabeza ante la buena imagen de que gozan ciertos personajes (Tony Montana, de El precio del poder o Scarface, Rorschach, de Watchmen, Tyler Durden, de El club de (la) lucha, Walter White, de Breaking Bad, …), visto su comportamiento y lo que sus propios creadores han dicho de ellos.
Esa crítica, aun teniendo mucho sentido, era, como suele ocurrir en Twitter, rápida y un tanto simplona, con lo que acababa volviéndose contra sí misma al coger el rábano por las hojas y presentar a Rorschach como una especie de violento fascista.
¿Y Ditko, qué pinta en todo esto?
Steve Ditko es sobre todo conocido como autor de la poderosa editorial Marvel, dando vida con su lápiz a personajes tan exitosos como Spiderman, Misterio, Doctor Extraño o el Duende Verde. Sin embargo, en otra vertiente menos conocida, quiso lanzarse a hacer un cómic independiente más acordé a su visión del ser humano y del mundo. Ditko simpatizaba con las ideas de Ayn Rand y su «objetivismo», ultraliberal en lo económico y rigorista en su planteamiento de lo moral y lo jurídico. Mr. A (1967) es, precisamente, un protagonista de historieta objetivista: dado que cree en la total libertad y responsabilidad individuales, asume que las determinaciones no existen. Mr. A viste de blanco y negro, igual que para él sólo existen el bien y el mal, sin término medio, así que, cuando se incurre en el mal, la culpa personal es completa.
El personaje de Rorschach, que creara el libertario Alan Moore para Watchmen (1986), tiene una máscara en blanco y negro, pero, si el blanco y negro de Mr. A negaba toda ambigüedad, la máscara de Rorschach tiene una mancha como las del test del famoso psiquiatra, de forma ambigua y, para colmo, cambiante.
Watchmen está escrita en plena era Reagan, en plena era Thatcher, bajo la hegemonía política de una derecha que tomaba necesariamente la misma deriva que Rand: si todo es una cuestión de esfuerzo y de decisiones personales, si no cuentan la clase social, el género, la familia, la raza, etc., entonces todo lo bueno es mérito y todo lo malo es culpa.
Rorschach es Mr. A con un poco más de Rambo (otro héroe de la era Reagan): un antiguo héroe, cazador de delincuentes y supervillanos, que ha perdido el favor de la opinión pública, pero sigue haciendo lo mismo, pese a quien pese. Un intransigente violento; «un fascista», decía la twitera antes mencionada.
Sin embargo, aquí la cosa se pone interesante porque, como dicen tanto esa twitera como el propio Alan Moore, Rorschach es probablemente el personaje más aclamado de Watchmen, pese a ser el que más motivos nos daría para tener miedo si existiera en la realidad. ¿Por qué? Porque tiene delante al Búho Nocturno y a Espectro de Seda. Estas, de existir en la realidad, nos resultarían menos amenazantes y quizá hasta simpáticas. Dos personajes que encarnan precisamente el liberalismo más amable, el «vive y deja vivir» que lleva, en última instancia, al nihilismo; pese a lo cual no dejan de disfrutar zurrando a los malos. Rorschach, como dice Moore, es de «una integridad feroz»: mientras sus contrapartes son autocomplacientes y parecen dispuestas a ceder cuanto haga falta, él tiene unos principios, quizá indefendibles, pero al menos tiene principios, tiene límites, asume que no todo vale.
Han pasado treinta y dos años del primer número de Watchmen y cincuenta y uno del de Mr. A, pero el debate sigue ahí. El liberalismo hace libre al mercado mientras hace que las personas nos atemos con las cadenas de nuestra propia libertad y nos engañemos al respecto. Si esto no fuera suficientemente peligroso de por sí, tiene esa otra consecuencia indirecta: si la libertad se asocia a la irresponsabilidad, al desorden y al nihilismo, tenderemos a buscar orden y moral lo más lejos posible. Por ejemplo, en todo el espectro que va desde el rigorismo meramente conservador hasta las ultraderechas de los distintos grados y culturas, del nazismo al Dáesh.