Es bien sabido que en el mundo occidental las formas de dominación totalitarias crean un repudio casi automático por parte de la población al ser planteadas como método de gobierno. Estamos adaptados a democracias parlamentarias y a sistemas de votación y elección de representantes, de modo que un sistema absolutista y dictatorial nos parece un arcaísmo evitable y aborrecible.
Aun así, es inevitable contemplar la situación de la sociedad contemporánea, en prácticamente cualquier parte del mundo desarrollado, sin percatarse de constantes y flagrantes abusos a las libertades más esenciales, de una forma muy similar a las dictaduras absolutistas de antaño.
Las democracias modernas, enmascaradas tras unas libertades aparentes y con unos límites difusos, amagan un trasfondo que en prácticamente nada se distinguen de regímenes dictatoriales. Pero sin embargo, esa apariencia de libertad constituye un pilar fundamental para la aceptación y la perpetuación de la sociedad de clases.
En definitiva, de la misma manera que en épocas pasadas se aceptaron como normales sistemas de dominación embrutecedores, nuestra etapa histórica no es una excepción. Seguimos haciéndolo sin cuestionarlo demasiado, casi por inercia, pese a ser conscientes de la existencia diaria de casos de represión, coerción de libertades básicas, desahucios, corrupción, no cumplimiento de programas electorales, etc…
No es extraño, pues, plantearse la siguiente pregunta en clave sociológica: “¿Por qué estamos tan mal y por qué lo permitimos?”.
EL SÍNDROME DEL ESCLAVO SATISFECHO
Es curioso que los manuales de diagnóstico psiquiátrico (como el DSM americano) contemplen la rebeldía como un trastorno mental, pero que sin embargo, asuman como un comportamiento normal el hecho de sufrir una existencia objetivamente miserable y estar agradecido de ello, resignándose a aceptar sus penurias con un único argumento: “es lo que hay”.
Y es que hay algo peor que sufrir un trato constante de dominancia y humillación, y ese algo es estar agradecido y satisfecho de su condición de esclavo.
Algunos pensarán que exagero cuando hablo con tal soltura sobre un término tan peyorativo y extinto como “esclavitud”, pero la esclavitud psicológica moderna nada tiene que envidiar a la esclavitud física de antaño.
La neoesclavitud se fundamenta en el principio de la asunción del pensamiento y de los intereses de las clases dominantes. Hecho que desemboca en una personalidad resignada, indulgente y acrítica, que concibe las necesidades de los poderosos como suyas propias, “superando” la lucha de clases por la negación de estas. Nada más lejos de la realidad.
Pongamos un ejemplo:
El aparato de dominación nos vende una imagen: “La empresa es una GRAN FAMILIA, hay que hacer sacrificios porque TODOS sufrimos la crisis y hay que proteger a los empresarios porque GENERAN RIQUEZA al crear nuevos puestos de empleo”
Este discurso inclusivo engloba dos clases de intereses opuestos en un todo homogéneo con intereses predefinidos por la clase dominante.
Se reparten sentimientos de familiaridad, calidez y cercanía que van más allá de una relación meramente laboral, personalizando entidades corporativas y generando en el trabajador un sentimiento de traición si no cumple. También se exculpa a los culpables de la situación económica y lo que es peor, se les considera agentes imprescindibles para la salvación.
Al final, encontramos una clase dominante reforzada (dando imagen de necesaria, salvadora, de una omnipotencia casi religiosa e incuestionable) y una clase obrera debilitada y con un discurso ajeno a sus necesidades (dando una imagen temerosa, trabajadora, sacrificada y de la que se espera que no traicione tales preceptos).
UN SÍNDROME RECURRENTE EN LA HISTORIA
LA CAVERNA DE PLATÓN
Para encontrar el primer ejemplo de la tesis que sostengo en el artículo, debemos remontarnos a la Grecia Antigua.
Platón, conocido por muchos, fue un filósofo cuyos pensamientos influenciaron de forma notable en los pilares sobre los cuales se han sustentado prácticamente todas las sociedades históricas occidentales.
Una alegoría propuesta en su libro “La República”, es el famoso Mito de la caverna de Platón.
En ella, Platón nos habla de unos hombres encadenados en las profundidades de una caverna desde su nacimiento, sin haber nunca salido de allí y sin tener la capacidad de poder mirar hacia atrás para entender sus cadenas. Por lo tanto están obligados permanentemente a mirar hacia la pared que tienen delante. Tras ellos se halla un muro ocultando una hoguera de la que sólo les llega algo de luz. Entre el muro y la hoguera se encuentran unos individuos con objetos que sobresalen por encima del muro y utilizan la luz de la hoguera para proyectar las sombras de dichos objetos, emulando formas de árboles, personas o animales. Por lo tanto, todo lo que ven los hombres encadenados, son meras emulaciones de la realidad, aunque para ellos esa es la realidad, ya que no conocen otra.
Si uno de ellos lograra girarse y ver la auténtica realidad, la luz le cegaría, vería siluetas extrañas de otras personas y al intentar salir de la cueva, probablemente querría volver a la oscuridad de esta, por la lumbre cegadora del sol. De esta forma, si realmente quisiera salir de allí, necesitaría tiempo y esfuerzo para comprender y adaptarse a la nueva realidad.
LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA
Allá por el siglo XVI nos encontramos con el pensamiento humanista del escritor bordelés y precursor del anarquismo Étienne de La Boétie, reflejado en su ensayo “Discurso de la servidumbre voluntaria”.
La Boétie se preguntaba: “¿Cómo es posible que tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces un tirano que no dispone de más poder que el que se le otorga?”
La respuesta la encuentra en la forma en la que se constituyen las sociedades: la violencia.
Al principio, el sometimiento popular se ejerce mediante dominación armada y violenta, en donde el vencido se ve obligado a estar subyugado por obligación, pero en las generaciones venideras, nacidas en el seno de unas costumbres de servidumbre, deciden servir por pura resignación.
La Boétie lo resumía de esta forma: “Es verdad que al comienzo uno sirve obligado y vencido por la fuerza; pero los que vienen después sirven sin disgusto y hacen de buen grado lo que los precedían habían hecho por obligación.”
Al igual que el ejemplo de Platón, este también es extrapolable a la sociedad actual. Aunque la dominación no siempre se ejerza de manera violenta o armada, los métodos de coerción económicos, más refinados, también gestan en los individuos un espíritu de resignación y derrota.
La dominación, en ambos ejemplos, se rompería con un trabajo arduo y una dedicación premeditada hacia ello.
LA ALIENACIÓN: MARX Y MARCUSE
Ya en el siglo XIX, Marx, influenciado por el pensamiento de Hegel y Feuerbach, analizará un concepto que también se podría englobar dentro de este paradigma: la alienación.
La alienación, grosso modo, se puede entender como una disociación del trabajador con respecto al rendimiento de su actividad productiva (cuánto produce), al usufructo generado por tal actividad productiva (qué produce), a las relaciones humanas y a su propio potencial como humano.
Si bien estar alienado no es una patología en sí, el concepto nos puede ayudar a entender las causas de la servidumbre voluntaria.
Un trabajador (dominado), al no saber cuánto produce ni tener control sobre el producto generado mediante su actividad productiva, desconoce la situación económica. Relegando así involuntariamente el control de esta al empresario (dominante). Esta situación perpetúa el engranaje de dominación y le otorga el control económico absoluto y por ende, una posición de dominio a dicha clase.
Por otro lado, el obrero, obligado a competir con sus compañeros y compañeras, suscita en él un mecanismo defensivo primario de conservación: la individualidad. Ante tal situación, cada individuo se distancia de sus semejantes, abogando por desentonar sobre el resto y desmerecerlos; virtualmente, se generan objetivos contrapuestos entre cada obrero (“yo tengo que quedarme con este trabajo a toda costa”) aunque el objetivo definitivo, sea común (“porque si no, no podré comer”).
En la misma línea de ideas, el sociólogo Herbert Marcuse, de la Escuela de Fráncfort adapta la teoría marxista de la alienación al contexto industrial, con una visión renovada. Enlazo un artículo acerca de esto AQUÍ para no explayarme más de la cuenta.
Sin duda, es muy curioso como un discurso como el del principio del artículo, puede propiciar que un esclavo sienta más afinidad y cercanía de clase con aquél que le domina que con un congénere con los mismos fines.
LA EXISTENCIA INAUTÉNTICA Y LA MALA FE
Por último, me gustaría mencionar dos interesantes conceptos surgidos de dos filósofos con perspectivas ideológicas antagónicas pero que mucho tienen que aportar a todo esto.
El primero es el concepto de la “Existencia Inauténtica”, del alemán Martin Heidegger.
El individuo, consciente y angustiado por el conocimiento de su propia muerte se entrega a la “existencia inauténtica”. Una forma del ser que pretende negar la propia consciencia escudándose tras la pasividad, la mediocridad y el anonimato.
Esta existencia inauténtica enmascara la autenticidad del individuo y representa la imagen que queremos mostrar a los demás, de forma que también, dicha representación, viene determinada desde el exterior.
Se podría ejemplificar de la siguiente manera:
Tenemos a cinco individuos que conforman una sociedad con una identidad cultural, unas normas, una ideología y una forma de ser determinadas. Dos de ellos dominan, los otros tres trabajan para ellos sin cuestionárselo. Supongamos que llega un sexto individuo con una mentalidad que rompería con la homogeneidad del entorno, sin embargo esto no pasa. Poco a poco, ese sujeto se homogeneiza ocultándose tras una máscara de apariencias que le sirve para no destacar sobre nadie, para, de esta forma, poder permanecer como miembro íntegro de la sociedad. Lo curioso es que no se cuestiona porqué lo está haciendo, así que sirve voluntariamente.
El segundo concepto es el de la “Mala Fe”, acuñado por Jean-Paul Sartre.
La mala fe es el autoengaño. Una conducta mediante la cual un ser niega su propia libertad convirtiéndose en un ser inerte.
Esta actitud se representa muy claramente cuando hay que elegir entre dos situaciones. Sartre, en “El ser y la nada”, nos muestra el siguiente ejemplo:
“Un camarero sirve a los clientes con excesivo celo, con excesiva amabilidad; asume tanto su papel de camarero que olvida su propia libertad; pierde su propia libertad porque antes que camarero es persona y nadie puede identificarse totalmente con un papel social.”
El camarero del ejemplo renuncia a tomar una decisión; quizás dejar el restaurante, quizás probar a trabajar con mayor naturalidad… Si le preguntáramos, probablemente excusaría su situación indicando que no puede hacer otra cosa, que tiene que actuar así.
Tanto la renuncia como la excusa son mala fe sartreana.
Este concepto está sumamente ligado a esclavitud voluntaria. La mala fe le sirve a la estructura de dominación para mantener engrasados sus engranajes.
Si como individuos somos incapaces de romper una disyuntiva mediante elecciones razonadas y preferimos ocultarnos tras el autoengaño, por tal de no cuestionar el porqué de actuar de tal o cual forma, como sociedad ese problema se magnifica y se perpetúa.
LA NECESIDAD DE PENSAMIENTO CRÍTICO
Como hemos podido ver, el síndrome de la esclavitud voluntaria no es un concepto de la nueva era. A lo largo de la historia se ha estudiado su existencia así como los medios que nos llevan a ella desde distintas perspectivas. Todas son válidas e interrelacionables.
Tanto la mala fe como la existencia inauténtica, son conceptos que aluden a la representación del individuo de cara al exterior, pero a su vez, esta representación es diseñada por los agentes externos.
Estos conceptos son otra forma de alienación complementaria a los preceptos de Marx y a su vez, desarrollos más concretos y específicos de la antiquísima caverna platónica.
La única forma de romper con esta rueda de servidumbre voluntaria es mediante el escepticismo y el pensamiento crítico. Cuestionar absolutamente todo lo que uno hace y saber por qué se hace. Porque no hay praxis más irresponsable que utilizar la libertad de elección como forja de nuestras propias cadenas.
OFF TOPIC
Me hubiera gustado hablar de Erich Fromm y de su libro “El miedo a la libertad”, pero el artículo ya es suficientemente largo, así que lo dejo en PDF por AQUÍ y recomiendo encarecidamente su lectura.